ISSN electrónico 2011-7477 |
Representación ficcional del Otro en el espacio/tiempo del pasado nacional. Novela Histórica Tradicional versus Nueva Novela Histórica
Juan Moreno Blanco
Universidad del Valle
jmorenofr@gmail.com
Resumen
Este trabajo tematiza el contraste entre la Novela Histórica Tradicional y la Nueva Novela Histórica en el contexto colombiano de la segunda mitad del siglo XX en cuanto a la representación del pasado nacional y, en particular, en cuanto al lugar del Otro en el tiempo/espacio de ese pasado. Se postula que los escritores colombianos de la Nueva Novela Histórica, al tematizar la presencia del Otro culturalmente diferente al sujeto de la élite republicana, son un antecedente cultural de la Constitución política del 91, que reconoce la calidad pluricultural de la nación colombiana.
Palabras clave: novela histórica tradicional, Nueva novela histórica, historia nacional, representación ficcional del pasado nacional, historiografía nacionalista.
Abstract
This paper analyses the contrast between the Traditional Historical Novel and the New Historical Novel in the Colombian context of the second half of the XX century with reference to the representation of the national past and specifically referring to the estimation of the other as far as time and space in the past is concerned. i will argue that Colombian writers of the New Historical Novel mark the presence of the Other, who is culturally different from the republican elite, the main subject, and thus these works become the cultural background of the Political Constitution of 1991, that recognizes the multicultural situation of the Colombian nation.
Key words: traditional historical novel, new historic novel, national history, fictional representation of the national past, nationalist historiography.
Representación ficcional del Otro en el espacio/tiempo del pasado nacional. Novela Histórica Tradicional versus Nueva Novela Histórica
LLa memoria nos trae el pasado en forma de relato. Este traer encarna ya una paradoja: lo que se trae del pasado se nos da como puesta en intriga, armadura narrativa de acontecimientos, que el presente mismo construye; podemos decir que todo pasado es una construcción narrativa desde el presente. "Lo que pasó" no tiene una narración neutra sino una narración marcada por los contextos enunciativos y los proyectos representativos de quien la agencia en el presente. Y así como la memoria o construcción del pasado no es neutra —u objetiva—, así mismo no es única ni definitiva. El conflicto de las variopintas narraciones del pasado nos depara, pues, un pasado inestable, cambiante y controversial. Puesto que no tenemos un pasado total sino horadado de olvido, no nos salvamos de narraciones afincadas en proyectos ideológicos que provocan otras narraciones que las contestan; el tiempo pretérito es hecho y rehecho. El pasado no acaba de pasar. La máquina de la memoria no para.
La novela histórica es un subgénero literario que aviva la problematicidad de este tejer la memoria del pasado desde el presente. En el contexto colombiano ese subgénero nos da materia para focalizar la manera como los proyectos narrativos del pasado se inscriben en intencionalidades y agendas que corresponden a tensiones político-culturales de la Colombia contemporánea, tensiones que incluso llegan a escindir el subgénero en dos tendencias: la Novela Histórica Tradicional y la Nueva Novela Histórica. Ejemplos de Novela Histórica Tradicional como El caballero de El Dorado de Germán Arciniegas (1939), Los pecados de Inés de Hinojosa de Próspero Morales Pradilla (1986) y Ursúa de William Ospina (2005), a pesar de sus evidentes diferencias dibujan un pasado colonial homogéneo y sin fisuras que nos representan un espacio/tiempo en que no se vislumbran alteridades centrífugas o temporalidades en tensión con la temporalidad central o pretendidamente única. Son proyectos del pasado que confirman la estabilidad y continuidad de la idea de historia nacional del nacionalismo cultural de la cultura de la Atenas Suramericana1; ellos dan continuidad a presupuestos culturales de gran longevidad, y sobre ellos se pueden proyectar afirmaciones que sobre las características genéricas de la Novela Histórica Tradicional colombiana del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX hiciera Donald Mc Grady (1962): "[Es] aquella que se propone reconstruir un modo de vida pretérito y ofrecerlo como pretérito, en su lejanía, con los especiales sentimientos que despierta en nosotros la monumentalidad" (p. 18).
