Configuracón de la subjetividad nómade1

Nomadic Subjectivity Configuration

Aura Melissa Hernández Pinzón
Universidad Santo Tomás (Villavicencio, Colombia) aruahg@hotmail.com


Resumen

Este artículo pretende describir el concepto de subjetividad nómade desarrollado por Rosi Braidotti, teniendo en cuenta su estructura con respecto a la diferencia sexual. Este análisis permite comprender cuál es la configuración del sujeto nómade revisando las implicaciones que tiene asociar tal concepto con la búsqueda de aceptación y representación de esa diferencia en el contexto político. La lectura crítica de Braidotti remite directamente a examinar los conceptos originales de Deleuze y Guattari referidos al nomadismo, como singularización, devenir y subjetivación.

Palabras clave

Diferencia sexual, cuerpo, feminismo, nomadismo, potencia y devenir.


Abstract

This article aims to describe the concept of nomadic subjectivity developed by Rosi Braidotti, while considering its structure with respect to sexual difference. This analysis allows us to understand the configuration of the nomadic subject by reviewing the implications of associating the concept with the search for acceptance and representation of the sexual difference in the political context. A critical reading of Braidotti means to examine the Deleuze and Guattari's original concepts about nomadism, such as singularization, becoming and subjectivation.

Keywords

Sexual difference, body, feminism, nomadism, potency and becoming.


Configuración de la subjetividad nómade

Introducción

Rosi Braidotti toma la diferencia sexual como núcleo de su elaboración teórica debido al desarrollo feminista de sus concepciones filosóficas. Para ello, estructura la definición de nomadismo afirmando que es “la diferencia sexual entendida como concepto que ofrece localizaciones cambiantes para las múltiples voces corporizadas de mujeres feministas” (Braidotti, 2000, p. 205). A partir de allí la autora incorpora diversas conceptualizaciones para estructurar la figura del sujeto nómade desde de la diferencia sexual. Su intención es encontrar una forma de subjetividad desde la cual el sujeto femenino pueda desarrollarse de manera afirmativa, resistiéndose a las características que se le han asignado a lo largo del tiempo para dar paso a una serie de devenires y modos de ser que respondan a sus deseos y su voluntad.

Este texto pone énfasis en el desarrollo de la subjetividad nómade por parte de Braidotti a partir del análisis de las nociones que fundamentan y configuran el concepto. Se pretende examinar cuáles son las implicaciones de la conceptualización que Braidotti realiza; analizando qué acarrea la construcción de la subjetividad nómade a partir de la diferencia sexual en relación con los componentes del nomadismo. Además, se busca ahondar en cómo dicha construcción puede dar cuenta de una nueva forma de asumir la subjetividad a partir de la autoafirmación desde las condiciones propias del sujeto, teniendo como base la multiplicidad.

Este escrito se divide en tres partes. La primera establece la crítica al concepto de subjetividad desarrollado a lo largo del tiempo desde la posición falocéntrica y dominante. Además, presenta los insumos desde los cuales Braidotti estructura un nuevo concepto de subjetividad, manteniendo una relación directa entre los actos deseantes y volitivos desde la comprensión de la experiencia como producción creativa a partir del devenir, el deseo y la intensidad, términos redefinidos desde la interpretación que hace de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

La segunda parte explica cómo se da la concepción de subjetividad nómade en Braidotti, incluyendo la diferencia sexual de forma positiva en los procesos de subjetivación. Para ello, la autora parte del reconocimiento localizado del sujeto y la creación de rutas de acción que articulen la diferencia en aras de generar procesos de reconocimiento político. Asimismo, se problematiza la composición de la subjetividad nómade, observando cómo los componentes del concepto se ven comprometidos con la definición de la categoría fundamental: la diferencia sexual entendida desde la identidad y la representación femenina, en correspondencia con la necesidad de estructurar procesos de reconocimiento político.

Por último, en la tercera parte se resaltan las condiciones que se consideran relevantes para la configuración de la subjetividad nómade más allá de la diferencia sexual, retomando los conceptos de nomadismo, singularización y devenir desarrollados por Deleuze y Guattari; y explorando en los conceptos de seducción y potencia, tal como aparecen en la obra de Baudrillard y Agamben, respectivamente.

I. Configuración del sujeto nómade femenino

Braidotti parte de la necesidad de reconsiderar el concepto de subjetividad. Afirma que la noción tradicional de sujeto conlleva a una condición representacional. Las acciones, pensamientos y relaciones están medidas por formas específicas dadas desde una imagen «idealizada» “que define al Sujeto en términos de mismidad. [...] Esta perspectiva implica una dialéctica de los otros, definidos en términos de diferencia negativa” (Braidotti, 2009b, p. 40). Así, la idea de subjetividad en un sentido tradicional se comprende a partir de la identificación de los sujetos con un ordenamiento establecido, en el que se

[...] les impone una ley de verdad que deben reconocer y que los otros deben reconocer en ellos. Es una forma de poder que transforma a los individuos en sujetos. Hay dos significados de la palabra sujeto: sometido a otro a través del control y la dependencia, y sujeto atado a su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismo. Ambos significados sugieren una forma de poder que subyuga y somete. (Foucault, 1988, p. 7)

Así, los significados que definen al sujeto suponen una representación de elementos que le otorgan un lugar, que le es dado y que reconoce como propio; a propósito con la correspondencia —o no— de aquellas características que soportan la comprensión de la subjetividad en el escenario tradicional2.

Quienes no coinciden con la identificación que se le ha dado a la subjetividad tradicional se comprenden desde la diferencia, entendida como el “sustento de relaciones de dominación y exclusión, donde ser “diferente de” llegó a significar “menos que”, valer menos que” (Braidotti, 2000, 166). Claramente, la definición de “diferencia” en esta perspectiva aparece como una valoración negativa, suponiendo el uso determinado de dicha palabra para exponer una condición de poder sobre una figura, como aquella que tiene un valor “menos que.. ,”3.

La problematización del sujeto se hace latente en la autora en un caso específico referido a la estructura de lo femenino y cómo ha tenido que adaptarse a las representaciones que le han sido asignadas a lo largo del tiempo. La mujer ha tenido que asumir un rol de acuerdo con el lugar que ocupa en las relaciones sociales, como una pieza que responde al orden que se imparte, proveniente de una fuente de autoridad que normaliza de cierta forma sus comportamientos.

De allí surge la necesidad de reconfigurar el concepto de subjetividad, desplazando el carácter dominante para dar paso a la diferencia como un componente suyo. La autora propone la noción de un sujeto nómade, que puede desplazarse de posición para dar cuenta de las diferencias de una forma positiva. La nueva visión atiende a las nociones de cambio y multiplicidad, que se refieren al desarrollo creativo de los individuos a partir de la exploración de sus posibilidades más allá de lo asignado en las relaciones tradicionales. Además, la figura del nómade se constituye a partir de la subjetividad femenina, como la posibilidad de un desplazamiento de la existencia que permita producir nuevas experiencias y condiciones de vida. De esta manera se replantea el lugar de la mujer desde sus circunstancias y posibilidades desde la diferencia en términos afirmativos.

