versión On-line ISSN 2011-7477 No. 12, enero-junio 2010 Fecha de recepción: marzo 11 de 2010 Fecha de aceptación: marzo 25 de 2010 |
ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN / RESEARCH ARTICLE
Para una conciencia hermenéutica de la historicidad del sentido de "Cien años de soledad"
For a hermeneutical awareness of the historical meaning of "one hundred years of solitude"
Juan Moreno Blanco*
Universidad del Valle, Cali (Colombia)
* jmorenofr@yahoo.fr.
Dirección: Escuela de Estudios Literarios, Universidad del Valle, Calle 13 N.° 100-00, Cali (Colombia).
Resumen
Se presenta en este trabajo la encrucijada actual de la interpretación de la novela más célebre de Gabriel García Márquez dando cuenta, por un lado, de una tradición interpretativa que desde una cierta idea de "lo nacional" relaciona el sentido de la obra con un agotamiento de la historia y, por otro lado, postulando las condiciones de posibilidad de otra interpretación, vale decir, otra tradición interpretativa desde donde leer la novela para hallar en ella otro sentido con relación a la historia. La argumentación se apoya en postulados de la hermenéutica de HansGeorg Gadamer y de Paul Ricoeur.
Palabras Clave
Hermenéutica del texto; pre-estructura del sentido; tradición interpretativa; Gabriel García Márquez; literatura colombiana.
Abstract
This paper presents the current crossroads of the interpretation of the most famous novel by Gabriel García Márquez accounting for, on one hand, a tradition of interpretation that, from a certain idea of "national", relates the meaning of the work to an exhaustion of history and, on the other hand, proposing the conditions of possibility for another interpretation, namely, another tradition of interpretation from which to read the novel in order to find in it another meaning in relation to history. The argument is based on principles of the hermeneutics of Hans-Georg Gadamer and Paul Ricoeur.
Keywords
Hermeneutics of the text, pre-writing of the meaning, interpretative tradition, Gabriel García Marquez, Colombian literature.
Cada época entiende un texto transmitido de una manera
peculiar, pues el texto forma parte del conjunto de una tradición
por la que cada época tiene un interés objetivo y en la que
intenta comprenderse a sí misma. El verdadero sentido de un
texto tal como este se presenta al intérprete no depende del
aspecto puramente ocasional que representan el autor y su
público originario. O por lo menos no se agota en esto pues este
sentido está siempre determinado por la situación histórica del
intérprete y, en consecuencia, por el todo del proceder histórico.
Hans-Georg Gadamer
(Verdady método I, p. 366)
Uno de los principios de la hermenéutica es que no hay interpretaciones terminadas o finitas. Más bien hay interpretaciones que se relacionan con la tradición que en una época determinada valoran una obra y le atribuyen un sentido. A este propósito, uno de los trabajos u objetivos de la hermenéutica es elaborar la conciencia histórica de esas tradiciones epocales en virtud de las cuales la obra da de sí sentidos diferentes para cada época.
¿Habría habido una tradición interpretativa de Cien años de soledad que otorgaba un sentido a la obra que hoy no corresponde a nuestras expectativas? Para dar respuesta a esa pregunta a continuación trataremos de ganar la conciencia hermenéutica indicadora de un cambio de la tradición interpretativa de esta obra.
Más de cuarenta años nos separan del momento en que la más célebre novela de García Márquez comenzó a generar sus primeras lecturas. Por tratarse de una obra paradigmática, ella fue centro de observación desde las más activas perspectivas críticas que dio lugar a un vasto volumen de interpretaciones en las primeras décadas después de su aparición. Podemos afirmar que esta actividad interpretativa cesó su dinamismo en la última década, pues sucedió una suerte de estabilización de la labor interpretativa que daba cuenta del sentido de la obra.
Alejándonos del propósito de hacer inventario de esas múltiples valoraciones quisiéramos limitarnos a aquellas que han querido ver la novela como un texto que, al desenvolver su intriga narrativa en un tiempo histórico, ha construido una imagen de la historia que puede ser identificable con la historia de Colombia e incluso puede ayudarnos a comprender algunos de sus rasgos principales. La frase "Cien años de soledad es una metáfora de nuestra historia" se hizo frecuente e hizo las veces de una interpretación normativa que no suscitaba contestación. Hoy nos interesa revisitar y comprender esa tradición interpretativa, que nos dio un sentido de la obra, para interrogarnos sobre la pre-estructura de comprensión, desde dónde fue hecha y sobre su perdurabilidad.