Los citados novelistas autores de Novela Histórica Tradicional en efecto ofrecen a sus lectores pasados lejanos, es decir, acabados, en los que estructuras culturales tales como la valoración de la conquista, la supremacía cultural de lo letrado sobre lo vernáculo, la ignorancia del Otro en el espacio/tiempo nacional, la misoginia judeocristiana son naturalizadas; sus proyectos de pasado son puestos en intriga de la monumentalidad que construyó la historiografía tradicional del hegemonismo nacionalista.
Más allá del cultivo de la Novela Histórica Tradicional, que aceptaba y prolongaba las verdades culturales del nacionalismo, en la segunda mitad del siglo XX surgió en América Latina otro tipo de escritura novelesca que desafió el quietismo cultural e ideológico en la representación ficcional del pasado histórico. Ese fenómeno ha sido llamado Nueva Novela Histórica (Menton, 1993), y en la literatura colombiana son numerosas las novelas que dentro de esta corriente dieron vida a narrativas nocionales que se oponen a la pretendida unicidad de la representación del pasado nacional. Este desafío de los novelistas colombianos reluce con elocuencia en las palabras del novelista Germán Espinosa (1990) a propósito del oficio de escribir:
Todos tenemos de qué vengarnos: Y la literatura puede resultar una manera aceptable y aún noble de hacerlo... Pienso que si de algo toma venganza el escritor es de su niñez... Para uno vengarse de su niñez o del pasado de su raza no basta evocarlos ni representárselos, sino que es necesario conjurarlos. (pp. 35-37).
Leemos en esta declaracion de uno de los autores colombianos que más novelas históricas ha escrito una disposición a enfrentar —a vengarse de— las narrativas del pasado seguramente enseñado y aprendido en una educación que daba crédito y gran jerarquía de verdad a la historiografía tradicional. Con ira e ironía, el saber de la historiografía tradicional de las elites de la nación es puesto en cuestión por el novelista, pues es claro que esa memoria selectiva de la historiografía no hace sino justificar, en el pasado, el presente y, sobre todo, en el futuro, el proyecto político de quienes han construido ese saber:
El tiempo del saber histórico es construido según los criterios de las sociedades y de los grupos presentes, lo que los lleva a rescribir sin cesar su historia y, al hacerlo, a volver el tiempo histórico a la vez más vivo y más ideológico. Esta doble ambigüedad del tiempo histórico conlleva a las historias a predecir el pasado y a proyectar esa predicción en el porvenir. (Gurvitch, 1969, p. 357)
También entre líneas García Márquez hace la metafórica puesta en cuestión del saber que sobre el pasado le enseñaron en la escuela y que se confunde con predicciones y adivinanzas: en Cien años de soledad, durante la peste del insomnio, cundidos por el olvido los vecinos de Macondo visitan a Piedad Ternera para que les lea las cartas de la baraja: no para que adivine su futuro sino para que les adivine su pasado. Y es que para estos y otros escritores colombianos autores de la Nueva Novela Histórica es evidente que la "historia nacional" enseñada en los pupitres de la pedagogía fue ejercicio e institucionalización de una memoria selectiva que fortalecía el proyecto político triunfante de una elite:
El establecimiento de las Academias de historia tuvo que ver con la necesidad de crear una tradición nacionalista y republicana. Esta tradición debió construirse con base en la idea de que la historia de la República constituía un proceso exitoso donde también se asentaban las bases de una pedagogía cívica que se unía a la consolidación de la imagen de la nación propuesta desde el diagnóstico hecho por los "hombres de letras" que formaban esa institución o que fueron tomados como bastiones ideológicos de los proyectos triunfantes. (Betancourt, 2003, p. 90)
