https://DX.DOI.ORG/10.14482/INDES.32.02.658.455
LOS EXTREMOS IMPOTENTES: BALANCE DE ALTRUISMO E INDIVIDUALISMO EN LA FORMULACIÓN DE POLÍTICAS AMBIENTALES
The powerless extremes: Balancing altruism and individualism in environmental policy formulation
Claudio de Majo
Ludwig-Maximilians-Universität München, Alemania
Antonio Cáñez-Cota
CONAHCYT-El Colegio de Sonora, México
Claudio de Majo
Doctor en Historia Ambiental por el Rachel Carson Center, Alemania. Ludwig-Maximilians-UniversitAt München. claudiodemajo@mailfence.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4747-9947
Antonio Cáñez-Cota (Autor de correspondencia)
Doctor en Política Pública por la Escuela de Gobierno del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México. Investigador por México CONAHCYT-El Colegio de Sonora. acanez@colson.edu.mx. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2473-5648
Resumen
El objetivo es proponer un esquema conceptual que sea útil para interpretar las implicaciones económicas y ambientales que tienen las organizaciones sociales basadas en un paradigma individualista o altruista. Tras una revisión de literatura y breve recuento histórico de estos paradigmas, se concluye que son las organizaciones complejas y equilibradas las que tienen mayor propensión a desarrollar intercambios de cooperación altruistas. La implicación para las políticas ambientales contemporáneas es que, además de los mecanismos de mercado, es posible complementarlas con otros esquemas basados en mecanismos comunitarios, siempre y cuando exista un contexto propicio para implementarlo.
Palabras clave: historia ambiental, economía de supervivencia, capitalismo, bienes Comunes, relaciones socio-ecológicas.
Abstract
The objective is to propose a practical conceptual scheme to interpret social organizations' economic and ecological implications based on an individualistic or altruistic paradigm. After a literature review and a brief historical analysis of these paradigms, we conclude that complex and balanced organizations have the most remarkable propensity to develop altruistic cooperation exchanges. The implicationfor contemporary environmental policies is the possibility of complementing market mechanisms with community-based schemes in a favorable context.
Keywords : environmental history, survival economy, capitalism, commons, socio-ecological relations.
Fecha de recepción: julio 12 de 2023. Fecha de aceptación: noviembre 15 de 2023
1. Introducción
Los debates para la sostenibilidad ambiental y justicia social son uno de los principales tópicos de discusión hoy entre políticos, activistas y académicos. Numerosas iniciativas se han desarrollado en las que se intentan dar soluciones viables frente a una crisis socio-ambiental sin precedentes. Fernand Braudel (1992), famoso historiador francés que vivió y trabajó en Europa y América Latina, argumenta que nuestro presente no es nada más que un pasado obstinado. Esto significa que toda idea nueva es el resultado de conocimiento y procesos culturales que son reinterpretados y reutilizados en el presente. Por tanto, los problemas de las sociedades humanas y post-humanas (no antropocéntricas e incorporando la tecnología al medio ambiente) serán siempre relacionados con la formulación de prácticas y acciones referidas a experiencias pasadas (Braidotti, 2013).
Las acciones políticas y sociales contemporáneas, además de tener una fuerte conexión con el pasado, también están vinculadas con el contexto geográfico y cultural que las rodea. Estos contextos (histórico, geográfico y cultural) muestran una constante tensión entre dos instintos ontológicos: individualismo y altruismo (Moreno, 2012). Durante miles de años de luchas y adaptaciones con las otras formas vivientes, los seres humanos han mostrado características y capacidades contrastantes. Por un lado, una inercia hacia al individualismo alimentada por el instinto de sobrevivencia. Por el otro, hacia el altruismo cuando los humanos cooperan, como estilo de vida, en situaciones en las que no obtienen un beneficio inmediato o incluso padecen algún perjuicio. Es importante resaltar que tanto individualismo como altruismo se califican de esa manera cuando se repite como un patrón de comportamiento y no como hechos aislados (Rachlin, 2002).
El ser humano ha mostrado ambos comportamientos. Por un lado, un ciego y racional egoísmo que ha requerido de remedios como la creación del Leviatán -gobierno- (Hobbes, 1940). Por el otro, una capacidad de actuar como animal socisal dentro de una comunidad, mediante la administración de bienes comunes y un contrato social (Rousseau, 2012).