Las nuevas formas de ser y reconocerse deben procurar modos de participación política fuera de la determinación y abogando por el empoderamiento. En este sentido, la configuración de la subjetividad nómade debe tener la capacidad de resonancia como una forma de desviar el modelo tradicional y hacer visibles las potencialidades heterogéneas que surgen de la diferencia. En el caso de la subjetividad femenina, las posibilidades estarían ligadas directamente con la capacidad de comprender el lugar histórico que ocupa el sujeto, así como la condición personal a partir de la distinción entre las formas de relacionarse y reconocerse más allá de las identidades o lugares comunes que se han asignado.

Para comprender la subjetividad nómade desde la afirmación de la diferencia se hace indispensable caracterizar el concepto de deseo como un componente básico que incentiva la reconfiguración del sujeto. La concepción del deseo surge de la interpretación que hace la autora del concepto aportado por Deleuze y Guattari (2010), entendido como “activo en tanto que tiene que ver con encuentros entre múltiples fuerzas y la creación de nuevas posibilidades de potenciación” (Braidotti, 2005, p. 127). El deseo está en la generación de conexiones entre elementos que se encuentran para aumentar sus potencias; es la fuerza por la cual las relaciones se impulsan para poder producir.

La relación de los elementos desde el deseo se presenta a partir del “poder positivo de expresión” (Braidotti, 2009b, p. 135) que permite la coexistencia de las diferencias; expresándose por su fuerza y su capacidad de acción. Así, la expresión se instaura como uno de los rasgos constitutivos del sujeto nómade, y debe ser comprendida desde la diferencia sexual. Desde esta perspectiva, el reconocimiento de la localización del sujeto en relación con la multiplicidad genera la posibilidad de deshacer el ideal que ha acaecido sobre este; quebrando los esquemas dados y marcando un cambio en las condiciones de vida de aquellos que se han valorado en términos peyorativos.

Así, la configuración subjetiva es un proceso encarnado, en la medida que el sujeto, desde su corporalidad, puede componer relaciones en las que los elementos se expresan a partir de una naturaleza transitoria y conectiva (Braidotti, 2005, p. 93). La transitoriedad se asume como una muestra clara de la capacidad de interacción a propósito de la multiplicidad presente en la subjetividad nómade, la cual se abre a la posibilidad de diversas producciones entendidas como devenires. Para poder lograr este tipo de encuentros “es crucial para el devenir-nómada [...] deshacer los dualismos opositivos [...] y suscitar una pasión, un deseo afirmativo por los flujos-trasformadores que desestabilizan todas las identidades” (Braidotti, 2005, p. 109).

La transformación afirmativa del concepto de diferencia se comprende como la aceptación de elementos que componen la singularidad que se está conformando. Así Braidotti (2000) sienta un precedente que le permite afirmar la necesidad de “una lectura intensiva de la posición feminista” (p. 197), la cual implica reconocer la manera en que los elementos se relacionan a partir de su capacidad de producción. La forma que permite concebir este tipo de relaciones se expresa en la diferencia entre los objetos, así como la diferencia de intensidad que se genera en la relación de estos como una manifestación de la singularidad (Deleuze, 2006).

Dicha diferencia es tomada por Braidotti para dar cuenta del carácter discontinuo y cambiante de los elementos que configuran la subjetividad nómade; en la medida que los elementos se presentan diferentes entre sí, sus afinidades se pueden establecer desde una idea de ensamblaje, en tanto sus condiciones resultan complementarias en la articulación de los componentes del proceso subjetivo.

La consideración de lo intensivo fuera de la perspectiva tradicional del sujeto hace que los elementos que componen la producción subjetiva se encuentren en una proximidad tal que se destituya su fundamento. Así, la trasformación desemboca en aquello que es caracterizado por Deleuze y Guattari como devenir, el cual responde a un proceso de literalidad que posibilita una nueva conformación e incorporación de cuestiones que no representan ningún tipo identificación. De lo que se trata es de un cambio de naturaleza mediante el cual los referentes desaparecen para dar paso a una nueva forma de experiencia que “[...] tiene que ver con las afinidades y con la capacidad tanto para mantener como para generar interconectividad” (Braidotti, 2005, p. 21).

Es importante aclarar que la autora toma de manera intencionada las concepciones de deseo y devenir desarrolladas por Deleuze y Guattari. Para Braidotti, el deseo, a la vez que impulsa el movimiento y la relación de los elementos por medio del devenir, se halla inmerso en una serie de formas expresivas que plantean el lugar del sujeto. La localización permite generar devenires que articulan la diferencia con la acción deliberativa del sujeto en los escenarios políticos, lo cual “implica que todo el proceso de devenir sujeto se sostenga sobre la voluntad de saber, el deseo de decir, el deseo de hablar: un deseo fundacional, primario, vital, necesario y, por lo tanto, original de devenir” (Braidotti, 2005, p. 38). La búsqueda de una representación política se concibe como una variación positiva que, al ser reconocida, libera la actividad de los individuos desde la construcción de un sujeto “que sea capaz de combinar los desplazamientos con un firme rechazo del individualismo liberal y de conectar un marcado sentido de la singularidad con un respeto hacia las complejidades y las interconexiones” (Braidotti, 2005, p. 317). El sujeto nómade debe proponer un espacio de participación alternativa para legitimar sus acciones a partir de su capacidad de relación y producción.

La trasformación de la estructura política solo puede generarse en la medida que exista cierta voluntad de generar nuevas representaciones que entren en juego con la institucionalidad. Además, requiere de espacios adecuados para la creación y expresión de procesos positivos desde la consideración de las circunstancias en las que se encuentra el sujeto. Así, Braidotti genera una relación entre los procesos deseantes y los deliberativos, comprendiendo que “el deseo es productivo porque continúa fluyendo, se mantiene en movimiento, pero su productividad también implica relaciones de poder, transiciones entre registros” (Braidotti, 2000, p. 46). El deseo permite la aceptación de la diferencia en la configuración del sujeto que, a su vez, puede trasformar las relaciones desde sus significados y las condiciones en las cuales aparece: el sujeto nómade puede empoderarse a partir del desarrollo de su voluntad.

La interacción entre deseo y voluntad “llega a interpretarse no meramente en términos de compromiso deliberado con una serie de valores o creencias políticas, sino también en términos de pasiones o deseos que sostienen y motivan dicho compromiso” (Braidotti, 2000, p. 198). En este estado de cosas, el sujeto nómade no solo motiva el compromiso político a partir de su voluntad, su deseo le permite desarrollarlo a partir de la aceptación y el reconocimiento de modos de ser alternativos. Gracias al surgimiento del sujeto empoderado se motivan sus relaciones desde la búsqueda de nuevas composiciones con los elementos que se encuentran a su alcance. Sin embargo, Braidotti reconoce que la relación entre la voluntad y el deseo no siempre es posible. Si bien la diferencia es afirmativa en términos políticos y de producción, no significa que esta se configure desde una suerte de unidad absoluta o compromiso en un sentido obligante.