Los principales manuales de esa pedagogía del triunfo de una elite que se situaba no solo en el pasado sino en el presente y porvenir nacional fueron la Historia de Colombia para la enseñanza secundaria y el Compendio de la Historia de Colombia para la enseñanza en las escuelas primarias de la república, escritos por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla y publicados con la aprobación del Estado en 1911. La verdad de la "historia nacional" presente en esta narrativa se halla en consonancia con los olvidos de la Constitución Política de 1886, que encumbra el legado católico hispánico y borraba los otros legados de nuestro país: "No debemos, pues, maldecir esa conquista porque gracias a ella vino a nuestra tierra la civilización europea y le debemos el tesoro inestimable de la verdadera religión y el hermoso idioma que hablamos". Esa tradición narrativa que se funde con la pedagogía e ideología del proyecto de nación, centralista y excluyente, es memoria al mismo tiempo selectiva y desafiante. Viene de lejos. Ya en 1808, en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, Francisco José de Caldas, hablando de la influencia del clima en la cultura, separaba esencialidades entre los habitantes del altiplano y de las tierras bajas, al mismo tiempo que comenzaba la obra del control de las subjetividades:
El amor, esta zona tórrida del corazón humano, no tiene esos furores, esas crueldades, ese carácter sanguinario y feroz del mulato de la costa. Aquí [en los Andes] se ha puesto en equilibrio con el clima, aquí las perfidias se lloran, se cantan, y toman el idioma sublime y patético de la poesía. Los halagos, las ternuras, los obsequios, las humillaciones, los sacrificios, son los que hacen los ataques. Los celos, tan terribles en otra parte, y que más de una vez han empapado en sangre la base de los Andes, aquí han producido odas, canciones, lágrimas y desengaños. Pocas veces se ha honrado la belleza con la espada, con la carnicería y con la muerte. Las castas todas han cedido a la benigna influencia del clima, y el morador de nuestras cordilleras se distingue del que está a sus pies por caracteres brillantes y decididos. (Caldas, 1966, p. 100)
Los herederos de las rejillas mentales coloniales prolongan na-nación tras narración la separación/clasificación de la población. No solo hay diferencias culturales dependiendo del piso climático que se habita, también hay —naturalmente— diferencia de piel y linaje étnico. En el Bolívar exiliado que en 1815 piensa la nación futura desde Jamaica aparecerá con más precisión la narrativa en que el Otro sin cultura y con esencialidades étnicas precisas debe dejar de ser lo que es —o dejar su lugar en el espacio:
La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo o una nueva ciudad que, con el nombre de Las Casas (en honor a ese héroe de la filantropía), se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-honda. Esta posición, aunque desconocida es más ventajosa por todos respectos. Su acceso es fácil, y su situación tan fuerte, que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y agradable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de ganados, y una grande abundancia de maderas de construcción. Los salvajes que la habitan serán civilizados, y nuestras posesiones se aumentarán con la adquisición de la Goajira. Esta nación se llamará Colombia como un tributo de justicia y gratitud al criador de nuestro hemisferio. Su gobierno podrá imitar al inglés; con la diferencia que en lugar de un rey habrá un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario si se quiere república. (Bolívar, 1979, p. 26).