En la primera parte del siglo xxi, el capitalismo presenta signos de hegemonía económica y cultural impulsados principalmente desde Norteamérica y Europa, como un sistema que pretende ser total y global. Estos países occidentales han tenido relativo éxito en sus democracias, lo que constituye una victoria histórica de las políticas públicas basadas en una racionalidad egoísta. El capitalismo ha conseguido expandirse muy rápidamente sobre todas las dimensiones de la vida material, intentando incorporar cada una de las formas de interacción socioeconómicas y naturales: desde el núcleo familiar hasta la sociedad civil, y desde los ecosistemas locales hasta una dimensión mundial (Braudel, 1992).
La crisis ambiental parece constituir la prueba principal de los efectos negativos de la expansión del capitalismo. Expansión tanto material (economía, sociedad, naturaleza y cultura) como no material (pensamientos, principios y emociones). Sin embargo, como respuesta a la actual hegemonía del capitalismo global se encuentran diferentes iniciativas, desde el activismo político eco-socialista hasta iniciativas culturales, como la sharing economy (Sánchez et al., 2019). Misma que se vio minada en su eficacia tras la pandemia de Covid-19, debido a que el confinamiento provocó la adopción de estrategias individualizadoras para la sobrevivencia, rompiendo vínculos presenciales (Schor y Vallas, 2021).
No es casualidad que las iniciativas anticapitalistas propongan soluciones de cooperación a través de la comunión entre bienes y valores (material y no material). Los sistemas alternativos al capitalismo promueven propuestas basadas en el altruismo como antítesis al egoísmo-individualismo. En diferentes lugares del mundo se están incorporando otras formas de política pública atendiendo tradiciones y prácticas de la época precapitalista que han logrado permanecer hasta nuestros días, mismas que poseen diferencias y especificidades político-sociales que responden a sus respectivos contextos (Astor-Aguilera, 2022).
Individualismo y altruismo coexisten a pesar de que en ciertos momentos históricos uno ha predominado sobre el otro, y viceversa. Nuestro argumento es que la tensión equilibrada entre individualismo y altruismo es positiva para el desarrollo de las sociedades humanas. Contrario a la idea de contar con versiones extremas de los mismos. El propósito de esta investigación es proponer un esquema conceptual que sea útil para abordar las implicaciones económicas y ambientales que tienen las organizaciones sociales basadas en un paradigma individualista o altruista.
En concreto, la pregunta que busca responder este artículo es: ¿Cómo es posible balancear altruismo e individualismo en la formulación e implementación de políticas ambientales? Para ello se describen las características de tipo ideal que tiene tanto la organización social basada en principios altruistas como en individualistas. Destacando qué implicaciones económicas y ambientales tienen desde el punto de vista lógico-conceptual.
No negamos la heterogeneidad socioeconómica y cultural de los sistemas sociales, ya que todas las sociedades humanas se han desarrollado a través de relaciones con su medio ambiente y sus estructuras político-sociales. Tampoco partimos de la idea que el altruismo e individualismo son características fijas y compartidas entre los seres humanos, sino que son las diferentes circunstancias históricas, ligadas a condiciones sociales y ambientales particulares, que pueden favorecer la predominancia de tendencias altruistas o individualistas.
Es por ello que utilizamos el artificio metodológico de tipo ideal de Max Weber (1949), mismo que reconoce que el tipo ideal nunca existe en la realidad, sino que es un modelo analítico para comparar la probabilidad de que un hecho social se encuentre más cerca o más lejos de uno u otro concepto. En este caso, el tipo ideal de organización social de base altruista y de base individualista será útil para explicar las implicaciones lógicas, es decir, teórico-conceptuales, que tienen sobre la economía y el medio ambiente.
Este artículo se divide en tres partes. En la primera se hace una revisión de literatura para encontrar las características esenciales tanto del altruismo como del individualismo. En la segunda se expone un esbozo histórico de las tendencias altruistas e individualistas de las sociedades precapitalistas y capitalistas, con énfasis en el análisis de sus características económicas y sus implicaciones ambientales. Por último, se presenta una reflexión y agenda futura de investigación.
