Enfermedad y literatura: una perspectiva desde Kierkegaard y Kafka1
Sickness and Literature: A Perspective Taking into Account Kierkegaard's and Kafka's Points of View
Universidad de Salamanca (Provincia de Salamanca, España) Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Bogotá, Colombia) fabio.bartoli@usal.es
Resumen
En este artículo se reflexiona sobre la relación entre literatura y enfermedad, concentrando la atención en la perspectiva de Kierkegaard y de Kafka. Después de analizar la postura kierkegaardiana (Diarios, El concepto de Angustia y La enfermedad mortal) se pasa a la kafkiana (Diarios, Carta al padre y Cartas a Felice) y, finalmente, se comparan los resultados obtenidos. De este modo, se pueden apreciar las diferencias entre los dos planteamientos y, sucesivamente, utilizar los elementos en común para esbozar unas características interesantes sobre la relación entre literatura y enfermedad en los siglos XIX y XX en el contexto de influencia alemana. Esto nos lleva a reflexionar sobre las conexiones causales entre la enfermedad y la literatura, y sobre el contexto social o íntimo en el cual estas se desarrollan.
Palabras clave: Kierkegaard, Kafka, literatura, enfermedad, estética, filosofía de la literatura.
Abstract
I analyze the topic of sickness in relation to 19th and 20th Century Literature in the Germanophile area. In particular, I examine Kierkegaard's and Kafka's perspectives. In the case of Kierkegaard, he principally wrote about sickness in his diaries, and in two important books: The Concept of Anxiety and The Sickness unto Death. However, Kafka wrote about the same theme in all his diaries. Therefore, in this study, I will compare the different perspectives of these two authors in relation to both sickness and literature. Through this, I will attempt to extract any key aspects that can be used for identifying a more general relation between sickness and literature in the 19th and 20th Centuries. To achieve this aim, I will firstly scrutinize Kierkegaard's posture, and then Kafka's posture. Following this, I will compare the findings to draw general conclusions.
Keywords: Kierkegaard, Kafka, literature, sickness, esthetics, philosophy ofliterature.
Fecha de recepción: noviembre 30 de 2019
Fecha de aceptación: mayo 26 de 2020
I. Introducción
JEn este artículo queremos analizar algunos aspectos de la relación entre literatura y enfermedad,2 concentrando la atención en dos autores: Kierkegaard y Kafka. Pero antes quizá vale la pena dedicar algunas palabras para justificar la elección de considerar y comparar estos dos autores.
En el caso de Kafka, la motivación es bastante evidente, pues el escritor checo fue a lo largo de toda su vida un enfermo, y en sus escritos este tema aparece a menudo.
El caso de Kierkegaard puede ser un poco menos claro, no tanto por la relación de este filósofo con el tema de la enfermedad, pues de hecho un libro suyo se titula precisamente La enfermedad mortal (Kierkegaard, 2008), sino por su asociación con el mundo de la literatura. Sin embargo, encuadrar el escritor danés en el mundo literario, y no en el filosófico, no genera inquietudes desde un punto de vista metodológico. Esto se hace evidente si se considera la peculiaridad de su producción durante toda su vida, porque aunque es indudable que él quiso expresar ideas filosóficas, su medio de comunicación fue, sobre todo, de naturaleza literaria.3
Finalmente, vale precisar que clasificar a un autor como literario no implica excluirlo del mundo filosófico, pues viceversa, tampoco las dos cosas se excluyen entre ellas (cfr. Bartoli, 2019). Queremos ser claros en este punto porque esta permeabilidad entre la Filosofía y la Literatura es una parte importante de la motivación que nos impulsa a comparar el escritor checo y el filósofo danés.
Adicionalmente, esta comparación se justifica si se considera que la enfermedad ha sido un tema fundamental para la Filosofía de la existencia, aspecto relevante porque estos dos autores se pueden considerar, a todos los efectos, pensadores muy importantes para esta manera de examinar el mundo y ambos han tratado mucho el argumento. De hecho, no somos los primeros en equiparar estos escritores, pero su relación con la enfermedad no aparece como la clave de lectura central, operación que nos parece del máximo interés.
Con estas premisas, los objetivos propuestos con este trabajo son, de una parte, analizar las concepciones de Kierkegaard y Kafka en relación con la enfermedad, y de otra, por medio de la comparación de estas dos concepciones —bastante diferentes entre sí— destacar algunas características interesantes de la relación entre literatura y enfermedad.
Desde un punto de vista práctico, este artículo tiene la siguiente estructura: en primer lugar, se analizará la relación entre Kierkegaard y la enfermedad, poniendo nuestra atención en los libros en los cuales desarrolla mayormente estos temas: El concepto de angustia (Kierkegaard, 2016) y La enfermedad mortal (Kierkegaard, 2008); sucesivamente se analizará la relación de Kafka con la enfermedad, concentrando la atención en sus cartas privadas, que son una mina de información sobre su posición en relación con este tema; y, finalmente, se compararán las dos concepciones para extraer las conclusiones generales.
II. Kierkegaard y la enfermedad
El tema de la enfermedad en Kierkegaard se puede analizar distinguiendo dos momentos bien distintos, marcados por el año 1848:
1) Melancolía hereditaria y angustia
Kierkegaard estuvo siempre convencido de que sobre su familia pendía una terrible maldición debida, probablemente, aunque no sea seguro, a un pecado juvenil cometido por el padre.
Este acontecimiento, que Kierkegaard daba por cierto, condujo a que pasara toda su vida abrumado por un estado de ánimo que consideraba como una verdadera enfermedad, la melancolía!4 Esta condición mental no solo era obligada, también era hereditaria, pues toda la descendencia del padre habría tenido que compartir este espantoso aguijón en la carne. En este caso, no hay nada mejor de las palabras del mismo protagonista para describir esta agobiante situación:
Soy, en el más profundo de los sentidos, una individualidad infeliz. Desde los primeros años he permanecido enclavado en una forma de sufrimiento que lindaba con la locura, la cual debe de tener su más profunda razón en la desproporción entre mi alma y mi cuerpo; porque (y esto es lo más extraño y a la vez mi infinito consuelo), este no guarda relación con mi espíritu, y así, debido tal vez a la tensión entre cuerpo y alma, se produce una elasticidad que rara vez se encuentra.
