Eidos. Revista de Filosofía de la Universidad del Norte

ISSN 2011-7477
n.° XV, julio-diciembre de 2011


RESEÑA BIBLIOGRÁFICA / BOOK REVIEW

La globalización y lo otro

Globalization and the other.

Francisco Cortés y Felipe Piedrahita. De Westfalia a Cosmopolis: soberanía, ciudadanía, derechos humanos y justicia económica global. Bogotá: Siglo del Hombre Editores/Universidad de Antioquia, Instituto de Filosofía, 2011. 276 pp., ISBN 978-958-65-174-5.

Carlos B. Gutiérrez
Universidad Nacional de Colombia Departamento de Filosofía
cgutierr@uniandes.edu.co

Para quienes apuramos el áspero trago del título, y lo sobrevivimos, resultó gratificante la lectura del libro de Paco Cortés y de Felipe Piedrahita. Hasta ahora el título de un libro era un avance que hacía el autor para abrirle al lector un primer horizonte de comprensión de lo que el libro exponía. Aquí sucede lo contrario: se lo cierra. Queda en pie, de todas maneras, la cordial recomendación a los autores, incubada aquí mismo en la Universidad Nacional, de optar por cifras o algoritmos para bautizar sus obras futuras, que ojalá sean numerosas, y evitarle así a sus muchos seguidores el bochorno de tener que consultar farragosas enciclopedias para adivinar, como nos tocó en este caso, qué diablos tuvo que ver Westfalia, tierra de buenos jamones y de mejores aguardientes, con lo que suena a título de una película hasta ahora desconocida de Fritz Lang. Eso sí gracias al libro sabemos que ahora además de post-modernos y post-metafísicos somos todos post-westfalianos. ¡Lo que nos faltaba!

Las naciones, dijo Peter Sloterdijk (1990), son órdenes políticos de proveniencia; en el mundo sincrónico, por el contrario, predomina el intercambio con lo contemporáneo y lo extranjero. En el próximo siglo viviremos ya en un mundo en el que los extranjeros contemporáneos serán más importantes que los muertos propios. Semejante vuelco histórico-efectual nos impone el notable cambio de conciencia de no seguir situando al otro, a lo otro, a lo diferente, más allá de nosotros sino de saberlo parte de nosotros, de nosotros que en medio de tanto cambio cada vez somos más otros. De lo contrario, nos la pasaremos como guardianes de frontera, es decir, como carceleros, rechazando lo ajeno en el mundo de violencia totalizante en que vivimos.

Abrirnos al otro no es tarea fácil, pues nos la pasamos deformándolo epistemológicamente, reduciéndole a mera proyección del propio yo y sometiéndole así reductivamente. Los demás prejuicios se encargan del resto, de hacer al Otro invisible por completo. De ahí que el elemento más importante de formación en la situación actual sea el del esfuerzo por hacer concientes en la medida de lo posible nuestros prejuicios a fin de que lo otro y el Otro dejen de ser invisibles y puedan hacerse valer por sí mismos. Desde luego que es enorme la tarea de hacer concientes y tratar de mantener a raya todas las prevenciones, todos los impulsos, espectativas e intereses que condicionan esa invisibilidad. Hay, sin embargo, que aprender a respetar al Otro y a lo otro. Comenzando por aprender a no tener razón, a perder en el juego diario de la comprensión.

Además, "no simplemente tenemos que sacar todo el provecho de nuestros medios de poder y de nuestras posibilidades de producción", como dice Gadamer (2000), "sino aprender a detenernos ante lo otro del Otro, tanto ante la naturaleza como ante las culturas desarrolladas de los pueblos y aprender que para participar unos de otros tenemos que experimentar lo otro y los Otros como los Otros de nosotros mismos" (p. 40). Como vemos, se trata de reconocer radical y cabalmente la alteridad del Otro, de recuperar un sentido de pluralidad que desafíe la asimilación sometedora del Otro y cuestione las ideologías del consenso y de la reconciliación total. Hay, por lo tanto, que aprender a ver la naturalidad de los conflictos y la necesidad de superar la tolerancia como pasividad para eludirlos. La tarea de percibir y de tratar de conocer al Otro tiene, claro está, que comenzar por los Otros en nuestra propia casa y en nuestro entorno inmediato. Esta es trabajo ineludible que tienen que absolver los seres humanos para poderse abocar a la globalización, así se trate de la versión cosmopolita o de cualquier otro modelo.

