El género como cuestión de clase en las trayectorias intergeneracionales en Buenos Aires
Gender as a class issue in intergenerational pathways in Buenos Aires
Gonzalo Seid
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias Sociales. Becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. gonzaloseid@gmail.com. Orcid: https://orcid.org/oooo-ooo2-1242-930i
Resumen
En este artículo se analiza la intersección entre clase social y género en trayectorias biográficas de varones y mujeres de Buenos Aires nacidos en las décadas de los sesenta y setenta. Se analizan 35 relatos de vida basados en entrevistas en profundidad, que relevaron información ocupacional, educativa y familiar, así como sobre eventos y transiciones biográficas. Las trayectorias de clase y los condicionamientos derivados de la posición social adoptan modalidades específicas según género y están sujetas a mecanismos específicos del ámbito doméstico en los que interviene la dimensión de género.
Palabras clave: trayectorias de clase, género, biografías.
Abstract
This article analyzes the intersection between social class and gender in biographical trajectories of men and women from Buenos Aires born in the sixties and seventies. We analyzed 35 life stories based on in-depth interviews, which revealed occupational, educational and family information, as well as events and biographical transitions. Class trajectories and conditioning factors derived from the social position adopt specific modalities according to gender and are subject to specific mechanisms of domestic life in which gender dimension incides.
Keywords: class trajectories, gender, biographies.
Introducción
Este artículo presenta algunos resultados de investigación1 acerca del papel del género en trayectorias individuales y familiares de clase social. La noción de trayectorias de clase puede entenderse como el itinerario de los agentes entre posiciones en el espacio social en lo que respecta a capital económico, cultural y social. La mirada de las trayectorias supone una intención de ampliar el espectro de los fenómenos tradicionalmente abordados por la sociología de la movilidad social, prestando mayor atención a los procesos y mecanismos que tienen lugar entre origen y destino de clase (Cachón Rodríguez, 1989; Bertaux y Thompson, 2007; Seid, 2020 y 2021). En el campo temático de la movilidad social históricamente han existido resistencias a la incorporación de la dimensión de género, por imaginarla una cuestión aparte, que se daba por sentada o se consideraba ajena (Gómez Rojas y Riveiro, 2014). En este artículo se pretende argumentar a favor de su pertinencia, a partir de la identificación de algunos mecanismos concretos de articulación clase-género. Los casos seleccionados para el análisis fueron varones y mujeres del Área Metropolitana de Buenos Aires, nacidos entre 1965 y 1975, de distintas posiciones de clase.
En el primer apartado se hace un repaso por distintas maneras de entender el vínculo clase-género en los análisis de clase. A continuación, se exponen las decisiones metodológicas y los resultados de la investigación. El apartado de resultados se organiza en cinco ejes: Tener un hijo, Las redes de apoyo para el cuidado según las clases, El trabajo doméstico y el recurso a empleadas domésticas, Los varones y el reparto de tareas domésticas y El manejo del dinero. El propósito de este escrito es abordar, a partir de numerosos ejemplos empíricos, temas clásicos en los estudios de género, pero que han sido relevados en una investigación enfocada en las desigualdades de clases sociales.
Sobre el vínculo clase-género
La relación entre clase y género puede ser concebida de distintas maneras. En los estudios sobre clases sociales, estratificación y movilidad ha habido distintos posicionamientos respecto a cuál es el papel del género.
Un primer posicionamiento podría denominarse la irrelevancia del género en lo concerniente a la clase o la neutralidad del análisis de clase respecto al género. La controvertida perspectiva convencional de Goldthorpe (1983) afirmaba que la posición del jefe de familia en el mercado de trabajo determina la ubicación de clase de toda la familia. Debido a la menor participación de las mujeres en el trabajo asalariado durante el siglo pasado, la ubicación de clase de ellas se identificaría con la de sus maridos, incluso cuando ambos participaban en el mercado laboral. En los propios términos del análisis de clase, esta convención empírica que excluye a las mujeres en la medición de la clase social no presentaría dificultades cuando las mujeres no trabajan remuneradamente o cuando ambos miembros de una pareja son de una misma clase social. Sin embargo, cuando sus clases sociales difieren, parece necesario admitir que la posición de clase de la mujer puede influir en las experiencias, identidad e intereses de clase del hogar. Posteriormente, Erikson y Goldthorpe (1988) propusieron usar como indicador de la clase de una familia la ocupación dominante en lo material, independientemente del género de la persona.
En segundo lugar pueden situarse los posicionamientos críticos con dicha consideración del género como un tema irrelevante respecto a la clase. Sorensen (1994) sostuvo que es necesario que el análisis de la estructura de clases tome como unidades a los individuos en vez de los hogares para evitar invisibilizar a las mujeres, o bien buscar alternativas más complejas que contemplen los roles económicos de mujeres y varones si se necesita examinar la posición de los hogares -y no de los individuos- en la estructura social. Baxter (1992) sostuvo que, si bien no es adecuado centrarse solamente en la clase del individuo, un enfoque de clase de la familia debería tomar en cuenta la ubicación de clase de maridos y esposas, dado que las familias de clase heterogénea son cada vez más prevalecientes.
Por su parte, Erik Wright (2010) consideró que en las sociedades actuales existen efectos recíprocos y sistemáticos entre las relaciones de género y las relaciones de clase. Si bien las relaciones de género no están determinadas únicamente por las relaciones de clase, la estructura de clases establece límites de variaciones posibles. Las relaciones de género, a su vez, pueden influir en la distribución de los individuos en las clases y producir divisiones dentro de las clases. Puesto que no resulta satisfactorio identificar la posición de clase de las esposas con la de sus maridos, ni tampoco hacer de la clase un atributo individual, la estructura de clases debería comprenderse como el conjunto de relaciones directas y mediatas. De este modo, los distintos miembros de un hogar pueden compartir la misma posición de clase en tanto unidad familiar, por ejemplo, en lo que respecta al consumo y estrategias familiares, mientras que en otros aspectos pueden mantener posiciones de clase distintas, por lo cual los intereses materiales de los individuos constituyen un producto de esta combinación. En suma, la postura de Wright, como las de Sorensen y Baxter, critica la perspectiva que hace abstracción del género en el análisis de clase. Sin embargo, proponen mantener la distinción entre ambas dimensiones: clase y género están articulados, pero son aspectos separables.