Hasta este punto se puede decir que el sujeto nómade debe asumir una postura ética en dos sentidos. El primero de ellos está referido a la responsabilidad y el compromiso de definirse a sí mismo desde su potencia, y no desde las representaciones que se le imponen. El segundo atiende a una conducta sostenible que se expresa en el proceso de producción del sujeto, pues las relaciones que entabla amplían su capacidad de hacer y mantenerse a lo largo del proceso productivo: “The ethical ideal is to actualize the cognitive, affective, and sensorial means to cultivate one's empowerment and to affirm one's interconnections to others in their complexity” (Braidotti, 2009a, p. 530). La sostenibilidad no solo se considera desde la capacidad del sujeto, sino también desde la localización y reconocimiento de la corporalidad: qué puede un cuerpo, cuál es su umbral y qué puede resistir para que sus potencias aumenten y permanezcan. A su vez, se integran variables culturales, sociales, sexuales y biológicas desde su relación afectiva e intensiva, como una superficie abierta que se constituye a partir de los deseos y las localizaciones que se hallan en la construcción de la subjetividad.

La cuestión estriba en un proceso de construcción constante desde los territorios, circunstancias y elementos que componen la acción de este nuevo sujeto, caracterizada por la aceptación de la diferencia sexual desde su carácter afirmativo. Así, lo femenino no se segmenta desde condiciones dadas fuera del lugar de las experiencias de sujetos encarnados.

II. la diferencia sexual: Conflicto entre la identidad y el nomadismo

La localización del sujeto desde su dimensión corporal presenta la necesidad de reconocer la diferencia sexual como aspecto constitutivo de la subjetividad nómade. El reconocimiento de la diferencia sexual surge como una manera de ocupar el espacio a partir de la conciencia de la historia personal y de la localización que ocupa el sujeto y su relación con la multiplicidad.

Braidotti resalta la concreción de la diferencia sexual como un aspecto indispensable para la afirmación del sujeto nómade, cuestión que posibilita el cambio y la trasformación. ¿Cuáles son las variables que posibilitan la subjetividad nómade desde la diferencia sexual? Desde la diferencia sexual es posible diseñar y recorrer las rutas que se trazan desde las condiciones dadas en diversas localizaciones, como una forma de conectarse con los otros fuera de la representación de la subjetividad tradicional:

Esto es, no como una diferencia natural o históricamente dada sino como un proyecto de final abierto que debe construirse, [...] está constituido a través de una multiplicidad de discursos, posiciones y significaciones que a menudo entran en conflicto entre sí. (Braidotti, 2000, p. 123)

Braidotti va más allá de la enunciación de la multiplicidad en relación con la construcción del sujeto y la vincula a la conformación de las figuraciones, que “no son modos de pensar figurativos sino, antes bien, formas de trazar mapas más materialistas de posiciones situadas, o inscritas y encarnadas” (Braidotti, 2005, p. 14). La figuración expresa la localización y proporciona una ubicación representacional que puede incluir las pretensiones feministas de redefinir el sujeto que enmarca la experiencia nómade. Así, el sujeto nómade “sigue las líneas de una multiplicidad de variables que contribuyen a definir la subjetividad femenina; la raza, la clase, la edad, la preferencia sexual y los estilos de vida que constituyen ejes esenciales de la identidad” (Braidotti, 2000, p. 114). Entonces, la redefinición se halla no solo en relación con la experiencia del sujeto y su capacidad productiva, sino también en la forma como se percibe y es percibido de acuerdo con los elementos que constituyen su configuración.

La concepción de nomadismo de Braidotti propone una alternativa política para el sujeto femenino, reinventado los marcos de referencia desde los cuales ha sido pensado. Este sujeto pone en escena una nueva premisa que permite visibilizar no una idea de mujer, sino una figuración encarnada, esto es, una conformación que dé cuenta de su localización y de los diversos referentes que puede afirmar su condición:

El proceso nómada de devenir, lejos de marcar la disolución de todas las identidades en un estado de flujo en el que emergerán diferentes conexiones, puede albergar en sí mismo una especificidad sexual, ser sexualmente diferenciado, y consecuentemente, tomar diferentes formas y diferentes sentidos del tiempo. (Braidotti, 2005, p. 294)

La diferencia sexual no solo es un punto de partida; se convierte en un referente identitario que permite al sujeto hacer coincidir los múltiples componentes que se hallan en su configuración. Braidotti (2000) afirma que la estructura nómade “expresa el deseo de una identidad hecha de transiciones, de desplazamientos sucesivos, de cambios coordinados, sin una unidad esencial y contra de ella” (p. 58). Así, la idea de identidad se transforma, se comprende como el plano desde el cual se traza la cartografía del sujeto nómada que provee de elementos al sujeto para reconocerse y constituirse más allá del significado tradicional.

El sujeto nómade se convierte en “una forma de intervención que obra simultáneamente en los registros discursivo y material de la subjetividad” (Braidotti, 2000, p. 76). La intervención cambia el registro discursivo a propósito de las consideraciones que tiene el sujeto con respecto a los objetos y a sí mismo. El proceso remite directamente a la aceptación de la multiplicidad, afirmando las condiciones de producción y reconociendo nuevas formas de representación desde la configuración de la diferencia sexual.

Esta forma de redefinir la unidad del sujeto consiste en poder trasgredir la estructura del sistema dominante para trazar rutas políticas que vinculen a la diferencia desde y para el reconocimiento afirmativo. Si bien la autora ha mantenido una estrecha relación con la conceptualización de Deleuze y Guattari, al momento de marcar procesos identitarios y representativos traza una diferencia sustancial. Mientras que las experiencias del sujeto nómade femenino de Braidotti deben ser reconocidas para poder tener incidencia política, en el caso de los autores las relaciones del nómade son “menos localizables, siempre exteriores a ellas mismas, [que] conciernen más bien a flujos y partículas que se escapan de esas clasificaciones” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 201).

Entonces, ¿cómo hacer coincidir la experiencia de una subjetividad nómade, que rompe con la idea de subjetividad tradicional, con un proceso identitario y representacional? La respuesta supone hacer coincidir los procesos, devenires y deseos con una pretensión política que articule “las cuestiones de la identidad del individuo, del cuerpo y del género con las cuestiones relacionas con la subjetividad política” (Braidotti, 2000, p. 70). El sujeto nómade femenino es un campo intensivo que no se escinde de su historicidad y codificación social, sino que los trasforma de acuerdo con la nueva identidad que pretende establecer, que le permite repensar su localización desde la reconsideración de la diferencia: “es preciso considerar que la identidad se construye en el gesto mismo que la postula como el punto de anclaje para ciertas prácticas sociales y discursivas” (Braidotti, 2009b, p. 206).