Un anciano, extraordinariamente melancólico también él (no quiero describir la manera) tiene un hijo al cual toca como herencia toda esa melancolía, pero quien posee al mismo tiempo una elasticidad de espíritu que le permite ocultarla. Precisamente porque su espíritu, en un sentido eminente y esencial, es sano, su melancolía no puede tener poder alguno sobre él; por otra parte, el espíritu es incapaz de eliminar a dicha melancolía. A lo sumo logra hacerla soportable.
Un joven (quien con juvenil audacia deja entrever una enorme fuerza y me permite suponer un camino de salida para aquello que había comenzado por un equívoco doloroso, el camino de salida, la ruptura del noviazgo [...]), en el momento más solemne arroja sobre mi conciencia un homicidio, y un padre afligido repite solemnemente la certidumbre de que aquello sería la muerte para la muchacha. No me interesa que tales palabras fueran charla pura.
Desde este momento, dedico mi vida con todas mis energías, bien pobres por cierto, al servicio de una idea. [...] Aquella dolorosa desproporción y sus sufrimientos (los que indudablemente habrían impulsado al suicidio a la mayoría de los que poseyeran espíritu suficiente para comprender la miseria del tormento) yo la he considerado como "mi aguijón en la carne", mi límite, mi cruz. Pensé que ése fuera el precio que Dios me había cobrado por mi fuerza de espíritu, sin par entre mis contemporáneos. Esto me enorgullece, "pues estoy destruido"; mi deseo se ha convertido para mí en amargo dolor y en cotidiana humillación. (Kierkegaard, 1955, pp. 154-156)
Hemos decidido reportar in extenso estas reflexiones de Kierkegaard porque en ellas se pueden encontrar todos los elementos útiles para nuestro análisis. Probablemente, lo que resulta más interesante y que merece ser destacado es que este profundo sufrimiento comportaba también un compromiso, porque solo gracias a esta profunda melancolía habría podido encontrar la fuerza de cumplir su tarea de escritor al servicio de Dios. De hecho, fue por esta melancolía que Kierkegaard decidió romper el noviazgo con su queridísima Regine Olsen: él no habría podido atreverse a compartir su maldición con esta mujer tan jovial y, sobre todo, tampoco habría podido sacrificar su actividad de escritor en favor de su vida matrimonial (Kierkegaard, 1955, p. 300). Pero, además, hay otro aspecto que parece relevante: Kierkegaard no ignoró la posibilidad de que en su estado de malestar hubiera podido influir un problema físico. Por esto, en el fragmento se ve que él consultó un médico, quien, luego de haberlo valorado, le contestó que tenía serias dudas sobre la posibilidad de que el físico pudiese ser un factor determinante de su situación.
En este primer momento se puede ver que Kierkegaard plantea la cuestión de la enfermedad de la siguiente manera: un sujeto se encuentra con una maldición que pesa sobre su familia y sobre él mismo, lo que lo lleva a enfermarse de melancolía. Este mismo sujeto trata de vivir plenamente su condición lamentable asignada por Dios y de dedicarse completamente a su actividad literaria, actividad que él decide poner al servicio del mismo Dios que le ha enviado la maldición y su consiguiente estado de melancolía. Solo gracias a este estado de sufrimiento, y utilizando como medio la literatura, Kierkegaard encuentra la posibilidad de cumplir su tarea a favor de lo divino, que se puede resumir como: explicar a los cristianos que están convencidos de vivir una vida cristiana, cuál es el verdadero estilo de vida cristiano (cfr. Rocca, 2012, p. 56), para así acercarlos nuevamente a Dios.
Posteriormente, con su obra El concepto de angustia, Kierkegaard (2016) agrega elementos a este primer planteamiento.
En este libro, donde la reflexión gira toda en torno al tema del pecado original,5 vemos que hay una relación entre melancolía y angustia. Valga precisar que no haremos un análisis detallado del concepto de angustia en Kierkegaard,6 sino que solo destacaremos los elementos fundamentales para el tema de este artículo, es decir, la relación entre literatura y enfermedad.
Así las cosas, la angustia tiene mucho que ver con la libertad. Aquella se puede ver como una sensación de malestar que surge por la posibilidad de ser libre, o como una sensación de malestar que deriva de una percepción de falta de libertad (cfr. Grõn, 1995, p. 22). De esto se puede concluir que nadie nace libre, la libertad es una condición que se debe conquistar, de lo que se deriva una consecuencia muy interesante:
La libertad actúa, si bien no es libre y no lo hace por su culpa. No siendo libre, no pudiendo hacer el bien, hará el mal; y sin embargo, es culpable, como si hubiera podido hacer el bien. Le es imposible hacer el bien, pero el resultado de esta imposibilidad le es atribuido como si hubiese podido hacer el bien. La angustia es posibilidad de libertad, en consecuencia, todavía no es libertad en todo el sentido de la palabra. Empero, la primera acción de Adán, presa de la angustia, es necesariamente un pecado, a pesar de que la angustia misma no sea pecado. El pecado surge, no se sabe cómo, con un salto cualitativo, antes de que surja la libertad. (Rocca, 2012, p. 141)
De esto se deduce que cada ser humano peca porque está en un estado de angustia. Entonces, la angustia es aquella en virtud de la cual el hombre, puesto en una situación de inocente (e ingenua) libertad, comete necesariamente pecado.