Así, de narración en narración, de década en década, de siglo en siglo se construyó la memoria selectiva de una "historia nacional" en que el que narra construye una imagen del Otro que al mismo tiempo, por efecto especular, fortifica la imagen del sí mismo del civilizado. Hay en el fondo una técnica de representación que gana naturalidad a través de los tiempos y hace que el Otro solo pertenezca marginalmente a ese espacio/tiempo de la nación imaginada que es católica, hispánica y civilizada. De ahí que colocar al Otro en las márgenes de la humanidad —como ya lo había hecho Alejandro de Humboldt en su Viaje a las regiones equinocciales...— sea en la pluma del novelista Alvaro Mutis de La nieve del almirante (1984) algo natural:
Al anochecer se presentó una familia de indígenas, el hombre, la mujer, un niño de unos seis años y una niña de cuatro. Todos desnudos por completo. Se quedaron mirando la hoguera con indiferencia de reptiles... Tienen los dientes limados y agudos y la voz sale como el sordo arrullo de un pájaro adormilado... Los indios atraparon algunos peces en la orilla y se fueron a comerlos a un extremo de la playa. El murmullo de sus voces infantiles duró hasta el amanecer. (Mutis, 1987, pp. 19-20)
En el espacio/tiempo de ese pasado nacional narrado por la memoria selectiva de las elites el Otro (el que no tiene las esencia-lidades de los prohombres fundadores de la nación) está anclado en una condición de marginalidad y subalternidad definitiva. Tal vez ese aspecto de la representación del pasado nacional es lo que más interesa enfrentar a los autores de Nueva Novela Histórica a finales del siglo XX en Colombia. Encontraremos en autores como Germán Espinosa, Manuel Zapata Olivella y Bernardo Valderrama Andrade recreaciones ficcionales del pasado nacional que no confirman los hábitos representativos de la historiografía tradicional republicana con respecto al Otro. Más bien, al contrario, sus novelas nos presentarán proyectos representativos que no vienen desde las elites y que ponen en crisis la idea de que el Otro "no blanco" es marginal; sus proyectos narrativos dan al lector la idea de que el pasado nacional se puede representar de otro modo, y con ello avivan los conflictos interpretativos sobre el pasado, el presente y el futuro de la nación colombiana.
En la novela Los cortejos del diablo Germán Espinosa nos da, en el universo colonial de Cartagena, la imagen de un Inquisidor que como representante del Imperio se halla en situación de desventaja histórica:
Y mis padecimientos glandulares; mi prostatismo, mi respiración de asmático, mis grandes tribulaciones corporales, ¿no son la comidilla del pueblo, el regocijo de la villa, donde se me ve a la postre como yo sueño a Urbano viii, en el potro del tormento? (Espinosa, 1985, p. 12)
¿No nos pidió expresamente la feligresía suspender la persecución y no llegaron al extremo de afirmar que yo era más brujo que todos los brujos? (Espinosa, 1985, p. 23)
Hallándose en Cartagena en conflicto con las fuerzas culturales americanas, que la doctrina ibérica interpreta como demoniacas, El Inquisidor desfallece: "Cómo no dudar ahora de la verdad de mi religión, si por servirla me convertí en piltrafa ambulante" (Espinosa, 1970, p. 163).
Y al final de la trama de la novela el Inquisidor será vencido por las fuerzas culturales americanas que hacen contrapunteo a la plaza fuerte del Imperio desde Tolú:
Y las brujas bajaron y alzaron el cuerpo monumental del Inquisidor por los aires impregnados de azufre, para conducirlo a Tolú, tierra del bálsamo donde por toda la eternidad habría de besar a Buziraco —el espíritu de Luis Andrea— su salvohonor negro y hediondo (Espinosa, 1970, p. 163)
Aquí parece que Espinosa lograra vengarse de algo esencial en la tradición narrativa de la historiografía tradicional: el culto de España como origen y tradición única de lo colombiano.
En Changó el gran putas, el novelista Manuel Zapata Olivella representará el pasado, no sólo colombiano sino americano, desde el punto de vista de los afro. Entre muchas de las implicaciones que esto supone para la visión del pasado nacional sacaremos a relucir dos. La primera, que el espacio/tiempo del pasado se ve ampliado, pues la novela comienza en los barcos negreros que atraviesan el Atlántico transportando la diáspora afroamericana esclavizada. Emerge entonces una dimensión temporal que implica la memoria africana de las causas del esclavismo de los africanos en América:
Por venganza del rencoroso Loa
condenados fuimos al continente extraño
millones de tus hijos
ciegos manatíes en otros ríos
buscando los orígenes perdidos. (Zapata, 1983, p. 16).Fue después, hoy, momentos no muertos
de la divina venganza
cuando a sus subditos
sus ekobios
sus hijos
sus hermanos
condenó al destierro en país lejano. (Zapata, 1983, p. 21)
Una segunda consecuencia de este lugar de enunciación del pasado es que el "blanco" esclavista es visto dentro de la tradición narrativa afro como el enemigo, "La loba blanca", y como tal, como el sujeto del poder que subyuga y que debe ser vencido en la lucha histórica de los afroamericanos.