Los escenarios en los cuales se definen los derechos y la comprensión de los sujetos inmersos en las prácticas señaladas presentan un reto a la subjetividad nómade femenina. No se trata de remarcar dos polos totalmente opuestos dentro de la esfera pública; por el contrario, el reconocimiento debe estar presidido por la capacidad de generar relaciones entre los aspectos que aparentemente se presentan discordantes bajo la voluntad creativa y deseante que caracteriza a la subjetividad nómade.

Las nociones de representación e identidad tienen un papel preponderante si se busca que el sujeto sea reconocido en la acción política y tenga la posibilidad de transformar la visión de la diferencia en este campo. Sin embargo, como lo indica Braidotti (2000), existe una “lógica despiadada y fundamentalmente mercenaria de la representación [que] tiene prioridad sobre lo representado, esta tendencia marca el triunfo de la imagen” (p. 98). La reproducción de una imagen que permita grabar y caracterizar una serie de condiciones sobre el sujeto presenta un problema: el poder de la representación en términos de dominación hace que siempre exista una referencia directa a una figura estática. Lo anterior tiene sentido desde la proyección de condiciones específicas que delimitan los lugares y las formas de acción del sujeto para darle un significado a lo representado.

Aunque las nociones de representación e identidad se caracterizan por la subordinación de las características de la diferencia ante la visión idealizada de sujeto, Braidotti afirma que pueden ser transformadas, esto es, definidas como imágenes encarnadas con límites fluidos que pueden cambiar de acuerdo con la localización en la que se encuentra el sujeto.

La trasformación de la identidad y la representación es posible en la medida que ambos conceptos se relacionan directamente con la capacidad que tiene el sujeto de expresar su deseo en procesos deliberativos. Tanto la identidad como la representación contribuyen a considerar a la diferencia desde la consciencia de la multiplicidad. Braidotti (2000) enuncia que el sujeto nómade, desde la diferencia sexual, responde a “la necesidad de recodificar o redenominar el sujeto feminista femenino, [...] como una entidad múltiple, interconectada y de final abierto” (p. 184), así mantiene la concepción de una identidad flexible que permite afirmar la diferencia.

La subjetividad nómade aparece en el mismo escenario que la subjetividad tradicional, dado que entre sus propósitos se encuentra la revaloración de esta, entonces debe garantizar la reivindicación de los derechos para aquellos que conforman la diferencia. La diferencia se presenta como la posibilidad de trasladar el lugar del otro en los escenarios políticos; en una apuesta por la redefinición del poder a partir del rechazo de relaciones dominantes y la reconfiguración de la identidad, que no parte

[...] de la pregunta esencialista: ¿qué es la identidad nacional o étnica?, sino, más bien, de una pregunta crítica y genealógica: ¿cómo se construye?, ¿quién la construye?, ¿en qué condiciones?, ¿para qué fines? Como dice Stuart Hall: ¿quién está habilitado para afirmar una identidad étnica o nacional?, ¿quién tiene el derecho a reclamar ese legado, a hablar en su nombre, a convertirlo en una nueva plataforma para determinar la política? (Braidotti, 2009c, p. 206)

Aunque se considera a la identidad en medio de un proceso fluido, la relación que mantiene con la estructura del sujeto tradicional y de representación del falogocentrismo dificulta comprender cómo se pueden responder las preguntas enunciadas desde el sujeto nómade. Poner la experiencia bajo la revisión de los fines y los sujetos que tienen la potestad de representar o reclamar algo sobre otro corresponde a otro tipo de formaciones, asumiendo un carácter compartido de cuestiones que buscan establecerse en el marco político actual.

Si se afirma que la subjetividad nómade procura expresar los deseos del sujeto de acuerdo con las relaciones que establece con su entorno, fuera de los significados tradicionales ¿cómo es posible que se comiencen a estructurar una serie de cuestionamientos acerca de un fin político? La idea de identidad en este sentido resulta problemática, representa la posibilidad de retornar a lo idéntico, a la búsqueda de un punto de llegada en donde el proceso puede convertirse en normalizante. En términos de Guattari y Rolnik (2006), este tipo de procesos representan un peligro para el desarrollo de la subjetividad fuera de las consideraciones tradicionales, pues “cada vez que una problemática de identidad o de reconocimiento aparece en determinado lugar, cuanto menos estamos delante de una amenaza de bloqueo y de paralización del proceso” (p. 92).

Quien asume la potestad de propugnar los derechos y la aceptación de la diferencia representa el riesgo de convertirse en un punto por el cual toda experiencia debe pasar para ser aceptada como legítima o válida dentro de una serie de relaciones. Desde la conformación que se le ha dado, el devenir nómade no deja de fluir y resulta contradictorio reconocer una figura de ese tipo, pues a partir de la concreción de una identidad sus formaciones pueden cristalizarse, ya sea porque a su desarrollo se le antepone una idea acerca de cómo deberían ser las composiciones, o porque las relaciones que entabla con el medio conlleven a proporcionar una idea centralizada acerca de quién puede participar y determinar los parámetros de dicha participación. En última instancia, el peligro radica en la consideración de una nueva forma de sujeto habilitada para la construcción de un “interlocutor válido”, desde el cual se cierran posibilidades, espacios y condiciones específicas que permitan modificar el sistema de valores tradicional.

La integración del sujeto nómade en un escenario político institucionalizado pone en cuestión la relación entre las formas jurídicas (como instancias desde las cuales se pueden exigir derechos) y la fuerza de la experiencia. Si las experiencias del sujeto nómade proceden de devenires y su configuración es cambiante, ¿qué puede ser legitimado? ¿Los derechos adquiridos tienen la capacidad de movilidad que se le atribuye al sujeto nómade? ¿hasta qué punto la multiplicidad y la trasformación pueden ser “captadas” dentro de un proceso institucional que se caracteriza por una estructura definida?

Es en esta disyuntiva en la que la pregunta referida a ¿quién tiene derecho a reclamar ese legado? presenta un peligro para el surgimiento y desarrollo de la subjetividad nómade. Aunque la participación política responda a la necesidad de representación y reconocimiento de la diferencia sexual, siguiendo a Deleuze (2005), “cuando la necesidad encuentra en la institución una satisfacción [...], ello no basta para decir: «la institución es útil»; hay que preguntarse, además, a quién es útil” (p. 28). Quien institucionaliza sus prácticas debe, en cierta medida, restringirlas para poder tener un soporte que le permita trasformar los significados que le preceden. Por tanto, este sujeto alterno puede convertirse en un punto de referencia pero también de bloqueo: lo que representa e identifica no puede abarcar las diferencias existentes entre los sujetos ni tampoco las múltiples relaciones que se desarrollan en diversas localizaciones. La concreción de esta postura responde a la inscripción de las representaciones en una forma determinada por el interlocutor, quien expresa sus modos de acción en “un campo que neutraliza de antemano las expresiones y conexiones rebeldes a las significaciones dominantes” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 174).