En la estela de esta tradición sobresale el ensayo "Historia de un deicidio" que publicó el escritor peruano Mario Vargas Llosa en 1971. Este fue el primer gran trabajo crítico sobre la obra y dejó sentada la idea de que el fondo histórico que sirve de tela temporal al desarrollo de la intriga narrativa de la novela era una transposición del devenir biográfico e histórico del autor y, además y principalmente, del devenir histórico de Colombia. La historia nacional de Colombia aparece entonces como una referencia extra-textual de la novela de García Márquez y nos acostumbramos a pensar la duración temporal de la intriga de la novela como una inserción temporal en la duración más general de la historia de Colombia. Algunos de los más notables datos que animan esta idea de inserción del tiempo de la ficción dentro del tiempo de la historia empírica son los siguientes:
- La identificación ambiental, económica, geográfica de la aldea Macondo con un pueblo particular de la Zona Bananera en las primeras décadas del siglo XX.
- La similitud entre la migración de la familia del autor y la migración de los Buendía.
- La dominación económica y política extranjera (la compañía bananera).
- Las guerras civiles.
Al ser una proyección del tiempo empírico al interior del tiempo de la intriga novelesca, la duración temporal de los seres dentro del mundo de la obra fue leída como proyección metafórica de la duración temporal de los seres históricos empíricos. El tiempo de la ficción queda comprendido dentro del marco temporal de la historia. Juicios sintéticos sobre la historia republicana de Colombia se tornan aplicables a la duración temporal de la novela y viceversa. En esa tradición interpretativa, imágenes, episodios y voces de la novela dan claves para ilustrar, referir, recordar y comprender la historia de Colombia. Así, la temporalidad de la intriga narrativa es circunscrita, enmarcada, comprendida por la temporalidad de la historia nacional. Pero, habría que precisar, la comprensión de ese marco temporal de lo nacional tiene lugar en clave ideológica y no está regida por la extensión, la variabilidad y la accidentalidad atribuibles a esa temporalidad lo cual la tornaría variopinta y tributaria de la diversidad de grupos humanos y duraciones históricas que están englobadas en los límites geográficos de las fronteras nacionales. No. Ese marco temporal es la duración misma de apenas uno de los componentes demográficos de la historia de Colombia: los criollos. Esta tradición interpretativa tiene como presupuesto implícito que el tiempo de lo nacional es el tiempo de los criollos y ese prisma de la observación no ve tiempos y duraciones que no sean criollos.
La conformación de una tradición interpretativa que veía en la temporalidad de "Cien años de soledad" la temporalidad de la historia nacional venía a confirmar una perenne tradición interpretativa de la literatura colombiana que ha visto en las narraciones literarias colombianas la confirmación de lo que, desde el punto de vista criollo, se considera que es la nación. La novela María, publicada un siglo antes que Cien años de soledad, nos enviaba la visión señorial de la sociedad regida por la hacienda y era difícil vislumbrar en ella un universo de pensamiento y acción que no estuviera centrado en las figuras patriarcales; era un mundo de armonía donde incluso los esclavos eran felices. La novela La vorágine ponía en escena el devenir de un letrado y su recorrido tortuoso que lo opone a toda la potencia de la selva; si la temática principal es la manera como la naturaleza vence al hombre, de nuevo es el hombre de valencia cultural criolla el centro de la narración. Esta tradición de representación y desciframiento de lo literario a través del filtro de entendimiento de lo nacional está sin duda filiada a la teología de la nación que emerge en el siglo xix, siglo de la configuración de la república. Los fundadores de esa entidad política y moral tejieron de Constitución en Constitución, de institución en institución, un ideario unitarista connatural a su idea de nación. Eso implicaba que la realidad era colonizada y la pluralidad antropológica quedaba borrada bajo la sombra de las instituciones criollas: una religión, una lengua; una ciudad letrada; una filiación con Europa, la hispanidad; una raza, la "blanca". Quizá el texto fundador de esta tradición de la interpretación literaria al servicio de la teleología de la nación sea la Historia de la Literatura en la Nueva Granada escrita por José María Vergara y Vergara en 1867, donde se reconocía que la filiación de "nuestra" literatura con la hispanidad y el pasado colonial era su rasgo definitorio.