Ahora bien, con este breve resumen hemos aclarado que para Kierkegaard hay una relación causal directa entre angustia y pecado. Más precisamente, el pecado nace de la angustia. Con esta premisa clara, podemos describir la relación entre melancolía, angustia y pecado en los siguientes términos: la angustia es una condición de libertad no totalmente libre, en la que se encuentra cada hombre después de su nacimiento. Dicha libertad, no pudiendo quedarse inmóvil, comienza a actuar; y actuando, lo único que puede hacer es cometer —involuntariamente (cfr. Kierkegaard, 2016, p. 159)— un pecado. En el caso particular de Kierkegaard, es justamente el pecado el que genera la melancolía que lo aflige tanto. Sin embargo, es importante precisar que no todas las personas que cometen pecado están afectadas por la melancolía, pues solo el sujeto que tiene la suficiente conciencia de sí mismo se encuentra involucrado en esta condición. Anticipando un tema que trataremos más adelante, las únicas personas con este don tan excepcional son propiamente los escritores, categoría a la cual Kierkegaard cree pertenecer.
Así, con El concepto de angustia Kierkegaard ha generalizado y comenzado a explicar su condición de melancólico, al tiempo que precisa que se debe a una situación de pecado, la que a su vez deriva de la condición de angustia que atrapa a cada sujeto. No obstante, estas no son las últimas reflexiones que Kierkegaard hace alrededor de este tema. A finales de 1848 envía a impresión el libro donde reflexiona detenidamente sobre la enfermedad (cfr. Rocca, 2012, p. 234) y en el cual profundiza ulteriormente los temas ya tratados de melancolía y angustia. Esto es, La enfermedad mortal (Kierkegaard, 2008), que pasamos a estudiar.
2) La enfermedad mortal
En este texto Kierkegaard reflexiona sobre la que él llama enfermedad mortal, y que precisa en la primera parte: la enfermedad mortal es la desesperación (Kierkegaard, 2008, pp. 38-42). Pero es menester señalar que él la entiende como mortal no porque tenga el efecto de provocar la muerte, sino porque se desarrolla en el marco de una vida que, tarde o temprano, se concluirá con la muerte. Es decir, la muerte es la perspectiva final de esta enfermedad, pero no es causada por ella (Kierkegaard, 2008, pp. 27-29).
Sin embargo, ello no basta para entender plenamente el concepto de desesperación que Kierkegaard desarrolla a lo largo de la obra, pues sucesivamente agregará otros elementos a su tesis:
El hombre es espíritu. Mas ¿qué es el espíritu? El espíritu es el yo. Pero, ¿qué es el yo? El yo es una relación que se relaciona consigo misma, o dicho de otra manera: es lo que en la relación hace que esta se relacione consigno misma. El yo no es la relación, sino el hecho de que la relación se relacione consigno misma. El hombre es una síntesis de infinitud y finitud, de lo temporal y lo eterno, de libertad y necesidad, en una palabra: es una síntesis. Y una síntesis es la relación entre dos términos. El hombre, considerado de esta manera, no es todavía un yo. (Kierkegaard, 2008, p. 33)
Bajo esta lógica, el ser humano es una relación entre términos antitéticos, pero no una relación cualquiera, sino, más bien, una relación que se relaciona consigo misma, y cuyo parámetro de referencia es ella misma y no otro ser humano. Dicho de otra manera, se puede hablar de ser humano solo cuando el yo se relaciona consigo mismo, esto es, cuando se interroga de una manera reflexiva sobre sí mismo.
Ahora bien, si se admite esta naturaleza autorreflexiva del ser humano, aparece el problema de cómo la relación se relaciona consigo misma (cfr. Rocca, 2012, p. 237), y es en este punto que es posible comprender mejor la naturaleza de la desesperación, pues, según Kierkegaard, ella es la relación desequilibrada en una relación de síntesis que se relaciona consigo misma (Kierkegaard, 2008, p. 33). Así entendida, según el autor, la desesperación se puede presentar bajo una de las siguientes figuras:
La desesperación es una enfermedad propia del espíritu, del yo, por lo que puede revestir tres formas: la del desesperado que ignora poseer un yo (desesperación impropiamente tal), la del desesperado que no quiere ser sí mismo y la del desesperado que quiere ser sí mismo. (Kierkegaard, 2008, p. 33)
Este es, entonces, su primer enfoque del problema. Sin embargo, en la segunda parte del libro Kierkegaard vuelve sobre el punto para agregar a su reconstrucción que la desesperación es un pecado, añadiendo además que "hay pecado cuando delante de Dios, o teniendo la idea de Dios, uno no quiere desesperadamente ser sí mismo, o desesperadamente quiere ser sí mismo" (Kierkegaard, 2008, p. 103), con lo cual introduce el concepto de Dios.
En resumen, la enfermedad mortal es la desesperación, que es causada por un desequilibrio en la forma en que el sujeto se relaciona consigo mismo. Pero la desesperación también es un pecado, y lo puede ser solamente en cuanto el desequilibrio se presenta frente a Dios.
Bajo este entendido, emerge el nodo fundamental de toda esta problemática: la relación que se relaciona consigo misma debe tener un punto de referencia, y este es Dios. Solamente teniendo bien claro este término fijo se puede encontrar la cura a la enfermedad mortal, según Kierkegaard. En otras palabras, la desesperación desaparece solo en el instante en que el hombre acepta voluntariamente7 que ha sido Dios quien lo ha creado y que es hacia él que debe dirigir su autodeterminación. En fin, solo conociendo cuál es el fundamento de la esencia de la autorreflexión, esta deja de ser traumática para el hombre.8
Es en este punto que Kierkegaard reflexiona sobre la existencia del poeta en la dirección de lo religioso (Kierkegaard, 2008, p. 103) dentro del marco de la enfermedad mortal. Finalmente, toma una posición neta sobre el estilo de vida que comporta ser escritor:
Sin embargo, [...] toda existencia poética es cristianamente considerada un pecado; el pecado de soñar en lugar de ser, el pecado de relacionarse con el bien y la verdad a través de la fantasía en vez de esforzarse uno existencialmente en serlo. Esta existencia poética de la que estamos hablando se diferencia de la desesperación en cuanto es una existencia delante de Dios. No obstante, es tan enormemente dialéctica, que en este sentido resulta algo así como un laberinto inextricable desde el momento en que nos preguntamos hasta qué punto tiene conciencia oscura de ser pecado. (Kierkegaard, 2008, pp. 103-104)
Este fragmento es bastante claro: la existencia poética es una existencia que se desarrolla en el pecado. No obstante el poeta quiera a Dios y sea consciente de su importancia en su vida, no quiere dar el salto que le permitiría abandonarse completamente a él (Garff, 2015, p. 418). El poeta es reacio a dar ese salto porque tiene miedo de que comporte también perder la condición de dolor en la cual se encuentra y que le permite desarrollar su actividad poética. Con esta reflexión Kierkegaard nos está dejando una huella autobiográfica importante, pues es muy probable que aquí esté razonando sobre su misma condición de escritor (Garff, 2015, pp. 418 y ss.). Considerando esto, y teniendo presente que Kierkegaard plantea la melancolía como un "don divino" que solo el poeta puede disfrutar, se ve cómo el danés ha llegado a una situación conflictiva acerca de su existencia literaria.