En El gran jaguar, de Bernardo Valderrama (1991), también el espacio/tiempo del pasado es diferente al de la tradición narrativa de las elites republicanas. Se trata de una trama que se desenvuelve en la actualmente llamada "Sierra Nevada de Santa Marta", antes de la llegada de las carabelas españolas en 1492, es decir, en el tiempo amerindio. En esta narración el Otro también es el blanco. "Los Ubatashi" son hombres blancos que han llegado en canoas y con quienes los amerindios entrarán en guerra; una vez que los amerindios resultan airosos y derrotan a los invasores, su chamán, el Jaguar Negro, pronostica la llegada futura de nuevos invasores, es decir, la Conquista. Aquí también el blanco conquistador es visto como futuro opresor.
Con la evidencia de estas tres novelas podemos asumir que la narrativa de la Nueva Novela Histórica se ha independizado de la concepción de la historia propia de las elites, que no pensaron sino el espacio/tiempo y el tipo de sujeto cultural que los auto-rrepresentaba. Al ficcionalizar un pasado nacional estructurado alrededor de un espacio/tiempo que incluye al sujeto cultural olvidado por y en la narrativa de la historiografía republicana, los escritores de Nueva Novela Histórica en las últimas décadas del siglo XX nos muestran un proyecto de pasado incluyente en el que surge la imagen de una nación colombiana plural y heterogénea. Es como si la narración literaria que toma como tema el pasado nacional hubiera sido un antecedente que anunciaba el sesgo pluricultural de la Constitución Política de 1991.
Por otro lado, estos novelistas y sus ficciones de pasado nacional se oponen a la idea fuertemente anclada en la modernidad de que hay un tiempo/espacio único que sirve de escena al sentido de lo progresivo o de la fuerza del progreso dirigida hacia un fin último (un telos) sobre un eje unitario del tiempo que reúne, alrededor de un sujeto cultural también unitario, a toda la humanidad. En palabras de Gianni Vattimo (2003), esa era la concepción moderna ordenadora de la historia:
Si la historia tiene un sentido progresivo, es evidente que tendrá más valor lo que es más "avanzado" en el camino hacia la conclusión, lo que está más cerca del final del progreso. Ahora bien, para concebir la historia como realización progresiva de la humanidad auténtica, se da una condición: que se la pueda ver como un proceso unitario. Sólo si existe la historia se puede hablar de progreso... Como la historia se concibe unitariamente a partir de sólo un punto de vista determinado que se pone en el centro (bien sea la venida de Cristo o el Sacro Romano Imperio, etc.), así también el progreso se concibe sólo asumiendo como criterio un determinado ideal del hombre; pero habida cuenta que en la modernidad ha sido siempre el del hombre moderno europeo —como diciendo: nosotros los europeos somos la mejor forma de humanidad—, todo el decurso de la historia se ordena según que realice más o menos completamente ese ideal. (pp. 10-12)
Quiere decir que la Nueva Novela Histórica, al ocuparse del pasado nacional, contribuye a profundizar la crisis de uno de los fundamentos de la modernidad: la historia y su tiempo unitario. Este subgénero es pues un desafio al centralismo ilustrado y sus "principios universales". Haber roto con sus creaciones el tiempo unitario del nacionalismo cultural y narrar la pluralidad de pasados históricos convierte a nuestros autores de Nueva Novela Histórica en artifices de una memoria que convoca el reconocimiento del Otro y la pluralidad cultural en el espacio/tiempo del pasado, presente y futuro de la nación colombiana.
Notas
1 Sobre la filiación de estas novelas con la historia relato o la ideología de la nación ver Moreno (2015).
Referencias
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Mutis, Á. (1987). La nieve del almirante. Madrid: Alianza Tres.
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Vattimo, G. (2003). Posmodernidad ¿Una sociedad transparente?
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Zapata, M. (1983). Changó el gran putas. Bogotá: Oveja Negra.
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