Ahora bien, puesto que es la interpretación la que da el sentido a la obra la interpretación misma se convierte en algo que debemos comprender comprendiendo la tradición a la que esta pertenece. Y esa tradición para ser comprendida debe verse en su historicidad en relación con una comunidad pues, como dice Gadamer, "La anticipación de sentido que guía nuestra comprensión no es un acto de la subjetividad sino que se determina desde la comunidad que nos une con la tradición" (Gadamer, 1993, p. 363). Si hay tal perennidad en la anticipación del sentido de los textos de la literatura "nacional", es porque esta comunidad que alimenta la tradición está cohesionada por un sentido de pertenencia. Según lo explica Gadamer:
[...] El sentido de la pertenencia, esto es, el momento de la tradición en el comportamiento histórico-hermenéutico se realiza a través de la comunidad de prejuicios fundamentales y sustentadores (1993, p. 365).
Entonces, esa comunidad de interpretación puede hacerse visible en la medida en que saquemos a relucir sus prejuicios fundamentales y sustentadores. Al hacerlo, comprenderemos mejor la distancia histórica que nos separa de ella. A nuestra manera de ver, los prejuicios que han guiado la experiencia del sentido de Cien años de soledad e instituido su verdad en consonancia con la temporalidad "criolla" son los siguientes:
- La larga duración de la temporalidad de la historia americana es dejada de lado para privilegiar una perspectiva que no puede considerar de la historia que lo que ella tiene de criollo-nacional. No se concibe la temporalidad de la historia de Colombia sino en función de un tiempo único.
- La lengua literaria es concebida como una realidad cultural sin nexo con su universo socio-histórico propio, de suerte que ella sólo resuena en un lugar neutro de la cultura.
- Se hace de los estudios literarios un espacio epistemológico que confirme la teología de la nación.
- Se practica un etnocentrismo en la medida en que sólo un tipo humano es tematizado o da lugar a tematizaciones.
- Se privilegia la pertenencia del escritor a una matriz familiar criolla ignorando sus otras pertenencias o contactos culturales.
Al tratar de describir la tradición y los prejuicios de la tradición, estamos tratando de ganar el horizonte hermenéutico desde dónde se leyó Cien años de soledad con relación a la historia. Esto nos permite no solamente comprender la historicidad de esa interpretación sino que nos pone en el camino de comprensión de nuestra propia historicidad en la comprensión. Por eso, como dice Gadamer, (1993) hemos de tematizar la pregunta que esa tradición hizo a Cien años de soledad pues:
[...] el fenómeno hermenéutico encierra en sí el carácter original de la conversación y la estructura de pregunta y respuesta. El que un texto problemático se convierta en objeto de la interpretación quiere decir que plantea una pregunta al intérprete. La interpretación contiene en esa medida una referencia esencial constante a la pregunta que se le ha planteado. Comprender un texto quiere decir comprender esta pregunta. Pero esto ocurre, como ya hemos mostrado, cuando se gana el horizonte hermenéutico. Ahora estamos en condiciones de reconocer éste como el horizonte del preguntar, en el marco del cual se determina la orientación del sentido del texto. (1993, pp. 447-8).
Este horizonte del preguntar nos permite entonces comprender el sentido con relación a la historia que se le dio a la novela. "¿La estirpe criolla, fundadora de Macondo, tiene un porvenir histórico?", parece ser la pregunta que la tradición formuló a la novela y a la cual esta respondió: [...Jporque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra. La historia de esa estirpe termina sin señas de esperanza, más bien todo lo contrario: la historia se cierra con la desaparición total de Macondo y de la memoria de Macondo. Con ello tenemos una visión sobre la historia de una estirpe que no tiene porvenir sino más bien entrada irremediable en el olvido. La historia se resuelve en un agotamiento de la historia.
