Fecha de recepción: agosto 23 de 2022
Fecha de aceptación: marzo 17 de 2023
doi: https://dx.doi.org/10.14482/eidos.40.519.748
Sobre el concepto de comunidad: Latour, Esposito y Maffesoli
On the Concept of Community: Latour, Esposito and Maffesoli
Sebastián Alejandro González Montero*
Orcid ID: 0000-0001-6271-0276
Universidad de La Salle (Bogotá, Colombia)
Lucas Uribe Lopera**
Orcid ID: 0000-0002-9810-4064
Universidad de la Salle (Bogotá, Colombia)
Resumen
El objetivo de este artículo es proponer una reinterpretación del concepto de comunidad a la luz de las transformaciones tecnológicas y de las formas de comunicación recientes, las cuales ponen la idea de lo social no como precepto teórico, sino como elemento a descubrir en los diferentes estudios planteados. Se busca una transversalización teórica de los tres autores, tomando elementos esenciales de sus obras para proponer una nueva clave interpretativa que permita tomar el concepto de comunidad no como un presupuesto teórico, sino como un producto inmanente, resultado de las conexiones cotidianas que se realizan entre los sujetos de manera espontánea en el campo de lo social.
Palabras clave: sociedad, red, ensamblaje, ontologia, comunidad, sujeto.
Abstract
Taking as a starting point the objective of this article is the reinterpretation of the concept, forced by the technological and communication transformations that place the ideas of social and community, not as theoretical precepts, but as elements to discover on the studies proposed. A theoretical transversalization of the three authors will be sought, taking essential elements from their works to propose a new interpretative key that allows us to take the concept of community, not as a theoretical presupposition, but as an immanent product resulting from the daily connections made between the subjects, spontaneously, on the social field.
Keywords: society, network, assembly, ontology, community, subject.
Introducción
La reivindicación de las llamadas ciencias sociales ha sido evidente en los últimos siglos, cada vez ganan más espacio en el espectro académico como una herramienta fundamental para la comprensión del ser humano y, sobre todo, para la construcción de nuevos panoramas y estrategias que puedan ser beneficiosos para la especie humana en la Tierra. Este éxito, rastreable en los grandes aportes de la historiografía, la sociología y la psicología social, ha sido posible a partir de una interpretación de la humanidad desde paradigmas y marcos epistemológicos que identifican elementos comunes para la intervención eficaz de las realidades humanas que son su objeto de estudio (Elder-Vass, 2012).
Pocos elementos han sido tan relevantes en estos estudios como los llamados trabajos 'en o para las comunidades', los cuales engloban un campo de lo social que supone la cohesión de un grupo de personas que responden, de una u otra manera, a intervenciones estratégicas que permiten la transformación cotidiana y el mejoramiento de la calidad de vida de sus miembros. Este ejercicio metodológico ha sido efectivo en el contexto de las "intervenciones comunitarias" asociadas a la reivindicación real de los habitantes, a las intervenciones sociales y los programas, y a los proyectos que a fin de cuenta transforman la vida de una colectividad.
Pero, ¿es hoy posible seguir hablando de las mismas comunidades que se estudiaban hace 100, 80 o 20 años? El campo epistémico ha cambiado, así como ha cambiado la realidad humana en torno a nuevas dinámicas tecnológicas, de comunicación e interacción que nos llevan a preguntarnos si los conceptos fijos que se han usado en las ciencias sociales desde la modernidad siguen estando vigentes en las nuevas formas de investigación social (Latour, 2008, p. 15). Como reacción a este cambio evidente en los fenómenos sociales, han surgido intentos para transformar las consideraciones sobre los individuos y sus relaciones a partir de interpretaciones sistémicas sobre las dependencias mutuas. Esto es posible a través del desplazamiento del concepto de persona hacia un concepto más amplio de comunidad (Esposito, 2012, p. 22). Es aquí donde surgen retos complicados.
Por una parte, se ha hablado de las comunidades individuales: un oxímoron que, bajo el principio de la identidad rígida y cerrada, se arriesga a la justificación de los nacionalismos, las xenofobias, la lucha de clases y demás posibilidades de violencia y segregación. Es como si la historia nos traicionara, pues los recuerdos que tenemos sobre los impulsos reactivos promovidos en nombre de la comunidad nacional no dejan sino rastros de memorias desdichadas, lo que resulta en un retorno a aquello que queremos evitar y no en un avance con respecto al concepto deseado de comunidad que nos permita comprender nuevas dinámicas. Y, es este justamente el asunto: en medio de un aparente agotamiento de los modelos de comunidad construidos, o de un retorno peligrosamente anacrónico a un enfoque individualista, es necesario y urgente repensar la comunidad teniendo en mente proyectos colectivos y sustentables que sean incluyentes y propendan por la empatía y la solidaridad (Fleurbaey et al., 2018).