2. Individualismo y altruismo: origen común y alcances diferentes
Desde hace siglos se ha estudiado el rol de las emociones, el altruismo y la cooperación del Homo economicus, adicional a su naturaleza racional de maximización de beneficios y minimización de costos. No obstante, como parte de su racionalidad individual, el actor económico utiliza estrategias de sobrevivencia ligadas al altruismo y cooperación con sus semejantes (Nieto, 2016). Generalmente, los individuos actúan de manera altruista cuando esperan reciprocidad de la otra persona (Becker, 1976). Adam Smith (1997) explicó, desde el siglo XVIII, cómo los agentes económicos egoístas podían en ocasiones ser altruistas por sentimientos como la ira, el desprecio, la culpa o el remordimiento. Sin embargo, un auténtico altruismo debe ser producto de motivaciones altruistas puras sin alardear o esperar un beneficio a cambio (Elster, 2006).
Kenneth Arrow (1951) demostró matemáticamente la imposibilidad de que un gobierno diseñe políticas públicas perfectas, debido a que los seres humanos son complejos, cambiantes y con sentimientos. Es decir, no se puede calcular desde el gobierno todos los comportamientos individuales y colectivos a raíz de los incentivos y reglas que generen las políticas públicas. Por su parte, la teoría de juegos demuestra matemáticamente también que los seres humanos tienden a actuar egoístamente cuando tienen incertidumbre. En el clásico dilema del prisionero se observa que el equilibrio se encuentra en que ambos acusados confiesan el delito, sin embargo, cuando existe empatía y comunicación entre los acusados no confiesan el delito (Axelrod, 1984; Batson y Ahmad, 2001). Estos ejemplos ofrecen evidencia de que el modelamiento de la conducta humana requiere de la incorporación de varios factores contingentes, como la incertidumbre promueve el individualismo y la confianza estimula el altruismo.
Altruismo e individualismo son dos conceptos contrastantes que en las últimas décadas han sido investigados con mayor intensidad. El individualismo es un concepto que ha tenido éxito en la época contemporánea, bajo el supuesto de que los seres humanos actúan en función de sus propias necesidades y deseos (Monroe, 1996). Su ventaja es la creación de ambientes de competencia e innovación, donde la libertad individual es la base para dar lo mejor de cada quien, para lo que se debe proteger los derechos individuales de la intervención del gobierno (Nozick, 1974). En el extremo, el individualismo se asocia a la idea de que el ser humano termina volcado en un egoísmo enajenado, al pensar que su libertad existe con el fin de satisfacer sus propios deseos a pesar de los otros seres humanos. Este pensamiento lo motiva a tomar decisiones autónomas e independientes de cualquier contexto social, solo siguiendo sus propias ambiciones (Biddle, 2012).
En cambio, el altruismo es un concepto que destaca el sentimiento de pertenecer a una comunidad y la satisfacción de seguir tradiciones filosóficas y espirituales basadas en otros conceptos como humanidad, filantropía, bondad y compasión (Monroe, 1996; Phillips y Taylor, 2009). En el extremo, cuando se institucionaliza el altruismo en las organizaciones, se puede caer en la imposición de cánones de comportamiento que reducen la libertad individual. Incluso caer en el exceso de acciones paternalistas puede llevar a incentivos perversos, como el que la clase más apoyada por la redistribución se queda en una zona de confort sin hacer esfuerzos individuales para salir por sí mismos de situaciones vulnerables (Nozick, 1974). Como se aprecia en las ideas anteriores, los extremos de individualismo y altruismo pueden llevar a situaciones problemáticas.
Altruismo e individualismo son conceptos que van más allá de la epistemología humana, entrando en un debate socio-biológico que considera a los seres humanos como una población biológica dominante, que se ha reproducido con éxito en el ecosistema del planeta gracias a mecanismos de innovación tecnológica (Wilson, 1975 y 1978). Esta perspectiva ha llevado a la construcción socio-biológica del individualismo como un proceso de selección 'natural' como complemento de la evolución darwinista, en oposición al altruismo, que ha sido considerado como un proceso 'no natural', porque se encuentra fuera de los cánones de sobrevivencia de la especie humana (Haraway, 1991).