Otro posicionamiento respecto al vínculo clase-género pone en cuestión que clase y género sean desigualdades separables más allá de lo conceptual. Entendiendo que los distintos principios de diferenciación operan conjuntamente en el espacio social, el análisis de las desigualdades debería reconstruir la estructura de relaciones entre "todas las propiedades pertinentes". Para Bourdieu (2012), al menos en La distinción, el vínculo entre clase y género más que de articulación sería de interpenetración, puesto que la clase es la posición global en el espacio social y dicha posición sintetiza distintas desigualdades, entre ellas las de género. No obstante, en La dominación masculina conceptualiza que el género y la clase interactúan de modo tal que cada principio modera los efectos que el otro ejerce en las prácticas.
La categoría género, muy presente en distintas áreas temáticas en las ciencias sociales contemporáneas a nivel global y local, no ha tenido la misma centralidad en los estudios sobre estructura social o movilidad (Álvarez Leguizamón et al., 2016). En otras áreas afines, como los estudios sobre el mercado de trabajo, se han investigado temas como la segregación ocupacional, los perfiles de inserción laboral de las mujeres -su mayor presencia en el sector servicios, en empleos más precarios, con menor tradición de sin-dicalización, etc.-, así como la feminización de la pobreza y otros efectos de las transformaciones económicas regresivas soportados en mayor medida por las mujeres (Cerrutti, 2000; Valenzuela, 2003).
En la temática de estructura y movilidad la omisión de las mujeres se debía a la hegemonía del hogar con un único proveedor económico varón, prevaleciente durante buena parte del siglo XX, como a sesgos de los investigadores. Con la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo, el ascenso del modelo de hogar de dos proveedores y la puesta en discusión de estos temas a partir de la crítica feminista, aparecieron algunas investigaciones que revisaban la movilidad social femenina (en América Latina, por ejemplo, Cortés y Escobar, 2005; Jorrat, 2007), pero predominó la convención empírica de medir la clase del hogar a partir de los varones.
En general, en los estudios cuantitativos se observan similares niveles de movilidad absoluta y fluidez entre varones y mujeres, con diferencias en los patrones de movilidad debido a la segregación ocupacional. En las tablas de movilidad los destinos de las mujeres se concentran más en la clase "no manual de rutina" y en la clase de servicio; y los varones más en las "clases manuales" como obreros calificados y no calificados. A menudo se encuentra para las mujeres algo más de independencia entre origen y destino, lo cual suele ser interpretado en los estudios de movilidad social casi como sinónimo de menor desigualdad. Una de las dificultades que reconocen es que si toman como origen la clase de los padres varones, la comparación con la clase de las hijas se ve interferida por la segregación ocupacional, pero tomar la clase de las madres no es la mejor alternativa porque una gran proporción no participaba del mercado laboral (cfr. Solís y Boado, 2016). En suma, con la investigación estándar en movilidad social, las desigualdades que desfavorecen a las mujeres permanecen invisibles, a menudo por los efectos de las técnicas cuantitativas que se utilizan.
La cuestión no se salda simplemente realizando un análisis comparativo de los patrones de movilidad según género, porque también encierra problemas de orden conceptual. Si las desigualdades de clase están atravesadas por el género, o si las relaciones de género moldean distintas estructuras de clase, se dificulta la construcción de un único esquema de clasificación en clases para mujeres, varones y géneros no binarios. En este punto, la propuesta de estudios cualitativos en movilidad social puede destrabar algunas de las dificultades: no sustituye la cuantificación que la temática a menudo requiere, pero muestra que aquella no es suficiente por sí misma.
Para explorar algunos mecanismos concretos mediante los cuales se articulan o intersecan clase y género, en este trabajo se siguió la propuesta de Bertaux y Thompson (2007) de un abordaje cualitativo de los procesos de movilidad social mediante relatos de vida.
Metodología
Para abordar las trayectorias de clase se hicieron entrevistas en profundidad a sujetos individuales a partir de los cuales se reconstruyeron historias familiares. Se estratificó la muestra por propósitos, según sexo y origen de clase, seleccionando varones y mujeres que en 2015 tuvieran entre 40 y 50 años de edad, cuyos padres habían tenido ocupaciones obreras y de sectores medios, inmersos en trayectorias de clase de distinto tipo. El criterio de edad se orientó a lograr cierta homogeneidad, para evitar que las diferencias en trayectorias se deban a la etapa del ciclo de vida en que se encuentren; asimismo, alrededor de los 40 años se espera que exista una relativa consolidación y estabilidad laboral.
Se entrevistaron un total de 35 personas del Área Metropolitana de Buenos Aires. En una primera etapa se realizaron 28 entrevistas segmentadas en cuatro grupos de 7 casos: varones cuyo origen de clase -de ambos padres- era obrero, mujeres de origen obrero, varones de origen no obrero y mujeres de origen no obrero. Posteriormente, siguiendo el criterio de muestreo teórico, se realizaron entrevistas adicionales buscando casos con características ausentes en los primeros casos analizados, como padres con cargos ejecutivos y mujeres de capital económico relativamente alto con bajo capital educativo.
En las entrevistas se apuntó a reconstruir las historias ocupa-cionales, educativas y vinculares, profundizando en los momentos cruciales de cambios individuales y familiares. Los instrumentos de registro que se emplearon para la reconstrucción de las biografías fueron una guía de pautas de entrevista y la técnica del árbol genealógico. Para el análisis de los relatos se usaron los procedimientos de la Teoría Fundamentada (Strauss y Corbin, 2002). Si bien la investigación no adopta esta estrategia con todos sus componentes e implicancias, los procedimientos de codificación de la información textual y de comparación constante resultaron de suma utilidad para el trabajo con los relatos.