De esa forma será posible tomar conciencia de la manera acelerada en que estamos acabando con nosotros como especie, con la naturaleza y con la vida en general. Nos exhortamos a explorar nuevos modelos de vivir-en-el-mundo y de estar-con-el-Otro; se entiende al otro no solo como a los demás humanos con los que convivimos, sino también a los seres con los que compartimos el planeta. Pero, ¿cómo compartir una carga, un trabajo, el deber de una tarea o el beneficio de un proyecto común sin que eso conlleve sectarismo y exclusión? ¿Podemos definirnos singularmente sin separarnos completamente de los demás? ¿Podemos pensar la comunidad más allá del individualismo sin convertirla en una versión más amplia del individuo? ¿Cómo construir formas activas y heterogéneas de comunidad?
A propósito, este artículo no pretende responder todas las preguntas, pero sí busca ser el primer acercamiento de una interpretación de la comunidad que presente nuevas perspectivas dentro de una cohesión teórica entre las obras de Bruno Latour, Roberto Esposito y Michel Maffesoli. El objetivo es extender el campo teórico de la idea de sujeto desde una interpretación de la comunidad definida por las conexiones de redes inmanentes que se forman de manera fáctica alrededor del individuo. Así, se reemplaza aquello que antes se nos presentaba como un presupuesto teórico, por una realidad definida en las formas de relacionamiento. En otras palabras, se trata de dejar de comprender la comunidad como esencia para pasar a entenderla como acontecimiento. En el escenario descrito, hemos decidido tomar el camino teórico asociado a la noción de Actor-Network Theory (ANT) propuesta por Bruno Latour, en intertextualidad con los trabajos sobre la noción de "tribu" de Michell Maffesoli y de communitas de Roberto Esposito. Intentaremos mostrar las ventajas de la perspectiva defendida por el conocido grupo de París, siguiendo la hipótesis de trabajo con la cual se pretende responder «¿cómo construir formas activas y heterogéneas de comunidad?» (Latour, 1996).
Hace falta pensar que el escenario de la vida social es el espacio de los lazos y las conexiones interactivas y dinámicas entre entidades diversas (Latour, 1996, p. 369). Reflexionar sobre lo social y, dentro de esto, sobre su manifestación en la comunidad es reconocer las vías para construir redes heterogéneas de seres que expresan existencias igualmente diversas. Diríamos, así, que para la comprensión de la comunidad se requiere de una matriz teórica que eluda nociones relativas al sujeto y lo que le es propio (su identidad, su unidad, etc.). Es indispensable olvidar cualquier intento por resolver el asunto por medio de causas e instancias últimas (ethnos, Volk, Pueblo), de allí la importancia de partir de una matriz que comprenda la codependencia de los diferentes actores y su despliegue como entidades definidas por el ejercicio de capacidades (Hossenfelder y Palmer, 2020). Adherimos a la siguiente afirmación: solo se puede hablar de realidad cuando esta se presenta y esta solo se presenta en la alteridad, con el otro. Solo se puede ser con otros (Latour, 2012).
I. Las redes y lo social
A partir de lo anterior, podemos afirmar que no existe relevancia en el origen de lo social, como tampoco existe ningún componente básico y sustancial de ello. Se puede aceptar que no hay ningún punto de partida o aspecto incontrovertible en la caracterización de lo social (Latour, 2013). Siguiendo la línea de los recientes adelantos de la investigación de Latour y Esposito, tiene sentido pensar en escenarios de formación de multiplicidades a los que atender en una perspectiva asociativa (Latour, 2008, p. 47; Esposito, 2012, p. 21).
Ahora bien, para asumir el problema de lo social es importante preguntar qué es lo que hace falta para la emergencia y el sostenimiento de las comunidades, no cuál es su origen o su sustancia esencial. No hay razón para insistir en la cuestión de si existe o no alguna esencia o propiedad específica de lo social, puesto que caracterizar lo social depende, en otro sentido, de describir los factores aglutinantes que forman las asociaciones para rastrear las conexiones por las que estas se hacen efectivamente reales (Latour, 1996, p. 369). Esto es, dejar de buscar aquello que es lo social y comprender cómo emerge en las conexiones que se generan entre diversos actores en circunstancias particulares que acontecen, no porque exista algo que las una, sino porque ya son en sí mismas al momento del acontecimiento.
Latour considera que para comprender adecuadamente cómo es el acontecimiento de lo social más vale ver los rastros que deja a su paso la formación de multiplicidades (Latour, 1996, p. 376). Rastros que son relativos al modo en que se originan redes y huellas de aquellos agentes que actúan y hacen a actuar. El resultado de la interacción lleva a las estelas de acción que convergen en esa aparente cohesión. Es decir, la estabilidad en las formas y modos de interacción funciona como si hubiera algo que dictara las consecuencias bajo los efectos, pero, realmente, y lejos de la esencia de algo que plantea un libreto o una teleología, hay una cantidad de interacciones complejas que dentro de su relacionamiento se transforman, se median y se traducen en eso que parece estable y que llaman lo social (Latour, 2017b).