La idea del altruismo se ha entendido más allá de las sociedades humanas y se ha extendido a la totalidad del ecosistema, incluyendo a diferentes especies de flora y de fauna, ya que se considera a nuestro planeta como un sistema único de interacciones entre diferentes actores, contrastando la visión de la sociobiología con teorías como el Daisyworld de Gaia o la simbiogenética (Margulis y Sagan, 1986 y 2002; Lovelock, 2000). Los efectos más intensos del altruismo que se detectan en sociedades humanas es la solidaridad y reciprocidad, esta última como la combinación entre las recompensas comunitarias y los mecanismos de sanciones sobre los violadores de normas sociales (Fehr y Fischbacher 2003). Por su parte, la solidaridad se refiere a compartir beneficios con otros miembros de la comunidad, principalmente los más desfavorecidos (Camacho, 1996). En específico, los mecanismos de solidaridad se fortalecen en redes, donde sus miembros están motivados por intereses personales compartidos que no pueden obtenerse de manera separada (Smith, 2009).
A pesar de que el sentido común nos ayuda a conocer las principales características y diferencias entre altruismo e individualismo, el hecho de analizar estas dos tendencias como paradigmas en la construcción de las sociedades organizadas significa excavar hasta el fondo de la matriz ontológica de estos dos conceptos. Una respuesta que han dado los seres humanos, para mitigar la complejidad que enfrentan, ha sido la formación de grupos basados en una detallada división del trabajo y mecanismos de cooperación entre individuos pertenecientes a grandes grupos sociales, los cuales no necesariamente están relacionados genéticamente (Fehr y Fischbacher, 2003). Si, como han destacado muchos estudios históricos recientes (Simmons 2008; Botkin, 2012; Harari, 2015), la humanidad como hoy la conocemos es el resultado de procesos biológicos y culturales (influenciados por el ecosistema circundante), entonces, el altruismo y el individualismo forman parte de uno de los principales debates sobre la existencia humana: la constante tensión entre naturaleza y cultura.
De acuerdo con Dawkins (2006), académico neodarwinista, existen transmisiones culturales entre los seres humanos comparables con las transmisiones biológicas, que no tienen relación con el ambiente natural. Mientras que el ADN es la unidad que permite el proceso biológico, el meme cultural es la unidad equivalente para los procesos culturales. A pesar de que este concepto es debatido por varios autores, es relevante recordar que los múltiples memes culturales detrás de los conceptos de individualismo y altruismo han generado numerosas discusiones éticas y políticas, porque son discusiones asociadas a elementos inalienables de los seres humanos, como son: colectivismo, lealtad, libertad individual y sociedad (Biddle, 2012). Sobre todo, la tensión entre el instinto biológico -conducta innata- y el hábito cultural -conducta aprendida socialmente (De Felipe, 2008).
Los fenómenos de co-evolución entre las sociedades humanas y el mundo biológico son un ejemplo que ha sido subrayado por las investigaciones de historiadores como Edmund Russell (2011) y Timothy LeCain (2017), en la cual se evidencia el papel transformador de algunos agentes del mundo natural. Desde grandes mamíferos e insectos hasta minerales como el cobre, cuyo aprovechamiento e influencia, además de generar importantes procesos evolutivos, puede ser un punto de origen de cambios significativos institucionales y culturales en las sociedades humanas. Si partimos del origen socio-ecológico, complejo y problemático que postula esta perspectiva, altruismo e individualismo no pueden ser considerados como dos fuerzas de carácter maniqueo, sino como tendencias complementarias que se reflejan entre sí, produciendo resultados ambivalentes. Como afirma Norbert Elías (2016), el proceso civilizatorio como una evolución del hábito como conducta aprendida socialmente, en contraposición del instinto biológico de saciar los apetitos primitivos independientemente de las normas sociales.
Aunada a esta forma de concebir altruismo e individualismo, es posible definirlos a través de las implicaciones que derivan del análisis de la cooperación como un proceso que puede integrar ambas tendencias para lograr un fin determinado, a pesar de mantener proyectos y objetivos diferentes. Por ejemplo, el altruismo tiene su base en la lógica de reputación social que puede recompensar al individuo por sus actos y obtener reciprocidad (Fehr y Fischbacher, 2003). Estos matices de las acciones altruistas implican un individualismo intrínseco y presuponen una lógica de selección y exclusión. En este sentido, las dos tendencias pueden ser complementarias al tener intrínsecas las relaciones de poder (Foucault, 1980).