Resultados
A partir del análisis de las entrevistas, se encontraron los siguientes modos de intervención del género en las distintas posiciones de clase:
- En las trayectorias desde familias de obreros precarios se halló que la reproducción de la posición y la transmisión de desventajas parece tener afinidad con la reproducción de las desigualdades de género. Típicamente, la división del trabajo doméstico es tradicional: las mujeres suelen abandonar el mercado laboral para cuidar de los hijos pequeños cuando el padre de los hijos aporta para el sustento. Ellas suelen reingresar al mercado laboral cuando los hijos no son tan pequeños o bien ante el desempleo de sus parejas. Al encontrar empleos precarios, informales e inestables, participar del mercado laboral no es a menudo algo más atractivo para las mujeres que las actividades domésticas y de cuidado.
- En las trayectorias desde la clase obrera formal y estable se destacaron los ascensos desde las familias nucleares bajo el modelo de varón único o principal proveedor y en la siguiente generación especialmente en las parejas de dos proveedores. El rol tradicional de las madres en el trabajo reproductivo, de cuidados, de crianza, etc. —quienes además trabajaron en algunos momentos en el mercado laboral— se reveló fundamental en la producción de las condiciones en las que se asentó el ascenso de la siguiente generación.
- En las trayectorias desde familias de comerciantes, al menos en lo que respecta a la trayectoria de clase, el género parece haber implicado en ciertos casos desventajas para los varones, cuando por vocación o por mandato familiar no convirtieron el capital económico en cultural y el primero progresivamente se perdió.
- En las trayectorias desde posiciones profesionales los conflictos en las relaciones de género han aparecido de manera más abierta, al menos en los relatos. Al existir mejores oportunidades de carreras laborales exitosas pero que demandan tiempo, las asimetrías de género en el hogar parecen haber resultado más intolerables para las mujeres. Esta composición entre opresión de clase y opresión de género contrasta con la de las mujeres de las situaciones más precarias, para quienes los roles tradicionales de género significaban subjetivamente una emancipación de la explotación laboral.
En adelante se describen las vinculaciones entre clase y género en las trayectorias analizadas.
Tener un hijo
Uno de los aspectos que constituyen momentos de cambio en las biografías y que afectan las trayectorias de clase es la llegada de un hijo. Las tensiones que este evento significa para la compatibiliza-ción del trabajo de cuidado con el trabajo en el mercado laboral se expresan más nítidamente en la generación de los entrevistados que en las anteriores, en las mujeres mucho más que en los varones y en las profesionales más que en otras ocupaciones. El significado de tener un hijo en las trayectorias de movilidad difiere según género: mientras que para las mujeres es un eje organizador de los relatos, incluso en la faceta laboral, para los varones no aparece con la misma centralidad entre los acontecimientos biográficos que vuelven inteligibles sus trayectorias de clase.
En investigaciones sobre la temática se ha identificado que las mujeres se ocupan más del cuidado que los varones en todas las posiciones de clase, pero en distintos grados. Ello ocurre incluso cuando ambos miembros de una pareja heterosexual trabajan fuera del hogar (Esquivel, 2012). En los sectores populares, la mayor tasa de natalidad (Torrado, 2007) y algunos lazos comunitarios barriales y de las familias extendidas pueden hacer que madres y padres primerizos tengan mayor experiencia en el trato con bebés y una mayor sensación de compañía o apoyo para las tareas de cuidado, frente a cierta sensación de soledad y angustia en madres de clase media (Colangelo, 2006). El trabajo de cuidado no remunerado entre miembros de la familia extendida en los sectores populares es bastante habitual, pero también lo es la expectativa de alguna retribución (Faur, 2014). El tipo de empleos y las remuneraciones a los que pueden acceder las personas de distintas posiciones de clase condicionan la posibilidad de contratar un jardín maternal o una niñera, tanto desde el punto de vista de la accesibilidad económica como de la preferencia subjetiva. Esto a su vez refuerza desigualdades laborales (Cogliandro, 2009).
En los casos analizados de la fracción más precaria de la clase obrera se encontró que la posibilidad de dedicarse al cuidado de los hijos sin trabajar fuera del hogar podía ser significada por las mujeres como un privilegio deseable frente a la obligación de trabajar por necesidad económica. En las demás posiciones de clase actuales —con independencia del origen— las mujeres expresaron que al tener un hijo esperaban reincorporarse al mercado laboral. Sin embargo, los plazos en que pudieron hacerlo dependieron de arreglos y negociaciones familiares, así como de la flexibilidad ofrecida en los empleos.
Los varones tienden a no explayarse en los relatos acerca de la cuestión; por lo general se limitan a decir quiénes estaban a cargo de cuidar al hijo durante la jornada laboral de ellos —típicamente la esposa y la suegra o la madre del entrevistado— y cuándo podían hacerlo ellos —por ejemplo, los fines de semana—. En general tienden a manifestar acuerdo con el cuidado y la crianza compartida entre géneros, pero explican que por las exigencias laborales de ellos han sido las mujeres las que en la práctica se ocuparon más —no siempre lo dicen abiertamente, más bien lo dan a entender. En solamente dos casos, ambos pequeños comerciantes por cuenta propia, al tener un hijo negociaron o impusieron a su esposa que ocupe el rol de ama de casa para no necesitar externalizar el cuidado.
Cuando quedó embarazada... cuando estábamos estudiando quedó embarazada y le dije mis hijos son míos. No me interesa que me los cuide nadie, ni dejarlos a la buena de Dios. Entonces no quiero que tu vieja, ni la mía, ni el tío, ni la guardería, ni nada. Laburo un poco más, pero los chicos los criamos. Así fue. (Leandro, comerciante.)