La clave es tener en cuenta las decisiones en el trabajo colectivo, la alineación, sin ninguna suposición acerca de qué es lo fundamental o esencial que permite que la cohesión ocurra. Las multiplicidades aportan aspectos diversos en su configuración: desde lo técnico hasta lo que compete a situaciones humanas, así podemos ver que el problema de lo social se refiere a la descripción de sus mecanismos de fabricación. Las redes de actores ofrecen los datos de su propia dinámica viva (Latour, 2008, p. 52).
De manera que para interrogar lo social se necesitan más que calificativos (lo social es la cultura, lo social es la economía, lo social es la política, etc.). En realidad, aquello que nombramos como lo social se trata del esfuerzo exegético en torno a las redes de actores que se conectan para vislumbrar los movimientos y la duración variable de su vitalidad y continua transformación (Latour, 2008, p. 61). El resultado de aceptar esto es enorme, pues hace ver que lo social se define en la emergencia de actores red, siendo estos el resultado de la estabilización más o menos perseverante de aspectos diversos que conviven en situaciones vinculantes y cambiantes. Se trata de entender esta cohesión como el efecto de aglutinamientos que se revelan como eventos de organización —que, quizá, por comodidad, muchas veces son llamados 'seres' o 'entidades'. Nombres engañosos porque soslayan la estricta multiplicidad de los existentes—, o como el hecho de que cada cosa en el mundo supone ensamblajes vivos en los que participan actores diversos e interrelacionados.
En ese orden de ideas, lo social puede tomarse como el hecho bruto de la existencia de organizaciones sobre las cuales se pueden indicar principios de armonía y esquemas de atributos: lo común de un pueblo, las características de un grupo, las creencias de una comunidad, etc. El problema es que la organización, presentada como agrupación, debe ser explicada menos como cuestión de hecho y más como una entidad emergente. Esto es lo que aporta la perspectiva de las multiplicidades: el orden de lo social deja de ser una presunción y se convierte en el verdadero dilema (Deleuze y Guattari, 1994, p. 268).
De allí que Latour reclame para las ciencias sociales una orientación distinta: lo social tiene que ver con una producción de redes que demandan ser descritas (Latour, 2008). La honesta simpatía de Latour con la inmanencia es innegable y no se entiende por la simple afinidad a alguna tradición de la filosofía o de la teoría social, desde que la perspectiva de la inmanencia agrega una orientación metodológica muy precisa: no hace falta suponer nada para comprender las interconexiones, ni esencias, ni atributos, ni propiedades; solo se necesita seguir la línea concreta que acompaña la amplia variedad de acciones que acometen las comunidades, así como las asociaciones que determinan los seres y por las que se hacen singulares. Solo se necesita seguir la red (Latour, 2008).
En esa medida, "lo social" es igual a "nada". No hay, pues, algo entre nosotros que pueda ser llamado lo social: ni propiedad, ni bien, ni interés, ni unidad, ni característica. ¿Qué significa esto? Significa que hace falta entender la cuestión de otra manera, por ejemplo, explorar la comprensión de lo social como esfuerzo por colmar de contenido su concepto sin recurrir a ideas metafísicas. "No hay tal cosa como lo social" (Latour, 2008), al decirlo evitamos la referencia a entes: corporación, colectivos, institución, pueblo, naturaleza.
Con respecto a la nada de la Cosa: lo social no es "eso común" que es propiedad de algunos (género sustancial del Communitas Entis, dice Esposito) y que está asociado al concepto de pertenencia desde el siglo xii en Francia y en Italia, principalmente (Esposito, 2012, p. 35). Lo social es mucho menos que eso. Fondo lleno, pozo lleno, abismo lleno. ¿Lleno de qué? De conexiones, de actores capaces de ligarse entre sí, de transmitir y transformar la realidad al interactuar. No hay necesidad de suponer teorías sobre las cosas que hacemos en tanto que lo social es más bien una expresión que refiere una tarea y no una cosa. ¿Qué tarea? La de seguir los modos heterogéneos de existencia y las redes que les conforman.
Sobre esto, G. Tarde ya había atisbado una realidad que luego Latour afirmará desde la tribuna de la ciencia: "La sociedad no es un dato a priori, sino un problema a formular. El problema de lo social" (Blanco, 2010). Esta visión obliga al investigador social a dejar de asumir los fenómenos como condición de estudio en las investigaciones de las colectividades y lo invita a pensar el objeto de estudio a partir de la comprensión de cómo se dan esas agrupaciones.