Entonces ¿cómo la subjetividad nómade puede ser un proyecto de final abierto si el punto de llegada sigue teniendo como base la diferencia sexual? Es posible argumentar que el final es abierto en la medida que no hay un contenido rígido que determine qué es lo femenino. Pero si hay una búsqueda de representaciones e identidades que permitan la acción política de una diferencia específica, cabe preguntarse qué pasa con las diferencias que aparecen de otra forma. ¿La diferencia sexual abarca la multiplicidad de diferencias que se presentan en los procesos se subjetivación? “Si consideramos los grandes conjuntos binarios, como los sexos o las clases, vemos claramente que también entran en agenciamientos moleculares de otra naturaleza” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 218). Existen una serie de agenciamientos que desbordan de manera continua las estructuras binarias, aunque se establezcan desde una concepción afirmativa. Puede que las diferencias y las multiplicidades se presenten de un modo específico, pero esto no significa que su configuración sea univoca.

Braidotti presenta una manera alternativa de comprender al sujeto, pero la relación de sus producciones con el accionar político y la búsqueda de representación deja en entredicho la capacidad para mantener la producción del sujeto sin generar una identidad fija que determine los límites y espacios propicios para lo que puede o no experimentar.

III. Configuración de sujeto nómade más allá de la diferencia sexual

Si bien la idea de la subjetividad nómade de Braidotti queda coartada por la relación que establece con la identidad y la representación, su configuración presenta una alternativa de acción que puede ser encaminada a la construcción de otro tipo de procesos. Para ello es necesario deshacer la coordenada que la autora estructura y trazar una ruta que permita hacer surgir la capacidad del sujeto de mantenerse en relación con sus fuerzas activas.

Plantear la configuración de la subjetividad nómade desde la potencia puede considerarse desde el concepto de subjetivación, entendido como posibilidad de desarrollar el potencial propio del sujeto, desde su condición autopoiética, es decir, a partir de un potencial propio de producción. La Autopoiesis mantiene una serie de relaciones fluidas gracias a la interacción de diversos componentes (Guattari, 2015); como la expresión e intensificación de la potencia del individuo. Esta se desarrolla mediante la producción de nuevas relaciones que sean sustentables y resistan al cambio, considerando al sujeto como una entidad corporal en la cual existe un juego de fuerzas que se crean a partir de las diferencias y potencialidades de los elementos.

Las alternativas son múltiples con respecto a los agenciamientos que se pueden presentar de acuerdo con los intercambios y relaciones entre afectos4. Pero ¿qué hace que los agenciamientos y ensamblajes que componen al sujeto se presenten de una manera específica? Ahora la naturaleza del cuerpo no está dada de antemano, su configuración corresponde a la de un cuerpo compuesto que afirma la existencia a partir de la conservación del movimiento según la interacción de los componentes que allí se encuentran. Por medio del devenir el sujeto puede construir vínculos con aquello que se presenta en el recorrido de la cartografía que comienza a trazar; generando redes en el espacio que ocupa por medio de los encuentros, las afecciones e intensidades que allí coincidan.

El desplazamiento se considera como una trasformación; este no necesariamente responde a un cambio de lugar corporal, sino a la forma como el sujeto concibe el entorno y la relación que establece desde la consideración de fuerzas que exceden la función asignada o asignable desde “un tipo muy particular de multiplicidades: multiplicidades no métricas, acentradas, rizomáticas, que ocupan un espacio sin “medirlo” y que solo se pueden “explorar caminando sobre ellas”” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 376). La multiplicidad de flujos que se desplazan en el espacio o en el cuerpo poblado del nómada no dan cuenta de un movimiento regulado sino de la producción de afectos, y las variaciones en el espacio que se trazan de acuerdo con la fuerza y capacidad de ocuparlo. El sujeto puede dar cuenta de sus relaciones de una forma divergente, lo cual permite que

[...] cada uno se afirme en la posición singular que ocupa, que la haga vivir, que la articule con otros procesos de singularización y que se resista a todas las tentativas de nivelación de la subjetividad [.]. A cualquier escala que esas luchas se expresen o se agencien, tienen un alcance político, ya que tienden a cuestionar el sistema de producción de subjetividad. (Guattari y Rolnik, 2006, p. 65)

El nómada, asociado a la perspectiva de Guattari y Rolnik, se encuentra en una zona intermedia: parte de una localización, pero está dispuesto a transformarse y desarrollar su potencia a partir del despliegue de una serie de afectos por medio de las relaciones que puede instaurar. Su reconfiguración, sin identidad establecida, se comprende por los devenires que forman relaciones que no pueden ser categorizadas desde la oposición a la estructura tradicional y la búsqueda de reconocimiento de la identidad femenina. Los devenires que se presentan en la reconfiguración de la subjetividad nómade apelan a la capacidad creativa y productiva de la composición o ensamblaje que se está formando como una actividad generadora: “no es una cuestión de infraestructuras materiales que condicionan directamente la subjetividad colectiva, sino de componentes esenciales para que determinada ordenación adquiera consistencia en el espacio y en el tiempo como función de transformaciones” (Guattari, 1996, p. 19).

La fuerza por la cual el sujeto nómade genera relaciones y traza rutas compone los elementos que motivan su producción, que “no se distingue ni por la cualidad objetiva de los lugares ni por la cantidad mesurable de movimiento [.] sino por el modo de espacialización, por la manera de estar en el espacio, de relacionarse con el espacio” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 490). Es más, la localización evidencia que la diferencia no es solo una y bien definida; al contrario, al estar localizados hay una serie de rasgos innegables que afectan la producción de subjetividades. Dichos rasgos corresponden a la aceptación de la multiplicidad en la experiencia del sujeto fuera de una estructura que determine las maneras bajo las cuales se asigna una función o se interactúa con los objetos: “Todas estas variables pueden ser agrupadas bajo dos grandes rubricas: las singularidades o haecceidades [...] y las operaciones relacionadas con ellas como procesos de deformación o de trasformación; cualidades afectivas o rasgos de expresión” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 407).

Si bien la singularidad o haecceidad puede partir desde la perspectiva de la sexualidad, el rasgo expresivo se desarrolla más allá de la comprensión de un sistema orgánico y funcional. La sexualidad se presenta bajo la composición de un cuerpo, pero las dinámicas corresponden a la relación de objetos parciales que se conjugan desde la configuración del deseo. El deseo materializado en un cuerpo no puede comprenderse desde una postura pasiva que acepta la formación biológica y su utilidad de acuerdo con una determinada forma de acción (las formas asociadas a la obtención del placer, por ejemplo). Al contrario, se vuelve activo en la medida que genera un proceso productivo:

La sexualidad pone en juego devenires conjugados demasiado diversos que son como n sexos, [...] lo que no se puede reducir a las penosas metáforas entre el amor y la guerra [...]. La sexualidad es una producción de mil sexos, que son otros tantos devenires incontrolables. (Deleuze y Guattari, 2010, p. 280)

Las relaciones en el proceso de subjetivación forman parte de la expresión del deseo del sujeto nómade: los elementos circulan para el desarrollo de la potencia del cuerpo compuesto. ¿Cuál sería la cartografía que conforma ese cuerpo? ¿Bajo qué presupuesto se vinculan los elementos que lo componen? La disposición de los elementos heterogéneos no puede expresarse de forma unívoca. La respuesta a las preguntas enunciadas está dada desde las singularidades que se presentan en el proceso de subjetivación, en el que “el deseo no tiene por objeto a personas o cosas, sino medios enteros que recorre, vibraciones y flujos de todo tipo” (Deleuze y Guattari, 2014, p. 302).