La cooperación suele tener una acepción positiva, indicando relaciones entre miembros de la sociedad en las que todos los actores involucrados ganan, en muchos casos invirtiendo las tendencias individualistas del contexto que los rodea (Axelrod, 1984). De tal modo que podemos definir la cooperación como el resultado de la interacción entre altruismo e individualismo, en la que el resultado final asumirá características altruistas o individualistas, dependiendo de los factores ecológicos, económicos y culturales que los rodean. La variable más importante para entender el concepto de cooperación es el contexto donde los actores se desarrollan, puesto que algunos estudios han demostrado que dependiendo de las circunstancias socio-ecológicas, un grupo altruista puede forzar a un grupo individualista a cooperar (Monroe, 1996; Fehr y Fischbacher, 2003).
Nuestra idea central es que las economías de subsistencia del pasado tenían una fuerte base altruista, porque estaban basadas esencialmente en lógicas de interacciones sociales y herencias culturales complejas, necesarias para la sobrevivencia de los miembros de la sociedad. Esta teoría se basa en ideas iniciadas por la antropología que, a pesar de la actual hegemonía académica de discursos de hiper-individualización centrados en la persona humana, ha conseguido demostrar que existen racionalidades alternativas, como las prácticas de compartir alimentos en ciertas comunidades (Johnson, 1988). Esto se puede explicar por la posición vulnerable de los seres humanos en la cadena ecológica, cuya capacidad de poder y dominación ha crecido exponencialmente desde comienzo de la modernidad capitalista, que ha consagrado a la humanidad como dueña del mundo, gracias a un vertiginoso aumento de los procesos de acumulación de algunos grupos sociales (Harari, 2015). En este sentido, consideramos que la economía capitalista ha sido un momento histórico de expansión en la cultura predatoria de los seres humanos sobre la cultura solidaria. Entonces, suponemos que el sistema capitalista ha tenido como resultado el impulso de formas de organización e instrumentos basados en el individualismo, mismos que han fomentado una creciente enajenación de la humanidad contra las ecologías del mundo natural y de la sociedad.
3. Breve descripción histórica del altruismo e individualismo en sociedades humanas
Para entender los efectos del altruismo e individualismo, así como sus implicaciones económicas y ambientales, es necesario mostrar un análisis panorámico que destaque las distintas características y tensiones entre ambos, como paradigmas organizativos (Fehr y Fischbacher, 2003). En particular utilizamos la idea de análisis histórico-social del historiador francés Fernand Braudel (1979), quien expone la dinámica histórica de tres sistemas económicos que han logrado permear en los diferentes grupos sociales. El primero, el universo de la vida material, está enfocado en las relaciones materiales tradicionales basadas en la subsistencia cotidiana. El segundo, el universo de la economía de mercado simple, caracterizado por el cambio reglamentado, a nivel local e internacional, donde la producción no es orientada por la creación de excedentes sino por el intercambio de bienes necesarios de sobrevivencia. Por último, el capitalismo, basado en largas cadenas de intercambios establecidos por sistemas económicos internacionales, que tiene como finalidad la maximización del beneficio y la búsqueda constante de expansión a través de la extracción de los excedentes del mundo natural (Braudel, 1977).
El análisis de las trayectorias históricas de las sociedades descritas por Braudel nos puede ayudar a entender las relaciones sociales, económicas y ambientales de las sociedades humanas, así como sus implicaciones. Desde luego, no es posible considerar estas categorías como momentos históricos fijos, sino como instrumentos para entender cómo diferentes modos de pensar las relaciones humanas y sus interacciones con el mundo se han modificado debido a discursos de acumulación de bienes necesarios para la supervivencia y expansión de las sociedades humanas (Diamond, 1999 y 2006; Harari, 2015).
El discurso de acumulación aquí mencionado sintetiza nuestro argumento: la extracción de recursos naturales está vinculada a la creación de sistemas sociales complejos, diseñados para organizar las actividades productivas. En consecuencia, el desarrollo de los procesos de acumulación adquiere mayor importancia y los convierte en un factor importante para la evolución humana, desde las sociedades de cazadores-recolectores y a través de sus principales transiciones, como la invención de la agricultura y el ascenso de la economía capitalista (Pointing, 2007).