II. Agencia y acción
Si lo social se halla en las conexiones entre los actores, ¿cuál es el rol de la agencia desde esta perspectiva?, ¿cuál es su alcance y posibilidad real de agenciar? "Cuando actuamos, ¿quién más actúa?", "¿cuántos agentes están presentes?", "¿cómo es que nunca hago lo que quiero?", "¿por qué todos estamos sometidos a fuerzas que no son creadas por nosotros mismos?". Todas estas preguntas se vuelven la base de la investigación. Se encuentra en la realidad de las agrupaciones, en las acciones que nos permitan comprender los procesos de los distintos individuos (Latour, 2008, p. 69).
Finalmente, todas las dudas sobre los motivos y las causas de las acciones revelan la consideración sobre las diversas naturalezas de las agencias, pues, ¿qué explican las acciones? ¿Las fuerzas globales de la sociedad? ¿Los cálculos transparentes del ser? ¿Las pasiones interiores del corazón? ¿Los escrúpulos de la conciencia moral que nos carcomen? ¿Los roles que nos asignan las expectativas sociales o la mala fe? (Latour, 2008, p. 74). En resumidas cuentas, ¿qué es lo que nos lleva a hacer cosas similares a la vez? La verdad es que no sabemos cuál es la respuesta definitiva, y, ese es el punto: hay heterogeneidad de motivos y causas de la acción. Lo anterior hace que la investigación social se esfuerce por rastrear los distintos mundos que la gente construye en la acción; es tema del devenir creativo en la vida social. Las acciones manifiestan la naturaleza del ser, justo en el momento en que se revelan como acontecimientos. No hay nada detrás. Ya no se necesita suponer ninguna fuente original; no importa si todo es cuestión de una madre castradora, de la ley, del fenómeno de crecimiento económico con pauperización o de la globalización. Las acciones convergen en una multiplicidad disgregada, pero comprensible, asociadas a escenarios habilitantes (Sen, 2001). En cuanto se toma la decisión de proceder en esa dirección, solo hace falta ver cuáles aspectos de la agencia tienen importancia para la investigación de lo social. ¿Qué nos hace actuar?
Ahora, presentamos el mapa preliminar de las tareas a emprender en una investigación guiada por la anterior pregunta. Primero, para la investigación hay que afirmar de manera categórica qué es y qué no es agencia. Este criterio debe ser la piedra angular en la identificación de los elementos de una forma específica de relacionamiento de actores-red. Una arqueología de las huellas de la comunidad.
Siempre se presenta a las agencias en una explicación como que hacen algo, es decir, inciden o transforman un estado de cosas. Sin una explicación, sin pruebas, sin diferencias y sin cambios no hay razonamiento significativo que hacer respecto a una agencia, ningún evento o situación detectable. Una agencia que no produce ninguna diferencia, ninguna transformación, no deja rastro y no aparece en ningún relato no es una agencia. Punto. Hace algo o no. (Latour, 2008, p. 82)
Segundo: "Si la agencia es una cosa, su figuración es otra" (Latour, 2008, p. 83). Elimínese toda referencia a la semiótica significante (Eco, 2005; Deleuze y Guattari, 1994). No se introduce con "figuración" ninguna noción acerca de signos que son la contracara de contenidos; no se dice que a una acción le corresponde una representación. Al contrario, se sugiere que la agencias presuponen expresiones reales que las encarnan, es por esto que no importa cuál sea la expresión de la agencia, ya que puede resultar insospechada: una nariz, un rostro, una voz, una mancha, una gran construcción, una decoración, un sonido. Todo al tiempo. Lo importante es notar que las acciones tienen lugar como actividades expresivas, puesto que, como se sabe, el lenguaje es performativamente activo (Hjelmslev, 1968; Deleuze-Guattari, 1994). Dicho de otra manera, la agencia no se denomina en sí misma por su cualidad de actor, ni por aquello que la determina (puede ser otra agencia); en su lugar, la agencia acontece en el momento en que hace actuar y su denominación no es conceptual o simbólica sino performativa.
Tercero: habrá oposiciones conflictivas entre agencias. Las agencias múltiples venidas de factores disímiles encuentran lugar en escenarios que obligan a adiciones, sustracciones e intercambios. "Lo único que puede detener la investigación es la decisión de los analistas de escoger entre estas movidas las que consideran más razonables" (Latour, 2008, p. 87). Conviene mencionar en este punto que la investigación de lo social implica la inmersión en las "actividades de personas a quienes se está estudiando" (Latour, 2008, p. 88). De hecho, no se sabe de antemano quiénes son los involucrados y qué es exactamente lo que los hace actuar. Ninguna suposición acerca de las fuerzas sociales tiene valor a la hora de saber qué hace a la gente actuar. Por eso, es que hace falta inmiscuirse en las vidas de quienes actúan para saber qué es lo que hace que se muevan, cuáles son sus objetivos, qué necesitan, qué los potencia o, por el contrario, qué les entorpece.