Pues bien, desde nuestro espacio de experiencia leemos ese sentido derivado de la interpretación de la tradición y sentimos que este no satisface nuestro horizonte de expectativa. ¿Cómo, nos preguntamos, Cien años de soledad y su universo de sentido se limita a darnos esa visión tan cerrada, tan acabada, tan definitiva, de la historia? ¿Quiere acaso, por vía negativa, decirnos que esa no es la historia que hemos de vivir y que hemos de buscar una historia diferente para nuestra duración como comunidad en el tiempo? Si es así, la novela nos diría lo que no debemos hacer o repetir en nuestra historia pero es sorprendente que ella no contenga nada que pueda perdurar y que no esté condenado al olvido. Es sorprendente que ella nos diga que si nuestra historia tiene un futuro este nada tiene que ver con lo que ha sido puesto en juego en la trama de la novela. Y lo más sorprendente: en el genio narrativo de Gabriel García Márquez no hubo lugar sino para la duración histórica del componente nacional criollo.
¿Qué hacer? ¿Qué otra pregunta introducir para desde otra tradición interpretativa adquirir otro sentido de la obra con relación a la historia? ¿Hay otra pre-estructura de comprensión, otras claves de lectura, otra tradición a fundar desde donde podamos acceder a otra posibilidad histórica que late en la trama de Cien años de soledad? ¿Es posible pensar que la fábula garciamarquiana le ha dado lugar a otro componente histórico del devenir nacional que sí puede tener una segunda oportunidad sobre la tierra?
Lo cierto es que nos queda la novela y la relación de pregunta y respuesta que podemos realizar con ella: ¿Hay algo que todavía su lectura no nos haya dado? ¿Hay un sentido que para revelarse espera otra pregunta hecha desde otro horizonte de expectativa?
Para abrir otra posibilidad de lectura recordemos las palabras de Paul Ricoeur (1977) en cuanto a la potencialidad referencial de una obra literaria:
[...] No nos contentamos con la estructura de la obra, suponemos un mundo de la obra. La estructura de la obra, en efecto, es su sentido, el mundo de la obra, su denotación [...] la hermenéutica no es otra cosa que la teoría que regla la transición de la estructura de la obra al mundo de la obra. Interpretar una obra es desplegar el mundo al cual ella se refiere en virtud de su "disposición", de su "género" y de su estilo. (Ricoeur, 1997, p. 330).
¿Hay en la transición de la estructura de Cien años de soledad al mundo por ella desplegado algo no circunscrito al continente histórico de lo nacional-criollo-colombiano? Nos parece que sí; es posible percibir en la intriga de la novela "islas de sentido" que no se pueden leer a través del prisma de la historia nacional republicana; ellas son lo que en La metáfora viva Paul Ricoeur llama "micropoemas" o "impertinencias semánticas". En estas islas de sentido vemos que se nos referencia un mundo que funciona de un modo nuevo, vemos que la lengua literaria produce su propia verdad con independencia de las verdades o contingencias del mundo empírico. Es decir, que la obra ejerce el poder de la ficción, ya que este poder de su licencia referencial consiste en erguir ante el lector una redescripción de la realidad. Y es que según Ricoeur (1985)
La ficción tiene, si podemos decirlo de este modo, un doble valor con respecto a la referencia: se dirige más allá, es decir, a ninguna parte; pero en razón de que designa el no-lugar, con respecto a toda realidad, puede apuntar indirectamente a esta realidad según lo que yo quisiera llamar "nuevo efecto de referencia [...] ese nuevo efecto de referencia no es sino el poder de la ficción de redescribir la realidad [...] abrir y desplegar dimensiones nuevas de realidad, en favor de la suspensión de nuestra creencia en una realidad anterior (Ricoeur, 1985, p. 330).
Veamos algunos casos en que la experiencia del ser humano en la narración de la novela nos es narrada "en favor de la suspensión de nuestra creencia en una realidad anterior", fuera de las leyes naturales e históricas que de ordinario la someten.
Experiencias de la muerte-vida
Enumeraremos a continuación la redescripción de la realidad que en Cien años de soledad nos referencia al ser humano como capaz de escapar a la contingencia de la muerte o de llevarla adelante como experiencia que puede tener vasos comunicantes con la vida:
Después de muchos años de muerte era tan intensa la añoranza de los vivos, tan apremiante la necesidad de compañía, tan aterradora la proximidad de la otra muerte que existía dentro de la muerte, que Prudencio Aguilar había terminado por querer al peor de sus enemigos (García Márquez, 1996, p. 99).
