Eidos. Revista de Filosofía de la Universidad del Norte

ISSN electrónico 2011-7477
ISSN impreso 1692-8857
n.° 22, enero-junio de 2015
Fecha de recepción: 27 septiembre de 2013
Fecha de aceptación: 6 abril de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.14482/eidos.22.5170


Una relectura leibniziana al mecanicismo

Javier Kasahara
jkasahara@ucsc.cl
Instituto de Teología - Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción, Chile.


Resumen

El propósito de este artículo es desarrollar una relectura al mecanicismo moderno. Esto implica que una adecuada comprensión de este consiste, ante todo, en considerarlo como un proyecto antes que un sistema doctrinal consolidado. Para ello se toma como eje la filosofía de Leibniz, la cual, a diferencia del cartesianismo, identifica las inconsistencias que implica concebir el mecanicismo como un sistema filosófico completo, principalmente al pretender justificar mecánicamente el mundo natural, esto es, a partir de la figura, el tamaño y el movimiento. Todo lo anterior no implica un rechazo completo del mecanicismo por parte de Leibniz, sino que permite concebirlo como un medio para desarrollar su filosofía, proponiendo una complementariedad entre la causa final y la causa eficiente. de este modo, el mecanicismo es reubicado como un problema metodológico para la ciencia natural antes que como un problema metafísico.

PALABRAS CLAVE: mecanicismo, causa eficiente, causa final, Garber, Leibniz.


Abstract

This article aims to develop a second reading to the modern mechanicism. This implies that an appropriate understanding of mechanicism consists, above all, in considering it as a project, instead of a consolidated doctrinal system. To do so, we take Leibniz's philosophy as our building blocks, since unlike the Cartesianism, it does identify the inconsistencies implied when we conceive mechanicism as a complete philosophical system, mainly under the pretension to justify the natural world mechanically, that is, based on the figure, size and movement. It does not imply that Leibniz rejects entirely mechanicism, but allows us to understand it as a mean to develop his philosophy, proposing a complementary relationship between final cause and efficient cause. This way, mechanicism is re-posed as a methodological issue for the natural science instead of a metaphysical issue.

KEYWORDS: mechanicism, efficient cause, final cause, Garber, Leibniz.


Entre los diversos elementos que permiten reconstruir la filosofía moderna, cual un denominador común, el mecanicismo posee, sin dudas, un lugar particular. Basta con tener presente, a modo de bosquejo, la nuova scienza para comprender el valor que posee este término. Pero dicho valor denota una ambigüedad, dado que la gestación de un proyecto como la ciencia moderna es distinta a la consolidación de las filosofías modernas que surgen de dicho proyecto. Esto último enfatizaría una lectura más bien negativa de lo que significa el mecanicismo, estableciendo con ello aspectos deficientes de la apropiación que habrían hecho algunas corrientes de pensamiento. Algunos casos históricos concretos y conocidos: la geometrización del espacio en un plano cartesiano, o la idea de una explicación física, esto es, mecánica, a partir de la gravitación universal de Newton, son hitos que dan cuenta de ese reduccionismo que habría promovido, al menos desde la teoría, una escisión entre filosofía y ciencia natural.

El propósito de este artículo consiste, en primer lugar, en cuestionar, a modo de hipótesis, el carácter eminentemente negativo que tendría el mecanicismo a partir de la lectura que realiza Leibniz y cómo dicha lectura posibilita readecuar el lugar del mecanicismo, esto es, sin descartarlo, pero tampoco aceptándolo como un sistema filosófico completo, esto es, de valor universal. En segundo lugar, cual efecto de lo primero, establecer un marco preliminar para una comprensión más profunda del mecanicismo, reconociendo con ello cómo esta propia corriente, muchas veces negativamente considerada, nos otorga un sentido positivo, pues nos permite, paradójicamente, comprender la gestación de los principales problemas de la filosofía moderna.