Cuarto: "Los actores también son capaces de proponer sus propias teorías de la acción para explicar de qué modo se concretan los efectos de las acciones de los agentes" (Latour, 2008, p. 88). Esta es una sugerencia poderosa: se diría que los agentes son plenamente reflexivos y capaces de explicar la agencia que actúa sobre ellos mismos sin riesgos de "falsa conciencia" (Latour, 2008). En ese sentido, las agencias son causas o factores que intervienen en la formación de vínculos sociales. Se trata de acciones que afectan a otras acciones y que, a su vez, comprometen actividades y comportamientos. Algunas veces las agencias son activas porque se explican por la propia influencia del individuo; en otras, las agencias son pasivas porque se explican por la influencia de "otra cosa" sobre el individuo mismo. En síntesis, son determinaciones internas de los individuos sobre sí y determinaciones externas que los sujetan. Por ejemplo, las órdenes, las condenas, los juicios son acciones mediante las cuales se busca la realización de otras acciones. La función de las agencias es la de integrarnos al campo de experimentación de múltiples factores de acción (Foucault, 2001, 2006).
Ahora bien, la comprensión de tales factores activos (agencias) no se limita a las actividades propiamente humanas. Suponiendo que las agencias tienen que ver principalmente con cualquier cosa que modifique cualquier estado o situación, resulta que, en efecto, no hay necesidad de limitarse a las intencionalidades humanas ni a la idea de una voluntad. La propuesta es sumar a los factores determinantes de las acciones humanas las agencias en las que los objetos también son partícipes (Latour, 2008, p. 103).
«Las pavas hierven el agua». «Los cuchillos cortan la carne». «Los martillos dan en el clavo». «Las barandas evitan que los chicos caigan». «Los cerrojos cierran los cuartos». ¡Todas son afirmaciones diarias! Todas hablan de lo que los objetos hacen y nos dejan hacer. ¡Y la lista presentada es terriblemente corta! Entiéndase que los objetos no valen solo como representaciones. No es que los objetos "expresen" las relaciones sociales. No es que los objetos "refuercen" las desigualdades sociales o que "objetiven" valores o modelos de acción que no existen en la realidad.
Cosas y personas intervienen en las actividades sociales, son precisamente tales actividades, realizadas propiamente por cosas y personas, las que explican que el paisaje de lo social resulte tan segmentado (Latour, 2008, p. 108). Se advierte así que, más allá de cualquier referencia al "significado social" o "dimensión simbólica", existen causalidades complejas para revelar con atención entre los objetos no humanos y los humanos. Desde este punto de vista, no habría distinción entre el "mundo de las personas" y el "mundo de las cosas". En las ciudades modernas, la arquitectura, las calles y los espacios públicos (entre millones de cosas más), interactúan y transforman las relaciones con las personas (Maffesoli, 2013, p. 73). Así mismo, las agencias de los objetos demarcan las relaciones de las comunidades al plantear las posibilidades de acción. Reliquias, tótems, retratos, son cosas con las que nos topamos diariamente y que habilitan (o no) agencias en diversos ámbitos (Maffesoli, 2005, p. 61). Los ejemplos proliferan cada vez más gracias a que, ciertamente, hay sociedades no urbanas que han creado vínculos alrededor de la naturaleza: los árboles, el agua y la tierra son elementos constitutivos de la vida. Desde estos ingredientes se producen las condiciones para la colaboración, la solidaridad y el trabajo común (Escobar, 2014, p. 67).
De lo citado se puede concluir que las agencias son aquello que da sentido a las asociaciones que se producen dentro de una red, son ellas las que ponen en movimiento las acciones concretas de las comunidades y estabilizan las interconexiones a partir de las mediaciones de las controversias. Las agencias se convierten en el foco principal de una investigación sobre los ensamblajes y las asociaciones, pues a partir de su comprensión se puede profundizar en las complejidades de una red que solo existe en tanto está actuando.
Asumir como centro de la investigación la comunidad, nos lleva a cuatro afirmaciones que deben guiar el trabajo del investigador: 1. Para comprender una red hay que buscar sus agencias. 2. La agencia no se denomina en sí misma, no está determinada por ninguna característica específica, su forma de ocurrir es performativa. 3. Las acciones no son unidireccionales, pasan por controversias y mediaciones que pueden transformar las redes, por este motivo, no es suficiente con identificar la agencia, hay que profundizar en ella. 4. Los actores tienen voz y en la investigación son ellos los que entregan las razones y formas de actuar. En este punto, el investigador hace un viraje al darle voz a los actores que ejercen el movimiento de lo social, en vez de hacer un ejercicio heurístico para encontrar lo social.