Este dilema se puede resumir en la pregunta: ¿la melancolía que Dios me ha impuesto es algo que me legitima a cumplir acciones extraordinarias (por medio de la escritura) o es algo que tengo que soportar humildemente en cuanto ser humano que ha pecado?9, y generalizando la pregunta: ¿la enfermedad es algo que eleva al hombre o no?
Parece que Kierkegaard ya no está muy seguro de la interpretación que había estado dando hasta entonces sobre su melancolía, es decir, que se trataba un don divino que le permitía cumplir actividades extraordinarias. Siguiendo a Garff (2015), Kierkegaard con la enfermedad mortal ha dado una vuelta de tuerca a la interpretación de la melancolía:
De hecho, la melancolía se deja comprender también como desesperación, esto es, como un sufrimiento imputable a sí mismo. [.Entonces] la melancolía es indudablemente un sufrimiento, pero no es solo una anomalía psicosomática, es una desesperación que él [Kierkegaard] tiene que abandonar. (Garff, 2015, pp. 419 y ss.)
Esta tensión nos parece ilustrativa de la manera en la que Kierkegaard plantea el lugar de la enfermedad en la vida literaria. De hecho, lo interesante de todo el planteamiento kierkegaardiano de la cuestión de la enfermedad es esta tensión entre la perspectiva que entiende la enfermedad como algo que el escritor tiene que aprovechar, y la visión de la enfermedad como algo a lo que el escritor debe abandonarse. Estas no son las últimas reflexiones que hará sobre esta cuestión, pero considerando los objetivos de este artículo, es mucho menos interesante ver cómo Kierkegaard intentó resolver esta tensión en cuanto se sirvió de un marco de reflexión muy estricto (de naturaleza teológica específicamente cristiana), parece, en cambio, mucho más interesante analizar una tensión que se pueda generalizar, que no investigar la respuesta puntual de cada individuo. Por eso preferimos no seguir adelante con la reconstrucción del pensamiento kierkegaardiano.
III. Kafka y la enfermedad
Cuando se habla de la relación de Kafka con la enfermedad es necesario empezar por una constatación indispensable: Kafka se sintió enfermo durante toda su vida (cfr. Cermák, 2017), y describía su condición de enfermo en estos términos:
Desde que tengo uso de razón, he tenido que preocuparme con tanta intensidad de afirmar espiritualmente mi existencia, que todo lo demás me ha sido indiferente. [...] No tenía más preocupación que yo mismo, pero esta preocupación adoptaba formas diversas. Había por ejemplo la preocupación por mi salud; comenzó muy pronto; de vez en cuando me asaltaba un leve temor por la digestión, la caída del cabello, una desviación de la columna vertebral, etc.; este temor se incrementaba en infinitas gradaciones hasta que acababa desembocando en una enfermedad real. Pero, como no estaba seguro de nada [.] mi propio cuerpo se volvió para mí inseguro; crecía, me volvía larguirucho, pero no sabía qué hacer con mi estatura, la carga era demasiado pesada, la espalda se encorvaba; apenas me atrevía a moverme, a hacer ejercicio, y quedé convertido en un ser débil; todo aquello que aún me funcionaba, por ejemplo la digestión, me asombraba como un milagro; esto bastaba para que lo perdiese, y así quedaba abierto el camino para la hipocondría, hasta que, con los sobrehumanos esfuerzos de mi deseo de casarme [.], la sangre se me salió de los pulmones. (Kafka, 1984, pp. 49 y ss.)
Leyendo este fragmento de la Carta al padre se nota que Kafka nunca tuvo una relación simple con su cuerpo. Tomando en préstamo sus propias palabras, se definía como hipocondriaco (Kafka, 2013, pp. 46 y ss. y 629-630).10 En continua comparación con la salud física de su padre y, después, de Felice Bauer (que eran personas de fuerte constitución), él pasó toda su vida con la sensación de tener un cuerpo no apto11 para conducir un estilo de vida productivo y sano (Kafka, 1995, p. 107).12 Adicionalmente, había otro hecho que se interponía entre Kafka y un normal estilo de vida: la literatura. Tenía una pasión irrefrenable por esta actividad y se consideraba un escritor hasta el tuétano.