Este entrevistado relata que durante su infancia y adolescencia padeció la falta de cuidados, puesto que su padre había abandonado la familia, y su madre, que era la jefa del hogar, trabajaba tres turnos como docente. Su concepción tradicional de los roles familiares parece vincularse con estas experiencias, así como también con cierta orientación ideológica conservadora respecto al orden social y político, que exhibe en otros aspectos de su discurso. Leandro es el único entrevistado que reivindica abiertamente el modelo tradicional de roles familiares.
En las mujeres profesionales, las tensiones y conflictos domésticos por el reparto desigual de las tareas de cuidado se expresan abiertamente. El relato de Evelyn refleja bien estas tensiones y la voluntad de las mujeres de esta posición de clase para renegociar distribuciones más equitativas de los deberes domésticos.
Evelyn estudió escultura y grabado y ha trabajado en distintas instituciones del campo del arte, como pasante e instructora, y actualmente coordina el área educativa de un importante museo de escultura. Cuando tuvo a su primer hijo, luego de ocho meses de licencia, siguió trabajando como instructora con dedicación completa, pero cuando tuvo su segundo embarazo renunció a ese trabajo porque no podía seguir con una actividad laboral tan intensa de jornada completa. Durante un año se dedicó a cuidar a sus niños como ama de casa y dictaba clases en una escuela de arte, trabajo que le insumía poco tiempo. Sin embargo, pronto volvió a buscar un trabajo jornada completa porque siente -y expresa con términos que evocan el malestar descripto por Betty Friedan en La Mística de la Femineidad- que permanecer en el hogar "la aplasta".
Yo dejé el museo porque quería estar con los niños, estuve un año entero dentro de mi casa y casi me muero [risas]. Esa cosa de no, yo quiero ser profesional, yo sé que la casa te aplasta, se te cae encima. Estamos como con ese tema de que necesito salir a laburar, o sea, que funciona mejor todo si yo laburo...
Aunque tanto Evelyn como su esposo trabajaban jornada completa, la responsabilidad y la carga mental de organizar quién cuidaría a los niños, sobre todo a la beba, seguía siendo de ella exclusivamente.
Yo arreglaba dónde iba estar, con quién iba estar, qué iba hacer, yo era la que llamaba a todos los lugares donde están los chicos. o sea, la sensación es que la madre está en el laburo pero sigue siguiendo los pasos de todo lo que le pasa a los niños.
El apoyo familiar posibilita el cuidado cotidiano de los hijos. La suegra, la abuela de Evelyn y una empleada, se ocupan de cuidar a los niños cuando Evelyn y su marido trabajan. Sin embargo, algunas obligaciones más esporádicas, que por su propio carácter no pueden ser planificadas, terminan quedando pendientes hasta que se encuentra algún tiempo desocupado. Evelyn menciona como ejemplo los turnos médicos como obligaciones que se da por sentado que son responsabilidad de ella.
Los médicos ponele, justo este laburo me daba justamente un mes de vacaciones, agendé todos los médicos habidos y por haber, y yo soy la que llamo a los turnos. Hay una cosa como vinculada a la maternidad. pero ahora estamos haciendo terapia hace un tiempo juntos, hay como una cosa de bueno. pensémoslo juntos, cómo lo vamos a organizar.
Cuando hay niños pequeños y ambos padres trabajan, típicamente aparecen arreglos laborales ad hoc de las mujeres para ensamblar los horarios y demandas de la vida familiar y laboral. Prácticamente están ausentes estos arreglos laborales en los relatos de los varones.
Los chicos están más o menos grandes, ya no tenemos esa presión de llegar a determinados horarios, quién se encarga de los chicos, que en el pasado sí fue una carga mucho más pesada para mi mujer y para mí, digamos, yo me iba de viaje. Yo viajé mucho todo el tiempo y teníamos bebés chicos y organizarse desde ese lugar seguro era una tarea netamente de mi mujer, pero más que nada porque yo no estaba, pero bueno, fue desde ese lugar más difícil. (Lucas, agrónomo)
Pasar de trabajar jornada completa a media jornada, trabajar desde la casa, e incluso ir y venir varias veces en el día entre el establecimiento de trabajo y el hogar son algunos de los compromisos que ellas adoptan para zanjar demandas discordantes. Los acuerdos sobre la jornada laboral, la duración de la licencia y las condiciones de reincorporación pueden resultar enrevesados y desventajosos para ellas, pero aun así son valorados porque aparecen como la única alternativa factible para conservar el empleo en esas circunstancias con estrecho margen de maniobra.
- ¿Y cuánto tiempo tuviste de licencia por maternidad?
- Y. menos de los tres meses.
- Menos de los tres meses.
- Sí, porque ya empezaron que me necesitaban, me mandaban trabajo a casa, y tuve que volver antes y arreglé para trabajar medio día y extenderlo en el tiempo, duplicarlo; en vez de trabajar las 9 horas, trabajaba 4 horas y media, y lo que me quedaba lo hacía doble. Me daban 15 días, se hizo un mes; en realidad, lo enganché también con las vacaciones, que también seguí trabajando medio día, entonces tuve un montón de tiempo, tuve hasta los seis meses de ella.
- Claro, entonces cuando tu suegra...
- Me la cuidaba medio día. (Eliana, profesional contable)
En algunas profesiones la flexibilidad de los horarios laborales suele hacer que las obligaciones familiares y laborales se entremezclen, lo cual puede funcionar como otra modalidad sui generis para conciliarlas. En los relatos de las mujeres de posiciones de clase más privilegiadas se advierte cómo las comodidades debidas a la clase pueden ser contrapesadas por la sobrecarga de esfuerzos debidos al género.
Nuestra vida familiar estaba muy mezclada con el trabajo. La gente que venía a comer a casa era gente con la que trabajábamos, o que eventualmente íbamos a trabajar. {Con mi ex marido] éramos como una sociedad laboral, en donde nos ayudábamos mucho, en donde nos vinimos bien, digamos, uno al otro. Y mis hijos se criaron en ese contexto.