III. Agentes y sistemas. Actores-red
Se sabe que la investigación en sociología está constantemente acompañada de dos intuiciones relativas a la pregunta de por qué existe lo social. Se dice, por una parte, que lo social obedece a una fórmula de convivencia cuya base efectiva son las acciones de los actores que participan en la vida colectiva. Es decir, la actividad individual es el componente básico de lo social. Por otra parte, se plantea que lo social trasciende las variadas conductas humanas al ubicarse en el dominio de las interacciones. Se trata de los conceptos clásicos de agente y sistema (Candea, 2010). Sin adornos, se dirá que la teoría social, o bien se ocupa de las acciones humanas y del modo en que originan los vínculos de lo social, o bien, se ocupa de establecer la manera en que lo social emerge de subsistemas (la economía, la política, el derecho, las formas de conciencia, los tipos de lazo social).
En esta parte hay que referirse naturalmente a la "tensión" (algunos sociólogos, sin vacilar, se refieren a "oposición") entre el punto de vista del sistema y el de la acción del individuo (Giddens, 1995, p. 22). Esta es una opción más reciente y señalaría una tercera intuición teórica:
[...] una concepción de los hechos, las situaciones, los procesos sociales, para la cual la acción, los proyectos, las iniciativas de los agentes sociales están, en primera o última instancia, sometidos a determinaciones objetivas" y una concepción "de esos mismos hechos, situaciones y procesos para la cual, a pesar de la inevitable gravitación de condicionamientos estructurales objetivos [.] son de todos modos la acción, las miras, la capacidad de creación e invención de los agentes las que tienen, en primera o última instancia, primacía. (Ípola, 2004, p. 15)
Aunque los vocabularios varíen, la explicación de lo social es ofrecida por la referencia a la reflexión sobre los intereses, motivos, deseos e intenciones que respaldan el comportamiento concreto de las personas, o en su defecto, a través del análisis de las estructuras a través de las cuales lo social resulta una esencia estática.
Siempre caben defensas de lado y lado, pero en nuestro caso da igual. La perspectiva de las asociaciones nos sirve, precisamente, para plantear debates al interior de la teoría social. Mencionar el retorno a la acción y a la teoría de sistemas para la especulación contemporánea sobre lo social tiene como fin abandonar las pretensiones de una solución categórica para optar por una solución problemática. Esto por una razón sencilla: no saber optar entre las partes de la dicotomía es motivo para evitar decidir sobre uno u otro lado de la tensión.
No saber qué privilegiar entre la reducción de lo social a la acción o al sistema, ¿no es acaso suficiente razón para decidir que, finalmente, deben escogerse ambas opciones? En esa dirección, se diría que a la hora de dar cuenta de lo social no se puede permanecer nunca demasiado tiempo en el marco de la estructura ni tampoco en el dominio de las acciones locales. ¡Es que nunca se puede permanecer mucho tiempo arriba o abajo porque no hay tal manera de hacer la distinción!
Más bien, habría que ver los movimientos correspondientes: la localización de lo global, la distribución de lo social y la articulación de ambos niveles de análisis. Siempre pensando que lo "micro" y lo "macro", lo "local" y lo "global" son aspectos que revelan rangos de segmentación variable y rangos de organización coexistentes a lo largo de los ensamblajes sociales. Las acciones no son entonces, desde esta perspectiva, ni expresiones libres de los agentes, ni determinaciones que los sistemas ejercen sobre estos. Los agentes son entendidos como actores en red, es decir, que cada actor expresa, a la vez, el escenario que determina sus actividades, las conexiones que las componen y los motivos que las respaldan.
Por otro lado, los sistemas no son entidades independientes y abstractas, son el resultado más o menos estable de una serie de conexiones entre actores-red que participan de la realidad. Actor y sistema, en tal caso, son resultados de las conexiones que configuran la interacción entre agencias, las cuales ocurren en un tiempo determinado, con un ritmo específico de duración y cambio (Mafessoli, 2005, pp. 187-206).
IV. plantillas, orden y sedimentación
Convengamos en que no existe ninguna acción individual y aislada. Cuando se hace referencia al dominio local de las interacciones, no se está pensando en lo que cada individuo hace con intenciones buenas o aceptables. Sí, es cierto que las interacciones entre actores presentan rasgos singulares, también es cierto que están situadas a lo largo de plantillas estructurantes que permiten o limitan las posibilidades colectivas a través de múltiples determinaciones.
Ya no debe haber temor al mencionar la palabra "estructura" porque con ella no se supone nada oculto. No evitamos hablar de "determinaciones" porque no hay necesidad de suponer "fuerzas mágicas" actuando sobre nosotros. La estructura, desde el punto de vista de las asociaciones, se asume formada en las interacciones de los agentes sociales. Las determinaciones ligan las mutuas interferencias y afecciones que dejan actuar o que limitan las acciones. Del lado de lo global, ya lo dijimos, yace lo local en proyecciones. Del lado de lo local, yace lo global bajo la forma de estructuras materializadas en contextos de acción (Latour, 2008, p. 279).