Aunque esta naturaleza no fuera muy compatible con el estilo de vida que los demás, especialmente el padre, esperaban de él, Kafka intentó todo el tiempo seguir una conducta que le permitiera mantener un equilibrio entre lo que sentía que era (un literato) y lo que habría debido ser (un hombre casado y de éxito económico). Dicho equilibrio se habría podido lograr consiguiendo un trabajo que produjera buenas ganancias, y construyendo una familia, preferiblemente con muchos hijos. Con este objetivo en mente, su primer paso fue graduarse de jurisprudencia y encontrar un trabajo que le asegurara un sueldo congruo para independizarse de su familia. A estos primeros éxitos en el campo de la que se puede llamar vida práctica corresponden las primeras renuncias en la vida literaria: para recuperar todo el tiempo que estas actividades "diurnas" quitan a la literatura, escribe y lee en la noche, sufriendo las repercusiones de no dormir la cantidad suficiente de horas. De hecho, empiezan a hacerse siempre más frecuentes los dolores de cabeza y el insomnio debidos a una rutina diaria extremamente desequilibrada (Kafka, 2013, p. 621).13
Sin embargo, para cumplir a cabalidad con el plan faltaba todavía un paso: conseguir novia y después unirse en matrimonio. De hecho, será la relación con Felice Bauer la que dará el golpe definitivo a la precaria salud de Kafka. Cualquier persona que haya leído por lo menos una parte de la multitud de cartas que Kafka envió a su prometida a lo largo de sus 5 años de noviazgo, se habrá podido dar cuenta de que esta relación fue una verdadera lucha entre la voluntad de Kafka de casarse y su miedo de que esta decisión pudiese aniquilar su actividad de escritor. Esta extenuante tensión entre estos dos polos es evidente en las múltiples tentativas de Kafka por terminar la relación con Felice y en las otras tantas por recuperar el noviazgo fracasado. Esta lucha interior se estaba resolviendo a favor de la vida práctica, es más, Kafka y Felice estaban ultimando los detalles de su boda cuando, como por milagro, le diagnosticaron la tuberculosis (enfermedad que en ese entonces llevaba a una muerte segura), regalándole así la escapatoria perfecta para anular definitivamente, y echar por la borda, su compromiso sin sentimientos de culpa por haber escogido la vida literaria. Con este acontecimiento hemos llegado al momento en que Kafka pasa de ser un enfermo imaginario a ser un enfermo de verdad y con diagnosis mortal a cargo. En este punto es interesante ver cómo el mismo Kafka explica la causa de su TBC:
En mi interior hay dos seres que se combaten [.]. Sobre las vicisitudes de la lucha has sido informada a lo largo de cinco años [.]. Esos dos combatientes que hay en mí, o mejor dicho, de cuya lucha -salvo por un pequeño resto martirizado- estoy hecho, el uno es bueno y el otro es malo; de vez en cuando intercambian entre sí las máscaras, lo cual viene a introducir una confusión aún mayor en el ya de por sí confuso duelo. [E]l caso es que, en mi fuero interno, ya no tengo a esta enfermedad por una tuberculosis, o al menos no la considero tal primordialmente, sino que la tengo por una quiebra general. [L]a sangre no proviene del pulmón, sino de la estocada, o de una estocada definitiva, de uno de los combatientes. [V]oy a decirte un secreto [...]: jamás recobraré la salud. (Kafka, 2013, pp. 810-812)14
Este fragmento es ilustrativo de la concepción kafkiana de la enfermedad. Parece que la tuberculosis no proviene de una bacteria, sino que ha sido una respuesta de su cuerpo a la tensión que lo consumía desde hacía varios años. Explicando la metáfora usada por Kafka, los dos combatientes dentro de su cuerpo son la literatura y la vida matrimonial (que a su vez es una representación del estilo de vida judío y burgués de su tiempo). Esta lucha ha sido tan desgastante que al final su físico no ha resistido y se ha quebrantado, enfermándose. De una tal interpretación surgen dos preguntas que trataremos de contestar enseguida: 1) ¿Kafka consideraba este quebranto en su cuerpo como algo positivo o negativo?; 2) bajo el entendido de que pareciera que este problema nace en relación con la literatura, ¿para Kafka es algo malo o bueno tener una esencia literaria?
Para contestar a la primera inquietud tenemos que regresar a la biografía de Kafka. Como sabemos gracias a sus biógrafos15, para el escritor checo la TBC fue un salvoconducto para poder finalmente desahogar su existencia literaria sin tener ningún sentimiento de culpa: nadie puede pretender nada de un moribundo. De hecho, la enfermedad fue el motivo por el cual Kafka concluyó definitivamente el romance con Felice,16 y también le fue posible pedir cada vez más licencias por enfermedad, ganando así el tiempo que tanto quería dedicar a su actividad literaria. Ciertamente, el precio final de dichas "ventajas" era la muerte, pero Kafka pareció tomar muy bien este macabro compromiso.
Aunque no lo parezca, no era raro que en ese entonces los escritores acogiesen con gusto la tuberculosis en sus cuerpos. Como explica detalladamente Sontag, en el siglo XIX y en los primeros años del siglo XX había un fenómeno de romantización de la tuberculosis: "La enfermedad era un modo de volver 'interesante' a la gente —que es la definición original de 'romántico'—" (Sontag, 1996, p. 36).17 Empero, en el caso de Kafka, esta interpretación es, cuanto menos, incompleta. Seguramente Kafka prefirió enfermarse de tuberculosis que no de otra cosa (él también era sensible a los mitos del romanticismo), pero creemos que se habría conformado con cualquier enfermedad siempre que fuese mortal y que le hubiera permitido seguir escribiendo.
Es más, este es otro aspecto de la TBC que hizo que Kafka la viera como un hecho positivo: "[La tuberculosis] era un modo de retirarse del mundo sin asumir la responsabilidad de la decisión [...]. La tuberculosis es un tipo de exilio" (Sontag, 1996, pp. 39 y ss.).18 Además, otra peculiaridad que hay que considerar es que esta enfermedad, para ser curada, forzaba a los enfermos a cambiar su rutina diaria para seguir un estilo de vida más saludable; eso es fundamental para entender la sensación de Kafka, si recordamos que odiaba su rutina diaria y que la consideraba una fuente de malestar. Entonces, podemos resumir la respuesta a nuestra primera pregunta así: para el escritor checo la enfermedad fue un hecho positivo, y lo fue no tanto por su aura romántica, sino por el efecto de eximir de cualquier responsabilidad que ella tenía para quien la contraía.
Ahora bien, para contestar a la segunda pregunta que hemos planteado es menester repetir una relación que resulta fundamental para entender la concepción de la enfermedad en Kafka, esto es, que la enfermedad está directamente relacionada al tema de la literatura. Bajo esa lógica, a primera vista estaríamos tentados a deducir que la literatura es algo negativo, pero en la interpretación de Kafka esto no es cierto, y requiere una explicación más detallada y que en este caso coincide con la respuesta a nuestra segunda inquietud.