Aunque no se genera una respuesta determinada, es posible rastrear devenires que permiten hacer evidente el deseo en medio de la subjetivación. Para poder hacerlo es necesario considerar formas expresivas, como es el caso de la concepción de seducción de Jean Baudrillard (2011), quien muestra al deseo desafiando el destino anatómico de los cuerpos. El desafío se da “de forma espontánea, con una evidencia fulgurante -no tiene que demostrarse, no tiene que fundarse- está inmediatamente ahí” (p.17). Es la espontaneidad la que permite asumir el proceso como subjetivación: la circulación de la seducción produce aquella fuerza que motiva a emprender el desafío al destino anatómico. La seducción no detiene su proceso de circulación ni siquiera para definir los roles de los elementos o sujetos que se articulan en su producción: “hay algo de impersonal en todo proceso de seducción” (Baudrillard, 2011, p. 97). Como en una composición nómada, el ensamblaje de los múltiples aspectos que entran en el devenir propio de la seducción está orientado por un proceso vívido; atravesado por las más diversas fuerzas afectivas, simbólicas, imaginarias, de goce.

Comprendiendo a la seducción como un proceso de devenir, se señala como “una alternativa al sexo y al poder [...], fuera de la posición masculino/femenino. [...] Una transsexualidad de la seducción que toda la organización sexual tiende a doblegar” (Baudrillard, 2011, pp. 14 y 15). Así, se da paso a devenires de otro orden que potencian el lugar del cuerpo a partir de los artificios que lo componen. Lo femenino (el artificio) no es identificado con la diferencia sexual, sino con la posibilidad de entrar en el juego de la seducción, en una suerte de “vacilación sexual” (Baudrillard, 2011, p. 19). A partir de un devenir de este tipo, el sujeto nómade puede encaminar su producción hacia la elaboración de un cuerpo compuesto de elementos en los cuales se deshace la sexualidad. El deshacer no supone la abolición de las fuerzas, sino la recomposición a partir de nuevos elementos. En el caso de la seducción, la reconfiguración puede presentarse por la vía del travestismo, en la que se instala un devenir mujer, que implica hacer uso de elementos que oculten un “estado natural” para poder feminizar rasgos desde el artificio; independientemente de la delimitación de dichos rasgos a partir de una postura tradicional.

La composición del cuerpo se produce desde la mezcla de elementos que provocan la fascinación de seducir y ser seducido, “[...] actúa en los confines de lo artificial, que hace y deshace al mismo tiempo hasta la perfección los mecanismos de la femineidad (.). Aquí se dice que la femineidad no tiene ser [.]” (Baudrillard, 2011, p. 21). Desde esta perspectiva, la seducción se asume desde la multiplicidad, la manada que caracteriza al nómade. No circula necesariamente en la idea de intersubjetividad, sino en la conformación de un cuerpo colectivo poblado de los elementos que le permiten devenir. El travesti no hace uso del maquillaje, la ropa o las prótesis; dichos elementos son parte del proceso de singularización que allí se configura, circulan deshaciendo el sexo para hacer surgir la seducción.

Así como este cuerpo poblado se conforma de artificios elaborados, también conlleva un devenir animal, pues “en los animales es donde la seducción adquiere la forma más pura, en el sentido de que en ellos el alarde del seductor parece como grabado en el instinto” (Baudrillard, 2011, p. 86). El adorno también surge como natural, pero su inscripción carece de la réplica de un animal por parte del seductor, quién no pretende representar las posturas o reflejos desde los cuales el animal seduce, sino que se incorporan. La seducción no solo desdibuja la anatomía como destino; supone la incorporación de diversas fuerzas en la conformación del sujeto nómade, quien integra los elementos en la nueva corporalidad que se configura. “Este cuerpo es tanto biológico como colectivo y político; sobre él se hacen y deshacen dispositivos [agencements], es el portador de los puntos de desterritorialización de los dispositivos” (Deleuze, 2002, p. 127), en él radica la posibilidad de abandonar las categorías que encasillan al sujeto bajo un rol determinado.

La singularidad que se presenta no solo afecta la relación y aceptación de los sexos, su configuración irrumpe en todos los sistemas en los cuales el sujeto se ve envuelto: las formas de relación, la percepción y, claramente, la capacidad productiva. La coexistencia de los elementos que configuran uno o varios devenires está en la capacidad de mantener, interconectar y trasformar los componentes que allí surgen, suponiendo que el sujeto nómade propicia el surgimiento del devenir a partir de la multiplicidad.

El sujeto nómade no se encuentra en el ámbito de la estabilidad, su condición se pliega constantemente en una circulación del afecto como la efectuación de una potencia, la cual puede desarrollarse de acuerdo con las relaciones que se generan en la multiplicidad (Deleuze y Guattari, 2010, p. 246). Si bien es posible hablar de un sujeto localizado, las composiciones que comienza a descubrir con respecto al entorno y a las posibilidades de relacionarse con él corresponden a nuevos niveles “zonas de intensidades liberadas en donde los contenidos se deshacen del significante que las formalizaba” (Deleuze y Guattari, 1998, p. 25); es esta circunstancia la que posibilita la conjunción entre nomadismo y subjetividad. Sin embargo, este tipo de relaciones, aunque son constantes, pueden extinguirse si su producción es anulada. Por un lado, existe la posibilidad de que la conexión que se establece entre los elementos desaparezca cuando en el proceso el cuerpo “ya no está apto para ser afectado de un gran número de maneras” (Deleuze, 1999, p. 209). Esto hace referencia a la trasformación y la intensidad propias del ensamblaje: cuando los elementos pierden la fuerza con la cual se integraron al proceso, desaparecen de este, lo que facilita pasar de un devenir a otro.

Por otro lado, la idea de la anulación también puede presentarse por la afección de otros cuerpos sobre aquel que está produciendo. Cuando el sujeto padece con respecto a una fuerza que es ejercida sobre él, pierde la capacidad de expresión. La posibilidad de creación desde las relaciones que pueden generarse en la configuración de la subjetivad nómade queda limitada, y por lo tanto, la afirmación del deseo y posibilidad de acción se ven refrenadas por relaciones ajenas al sujeto. Se contrapone a la potentia una mediación del poder hacia el otro como potestas5lo cual implica someterse a las condiciones que el otro propone.