Me acuerdo haber vuelto de la Cámara, darle de cenar a mis hijos, cada uno está acá, qué se yo, tomar un té y volver a la sesión, porque había sesión a la noche. Y había estado a la mañana, iba y venía, iba y venía, gastaba un montón de taxi (.) Yo en una época... con un sueldo le pagaba a la mucama, con el otro creo que hacía los taxis, o sea, trabajaba todo el día. (Mabel, cargo público jerárquico)
Las redes de apoyo para el cuidado según las clases
Con relativa independencia de la clase social, las mujeres que trabajan fuera del hogar y tienen hijos pequeños expresan dificultades comunes. El tiempo libre es escaso y está supeditado a los compromisos laborales y a los arreglos familiares para cuidar a los niños. Los horarios se ensamblan de manera muy ajustada, sin que quede espacio para lo no previsto. Los apoyos con los que cuentan para las tareas de cuidado son fundamentalmente de otras mujeres de la familia, sobre todo cuando no tienen empleada doméstica. El barrio y las amistades pueden constituir fuentes de apoyo, pero de manera ocasional; por lo general están ausentes en el día a día, excepto cuando se dispone una organización grupal con una finalidad específica.
Lo cuida mi mamá, él sale y se va a la casa de mi mamá, yo después lo voy a buscar.
Pero no, la semana es muy corta en lo que podemos hacer, él va al club o lo voy a buscar a inglés y yo voy tres veces por semana a gimnasia, lo único que hago es ir tres veces por semana a gimnasia. (Marisol, empleada administrativa)
A mí no me daba la vida entre limpiar la casa, ocuparme de los chicos, hacer el pool, cuidar la economía, estudiar para coach, cumplir con las clases. (Fabiana, directora en jardín de infantes)
Cuando Fabiana menciona "hacer el pool" refiere a organizarse con otras madres o padres para trasportar a los hijos al colegio y a las actividades extracurriculares, alternándose la responsabilidad cada día de la semana. Como Fabiana vive en un barrio cerrado de zona norte del Gran Buenos Aires y trabaja en la ciudad de Buenos Aires, la "cooperativa" de madres le ha permitido aliviar sus horarios algunos días de semana, cuando los hijos salen del colegio; y los fines de semana, cuando intenta organizarse con otros adultos para no tener que llevar y recoger siempre ella a sus hijos de las actividades deportivas. Vivir en un barrio privado y organizarse con otros padres, según expresó, la hace sentirse tranquila respecto a la seguridad de los hijos. La pertenencia de alguien a la urbanización privada es percibida por los demás como un índice de confianza, habilitando los vínculos barriales como red de apoyo para algunas tareas de cuidado puntuales, como el transporte o la supervisión de los niños mientras juegan.
En este aspecto la sociabilidad de los residentes en barrios privados se diferenciaría de la situación típica de los sectores medios urbanos, para quienes el barrio es principalmente un espacio de consumo ("para hacer los mandados") (De Grande, 2015, p. 84), ajeno a los lazos de amistad, confianza y apoyo para el cuidado de los niños.
En los sectores populares, el barrio está presente como red de apoyo en distintos grados, llegando a cumplir un rol en el plano afectivo en ciertas circunstancias.
No solo para nosotros, mayormente para todo el barrio, es contención, tenés apoyo, en las cosas que vos necesites, la iglesia está abierta las 24 horas, para el que quiera ir y...
- Ah, ¿las 24 horas, en serio?
Sí, por más que esté cerrado, vos te sentís mal, llamás a uno de los curas: "mirá, estoy desesperado", ellos te llaman, te atienden o vienen a tu casa. Eso es lindo. O si nosotras mismas a veces, pone-le, hay mamás que están desesperadas por los chicos en adicciones, lo llaman al padre y dice: "mirá, te doy el número de teléfono de Juana, hablá", o qué sé yo, y llaman. Nosotros vamos a las casas, le hacemos pasar un buen momento, hablamos del tema, los consolamos. (Juana, ama de casa)
El trabajo doméstico y el recurso a empleadas domésticas
Las prácticas y las concepciones sobre la división del trabajo doméstico varían según la clase social, el género y la generación. "En cada momento histórico, el contexto social en el que se desarrolla la cotidianidad de las tareas domésticas de cada clase social está determinado por el resultado de estas luchas en el pasado" (Jelin, 2010, p. 91). Contar con empleada doméstica, niñera o jardín maternal parece funcionar como un mecanismo de refuerzo de las desigualdades en las trayectorias de clase, donde la posibilidad de contratar fuerza de trabajo para tareas de cuidado libera tiempo y energías para volcarlas al mercado laboral o a la lucha económica, donde están las oportunidades de ascenso social.
La organización del trabajo doméstico y la compatibilización con el trabajo extradoméstico varían de acuerdo a varias dimensiones de las situaciones familiares. En primer lugar, cabe destacar que en la generación de las abuelas de los entrevistados hubo mujeres que trabajaron fuera del hogar antes de casarse o de tener hijos. Esto no siempre aparece espontáneamente en los relatos, porque el rol de amas de casa con que muchos nietos conocieron a sus abuelas en ocasiones opaca la memoria familiar sobre los trabajos que tuvieron las abuelas en su juventud o los que hicieron para obtener ingresos complementarios a los del principal sostén económico del hogar. Para la generación de las madres, la información ya es más precisa, y además aparece en varios relatos el retorno al mercado laboral cuando los hijos no eran tan pequeños.
En la generación de los propios entrevistados, aquellos que no tuvieron hijos -la mayoría solteros, pero también algunos en pareja- expresaron en todos los casos que la cuestión del trabajo doméstico no representa un problema, porque les consume poco tiempo y un nivel despreciable de esfuerzo físico o mental. Quienes contratan empleada doméstica en esta situación lo hacen por pocas horas y como un consumo entre otros, a diferencia de otras situaciones en las que el personal de servicio doméstico les resulta prácticamente imprescindible para el modo de vida que llevan.
Hay una mujer, Zunilda, que yo digo es la que me ayuda a mantener mi casa, que es la que me ayuda a limpiar, una vez por semana, y es la que me ayuda a planchar. Es una tarea que la hago cuando la tengo que hacer, pero si no... Se llama distribución de las riquezas: Zunilda necesita trabajo, que venga Zunilda, gracias, Zunilda... A ella le hace bien y a mí también. Anna (sin hijos).