Daniel Garber (1982) ha hecho una interesante descripción del mecanicismo que resulta apropiada como premisa de este análisis:

La filosofía mecánica era una complejidad de tesis y actitudes que dominó el pensamiento científico en el siglo XVII. Un programa ambicioso para explicar una variedad de cosas, desde complejos fenómenos físicos como la digestión, en términos de propiedades cuantitativas y geométricas de cuerpos en movimiento. (p. 160)

Dos elementos pueden destacarse en esta cita. Primero, la variedad de tesis y actitudes agrupadas bajo este concepto y, en segundo lugar, el hecho de que Garber hable de un programa. Con estos dos elementos podemos establecer un primer marco de aproximación al problema, dado que nos permite comprender que el mecanicismo engloba una variedad de concepciones asociadas a un proyecto. Esto es importante, pues nos permite vislumbrar ab initio tres características: a) no hay una sola posición en juego, b) dichas posiciones no se agrupan de manera azarosa, sino en función de un objeto, c) el sentido de dicho objeto es un proyecto, esto es, se explica desde un in fierri y no desde un sistema ya consumado. Si conjugamos estas tres características, podemos inferir una primera tesis: el mecanicismo es el intento por dar respuesta a algo distinto al propio mecanicismo. Con ello resulta importante destacar que es inviable comprender del todo su sentido si lo consideramos como algo sistemáticamente articulado y acotado. De este modo, ello nos abre una nueva arista, a saber, ¿cuál es el problema o conjunto de problemas que originan la búsqueda de un proyecto programático como el mecanicismo? Esto implica reconocer que el aspecto negativo que solemos adscribirle obedecería a una falta de comprensión de lo que fue el mecanicismo. Con otras palabras, su aparente aspecto negativo no es sino su principal característica.

Un origen común para comprender y sustentar este aspecto positivo consiste en la riquísima tradición de autores que surge al alero de los comentarios a Aristóteles a las cuestiones relativas a la filosofía de la naturaleza desde del siglo XV. En efecto, a partir de obras del Estagirita, tales como Sobre la generación y la corrupción y Física, algunos comentaristas comienzan a sugerir tesis alternativas para la explicación del cambio, por ejemplo, sobre el inicio y término del movimiento (cambio local), o el cambio cualitativo (calor) en función de la posibilidad de la existencia de mínimos (Sylla, 1982, 2001; Kretzmann, 1982). Esto último resulta relevante para el tema propuesto aquí, dado que se establece como marco de análisis la posibilidad de comprender el movimiento y, con ello, los cambios del mundo natural en función de una relación de todo-partes. El nexo con las tesis de los atomistas griegos era demasiado obvio para pasar desapercibido a estos autores y volver a sugerir una reactivación de dicha tesis.

A partir de este interés se va consolidando una nueva concepción sobre el mundo físico, que pone en tela de juicio la unidad explicativa lograda a partir de Aristóteles. Ahora bien, lo central aquí, como señala el propio Garber, no es tanto la crítica en contra de Aristóteles, en particular del aristotelismo tardío, sino la cuestión de cómo lograr reemplazar los planteamientos aristotélicos. Precisamente es esta búsqueda lo que se relaciona con un programa ambicioso que explica la diversidad de tesis que se conjugan bajo lo que denominamos mecanicismo. Con otras palabras, había claridad respecto de qué tomar distancia, pero no respecto a qué proponer como su reemplazo. En este limbo conceptual, en el que la novedad científica y de fuentes difusamente se relaciona con la crítica a las lecturas y doctrinas tradicionales, la particular posición de Leibniz es clave para introducirse en esta cuestión, pues representa con mucha fidelidad el sentido positivo de mecanicismo que deseo rescatar y, a su vez, el carácter ges-tacional que posee su pensamiento en relación con estos temas. Esto no implica que Leibniz sea el único autor que valida este sentido, sino que es una figura propedéutica para ganar un acceso a una relectura del mecanicismo. Con otras palabras, el filósofo alemán posee la singularidad de gestar un proyecto filosófico en el que es posible todavía recuperar, mutatis mutandi, la posición de Aristóteles y conciliarla con la nueva ciencia.