Nuevamente aparece en el escenario la problemática rastreada en la comprensión de Braidotti. La aceptación de un interlocutor válido que asuma una postura definida y afirmada “como la actividad destinada a articular las cuestiones de la identidad del individuo, del cuerpo y del género con las cuestiones relacionadas con la subjetividad política [...]” (Braidotti, 2000, p. 70) puede resultar en la descomposición de las relaciones que el sujeto ha producido a partir de su potencia en aras del reconocimiento y la posibilidad de legitimar un sujeto alternativo:

Es como si, a partir de cierto punto, cualquier acontecimiento político decisivo tuviera siempre una doble faz: los espacios, las libertades y los derechos que los individuos conquistan en su conflicto con los poderes centrales preparan en cada ocasión, simultáneamente, una tácita pero creciente inscripción de su vida en un orden estatal, ofreciendo así un nuevo y más temible asiento al poder soberano del que querían librarse. (Agamben, 2003, p. 154)

En un escenario de este tipo, el sujeto cede su capacidad de acción por la consecución de intereses compartidos bajo la consigna de la resistencia política y la búsqueda de legitimación. Esta orientación puede llevar a la disociación de las composiciones propias del sujeto nómade hacia la conformación de un “poder constituyente [al que] le corresponden revoluciones e insurrecciones, es decir, una violencia que establece y constituye el nuevo derecho” (Agamben, 2013, párr. 32). En la mediación política que propone constituir una serie de derechos que acojan a una comunidad, se asume la idea de un fundamento estático. Si bien Braidotti (2013) afirma que la posibilidad de flujo es un aspecto constitutivo de la subjetividad nómade, ante el escenario contemporáneo asume lo siguiente:

[i]t is urgent to set a new posthuman6 social agenda. The limits and limitations of posthuman bodies must become the object of collective discussions and decisions across the multiple constituencies of our polity and civil society, in a manner that does no assume the centrality. (p. 196)

Entonces, esta nueva agenda social, aunque resulte de una forma de diferencia específica o la ordenación de la alteridad, supone una contradicción para el sujeto nómade: “[...] de modo que es el intento de producción de la comunidad y de construcción de una unidad política sustancializable aquello que atenta contra la comunidad misma, contra la comprensión de la otredad” (Gudiño, 2011, p. 40).

Se presenta como si el sujeto nómade, ante la formalización de sus rasgos de expresión, “naturalizara” sus experiencias bajo un nuevo orden. Así, por medio de la voluntad y actos deliberativos, el sujeto asume conciencia de sus capacidades productivas, “[...] donde los fenómenos de resistencia son una especie de imagen invertida de los dispositivos y tienen sus mismas características, [...] como si fueran su “contrario”; pero esta dirección, más que ofrecer una salida, [.] cierra todas las puertas” (Deleuze, 2007, pp. 125,126). La comprensión del lugar político del sujeto, desde la interpretación que se ha hecho de Braidotti, supone la producción de composiciones que se cierran hacia un destino, como si la potencialidad se determinara por la acción política encaminada al reconocimiento.

Entonces ¿cómo desarrollar la subjetividad nómade sin recaer en una fuerza que coaccione la capacidad productiva como potestas? La cuestión estaría en la capacidad que tiene el sujeto para poder generar relaciones desde la disolución de las formas precedentes, en las que la interacción con el mundo se establece desde la apertura. La posibilidad de reconfigurar la subjetividad nómade está dada, nuevamente, desde el devenir que se transforma en la medida que las relaciones superan la recuperación de una forma o concepto. La relación no se motiva por la finalidad que tenga, se traza como una expresión del deseo que “no está relacionado con ninguna falta, no está medido por ningún placer y no es trascendido por ningún goce” (Deleuze, 2015, p. 186): Su consideración no supone conseguir algo ajeno a la relación, sino intensificar la composición que se genera desde los elementos presentes en el devenir. Si tomamos, como Braidotti, el caso referido al devenir mujer bajo la singularidad de la subjetividad nómade, la cuestión estaría en la capacidad que se tiene para poder generar relaciones desde la disolución de las formas precedentes. Así, se componen una serie de relaciones que configuran su expresión desde lo femenino a partir de la singularidad: se compone el devenir desde la potencia que proporciona asumir un nuevo estado de cosas, en tanto que “uno ha pintado el mundo sobre sí mismo, y no a sí mismo sobre el mundo” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 204).

El deseo no se limita; se estimula desde la producción de la subjetivad nómade a partir de “la producción de una subjetividad que autoenriquezca de manera continua su relación con el mundo” (Guattari, 2015, p. 35). La potentia aparece como una fuga a la condición de potestas en la configuración de la subjetividad nómade “en la medida en que depone de una vez por todas el derecho, inaugura inmediatamente una realidad nueva [...] no es esencialmente una obra sino una experiencia” (Agamben, 2013, párr. 35). Así, su materialización en el escenario político está dada en la trasformación del sujeto, bajo la idea creadora del deseo como el rechazo de la unificación de los afectos.

El desarrollo afirmativo de la subjetividad nómade amplía las formas, escenarios y composiciones del sujeto en relación directa con su entorno. El asunto no es asumir una postura determinante ante las circunstancias, una forma que esquematice el rumbo del deseo y el devenir. Al contrario, el ensamble de las piezas está caracterizado por la incorporación de la multiplicidad y la autoproducción como la posibilidad de desarrollar la potentia que “coincide íntegramente con la destitución de las condiciones sociales y biológicas en las que esta se encuentra arrojada” (Agamben, 2013, párr. 53). Es decir, la reconfiguración permite nuevas formas de existencia, en las cuales los conceptos, los significados y las composiciones tienen la cualidad continua de transformarse. Así, la cuestión que vincula el nomadismo a la subjetividad “no es tanto un asunto de convencer sino de estar abierto a las cosas [...] hacer visibles las cosas que de otro modo permanecerían ocultas” (Deleuze, 1996, p. 245).

Conclusiones

La configuración de la subjetividad nómade que realiza Rosi Braidotti aporta una nueva perspectiva de la subjetividad en la que se reconoce a la diferencia. Esta concepción permite comprender la subjetividad como un proceso de circulación, en el que la composición del sujeto se asume de una forma particular de acuerdo con su localización. La autora expresa la posibilidad del sujeto para asumir la existencia en medio de diversas relaciones que se presentan en su entorno, considerando las singularidades y la creatividad en medio de procesos. Además, los componentes de la subjetividad, en este escenario, se asumen como una expresión del deseo articulada con la acción consciente y deliberada de diversas formas de resistencia y autoafirmación.

En este sentido, la posición que toma la mujer consciente de los diferentes niveles de dicha diferencia es cambiante y le permite situarse de acuerdo con las diversas formas de expresión de su deseo7. La consideración de la subjetividad femenina como una posibilidad de nomadismo pretende aceptar el aspecto relacional y múltiple que conlleva la diferencia sexual, comprendiendo que el “sujeto es un proceso hecho de desplazamientos y de negociaciones constantes entre diferentes niveles de poder y de deseo” (Braidotti, 2005, p. 38). Su concepción de subjetividad no es unitaria y expresa una serie de figuraciones inacabadas y relacionales que pueden fluir.