Quienes tienen hijos pequeños, especialmente las parejas de profesionales en las cuales ambos trabajan fuera del hogar, suelen requerir una empleada doméstica diariamente. Para ellos, el significado de contratar una empleada doméstica cambia: deja de ser un consumo para el confort a una necesidad básica de la reproducción familiar. A la vez, en línea con lo señalado en otros estudios, se constata que la empleada doméstica tiende a ser considerada "como de la familia", alguien a quien se le confía en parte la crianza de los hijos y con quien se entabla un particular vínculo en el que se aúnan la racionalidad instrumental del mercado con lo afectivo y lo íntimo (cfr. Zelizer, 2009).
- Es una persona que nos cuida sobre todo. Empezó a trabajar con nosotros antes de tener nenes con esta cuestión más específica del cuidado de la casa y desde que nacieron los nenes se ocupa más de los nenes que de lo otro.
- Claro, mientras ustedes están trabajando..,
- Sí, sí, sí, sobre todo cuida a los nenes, te diría. Hay cuatro horas en que está sola en la casa; obviamente, ahí hace hasta donde llega sin ninguna presión y después cuida a los nenes. (Danilo, relacionista del trabajo)
Un concepto que emerge en estos relatos es la necesidad de un "equipo" coordinado para el cuidado de los niños. El equipo incluye personal contratado, pero no es suficiente. Se necesita complementar la ayuda con la de madres y suegras cuidadoras.
- Cuando era chiquita tu hija, ¿quién se ocupaba de cuidarla? Sobre todo cuando estaban trabajando ustedes.
- Bueno, era todo un... un equipo
- Claro
- Un equipo de gente, habíamos contratado una persona que venía unos días, después venía una abuela, venía otra abuela, era toda una cosa, un equipo. (Silvio, contador, su ex esposa también)
Los primeros años de vida de mi hija, si mi señora se iba a trabajar, la cuidaba mi suegra, un tiempo, porque después ya ella enferma, le manifestó que no podía cuidarla todo el tiempo y que sería bueno que traiga una persona y bueno así es que entró esta señora al cuidado de la nena y posteriormente cuando nació el nene, cuidó al nene también. (Abel, médico, su esposa igual)
Las mujeres también reconocen la necesidad de este equipo, pero expresan que no se diluye la responsabilidad propia al contar con varias personas involucradas en el cuidado. Tienden a destacar que no es suficiente con el trabajo del personal doméstico y a señalar las dificultades. La ayuda de empleadas domésticas la experimentan como insuficiente, en algunos casos en términos de tiempo, en otros en referencia a ciertos roles que consideran indelegables y en los cuales casi no colaboran los varones.
Tengo una chica dos veces por semana que me ayuda también con la limpieza y el orden. No me alcanza, pero bueno, es lo que tengo en este momento. (.) La comparto con la abuela, entonces los días que va a lo de la abuela ella también cuida los nenes. Mi abuela limpia sobre lo limpio {risas}. Mi casa sí es un caos, pero bueno, van a la casa de mi abuela... Yo ahí: "vos llévate a los chicos para allá", y bueno, se van con ellos, y de paso le hace las cosas que necesita mi abuela, entonces medio que la tengo más de dos veces por semana, la tengo en relación a esto de que me ayuda con los chicos. Ahora también se va mi suegra, mi suegra los cuida unos días, y cuando yo trabajo y se va de viaje y ahí decís "chan chan", y ahí me tengo que organizar todo. ahora sí voy a tener que buscar a alguien que esté algunos días específicos porque mi abuela tiene 83 años ya... no tiene más ganas. (Evelyn, educación artística en museos)
La responsable de que todo eso camine, de que esa maquinaria funcione, que cuando vas a hacer la milanesa esté la carne, y esté el pan rallado... le tenía que decir yo a la mina que vaya a comprar. Pero más allá de todo eso, estaba todo lo otro, que era la vida social de mis hijos, aparte de la parte educativa, y eso fue lo que... lo más difícil... difícil... Ahora lo veo y digo "¿cómo hice?". No sé de dónde sacaba la energía, porque yo llegaba con el trajecito, los tacos, ta, ta, ta, me cambiaba, estaba con jogging y era otra persona que hacia otro rol. Ahí los deberes, no sé, pasarle el antipiojos, no sé, lo que se te ocurra. (Mabel, cargo público jerárquico)
Aunque en general habían contado con la asistencia de empleada doméstica, las mujeres profesionales han sido las que refirieron de manera más explícita en sus relatos a las desigualdades de género. En el otro extremo, las mujeres de las posiciones obreras más precarias no aludieron a desventajas por ser mujeres. Estas diferencias pueden deberse en parte a las disparidades entre agentes de distintas clases en sus modos de construcción del discurso (Martín-Criado, 1998). Especialmente en los sectores populares, ciertos tópicos en torno a los roles de género no fueron considerados significativos por las entrevistadas, o al menos no parecen haber tenido tanto que decir como las mujeres de otras clases. "Son cantidad de cosas lo que el testimonio sabe, de las que es eventualmente capaz de acordarse, pero que no experimenta ninguna necesidad de decir porque le resulta evidente y no está cargado de ninguna significación individual para él" (Lejeune, 1989, p. 38).