Leibniz y la crítica a Descartes

La crítica de Leibniz a Descartes es tema obligado para comprender cómo concibe el pensador alemán el mecanicismo. En rigor, la posición de Leibniz es muy particular, dado que no está en contra del mecanicismo pero tampoco a favor, lo cual resulta una aproximación adecuada para una revalorización de su sentido. Su posición nace de querer restringir el alcance de su validez.

Estoy de acuerdo con Demócrito y Descartes en contra del vulgo de los escolásticos en que el ejercicio de la potencia motriz y los fenómenos de los cuerpos pueden ser explicados siempre mecánicamente, prescindiendo de las causas mismas de las leyes del movimiento, que proceden de un principio más elevado, esto es, de la entelequia, y no pueden derivarse sólo de la masa pasiva y de sus modificaciones. (GP IV: 393)1

Se trata de un equilibrio que logra compatibilizar la suficiencia de explicaciones en el orden de la causalidad eficiente, pero sin renunciar al carácter metafísico asociado al fundamento de dicha suficiencia explicativa.

Básicamente lo que está sugerido en esta propuesta es el rechazo de una concepción puramente formal para fundamentar una explicación científica, en concreto, una explicación física. Leibniz acepta que la crítica moderna al exceso escolástico de las formas ocultas y cualidades dificultó, metodológicamente hablando, una consolidación del método científico experimental. La explicación de los cambios físicos desde la figura, tamaño y movimiento resulta algo válido para el filósofo alemán, pues son elementos que pueden objetivarse a partir de una observación mediada por una cuantificación. Pero esta propuesta, tal como se mencionó, posee una validez restringida, dado que siguiendo dicho planteamiento, no existe una única explicación, sino muchas posibles. Aquí se constata una restricción al proyecto mecanicista. En efecto, el problema de fondo es poder fundar la ciencia natural a partir de la metafísica. Para Leibniz, contrario a muchos de sus contemporáneos, la ciencia natural posee una autonomía en función de su método pero no respecto de sus principios2. El propio Descartes es un buen ejemplo de ello, ya que Leibniz le objeta en su Elementa rationis la falta de relación entre el plano teórico y el plano sensible, ideas asensibus remota (AA VI 4: 2058; AA VI 4: 721)3. No asumir esto implicaría que la propia crítica a los planteamientos aristotélicos carece de sentido, ya que la crítica a la ciencia natural del Estagirita implica, eo ipso, una crítica a sus principios.

Pero negar la validez de dichos principios no implica renunciar a cualquier tipo de principios4. Por eso, como señala Garber, la complejidad que subyace bajo el término mecanicismo implica esta falta de claridad respecto a qué filosofía podría reemplazar a la propuesta aristotélica5.

En esto Leibniz es bastante claro. La restricción a la formulación de leyes implica reconocer que una explicación científica carente de principios es incompleta. Una adecuada explicación científica debe, a la vez, poder predecir el fenómeno y, a su vez, explicar la naturaleza desde la cual se produce dicho fenómeno. Quedarnos solamente con lo primero es precisamente el mecanicismo ad litteram, mientras que lo segundo es caer en el abuso de las formas de la escolástica tardía6. Esto permite barruntar una posición intermedia, que puede dar pie a una cierta ambigüedad en su planteamiento o a un mero eclecticismo. A modo de ejemplo, sostiene el propio Leibniz que "quien examinara la cuestión con mayor áicpipéia debería distinguir en el mismo mecanismo los principios de los que se derivan de ellos, así como al explicar el reloj no basta con decir que es impulsado por una razón mecánica" (GP VII: 505). Se trata de reconocer en ello, sin negar el carácter propio del mecanismo allí operando, una fuente más profunda, esto es, de índole metafísica. Lo cierto es que el punto clave radica aquí en el carácter metodológico que adscribe Leibniz a la naturaleza de la explicación en la ciencia, particularmente en las ciencias naturales. En una carta a un corresponsal anónimo, fechada en 1690, sostiene:

De este modo nadie empleará las formas sustanciales cuando se trata de explicar los colores, los sonidos, los gustos, las cualidades medicinales, las reacciones químicas, pero ciertamente alguien las utilizará, y de hecho no puede realizarlo sin ellas al pretender explicar la esencia de un cuerpo. (Beeley, 2009, p. 88)

Si cotejamos este pasaje con la tesis que hemos planteado sobre el mecanicismo, vemos cómo Leibniz le adscribe un sentido positivo, insertándolo metodológicamente como un medio para gestar una explicación adecuada, esto es, viable en el orden de los fenómenos, pero, a su vez, compatible con el orden de los principios. Esto significa que la explicación se adecua conforme al nivel que le corresponde, pero no implica una oposición entre el orden de los fenómenos y el orden de los principios. De este modo, la infinita variedad que constatamos en un fenómeno desde una consideración mecánica supone límites metodológicos que permiten una autonomía en el ámbito particular, pero que no lo eximen en el orden general de la fundamentación (AA VI 2: 256; AA VI 4: 1543)7. El valor del principio de razón suficiente, y adicionalmente el principio de los indiscernibles, resulta claro aquí, pues la capacidad de discriminar cuál hipótesis es mejor que otra no está en su carácter material, sino en cuál logra dar razón del fenómeno en cuestión, esto es, de su fundamento, pero desde la restricción que impone la consideración metodológica. Esta tensión, que ya se manifiesta en su período de juventud, logra su expresión madura y positiva mediante la formulación de su armonía preestablecida, proponiendo con ello una compatibilidad en el orden de las causas finales y de las causas eficientes8.

A modo de ejemplo: CONFESSIO NATURAE CONTRA ATHEISTAS

Un texto temprano de Leibniz muestra ya la claridad que poseía el filósofo al respecto. En su texto Confessio naturae contra atheistas (de aquí en adelante CNA) realiza de manera sintética una crítica a los excesos del mecanicismo: "Me propongo abordar con la mente la cuestión de la constitución de los cuerpos, intentando ver si es posible dar razón de los fenómenos corporales que se ofrecen a los sentidos prescindiendo del supuesto de una causa incorporal" (AA VI, 1: 489). Si bien CNA es un texto breve, dado su carácter de borrador, la crítica es aguda y nos permite comprender cuán claro veía ya el joven Leibniz las limitantes del mecanicismo como teoría filosófica9.

El núcleo de la crítica leibniziana, tal cual se evidencia en este texto de juventud, consiste en leer los principios mecanicistas a partir de una preformulación de su conocido principio de razón suficiente. En efecto, Leibniz establece en primer lugar una definición de cuerpo: "El cuerpo lo definimos como algo que existe en el espacio" (AA VI, 1: 490). Ahora bien, existir en un espacio implica reconocer que todo cuerpo, por ocupar un espacio, adquiere sus propiedades elementales: tamaño y figura, "pues el cuerpo tiene sin más el mismo tamaño y la misma figura que el espacio que llena" (AA VI, 1: 490). La pregunta de fondo es saber cuál es la razón de por qué un cuerpo ocupa un espacio y no otro. Podría pensarse que es el movimiento el que sustenta a las otras dos propiedades (tamaño y figura) como principio último de todo cuerpo. Con agudeza Leibniz elimina esta hipótesis al distinguir entre la capacidad de moverse y el movimiento mismo. "Considerando más atentamente la cosa, se echará de ver que de la naturaleza del cuerpo se origina la movilidad pero no el movimiento mismo" (AA VI, 1: 490). Esto significa que la razón de por qué un cuerpo se mueve en determinada dirección es algo que no se puede explicar desde los principios mecanicistas, por cuanto si se apela a otro cuerpo como causa de tal movimiento, entonces se cae en una regresión hasta el infinito, con lo cual no sería posible el conocimiento, es decir, no habría explicación posible, lo cual es absurdo.