Mientras Macondo celebraba la reconquista de los recuerdos [después de la peste del insomnio] José Arcadio Buendía y Melquíades le sacudieron el polvo a su vieja amistad. El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad. Repudiado por su tribu, desprovisto de toda facultad sobrenatural como castigo por su fidelidad a la vida, decidió refugiarse en aquel rincón del mundo todavía no descubierto por la muerte, dedicado a la explotación de un laboratorio de daguerrotipia (García Márquez, 1996, p. 67).
[Úrsula] miró hacia el patio, obedeciendo a una costumbre de su soledad, y entonces vio a José Arcadio Buendía, empapado, triste de lluvia y mucho más viejo que cuando murió (García Márquez, 1996, p. 214).
Experiencias del sueño-vigilia
Las siguientes son experiencias en que el sueño o la actividad onírica aparecen ligados a la normalidad de la vigilia o proyectándose sobre esta:
[Su marido, un comerciante aragonés] le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por dónde entrar los piratas de sus pesadillas (García Márquez, 1996, p. 32).
José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo [...] allí fundaron la aldea (García Márquez, 1996, p. 38).
[En la peste del insomnio] no consiguieron dormir sino que estuvieron todo el día soñando despiertos. En ese estado de alucinada lucidez no solo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros (García Márquez, 1996, p. 38).
Experiencias de conocimiento del futuro en el presente
Hay personajes de la novela que poseen el don de conocer en el presente lo que va a pasar en el futuro y esto les permite protegerse o anticiparse a la fatalidad:
Aureliano, a la edad de tres años, entró en la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: "Se va a caer". La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo (García Márquez, 1996, p. 27).
Aureliano fijó en ella una mirada que la envolvió en un ámbito
de incertidumbre.
Alguien va a venir le dijo.
[...]
No sé quién será insistió-, pero el que sea ya viene en camino. El domingo, en efecto, llegó Rebeca (García Márquez, 1996, p. 27).
[Pilar Ternera]
No serás feliz mientras tus padres permanezcan insepultos.
No entiendo dijo.Yo tampoco, pero eso es lo que dicen las cartas (García Márquez, 1996, p. 96).
Una noche de incertidumbre en que Pilar Ternera cantaba en el patio con la tropa, él le pidió que le leyera las barajas. "Cuídate la boca", fue todo lo que sacó en claro Pilar Ternera después de extender y recoger los naipes tres veces. "No sé lo que quiere decir, pero la señal es muy clara: cuídate la boca (García Márquez, 1996, p. 166).
¿Cómo interpretar el sentido de estas "islas de sentido" presentes en la novela si nos limitamos a leerla a través del prisma de la duración histórica criolla? ¿Acaso tenemos aquí un sentido que delata en la narración la experiencia de sujetos de la duración histórica del país colombiano diferentes a los criollos?
Por el momento, creemos que esta pregunta, vinculada al nuevo horizonte de expectativa de quienes creemos que en la novela no hay un agotamiento de las posibilidades de la historia, nos diferencia de la tradición interpretativa de la que dábamos cuenta. Pretendemos enunciar tal pregunta desde una nueva comunidad de interpretación que no circunscribe la historia nacional a la duración de apenas una de sus vertientes. En búsqueda de la comprensión de la historicidad de nuestra comprensión, nos hallamos en el proceso de auto-comprensión de nuestra situación horizóntica en aras de poder dar otro sentido a la novela con relación a la historia del país colombiano.
Referencias
Gadamer, H. G. (1993). Verdady método I. Fundamentos de una hermenéutica filosófica. Salamanca: Sígueme.
García Márquez, G. (1996). Cien años de soledad. Bogotá: Norma.
Ricoeur, P. (1977). La metáfora viva. Buenos Aires: Megápolis.
Ricoeur, P. (1985). Hermenéutica y acción. De la hermenéutica del texto a la hermenéutica de la acción. Buenos Aires: Docencia.
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