Los varones y el reparto de tareas domésticas
Si las mujeres profesionales han sido las que con mayor contundencia fueron capaces de expresar inconformidad con la distribución de tareas domésticas y de cuidado, en los varones profesionales en pareja con mujeres también profesionales activas, se advirtió cierta incomodidad con las preguntas sobre el tema. La siguiente secuencia de diálogo fue recurrente: al preguntarles por el reparto de estos trabajos, lo primero que ellos aclaran es que cuentan con empleada doméstica; al repreguntarles cómo distribuyen el resto del trabajo, se apresuran a responder que lo comparten entre ambos; cuando por fin especifican qué contribución realizan, resulta al menos dudosa la equidad de dicho reparto, por ejemplo, alimentar a las mascotas o pagar servicios versus cocinar y limpiar. A diferencia de los varones de otras posiciones de clase, los profesionales parecen esforzarse por evidenciar en los dichos que hay una distribución equitativa, pero en los hechos persiste la tendencia conocida a que las tareas domésticas más cotidianas y rutinarias queden a cargo de las mujeres (Gómez Rojas, 2010; Wainerman, 2007; Meil, 1999).
- Ahora un poco la vida más al interior del hogar, ¿cómo reparten las tareas domésticas?
- Bueno, yo, ahora, ehhh. estamos separados hace poco tiempo, así que yo estoy viviendo solo.
- ¿Y cuando estaban juntos?
- Ehhh... no sé a qué va tu pregunta.
- Por ejemplo, hacer cosas como lavar, preparar la comida, hacer las compras, cuidar a los niños, a la niña en este caso.
- Había un reparto. Nada más que mi mujer, digamos, era un poco celosa de las tareas, así que no te dejaba.
- ¿No te dejaba meter la mano?
- Eh, no, bueno, sí había reparto; por ejemplo, la parte así de los pagos o de ir a comprar, me dedicaba más a eso; por ahí teníamos más animales, y yo me dedicaba a cuidar a los animales, las mascotas. (Silvio, contador)
Yo me encargo más de la parte impositiva, de hacer los pagos, y ella se encarga un poco más de qué vamos a comer. En una familia se comparten cosas, pero, obviamente, siempre hay, está el integrante que se dedica más a una cosa, por ejemplo, el pago de impuestos y la parte administrativa, y otra persona se dedicará más a la parte de la comida o de la limpieza... sí reconozco, yo a la limpieza no me dedico, este. pero también, en parte, se dedica la señora que cuida a los chicos. (Abel, médico)
Todas las cuestiones de la gestión de los nenes recaen más en mi mujer. Yo por ahí me ocupo más de. cocino yo a la noche; hay determinados trámites que hago yo y determinados trámites que hace ella; generalmente yo voy a comprar, me ocupo de comprar la comida y ese tipo de cosas me ocupo yo. Ahora a los nenes los estamos llevando juntos, pero en un momento los llevaba yo. (Danilo, relacionista del trabajo)
Otros elementos que se reiteran en sus explicaciones acerca del reparto de tareas domésticas han sido: a) la imposibilidad de estar presentes en el hogar debido a los horarios laborales, b) la conveniencia práctica de que ellas se ocupen en mayor medida porque conseguirían más flexibilidad y contemplación en sus trabajos, c) la optimización desde el punto de vista económico porque el lucro cesante sería mayor si fueran ellos quienes adaptasen sus trabajos. En los relatos de ellos, el reparto de trabajo sería fundamentalmente equitativo si se tomara en cuenta lo doméstico y lo extradoméstico.
Las evidentes asimetrías en el trabajo doméstico se impondrían por la fuerza de las cosas, por las constricciones externas al hogar, sobre todo por las exigencias del mercado laboral. Aunque efectivamente las exigencias laborales contribuyan a la persistencia de la desigualdad doméstica, por ejemplo, mediante el régimen de licencias, en las pocas ocasiones en que ellos relatan haber tenido horarios más flexibles que ellas, no se invirtió la carga de trabajo doméstico, aunque parece haberse tornado más equitativa. Por ejemplo, en el caso de Lucas, cuando los hijos eran pequeños él viajaba por trabajo y debía ocuparse su esposa de casi todo lo doméstico. Ahora él trabaja como consultor, con una oficina en la propia vivienda, mientras que ella trabaja afuera. Si bien manifiesta ocuparse más que antes del hogar y que "es algo bastante compartido", él no se dedica ahora en mayor medida que ella, como ella lo había hecho antes en mayor medida que él: "medio depende de los horarios que van apareciendo, entre los dos hacemos alguna cosa".
El manejo del dinero
Con respecto al manejo del dinero, los relatos de varones y mujeres resultan más consistentes entre sí. En un solo caso (Mabel) ella dice haber salido perjudicada porque cada mes cobraba antes que su exesposo, por lo cual su ingreso se usaba para las erogaciones corrientes y vencimientos, mientras que el de su exesposo se destinaba a gastos extraordinarios, que a menudo habría decidido y disfrutado más él. Algo más frecuente es que ellos aporten más que ellas en una pareja, situación que no aparece cuestionada por nadie.
Si bien algunas parejas llevan cuentas separadas, cuando tienen hijos predomina la concepción del dinero como compartido y no individual. En aquellas parejas cuyos miembros perciben ingresos mediante cuenta bancaria parece imponerse una separación de hecho del dinero (McRae, 1987). En los relatos, sin embargo, varios expresan que en la práctica la separación de cuentas no gravita, porque realizan los gastos indistintamente.
En los comerciantes, que recaudan buena parte de sus ingresos en efectivo, tiende a haber un pozo común de dinero, pero con diferencias sustanciales según quién lo administre. Leandro afirma darle todo el dinero a su esposa y luego pedirle para sus gastos. A la inversa, Ricardo siempre mantuvo el dinero en su poder y le dejaba en un sobre a la esposa sumas pequeñas para los gastos diarios. Cuando no eran suficientes, ella tenía que pedirle más y, presumiblemente, explicar por qué no había alcanzado lo reservado.
En los casos en que un matrimonio se separó y los hijos quedaron con las madres, los varones manifiestan que le pasan una mensualidad a la exesposa, ya sea en el marco de la obligación legal o luego de que los hijos son mayores. En algunos casos los padres relatan, a veces con preocupación, otras de manera risueña, que los hijos adolescentes o adultos jóvenes que viven con la exesposa les piden aún más dinero.