Es importante retener este punto porque en la crítica específica de Leibniz a Descartes se enfatiza que una explicación de los cuerpos basada en la pura extensión implica una ausencia de un principio activo. Tal como afirma Leibniz, la extensión implica un tipo de repetición, por ende, supone una relación con un sujeto que padece dicha modificación, por ende, la extensión no puede ser un atributo absoluto y primitivo de los cuerpos; por ejemplo, la blancura de la leche extendiéndose sobre una taza de café (GP IV: 394). Precisamente este análisis es el que permite a Leibniz justificar su reformulación de la noción de sustancia. Es importante comprender que esta reformulación se gesta, en gran medida, a partir de cuestiones relativas a la explicación del movimiento y de temas afines, tales como la aceleración o el choque de cuerpos, pues nos permite recordar lo expuesto al final de la sección anterior, reforzando con ello el lugar propio que corresponde al mecanicismo como programa in fieri antes que sistema consolidado.

Ahora bien, no es de extrañar, en este sentido, que los resultados anticipados por el filósofo alemán en su Discurso de Metafísica deban ser complementados con lo afirmado algunos años más tarde en su Dinámica. Esto significa, tal como constata en su texto De ipsa natura de 1698, que el movimiento no puede explicarse satisfactoriamente sin un elemento activo de carácter no mecánico, como indicamos anteriormente. Y debe ser así, conforme a la exigencia que pide el principio de razón suficiente, porque de lo contrario se estaría suponiendo algo distinto a la propia extensión. El propio Leibniz pregunta en su Examen a la física de Descartes "¿cuál es esa naturaleza, cuya difusión constituye el cuerpo?" (GP IV: 394). Cual eco a lo que planteara Aristóteles en su Física, Leibniz reconoce un principio ínsito de cambio y perseverancia (Müller et al., 1984).

Nuevamente Descartes

Volvamos una vez más la mirada a la crítica de Leibniz a Descartes. En rigor, la crítica de Leibniz se articula respecto a cómo la explicación mediante la pura reducción geométrica implicaría una ausencia de razones en la naturaleza. En efecto, a partir del caso específico del choque de cuerpos, el filósofo alemán muestra que la posición cartesiana no reconoce un principio ínsito distinto a la extensión en los cuerpos. Leibniz, fiel conocedor de la matemática de los infinitos, postula en un texto de 1687, a modo de réplica a Malebranche, que la diferencia entre reposo y movimiento no es absoluta, cual dos estados opuestos, sino que es una transición imperceptible: "El reposo —señala Leibniz— puede ser considerado como un movimiento infinitamente pequeño o como una lentitud infinita" (GP III: 51). Negar esto último implicaría que el choque entre dos cuerpos de tamaños imperceptiblemente distintos provocaría una reacción "abrupta", es decir, "un salto", con lo cual algo sin razón acontece en la naturaleza. Precisamente es en este punto donde, a nuestro juicio, se consolida el aspecto positivo del mecanicismo, lo que se puede denominar una conjunción entre mecanicismo y metafísica. Se trata, en efecto, de que Leibniz asume aquí la pregunta por la posibilidad de la existencia de mínimos en el cambio, pero su respuesta invita a recontex-tualizar el sentido mismo de la pregunta. Así, la existencia de mínimos es válida, pues es una pregunta que apunta a reconocer una explicación completa, es decir, la mejor explicación. Pero tal explicación supone que se busca una respuesta en el orden de los principios (una explicación puramente geométrica no permite desde sí obtener el criterio de "mejor")10; por eso la pregunta por los mínimos en Leibniz se responde desde la rehabilitación de las formas, lo que lisa y llanamente conocemos como "mónadas", esto es, átomos formales. Ahora bien, esta expresión acuña el sentido de conjunción que hay entre mecanicismo y metafísica en Leibniz, dado que no es la mera yuxtaposición entre atomismo y las cualidades ocultas, sino que es una conjunción a la base de una nueva metafísica: un pluralismo monádico11.