Con el desarrollo del sistema capitalista, los procesos de acumulación han llegado a una expansión sin límite que han absorbido numerosas esferas de la vida material y cultural (Kovel, 2002), tal como la actual digitalización de la economía, que ha adicionado una nueva dimensión híbrida al capitalismo, entre material y cultural (no material), o sea, las esferas digitales, llamadas también economías cognitivo-culturales (Scott, 2008). En ese sentido, adoptando el análisis filosófico de Foucault (1980), podemos argumentar que distintas formas de cooperación, alimentadas por mecanismos altruistas o individualistas, han sido utilizadas como instrumentos de poder, materiales y discursivos, para la construcción física y retórica de nuestras sociedades.
Sin embargo, como enuncia la parábola del capitalismo descrita por Braudel (1977), los procesos de evolución económica tienen un rol fundamental en la creación de nuestras sociedades. Braudel consideraba la economía como una categoría heterogénea porque está formada por las intersecciones de los diferentes conjuntos que constituyen nuestra sociedad, como la política y la cultura. Cuando hablamos de sociedades materiales, nos referimos a grupos cuyos esfuerzos fueron enfocados en la supervivencia, creando relaciones con otros seres humanos y prácticas de interacción con el mundo natural a través de valores comunes (Illich, 1981). En estas sociedades, principalmente de épocas pasadas, la economía poseía un carácter puramente material, caso contrario del momento contemporáneo, en el que la economía crece en la tendencia hacia la internalización cultural del consumo como práctica de vida cotidiana (Braudel, 1977). Tal como lo plantea Zygmunt Bauman (2001), el consumismo posmoderno como hábito de consumo para satisfacer necesidades no esenciales para la sobrevivencia, sino como estatus social. Dicho consumo posmoderno es superfluo, continuado, y en busca del placer inmediato.
Las sociedades tradicionales, como las comunidades indígenas puras, se enfocan en actividades de subsistencia y de un limitado comercio. A pesar de que la perspectiva analítica de Braudel comprenda sólo el último milenio de la historia humana, es posible utilizar esta categoría para describir también las sociedades del pasado, hoy solo existentes en formas minoritarias: desde los cazadores-recolectores hasta las sociedades sedentarias, basadas en prácticas agrícola-pastoriles y de trueque como formas de subsistencia cotidiana, que han tenido que adaptarse con el transcurso del tiempo. Esta visión no significa necesariamente el ignorar el valor de la vida material cotidiana, sino que intenta proponer una visión unificada de la historia humana hasta el desarrollo de formas económicas más complejas, culminadas en el capitalismo. En particular, la característica principal que se reconoce en las sociedades materiales es el carácter equilibrado entre economía y medio ambiente.
Además, mediante el enfoque neomaterialista, es posible afirmar que estas sociedades materiales no eran simplemente el producto de relaciones entre los seres humanos, sino también de relaciones con el ambiente natural que las rodeaba, creando nichos ecológicos a través de largos procesos de adaptación al ambiente natural (LeCain, 2016 y 2017). Estas sociedades, fundamentadas en la economía de subsistencia, basaban su identidad en una relación más equilibrada con el medio ambiente, porque el uno era necesario para la subsistencia del otro.
Un ejemplo de esta relación es el discurso energético, el cual afirma que la energía ha sido fundamental para el desarrollo de todas las sociedades humanas y la acumulación de energía ha significado la transformación de sociedades de subsistencia en sociedades más desarrolladas económicamente, hasta llegar al capitalismo (Simmons, 2008). Antes del desarrollo de energías extrasomáticas (externas al ser humano) capaces de alimentar grandes territorios y de ser transportadas en diferentes contextos geográficos, las sociedades humanas se habían basado en formas de energías somáticas (propias del ser humano). En las que dichas sociedades humanas mantenían una cosmovisión de interdependencia con el medio ambiente.