En medio de las múltiples interacciones de los agentes emergen contextos de acción que sitúan, obligan a respetar límites y, por supuesto, abren espacios de libertad; son regímenes de diversa naturaleza. Tenemos muchos objetos de los que somos dependientes y que constituyen nuestras posibilidades o las niegan. La lista es inmensa porque contiene desde cosas pequeñas y cotidianas, (el PC, el móvil, un lápiz, la ropa, etc.) hasta cosas gigantes (las redes bancarias, las conexiones inalámbricas, la ciudad, los sistemas de transporte, los complejos arquitectónicos, etc.).
Dicho en términos más amplios, la constante interacción social moldea los medios competentes para delinear las acciones de los agentes que participan de la colectividad. Para reflejar esto en la investigación de lo social, de nuevo, no hace falta sino rastrear las plantillas estructurantes o el entorno formateado que dibujan los márgenes de acción (Latour, 2008, p. 300).
V. COMMUNITAS
Escuchamos todo el tiempo hablar de comunidad. Se utiliza el concepto con múltiples acepciones: para hablar de las personas que viven en un mismo barrio, para definir una asociación de países, para referirnos a las personas que tienen una característica común, para señalar a una organización local, para referirnos a un grupo de personas que se unen en internet a tratar un tema en común o a seguir a una persona. La Real Academia de la Lengua Española da ocho acepciones del concepto; además, en el trabajo social, la comunidad es una entidad que se convierte en objeto de atención: "hay que trabajar para la comunidad", "se debe fortalecer la comunidad", "es necesario proteger a la comunidad".
Sin embargo, como ya se ha mencionado, lo social es aquello que debe ser rastreado a partir de la multiplicidad establecida por el vínculo actores-red, ¿qué es, entonces, la comunidad? Dentro de este marco, debe ser algo que se rastrea en lo social. No podría hablarse de una entidad trascendental hacia la cual dirigirnos y tampoco podría limitarse a un aglomerado o conjunto de personas que tengan una característica compartida. Podría pensarse que comprender aquello que se creía esencial en lo social —desde el marco inmanente de los actores-red— no daría entrada a un concepto tal como comunidad. Empero, Esposito, a partir de un rastreo etimológico de la palabra communitas (que es la expresión latina de la que viene el concepto de comunidad), encontró una acepción diferente a la que hoy se encuentra en el Diccionario de la Lengua Española como "cualidad de lo común" (Real Academia Española, 2014, definición 1).
Sobre esta discusión, Esposito manifiesta que communitas viene de la unión de "cum" que denota vínculo y "munus" que está relacionado con una carga, un deber, una tarea (Esposito, 2012, p. 25). En este sentido, la communitas no se configura a partir de los aspectos comunes, sino desde la relación en sí misma, desde lo que hay entre los vinculados y el compromiso compartido (p. 34). Desde esta perspectiva, la comunidad está en el vínculo, en la carga, en el deber, en la preposición, en el "entre" (Esposito, 2012, p. 43). La comunidad se configura y reconfigura constantemente en las relaciones.
En este punto cabe aclarar que no pertenecemos a una comunidad, sino que constantemente la construimos; asimismo la destruimos para construir otras nuevas. Incluso, aunque vivimos de manera colectiva, en ocasiones no construimos comunidad. Esta idea de lo colectivo es inmanente y podría comprenderse como una manifestación particular y rastreable dentro de lo social. Sin embargo, ¿qué particularidad hay en las conexiones que configuran la comunidad?, ¿toda conexión construye comunidad? A este respecto, Esposito es claro al establecer que el communitas es un tipo específico de conexión, un vínculo que se basa en el "deber de dar"; es una conexión atravesada por la agencia de la solidaridad y la empatía. El único objetivo de esta idea de comunidad es la comunidad misma, su existencia y permanencia (Esposito, 2012, p. 183). Si las conexiones tienen otro tipo de interés, por ejemplo: productivo, deportivos o educativo, pueden ser equipos, grupos o cualquier otro concepto, pero no necesariamente comunidad.
Así pues, cabe preguntarnos ¿dónde y cómo se forman estas comunidades? Se ha expuesto que es en las relaciones cotidianas y próximas de los actores-red, ahí se forman plantillas estructurales debido a repeticiones que, con el tiempo, se estabilizan, en tanto que lo importante es percibir los actores-red como un paisaje diverso. No hay, y nunca ha habido, una sola ideología o estructura superior cuya existencia sea distinta respecto de aquello que ocurre allí, abajo, donde se supone que la gente es real y actúa por causas objetivas (González y Bertrand, 2021).