No es de extrañar, en este sentido, que prácticamente todas las reflexiones de Leibniz en torno a cuestiones sobre la naturaleza del movimiento, el espacio y el tiempo y el fundamento de los cuerpos se relacionen con lo que él denominó "el laberinto del continuo" y que permaneció por casi 20 años en sus reflexiones. En efecto, postular un mundo absolutamente mecánico implicaría, como ya vimos, aceptar la existencia de mínimos en la materia, con lo cual validaríamos el atomismo en su sentido más propio. Leibniz no está dispuesto a reconocer una autonomía epistemológica a costa de renunciar a una coherencia y armonía con los principios. Esto implicaría, a su juicio, que renunciar a principios generales de orden en la naturaleza es caer en las mismas oscuridades y abusos que ha denunciado el mecanicismo (la nueva filosofía). La necesidad de no concebir al mecanicismo como sistema se torna evidente.

Conclusiones

Hemos realizado un recorrido esquemático del lugar que ocupa el mecanicismo en el pensamiento de Leibniz. En ello hemos constatado que a la base hay una crítica, pero asociado a ella hay también un proyecto, en el que se ubica de forma diferente el sentido del mecanicismo desde una doctrina a un conjunto de problemas. Ello coincide con una de las características identificadas a partir de la tesis de Garber. Sobre ello, el análisis de Leibniz nos advierte de las posibles consecuencias de no concebir el mecanicismo como medio. En este sentido, las principales corrientes filosóficas que surgieron al alero de esto último se jactaron de superar la escolástica y toda metafísica tradicional; pero con ello mismo introdujeron un problema aun mayor: negar la propia inteligibilidad de la naturaleza, transformando la explicación causal en una pura descripción y predicción, eludiendo conceptos ontológicos supuestamente fuera de moda, tales como sustancia, esencia o naturaleza (Dougherty, 2013, pp. xiv-v). Con ello, la regularidad contenida en la tríada "figura, tamaño y movimiento" fue concebida ya no como un método, sino como un cuestionable principio, descontextualizando su sentido original. La tensión radica en que dicho principio no es tal, sino simplemente una hipótesis que permite una adecuada anticipación de los fenómenos. Tal modo de concebir el mecanicismo compareció ante la mente de Leibniz y fue reapropiado en su proceso de gestación filosófica, permitiendo con ello tesis tan propias como la fenomenización de los cuerpos o su concepción del espacio y tiempo como meros relationes reales, existendiordines (AA VI, 4: 1641). De este modo, el mecanicismo encuentra en el filósofo de Leipzig una posibilidad de formulación que se desentiende de los extremos.