Desde un punto de vista social, la subsistencia es resultado de mecanismos de cooperación complejos, no solo en la relación seres humanos-naturaleza, sino también entre los integrantes de la sociedad a pesar de estructurar economías simples (Fehr y Fischbacher, 2003; Cook, 2005; Harari, 2015). A partir de nuestra perspectiva teórica, entendemos que la economía de subsistencia hace referencia a un sistema económico simple y marginal, que en los aspectos socioculturales y ambientales son complejos porque demandan relaciones entre sus miembros, basados en el seguimiento de reglas precisas y sistemas de autoorganización geográficamente circunscritos. Además, estos sistemas reciben una fuerte influencia de la ecología del mundo natural, porque dependen de manera más directa de los ritmos y tiempos de la naturaleza, y los impactos ecológicos de sus prácticas pueden considerarse situados entre los cánones de lo que se define como sustentable (Simmons, 2008). Nosotros utilizamos el término socio-económico-ecológico para producir una descripción integrada de estas tres esferas fundamentales para la supervivencia de las sociedades humanas; una relación que considera la realidad como un conjunto de interconexiones complejas entre seres humanos con actores externos del mundo natural.
En ese sentido, desde una perspectiva filosófica, nos posicionamos cerca de la teoría filosófico-ontológica del Actor-Red formulada por Bruno Latour (2005), quien ve la realidad como un sistema de interacciones complejas donde es imposible determinar un actor dominante frente a otros, en fuerte oposición con el antropocentrismo que hoy domina nuestra realidad biológico-cultural. Las sociedades de subsistencia se han desarrollado en todo el mundo, adquiriendo componentes culturales diferentes relacionados con el contexto de cada lugar específico. A continuación, se presenta una propuesta resumen de las ideas expuestas anteriormente, donde se describe esta idea socio-económica-ecológica.
De acuerdo con la tabla 1, el esquema de interacciones históricas entre sociedad humana, economía y medio ambiente ha tenido una evolución basada en los desafíos que ha impuesto el contexto. Actualmente existe un discurso académico y político en el que se otorga mayor importancia al medio ambiente, sin embargo, los instrumentos no han sido eficaces para lograr el equilibrio de los intereses económicos, sociales y ambientales. Si las tendencias altruistas se encontraban más desarrolladas en las sociedades materiales del pasado se debió principalmente a que la cooperación fue necesaria para el sostenimiento cotidiano, lo cual generaba relaciones equilibradas con el medioambiente circundante, integrando sociedades y economías humanas en el discurso ecológico. Esto indica que nunca existió una utópica edad de oro del altruismo, ya que las tendencias individualistas siempre estuvieron presentes.
Como afirmó el historiador Henri Pirenne (1914), por cada periodo en que nuestra historia económica puede ser dividida, hay una clase de capitalistas. La historia humana ha sido caracterizada por el ascenso de una clase hegemónica que ha sustituido un viejo orden y favorecido nuevas transiciones socioecológicas. Sin embargo, las economías de mercado más complejas que culminan con el capitalismo tienen una dimensión cultural no material mucho mayor, no solo por su complejo sistema financiero y por la externalización del valor del trabajo (Braudel, 1977), sino también por una dimensión más sutil de control social, resultado del poder de las relaciones económicas, que Ivan Illich (1981) definió como trabajo fantasma.
El ascenso del capitalismo como sistema hegemónico significó la expansión incontrolada de los fenómenos de acumulación económica y ecológica para satisfacer las tensiones expansivas sistémicas del capitalismo (Kovel, 2002). Esto implicó el predominio de discursos de carácter económico-materiales sobre los culturales no materiales, transformando las relaciones socioecológicas en prácticas marginales, lo que desembocó en un mundo donde las relaciones económicas son dominantes y, al mismo tiempo, menos involucradas con la sociedad y el medio ambiente.
El capitalismo no puede expandirse sin la complicidad de la sociedad, pues son las sociedades las que impulsan y legitiman los sistemas económicos (Braudel, 1977). El discurso medioambiental, por ejemplo, se ha visto afectado por el desarrollo de nuevas tecnologías para satisfacer las necesidades energéticas del sistema capitalista, lo que ha causado una fuerte fragmentación cultural y social, pero al mismo tiempo las sociedades industriales se han sometido a una lógica de acumulación económica que cambió de forma radical las relaciones entre seres humanos, sociedad y mundo natural (Diamond, 1999; Pointing, 2007; Simmons, 2008). No es una coincidencia que el principal crítico del sistema capitalista, Karl Marx, considerara la economía como la principal estructura del mundo y definió la separación de la humanidad del mundo natural como "ruptura metabólica" (Kovel, 2007). Por lo tanto, mientras más discursos económicos existan, ajenos a la interacción real con el medio ambiente, más prevalecerá el individualismo como paradigma dominante entre los seres humanos y las crisis socioecológicas tendrán una fuerte incidencia.