En primer lugar, tenemos que empezar con una constatación hecha por el mismo Kafka y que no se puede obviar: él no está solo interesado en la literatura, él es literatura19. No estamos frente a un hombre con una gran pasión por algo, sino, más bien, frente a uno que cree que su esencia es ese algo, no existe nada además de eso. Esta es la posición que sostiene en las páginas de su diario:
Todo lo que no es literatura me aburre y lo odio, porque me demora o me estorba, aunque solo me lo figure así. Por otra parte, para la vida familiar carezco del menor sentido, como no sea el de observación, en el mejor de los casos. (Kafka, 1995, 200).
No obstante, ese mismo sujeto que ha escrito estas líneas pasa toda su vida intentando hacer espacio en su existencia para lo no literario, a pesar de que, según sus propias palabras, esta tentativa lo consume hasta quebrarlo. En este punto la pregunta surge espontánea: ¿por qué Kafka insiste tanto en no seguir su naturaleza que, sin embargo, no teme reconocer y aceptar? La respuesta a esta inquietud la encontramos a lo largo de toda la Carta al padre: Kafka tenía un enorme sentimiento de culpa por no cumplir con las expectativas de su padre, que correspondían, más o menos, con el estereotipo de buena vida que la comunidad —judía y burguesa— a la que Kafka pertenecía tomaba como regla fundamental para definir el buen estilo de vida, el mismo que antes hemos llamado la vida práctica.
Sin querer entrar en análisis psicológicos que nos alejarían de nuestro análisis y que, por lo demás, no estamos calificados para hacer, podemos igualmente afirmar que Kafka era extremamente susceptible a la presión social, casi tanto cuanto era incapaz de conformarse con cualquier contexto al cual creía deber pertenecer. Esta persistente inquietud por no encontrar su propio terreno, a pesar de todos los intentos por "conquistarlo", tiene mucho que ver con el concepto de desterritorialización forjado por Deleuze y Guattari, que toma en préstamo el término empleado por el mismo Kafka en una carta para describir su condición de literato en lengua alemana en un territorio extranjero (cfr. Deleuze y Guattari, 1978). Ellos aplican este concepto a un tipo de literatura, menor, que se desarrolla en una lengua y en un territorio que no corresponden a aquellos en el cual ella se está moviendo (cfr. Deleuze y Guattari, 1978, p. 28).
Nosotros pensamos que este concepto es valioso y muy ilustrativo para nuestro objetivo, aunque se cambien los elementos involucrados. Así, si en lugar de una literatura, tomamos al mismo Kafka (teniendo en cuenta que él declara que es literatura, la ecuación no resulta difícil), y, en lugar de un territorio cualquiera, consideramos su grupo social de pertenencia (su comunidad judía y burguesa), obtenemos una idea de la sensación que Kafka tuvo que soportar toda su vida, la sensación de ausencia de un "lugar de pertenencia".
Siguiendo el paralelismo con Deleuze y Guattari en relación con el concepto de desterritorialización, si una literatura es menor porque se desarrolla en un contexto hostil, se podría afirmar, haciendo el parangón con el caso de Kafka, que no es la esencia literaria per se a ser mala, sino que es el contexto con el que se relaciona que puede transformarla en un marco de Caín20. En nuestra opinión, es exactamente esto lo que le ha pasado a Kafka: él tuvo la mala suerte de nacer en un contexto en el cual su esencia era rechazada y que, por lo tanto, lo ha empujado a combatirla a favor de un estilo de vida que era completamente incompatible con él. Al mismo tiempo, y a pesar de que las "reglas de vida" de su ambiente social fuesen totalmente antitéticas a su naturaleza, él intentó toda su vida no ser expulsado de este.21
Podemos confirmar esta interpretación si se utiliza como clave de lectura el concepto de explicación socialmente situada de una práctica humana, que consiste en "una explicación en la que los participantes no estén concebidos de forma abstracta con respecto a las relaciones de poder social [...], sino como seres que operan como tipo sociales que guardan entre sí relaciones de poder" (Fricker, 2017, pp. 20 y ss.).
Aplicando este concepto al tema de la literatura en Kafka, se puede deducir que una explicación socialmente situada sobre por qué su esencia literaria se volvió un hecho negativo es que su ambiente social y la relación de poder desequilibrada que ejercía sobre él transformó su naturaleza en algo enfermo, malsano. De hecho, este enfoque nos ofrece las herramientas para aclarar que Kafka, con el trato que recibió de su entorno social, sufrió una verdadera injusticia epistémica (Fricker, 2017, pp. 20 y ss.) porque los demás no estuvieron dispuestos a reconocer como legítima su esencia literaria. A su vez, mirando la situación como una injusticia epistémica, nos aparece claro también el inicio de la tensión que consumió a Kafka, entre lo que era y lo que habría querido ser, en cuanto:
Este daño [sufrir una injusticia epistémica] puede erosionar la psicología del sujeto con menor o mayor profundidad y [...], cuando honda, puede cortar o limitar el desarrollo personal, de tal modo que podría impedir casi literalmente que una persona pudiera llegar a ser ella misma. (Fricker, 2017, p. 23)
Entonces, esta tensión derivada del padecer una injusticia epistémica tuvo un impacto muy importante en Kafka y le impidió desarrollarse completamente como sujeto. Esto pudo resolverse solo cuando la enfermedad eliminó la presión social sobre él, dejando un poco de espacio de expresión a su esencia.
Considerando que esta concepción de la enfermedad permaneció inmutable hasta el final de su vida, podemos pasar a delinear el planteamiento que Kafka hace de toda la cuestión. A pesar de ser un hipocondriaco que siempre tuvo una mala relación con su corporalidad, Kafka atribuyó todas sus enfermedades a factores no físicos, sino más bien íntimos. Como hemos podido ver, atribuye su miedo juvenil a su pavor de no lograr ver reconocida su existencia y la consiguiente imposibilidad de afirmarse, razón por la cual desarrolla un temor incontrolable por la debilidad de su cuerpo. Una vez que logra autodeterminarse, pues él era literatura, se dio cuenta de que su esencia no era compatible con su ambiente familiar y social y, pese a ello, a lo largo de toda su vida intentó conducir un estilo de vida aceptable para los demás. Estos intentos por empezar una "vida práctica" incrementaron su malestar físico y empeoraron su hipocondría. Es más, esta extenuante tensión entre estos dos polos quebrantó y debilitó su físico al punto que se enfermó de TBC.