En los sectores medios la prolongación de la dependencia económica de los hijos produce tensiones y dilemas respecto a los "derechos y obligaciones" de cada miembro de la familia. "El en-frentamiento intergeneracional aparece también en el consumo, especialmente en las presiones ejercidas por los/as jóvenes adolescentes para obtener una serie de bienes -desde la ropa de moda hasta aparatos electrónicos- dictados por el mundo de la cultura juvenil" (Jelin, 2010: 39). Por ejemplo, un entrevistado, Marcelino, comentó que en una ocasión su hijo adolescente, que vive con la madre, le pidió que le compre un nuevo teléfono celular. Marcelino le propuso que durante dos meses ahorre la "mensualidad" que le entregaban y él aportaría la diferencia. Al no ponerse de acuerdo en una conversación telefónica, Marcelino le pidió al hijo que encendiera el altavoz para que la madre oyera y se pronunciara: "Escúchenme, ¿yo estoy errado?", interpeló. La ex esposa terció salomónicamente: le reconoció que era justo pedirle al hijo que ponga su parte, pero decidió que ella se haría cargo del gasto. Finalmente, Marcelino se le adelantó: fue a comprarle el teléfono y lo llevó de regalo.
En los relatos prevalecen explicaciones sobre el reparto y el manejo del dinero en las que el género es un factor secundario o ajeno, pero algunas circunstancias lo vuelven a hacer funcionar como principio de diferenciación; por ejemplo, cuando las mujeres son exclusivamente amas de casa, o cuando tras la separación de una pareja con hijos la obligación legal de manutención interviene a modo de definición de la situación. En solo un caso se expresó abiertamente una definición tradicional al respecto:
A mí me cuesta un poco esto de los chicos cuando mi hija me dice "¿no tenés 100 pesos?". ¿Y con quién vas?. "Vamos con Hernán a tal lugar" ¿Y pero qué, tu novio no te paga la salida?. "Y pero es caro todo, compartimos los gastos". Ah, no, yo en mi época no gastaba nunca un mango. (Elvira, periodista)
El género aparece vinculado al dinero en relación a significados sobre el poder y la autosuficiencia. En los hogares de clase obrera precaria, de empleos informales, en los que el varón es el único o el principal aportador de ingresos, el manejo del dinero tiende a adoptar formas tradicionales, en que el varón administra o bien le asigna una suma periódicamente a la mujer ama de casa para los gastos del hogar. En las familias en los que ambos miembros trabajan, y especialmente cuando se trata de empleos registrados, como en los obreros formales y en la mayoría de los profesionales, tienden a mantener una parte del dinero por separado en sus respectivas cuentas bancarias y otra parte la aportan o la consideran dinero en común.
Conclusión
La organización y distribución por género del trabajo doméstico y el extradoméstico se muestran como procesos centrales que condicionan las trayectorias de clase. Las posibilidades de hacer carrera laboral o de concentrar energías en el mundo económico dependen tanto de la situación de clase como del género. Observar lo que ocurre en el interior del hogar, en particular en las parejas heterosexuales con hijos, permite comprender las interrelaciones entre las trayectorias de clase individuales de los distintos miembros de las familias.
Las relaciones de poder y las decisiones en el interior del hogar, especialmente en algunos momentos de transición como la llegada de un hijo, varían según las posiciones de clase e impactan en las trayectorias de clase de varones y mujeres a través de las carreras laborales, el uso del tiempo, los proyectos de vida. Las redes de apoyo para el trabajo de cuidado, así como la posibilidad de contratar empleadas domésticas, niñeras o jardines maternales, varían entre posiciones de clase, en superposición parcial con orientaciones ideológicas. Pese a contar con más recursos económicos, las mujeres de las posiciones más elevadas y que trabajan fuera del hogar tienden a experimentar los arreglos familiares tradicionales como opresivos, mientras que, en el otro extremo, algunas mujeres de familias obreras precarias ven en el ámbito doméstico un refugio ante la explotación en el mercado laboral. En los varones de distintas clases parece seguir existiendo el mandato de ser proveedores económicos y de privilegiar sus responsabilidades laborales por encima de las actividades domésticas y de cuidado. Sin embargo, los varones profesionales tienden a expresar que las responsabilidades domésticas deben ser compartidas, aunque en la práctica no se repartan equitativamente.
El análisis de relatos de vida permite también documentar las variaciones entre generaciones en lo que respecta al cuidado. En la generación de los padres de los entrevistados, los repartos tradicionales de tareas domésticas y de cuidados prácticamente impedían que las mujeres desarrollasen carreras laborales. En la generación de los entrevistados parece haber una tensión entre los viejos mandatos y los nuevos. Desde que los hogares de dos proveedores se tornaron comunes en Argentina en la década de 1980, la cuestión del cuidado de los niños, discapacitados y adultos mayores se convirtió en un problema generalizado, especialmente en los hogares que no tienen posibilidades económicas para costear niñeras o jardines maternales.
Así como las trayectorias de clase son moldeadas por las relaciones de género, estas pueden ser releídas en clave de clases sociales. Por ejemplo, lo que significa ser varón depende de la época histórica y de la posición de clase. Para los padres varones de muchos entrevistados, que eran obreros en la década de 1960 y únicos aportantes de ingreso en sus hogares, la masculinidad estaba ligada a esas condiciones, y daban por sentado que no les correspondía ocuparse de labores domésticas y de cuidado. En contraste, los entrevistados profesionales actuales, en pareja con mujeres también profesionales que aportan ingresos a la par, no consideran legítimo eximirse a priori de tales responsabilidades, pero la contratación de servicios domésticos y de cuidado les permitirían seguir beneficiándose de las prácticas tradicionales.
Para finalizar, consideramos que este tipo de hipótesis que vinculan clase y género aportan tanto al campo de estudios sobre estratificación y movilidad social como a los estudios de género. El análisis de trayectorias biográficas permite observar en casos concretos cómo los condicionamientos de clase adoptan modalidades específicas según género y también que los géneros están atravesados por las clases y significan cosas distintas según la posición de clase.
Notas
1 Se trata de la investigación realizada para mi tesis de doctorado.
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