A pesar de que la autora evidencia una trasformación del concepto de subjetividad, este se delimita a través de la diferencia sexual. En efecto, como una diferencia que ha sido motivo de exclusión a lo largo de la historia, la diferencia sexual, y por lo tanto la imagen de mujer, debe ser trasformada por medio de la singularización y la posibilidad de generar relaciones múltiples de carácter expresivo y creativo. Sin embargo, cuando se considera dicha diferencia como un tópico suficiente para la aparición y el desarrollo de la subjetividad nómade se retorna a un modelo de organización en el cual, a partir del reconocimiento de una imagen estable, se corre el riesgo de anular o estancar los devenires en un intento de nivelar la subjetividad. Además, aunque Braidotti desarrolle una amplia discusión con respecto al género, no puede asegurarse que todo devenir o proceso de singularización trace una cartografía que tome por norte la diferencia sexual enmarcada en lo femenino.

Sumado a lo anterior, no solo la sexualidad presenta diversas formas desde los procesos de singularización y devenir. El deseo, entendido como la potencia que posibilita generar múltiples relaciones, no puede reducirse a “funciones fisiológicas, o a funciones de reproducción o a alguna dimensión particular del cuerpo. [...] Desde esta perspectiva, de lado del individuo y del cuerpo, existen singularidades complejas que no pueden ser rotuladas” (Guattari y Rolnik, 2006, p. 325). Aunque Braidotti afirme que la cuestión de la diferencia sexual permite generar una identidad y una serie de representaciones cambiantes de final abierto, no puede ser indiferente a las características mencionadas y cómo estas pueden reprimir o moldear los devenires de la subjetividad nómade.

Claramente, la insistencia de Braidotti con respecto a la reconfiguración y el reconocimiento de la diferencia sexual está dada por la necesidad de trasformar las prácticas de la mujer y configurar una nueva forma de participación política. Desde la estructura del sujeto nómade se justifica que “el activismo político también debe ser multiestratificado y tan internamente diferenciado como el mundo en que se mueve. [...] Lo sustenta el compromiso político; es un cambio de perspectiva cualitativo, un anhelo de resistencia y acceso a derechos” (Braidotti, 2009b, p. 121). Pero ¿hasta qué punto la búsqueda de reconocimiento de la diferencia interviene en la producción nómade? En efecto, la subjetividad nómade presenta de manera afirmativa la diferencia y su comprensión puede percibirse como una forma de resistencia8. Sin embargo, cuando se concibe la subjetividad nómade más allá de la diferencia sexual se presenta como una producción creativa y expresiva del sujeto, como una forma de descubrimiento a partir del deseo, sin establecer una finalidad determinante.

La concepción de subjetividad no es unitaria y expresa una serie de figuraciones inacabadas y relacionales que pueden fluir, dejando el espacio abierto para la aparición de la subjetividad nómada. Es más, “la cuestión de las figuraciones puede constituir un eslabón importante, en la medida en que marca un desplazamiento del contenido propositivo de las ideas en pro de la carga, la cualidad, y el nivel de intensidad expresado por ellas” (Braidotti, 2005, p. 92). Pero considerar la expresión de la diferencia sexual como la figuración por la cual el deseo es capaz de producir los procesos de subjetividad es diferente de configurarla como una posición de representación e identidad. Si bien los devenires pueden surgir desde la diferencia sexual, afirmar que su producción está mediada por la necesidad del reconocimiento y consecución de derechos en el campo político implica una trasformación de otro tipo, que permita legitimar las prácticas de la mujer como tópico representativo de la diferencia. El sujeto nómade, fuera de la representación y el reconocimiento, crea las condiciones desde las cuales se puede trazar una cartografía que se compone por medio de la materialización del deseo y la relación de fuerzas desde de un proceso de singularización. 


Notas

1Este artículo es la síntesis del trabajo de grado presentado para optar al título de Maestría en filosofía de la Universidad del Rosario. El proceso fue dirigido por el profesor Adolfo Chaparro Amaya.

2Braidotti asocia las características de la subjetividad tradicional con la condición masculina, blanca y europea, que “implica una visión del «sujeto cognoscente» (Lloyd, 1985) que excluye varios «marcadores de límites» como los «otros constitutivos», [.] la diferencia en un sentido peyorativo” (Braidotti, 2009b, p. 54). En este sentido, la mismidad mencionada en el texto hace referencia a la imposibilidad de incluir aspectos diferentes a esos términos, o por lo menos en una condición que afirme sus características.

3Algunas de las características de este tipo de diferencia se pueden evidenciar en “la diferencia sexual nivel 1” (Braidotti, 2000, p. 187).

4La comprensión de los afectos se establece desde el concepto que Deleuze construye a partir de la lectura de Spinoza, considerando que “Los afectos se pueden entender de dos maneras: primero, un afecto es una imagen de una cosa, pero también un afecto mide el aumento o disminución del poder de actuar” (Boyer, 2003, p. 101).

5La definición que se toma en este escrito acerca del término potestas se asocia a la comprensión que hace Agamben en los textos del Homo Sacer.

6Posterior a la enunciación de la subjetividad nómade Rossi Braidotti amplía su proyecto bajo la concepción del poshumanismo, en la que establece orientaciones de carácter ético, político y social en la configuración de lo humano en la época contemporánea. En este sentido el posthumanismo sigue la línea de la subjetividad nómade. Si desea ampliar la comprensión de esta perspectiva y los antecedentes que la fundamentan puede consultar el texto The Posthuman (Braidotti, 2013).

7Acerca de las múltiples diferencias que se trazan en la caracterización de la mujer, se pueden distinguir los tres niveles de diferencia que Braidotti enuncia en el quinto capítulo de su libro Sujetos nómades. Además, se debería considerar “a este respecto, el análisis de la Mujer en oposición a, pero también en complicidad con, las mujeres de la vida real activa; la distinción que separa la institución o la representación (Mujer) de la experiencia (mujeres)” (Braidotti, 2005, p. 42), lo cual no solo generaría una perspectiva de análisis de los tres niveles que allí aparecen sino la relación que se genera desde los diversos puntos de vista de “la mujer”. Sería lícito preguntarse si este tipo de categorización no representa ya una forma de percibir la identidad del sujeto nómade femenino en una serie de características estables.

8Si bien el concepto de resistencia no se aborda en la crítica a Braidotti, también resulta problemático, pues “si la resistencia se convirtiera en un derecho y por añadidura en un deber [...], la constitución no solo terminaría por ser un valor absolutamente intangible y omnicompresivo, sino que también las opciones políticas de los ciudadanos acabarían por estar jurídicamente normatizadas” (Agamben, 2004, pp. 22-23).


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