De Westfalia a Cosmópolis, digamos por fin el título de marras, es una reflexión teórico-política a favor de un constitucionalismo cosmopolita que permita subsanar la disfuncionalidad del Estado moderno tradicional de cara a la globalización financiera neoliberal en que discurre el mundo de hoy. Los primeros tres capítulos a cargo de Felipe Piedrahita exponen esa disfuncionalidad mediante los análisis de: 1) la precariedad teórica y práctica de la noción de soberanía en el mundo de hoy, en el que el Estado ha dejado de ser el actor político central; 2) de la crisis por la que atraviesa el concepto de ciudadanía debida en gran medida al manejo infundadamente discriminatorio que se ha venido haciendo de él y que habla a favor de desligar la ciudadanía del Estado nación; y, 3) de la universalidad de los derechos humanos y sus posibilidades fundamentadoras de un constitucionalismo cosmopolita que estructure de manera solvente a la globalización. Paco Cortés en la segunda mitad del libro nos regala un nuevo episodio de su pelea con Rawls, Habermas y Pogge en torno al problema de la justicia. Las teorías de justicia global de los tres son, según Paco, propuestas insatisfactorias de re-estructuración del orden económico internacional ya que se limitan a avistar la redistribución de bienes desconociendo, no obstante, las causas de desigualdades y asimetrías estructurales propias del orden capitalista y sus relaciones específicas de poder. Razón por la cual las teorías criticadas terminan reafirmando esas relaciones de poder.

Cabe preguntarse, a riesgo de parecer descortés, si Paco y Felipe no incurren, al menos parcialmente, en este mismo pecado, al empeñarse teóricamente en un cosmopolitismo constitucional que sustituya al desueto Estado moderno que desde hace ya un buen tiempo resultó disfuncional, de manera que la globalización económica tenga una instancia harto capaz y a la altura de nuestros tiempos, capaz hasta de administrar justicia social y acabar con desigualdades en razón de los ajustes teóricos que se le practicaron y de los complementos que se le añadieron en el libro que hoy nos convoca. Me pregunto si allí no se trata de subsanar las carencias de teorías que tratan a la vez de subsanar carencias de los próceres liberales del siglo veinte. No hay que olvidar, por lo demás, que el empeño en subsanar la carencia de teorías políticas de proveniencia liberal corre siempre peligro de volverse infinito porque se trataría en últimas, más allá de ideales de justicia, de re-integrar todo lo que la teoría liberal ha mantenido separado, a saber, la participación en el mundo de los mercados, los proyectos de vida para el despliegue de la propia personalidad y la identidad cultural por la que optamos y que siempre en parte nos es legada.

La razón de la pregunta irreverente es en el fondo la de que Paco y Felipe hablan de De Wetsfalia a Cosmópolis como si se trat ara de un viaje ya consumado, como si todos los humanos aún desconociendo su nombre estuviéramos ya en Cosmópolis. No hay duda de que nos movemos en una globalización financiera y de mercadeo. Pero hay mucho que aislado y separado se mantiene al margen no solo de la globalización sino de toda integración. Tomemos como botón de muestra el tema religiones. El progresismo moderno nos enseñó el dogma del desencantamiento del mundo a manos de la razón científica. A comienzos del siglo pasado pronosticó Max Weber el ocaso de las pertenencias étnico-religiosas ya que modernidad y secularización eran universales e idénticas. ¿Qué ha pasado entre tanto? Que el proceso de internacionalización o globalización que vivimos ha desencadenado una dinámica dentro de la cual las categorías étnico-culturales y religiosas han venido ganando renovada importancia: asistimos hoy al enfrentamiento no mediado (la mediación la hacía la política) de mercados y técnicas, social y culturalmente neutros, con culturas, cada vez más constreñidas a defender identidades amenazadas por flujos económicos que escapan a cualquier control político (Touraine, 1995, pp. 16-17). Es como si a grandes masas pauperizadas lo único que no les pudiera quitar la globalización fuese sus creencias. ¿O será que nuevos brotes de comunitarismo subsanan la pérdida de pertenencias? Al mismo tiempo, sin embargo, se da en nuestros días una fuerte individualización de la religión, las nuevas posibilidades de culto del hoy llamado "Dios personal", y la constelación actual en la que todas las religiones y todos los mundos simbólicos espirituales están disponibles y mundialmente abiertos a todas las apropiaciones posibles, incluyendo a las terroristas. La religiosidad que remite cada vez más a la individualización hace hoy posible hablar hasta de una ¡"desculturización del Islam"!

Hay mucha confusión, tan lejos como estamos de Cosmópolis. Cuanto más se globalizan, y, por tanto, se desocializan los cambios económicos, tanto más se distancian entre sí los dos componentes de la modernidad: la actividad técnico-económica y la autoconciencia. La desaparición de lo que se ha llamado orden social permite la combinación conflictiva, pero necesaria, de una vida social cada vez más reducida a procesos de cambio y de un principio de igualdad, que ya solo se funda sobre el derecho de cada individuo de conjugar libremente su propia participación en el universo instrumental con la continua reconstrucción de su identidad personal y colectiva. Ejerciendo esta conjugación, el ideal de que todos somos iguales tiende hoy más bien a afirmar que todos somos diferentes. Es mucha la confusión, insisto, que circunda a la globalización.

Bogotá, marzo de 2011


Referencias

Gadamer, H. G., Lledó, E., & Giralt, G. P. (2000). La herencia de Europa: ensayos. Barcelona: Ediciones Península.

Sloterdijk, P. (1990). Versprechen auf Deutsch: Rede über das eigene Land. Frankfurt am Main: Suhrkamp.

Touraine, A. (1995). ¿Qué es una sociedad multicultural? En: Claves de Razón Práctica, Barcelona: Paidós, 56, 14-25.


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