Nos libramos del asunto de saber qué es lo que caracteriza la brecha entre una y otra dimensión para mantener obsesivamente lo social en primer plano. Aseguramos que no le será agregada ninguna dimensión extra, aun cuando puede plantearse la existencia de sujetadores previstos en las prácticas locales (Latour, 2008, 1996). En perspectiva, el comportamiento de las redes es un asunto de hábitos, costumbres y prácticas extendidas y repetidas por agentes concretos (Tarde, 2006, 2001). Ahora bien, en la proximidad, las conexiones entre actores y agencias se manifiestan en su poder de acción y, a su vez, los actores tienen la capacidad de agenciar y ser agenciados en función de las transformaciones de las que son capaces (Maffesoli, 2005, p. 217). Se apela a pensar en cómo, cada día, en la cotidianidad, hay series de personas y objetos con los que se interactúa de una manera frecuente e íntima.
Aunque en un día de nuestra cotidianidad podamos interactuar con cientos de agentes, todo ocurre de una manera rutinaria, sin que prestemos mucha atención a ello. A saber, en las pausas de lo rutinario, nos encontramos en relaciones que no tienen ningún interés más allá de disfrutar estando juntos: "estar juntos sin empleo" (Maffesoli, 2013, p. 145), sin un fin diferente al placer de la relación. Mantener la conexión es lo único a lo que se aspira. Es por esto que la comunidad se configura en conexiones de proximidad que aparecen en los intersticios de la estabilidad de las redes; en conexiones que son emocionales; el júbilo de la comunidad. En últimas, conexiones que, aunque son recíprocas, no esperan reciprocidad porque se establecen en el "deber" de cada actor de darse a los demás (Mafessoli, 2013; Esposito, 2012).
VI. Conclusión
¿Es posible pensar la comunidad de una manera diferente a un conjunto de elementos comunes o a una entidad trascendental a la cual se aspira llegar? Siguiendo la tradición que se recorre en este documento, podríamos decir que la comunidad se configura en las conexiones solidarias entre actores-red, las cuales emergen en la proximidad de los intersticios del ordenamiento social. Así, la comunidad no tiene un origen al cual regresar, ni una causa teleológica a la cual dirigirse; su fin es solo existir (Esposito, 2012, 2009). Tampoco hay una idea trascendente de comunidad a la cual dirigirse: cada comunidad, como manifestación de lo social, toma sus formas y crea su orden (González, 2023).
La comunidad no se une por motivos, sino por emociones, es un proceso estético, no racional (Maffesoli, 2013). Eso quiere decir que las manifestaciones de los encuentros comunitarios son efervescentes, pasionales, orgiásticas, dionisiacas. En la expresión de la comunidad hay júbilo y pasión; se vive para compartir con los demás. Los actores se asocian en la red, en tanto se aportan emocionalmente unos a otros (Maffesoli, 2013; Esposito, 2012).
Conviene aclarar que no se trata de que solo haya comunidad en la efervescencia pasional o que todas las personas que asistan a eventos efervescentes constituyan comunidad. Se trata de insistir en que las conexiones estrechas, solidarias y empáticas, enlace de proximidad y de afectos, encuentran esporádicamente estos momentos de júbilo que las solidifican o las destruyen. O bien, pensar en cómo algunas conexiones que, aunque formales, no son estrechas, por ejemplo, los espacios de las oficinas en la burocracia tradicional, en contraste con procesos de construcción de comunidad en los que se privilegian espacios genuinos en los que los actores-red puedan establecer conexiones profundas sin reglamentos o instituciones vigilantes.
Las implicaciones de esta idea de comunidad son múltiples y muy diversas: no todas las personas construyen comunidad, la comunidad no es algo que exista per se en un territorio o en las personas que compartan un atributo común, así como fortalecer una comunidad no es alinearla con los órdenes sociales, pues la comunidad no se recupera (no se regresa a comunidades anteriores), la comunidad solo es posible desde sus actores-red, entre otras. Implicaciones que habría que seguir estudiando y promoviendo para hallar en la comunidad alternativas de existir-juntos.
El recorrido teórico antes planteado, lejos de intentar cerrar el tema o dar una definición categórica de lo que es una comunidad, presenta una alternativa a su interpretación, mostrando cómo a partir de nuevos paradigmas teóricos podemos acercarnos a asociaciones más amplias. Finalmente, la intención es proponer una nueva perspectiva en la que la comunidad, al igual que lo social, no sea un principio de realidad para definir conexiones lógicas. El interés no radica en la pregunta por la esencia de la comunidad, sino en los tipos de redes que, a parir de ciertas emociones, construyen comunidad.
* Profesor titular de la Universidad de La Salle. Doctorado en Estudios de Desarrollo y Territorio. Facultad de Economía, Empresa y Desarrollo Sostenible. sgonzalez@unisalle.edu.co
** Candidato a doctor. Doctorado en Estudios de Desarrollo y Territorio. Facultad de Economía, Empresa y Desarrollo Sostenible. luribe12@unisalle.edu.co
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