Notas

1"GP" corresponde a la abreviación de la edición de Gerhardt, Die philosophischen Schriften, siendo el número en romano el tomo y el número arábico la página. Los detalles de la edición pueden consultarse al final en la lista de referencias.
2Este tema, si bien desborda el marco de este artículo, resulta importante de precisar como propio de la filosofía de la ciencia. En efecto, el problema con el que se enfrenta Leibniz consiste en asumir una relación causal entre lo observado y aquello que lo genera. Para Leibniz sí es factible dicha relación, aun cuando mantenga una visión más progresista respecto a la innovación en el orden del método. Ahora bien, negar dicha relación, como acontece con el empirismo inglés, en particular en Hume y Locke, implica asumir que lo observable no es sino un flujo de variaciones sin ninguna explicación causal, esto es, metafísica. En este último caso, la descripción y predicción reemplazan a la explicación, negando una inteligibilidad en el orden de los principios, esto es, metafísica, sino solo aceptando una comprensión empírico-eidética. Tal como señalaba Aristóteles, el problema no es lo permanente, sino lo que cambiando exige una explicación.
3"AA" corresponde a la abreviación de la Akademie Ausgabe, Gottfried Wilhelm Leibniz, Sämtliche Schriften und Briefe, en la que el número romano representa la serie, el número arábico que le sigue el tomo y finalmente el número arábico después de los dos puntos, la página. Por ejemplo, AA VI, 4: 2058 indica la serie VI, que corresponde siempre a los escritos filosóficos, tomo 4, página 2058. Para los detalles de la edición puede consultarse al final la lista de referencias. Leibniz mantiene, desde su singular posición, un nexo con el modo clásico de fundamentación. Para el filósofo alemán es necesario reconocer que la razón puede dar cuenta de aquello que busca explicar, de aquí su conocido principio de razón suficiente, nihil est sine ratione. Por el contrario, Descartes, partiendo de su duda metódica anula esta capacidad de sopesar razones como pro et contra. Para más detalles sobre este punto, véase Schepers (2009). De hecho, al observar Leibniz el artículo 7 de los Principia de Descartes advierte la importancia de introducir la distinción entre verdades de razón y verdades de hecho, subsumiendo la propia tesis cartesiana cogito ergo sum a una verdad de hecho, como una de tantas otras verdades inmediatas de las cuales tomamos conciencia (GP IV:357).
4Es importante tener presente que el mecanicismo que critica Leibniz es no tanto como instrumento de explicación de fenómenos, sino considerado en el orden de los principios.
5Con ello no queremos volver al aspecto negativo mencionado al inicio, sino reforzar precisamente el carácter de proyecto, tal cual lo indicamos como característica c).
6Nótese que, como ya se ha expuesto, ambos extremos se encuentran identificados como problemáticos en la obra de Leibniz. Esto refuerza la tesis aquí presentada, es decir, la singular posición que mantiene el filósofo alemán frente al mecanicismo, siendo no tan solo un asunto de delimitación, sino en rigor de interpretación, ya que muchos de los proyectos de Leibniz asociados a la fundación de ciencias particulares toman al mecanicismo como un punto de partida para una reforma, entendiendo esta última como el propio sistema de Leibniz.
7En estos pasajes Leibniz refiere, basándose en ejemplos, cómo el mecanicismo es un núcleo que gesta el proyecto de una teoría que salve los fenómenos, pero fomentando un desarrollo propio de ciencias particulares, tomando como horizonte el progreso de la ciencia para el beneficio del género humano y que expresa sintéticamente su conocida expresión theoria cum praxi.
8Se podría objetar que dicho planteamiento carece de originalidad en cuanto es la clásica propuesta aristotélica que logra compatibilizar la causa eficiente con la causa final. En rigor, la originalidad de Leibniz radica en articular dicha correlación entre causa final y causa eficiente a la luz de la nueva ciencia experimental. Los nuevos descubrimientos científicos, la necesidad de nuevos instrumentos de medición, es un ámbito ajeno al horizonte aristotélico. En este sentido, un correlato que permite profundizar la novedad leibniziana al respecto está en cómo entiende la relación entre una ars demonstrandi y una ars inveniendi.
9Otro grupo de textos que puede complementar este tema en la misma época son su Hypothesisphysica nova y su Theoria motus abstracti (AA VI 2: 219-257; AA VI 2: 258276). Si bien el enfoque es más bien metodológico, esto es, la relación entre teoría y observación, hay evidencia en dichos textos respecto a cómo Leibniz evidencia la tensión entre una ciencia natural independiente y la necesidad de principios.
10La conocida expresión "salvar el fenómeno", leibniziamente comprendida, es justamente dar razón del fenómeno. No hacerlo es dar una descripción puramente mecánica del fenómeno.
11Muchas veces se ha hecho notar esta idea como una prueba del eclecticismo en Leibniz. La síntesis filosófica en él es el resultado de proponer una concepción en la que su tesis no es la suma de las partes, sino algo distinto a ellas.


Referencias

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