Después del diagnóstico mortífero, Kafka, completamente libre de responsabilidad frente a los demás, pudo dedicarse sin rémoras a su verdadera esencia, la literatura; pues ahora que sobre él pesaba una sentencia de muerte, ya era evidente que se había vuelto inepto para una vida "socialmente aceptada", y entonces su ambiente social y religioso podía consentir su naturaleza sin reproches. Se puede decir que, desde el punto de vista de su "entorno", habiéndose enfermado de TBC, Kafka se ha curado de su otro problema: la literatura; y no porque con la enfermedad hubiera cambiado su esencia, sino porque le quitó el deber de seguir el estilo de vida que todos se esperaban de él: nadie esperaba una vida productiva de un moribundo.
Bajo estas premisas, podemos declarar que de este análisis hemos extraído un planteamiento totalmente diferente respecto al de Kierkegaard; pero de esto nos ocuparemos a continuación. En ese sentido, en la última sección compararemos los resultados obtenidos y trataremos de juzgar cómo estos dos autores nos ayudan a entender la relación entre literatura y enfermedad en los siglos XIX y XX.
iv. comparación y conclusiones
A lo largo de este artículo vimos que la enfermedad tiene una estrecha relación con la actividad literaria de Kierkegaard y Kafka. Con este análisis hemos podido apreciar que los planteamientos de ambos autores tienen algunos puntos distintivos: en primer lugar, la importancia, mayor o menor, que se atribuye a la literatura en relación con la enfermedad; y luego, el contexto individual (Kierkegaard) o social (Kafka) donde esta relación se desarrolla. Expliquemos más detalladamente esos dos puntos.
Respecto de la importancia de la literatura en relación con la enfermedad, tenemos que recordar que Kierkegaard creía que su enfermedad derivaba de una maldición divina y que esto le confería la posibilidad de practicar la escritura como un homenaje a Dios; bajo esta lógica, para él la condición enfermiza produce la actividad literaria. En el caso de Kafka, la relación entre literatura y enfermedad aparece invertida. Cree que la enfermedad apareció en su cuerpo después de que se hubiera quebrantado por la insostenible tensión que comportaba luchar contra su naturaleza. Entonces, en Kafka es la literatura la que produce la enfermedad. Todo esto se conecta directamente con la segunda distinción que queremos destacar: el contexto donde se desarrolla esta relación.
Para aclarar este punto tenemos que recordar la última reflexión que Kierkegaard hace sobre el tema de su enfermedad: ya no sabe si la enfermedad que recibió de Dios es algo que lo eleva sobre los demás hombres o si es una prueba divina que debe soportar con resignación, abandonándose a Dios, sin creerse por ello un privilegiado.
Como se puede ver, Kierkegaard no se cuestiona ni un segundo si su contexto social aceptaría su actividad literaria, sus dudas emergen solo en su interioridad, solo Dios podría aprobar sus conclusiones, pero sabemos más que bien que el Dios del Nuevo Testamento no habla con los creyentes, es un Dios mudo. Excluyendo este interlocutor, Kierkegaard sabe que la respuesta la puede encontrar solo él: no hay familiares, amigos, eruditos o alguien más que pueda ayudarlo. Lo que defina como justo no tendrá que ser aprobado por nadie más, es su juicio lo que determina todo y, en particular, su existencia como literato. De esto se deduce que su relación con la literatura tiene un carácter completamente íntimo,22 y que, en todo caso, él la interpreta como un medio para servir a Dios y no como el fin mismo de la vida: quien ocupa este lugar en la vida del danés, sin lugar a duda, es Dios.
Por el contrario, Kafka acepta bastante rápido su esencia literaria, pero no hace lo propio con el hecho de que su ambiente social desprecie esta naturaleza. De hecho, la tensión que consume su cuerpo es propiamente la que nace de la antítesis entre su esencia y el estilo de vida que trata de vivir para complacer a su entorno social y familiar. De esto se puede concluir que en Kafka la tarea de determinar la legitimidad de su vida literaria no está en cabeza del juicio del individuo, sino en manos de la comunidad. Esto significa que en la relación de Kafka con la literatura hay un componente social dominante, cosa que falta completamente en el caso kierkegaardiano.23
A pesar de estas diferencias, se pueden destacar también dos puntos de semejanza: en primer lugar, para ambos parece que la enfermedad no tiene nada que ver con causas físicas; y en fin, en ambos la relación entre enfermedad y literatura gira alrededor del mismo problema, es decir, el problema de la decisión.
El primer punto nos parece interesante porque estos dos escritores hablaron de enfermedad toda su vida, pero nunca reflexionaron sobre el aspecto corporal de aquella. Ambos dieron por descontado que las enfermedades que padecían no se debían a causas físicas, sino metafísicas. En el caso de Kierkegaard, todo se debe a una decisión divina, mientras que para Kafka la causa es el rechazo de su cuerpo a vivir dos vidas a la vez. Ambas motivaciones nos llevan al segundo punto: las causas de estas enfermedades se deben todas a problemas que se pueden adscribir a la esfera decisional. Para Kierkegaard, el pecado que su padre decidió cometer determinó su enfermedad, que a su vez condicionó su actividad literaria. En el caso de Kafka, es él mismo quien, habiendo decidido no seguir su esencia literaria, causó la enfermedad.
Estos elementos comunes que hemos destacado podrían ofrecernos un punto de partida para tratar de esbozar unas características de la relación entre enfermedad y literatura en los siglos XIX y XX. Con estas premisas, la primera observación que parece cierta es que tanto la condición de literato como la de enfermo causan un estigma social en quien las vive. En estos casos se genera una sensación de aislamiento del sujeto que no solo tiende a ponerse en otro nivel en relación con los demás, sino que también su entorno lo trata como si estuviera en un nivel distinto. De hecho, los individuos que padecen por lo menos una de las dos condiciones se consideran especiales, esto es, por fuera del común.
En este punto, se puede avanzar la hipótesis de que una probable conexión entre literatura y enfermedad es de tipo causal: puede ser que un sujeto esté enfermo y por esto se vuelva literato, o que un individuo sea literato y por esto se vuelva enfermo, difícilmente no existirá un nexo entre las dos condiciones. En los ejemplos que examinamos, la causa de dicha transición fue una mala decisión en algún momento en la vida de ambos.
Ciertamente, estas particularidades que hemos destacado no son las únicas que determinan la relación entre literatura y enfermedad, pero pueden ser un buen punto de partida para quien quiera profundizar más esta importante y poco investigada relación, aun al margen de la comparación entre Kafka y Kierkegaard, de donde surgen las ya mencionadas como las más evidentes.
1 Este artículo hace parte de los resultados del grupo de investigación Problemas de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
2 Este término requiere una precisión, sobre todo considerando que este no es un artículo de medicina, y que en todo caso definir una palabra tan ambigua no es una operación simple. Con la palabra enfermedad no queremos referirnos a algo en particular, más bien queremos denotar la sensación de malestar, físico o no, que un no especialista podría denominar enfermedad. Por supuesto, en este artículo el enfoque será todo sobre Kierkegaard y Kafka, entonces será su concepción la que emergerá y a la cual nos referiremos en nuestro análisis. Sin embargo, después de esto trataremos de elaborar unas reflexiones más generales sobre esta situación con referencia a los siglos XIX y XX en el área de influencia alemana.
3 Kierkegaard usó varios estilos literarios a lo largo de sus obras. Tomando solo el caso de O lo uno o lo otro, usa desde el aforismo hasta la epístola, pasando por el diario. Además, otro acontecimiento que corrobora esta afirmación es que uno de sus escritos más famosos, El diario del seductor, ha tenido una suerte estrepitosa como obra literaria, de hecho, se encuentra en la sección de literatura de todas las librerías.
4 Para una contextualización del concepto de melancolía en la época de Kierkegaard, véase Peña Arroyave (2014).
5 Aquí es importante precisar que para Kierkegaard "la cuestión del pecado original no es esa del primer pecado cometido por el primer ser humano, sino esa del primer pecado de cada ser humano, individualmente considerado. El primer pecado es ese que cada persona comete asumiendo la responsabilidad; cada individuo no ha pecado en Adán antes de pecar en su propia vida": (Rocca, 2012, p. 137) (traducción propia).
6 Este tema lo trata detalladamente Grõn (1995).
7 Para profundizar el concepto de voluntad en este contexto, véase Uriel Rodríguez (2015).
8 Cfr. Kierkegaard (2008, p. 33): lo único otro que puede poner la relación es Dios. De la misma opinión es Rocca (2012, p. 238).
9 "El conflicto de nuestro poeta es el siguiente: ¿acaso no es el llamado?, ¿el aguijón en la carne no manifiesta que su vida ha de ofrecerse en el servicio de una misión extraordinaria a la que tiene que dedicar toda su vida no es claramente una misión divina?; o, por otra parte, ¿no será acaso el aguijón en la carne algo que él tiene que soportar humildemente para alcanzar, dejándose de misiones extraordinarias, lo común humano?" (Kierkegaard, 2008, p. 105).
10 Son, respectivamente, una carta a Felice fechada 5/11/1912 y una carta a Grete Bloch fechada 14/6/1914.
11 Un elemento importante para este sentido de incomodidad era su extrema flaqueza. Cfr. Cermák (2017, p. 278).
12 Cfr. esta página de diario con fecha 22 de noviembre de 1911.
13 Carta a Grete Bloch del 24/5/1914.
14 Carta a Felice fechada el 1° de octubre de 1917.
15 Se han publicado muchas biografías de Kafka; la más extensa y la que nosotros hemos consultado por este artículo es la de Stach (2016).
16 Kafka no volverá a comprometerse seriamente con ninguna mujer hasta el último año de su vida, momento en el cual no había ninguna duda de que su muerte habría sido más que inminente.
17 En todo caso, esta idea es recurrente a lo largo de todo el libro.
18 La importancia de la soledad para Kafka es destacada también por Baioni (1984, p. 268).
19 Esta es una afirmación que se encuentra tanto en los Diarios en la fecha del 21 de agosto de 1913 como en las Cartas a Felice a la fecha 14 de agosto de 1913.
20 Así Kafka habla de su condición en una carta a Brod fechada 13/10/1917, en Brod y Kafka (2018).
21 Vale la pena apuntar que una idea similar ha sido expresada por La Rubia del Prado (1999, pp. 24 y ss.). Aquí afirma que Kafka toda su vida reaccionó a esta sensación con varios tentativos de adquirir un lugar propio, cumpliendo un movimiento de reterritorialización, y logrando con éxito construirse un territorio todo suyo. Nosotros no estamos de acuerdo; en nuestra opinión, Kafka, aunque haya intentado pertenecer a algún lugar, nunca logró conquistarlo. Repitiendo nuestra idea, lo único que cambió en su perspectiva fue que, después de enfermarse de la terrible TBC, pudo dedicarse a sí mismo sin tener que pensar en el juicio de lo demás.
22 Preferimos no usar el término "psicológico", que en el vocabulario de Kierkegaard sería más adecuado, porque este ha tenido un cambio de significado muy importante a lo largo de los años que nos separan de Kierkegaard, y esto podría generar confusión en el lector.
23 Quizá esto dependa también del hecho de que Kierkegaard era cristiano protestante y Kafka judío. De pronto, el carácter más individual del primer credo y el carácter más comunitario del segundo influyeron en el tipo de relación entre los dos autores y la literatura. Considerando que quien escribe no es experto de filosofía de la religión, preferimos dejar esta afirmación como una simple sugestión que no nos corresponde demostrar.
Referencias
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