Aunque el paradigma individualista predomina en nuestros días, el altruismo sigue vigente en algunos contextos. Por ejemplo, en el Global North, las principales iniciativas culturales y políticas para la promoción de sistemas de cooperación altruista están centrada en el concepto de los bienes comunes, popularizados por el mundo anglo-sajón con la definición de commons (Bollier, 2014). Los bienes comunes constituyen un sistema de gestión de los recursos naturales más sustentables en comparación con los procesos de la economía capitalista. Hoy en día, los commons se identifican como un complejo sistema social de interacciones entre humanos, recursos naturales y derechos de propiedad, en los que los primeros dos tienen un papel más importante que los últimos (Rowe, 2013). A pesar de que actualmente el concepto de commons se haya extendido a otras esferas sociales (como la cultura, la ciencia y la tecnología digital), los recursos naturales constituyen la más antigua forma de bienes comunes, que incorpora recursos hídricos y forestales, la energía solar y eólica, entre otros bienes naturales primordiales para la sobrevivencia de los seres humanos. Los commons representan un sistema socioecológico complejo, definido por Ivan Illich (1973) como una sociedad de convivencia, donde sus miembros están directamente involucrados en los procesos de gestión de los recursos, que hoy se presentan en contraposición al sistema gerencial-económico-material.
Tine De Moor (2017), en sus estudios sobre las propiedades colectivas en algunos campos europeos, señala que hay varios ejemplos de prácticas de gestión comunitaria (que pueden ser definidos como commons) que son testimonio de un sistema de gestión de recursos naturales sustentable y resistente a los cambios económicos. Además, De Moor ha demostrado que la matriz altruista de los bienes comunes rurales depende de estructuras de gobernanza tradicionales, en las que la preocupación y atención por las necesidades de la comunidad humana y natural están por encima de las preocupaciones individuales. Estudios como este nos brindan una perspectiva crítica para justificar la extensión de los bienes comunes a todas las formas de administración colectiva de recursos a disposición de comunidades e instituciones, donde el altruismo es predominante con respecto al individualismo. Cabe señalar que estas estructuras de gobernanza de los commons han tenido éxito en comunidades pequeñas con una fuerte tradición de cooperación comunitaria. A continuación, se presentan tres tipos de sistemas, distintos en su relación con la naturaleza, así como sus instrumentos de acción política.
De acuerdo con la tabla 2, en la historia reciente han existido tres principales sistemas socioeconómicos y ambientales. Los de subsistencia y de commons, que guardan relaciones sociales "culturales-materiales", en las que la ecología se basa en relaciones complejas y dominantes. La diferencia entre el sistema de subsistencia y el de commons es que la primera tiene relaciones económicas simples y marginales, y la segunda desarrolla relaciones económicas complejas y equilibradas. A pesar de que los commons se identifican como sistemas políticos pertenecientes al mundo occidental, los análisis históricos revelan que las sociedades de los bienes comunes poseen una matriz altruista basada en mecanismos de cooperación y gestión colectiva de los recursos (Illich, 1981; Wall, 2014; De Moor, 2017).
Por su parte, el sistema de mercado capitalista es complejo en su parte social y económica, sin embargo, es marginal en cuanto al medio ambiente, ya que tiene un fuerte componente individualista que internaliza culturalmente la ganancia individual sobre la colectiva. Entonces, con base en la formación histórica de los sistemas socioeconómicos y ambientales, consideramos que en la medida que los sistemas sean complejos será más viable contar con sistemas más equilibrados. Es decir, promover que individualismo y altruismo sean componentes complementarios de las políticas ambientales, y no que uno de ellos se internalice en el extremo, ya que de esa manera los sistemas serán marginales y reducirán la eficacia de sus resultados. En el contexto actual, existe una preponderancia de formas individualistas en las políticas ambientales, que dejan al margen formas altruistas de cooperación (Cienfuegos et al., 2016).
La relevancia de las formas de cooperación altruista aumenta debido a que los países tienen, y tendrán que seguir enfrentando en el futuro, múltiples cambios simultáneos de tipo: a) locales, como la marginalización económica de algunos grupos sociales y la necesidad de desarrollar infraestructuras de inclusión tecnológica, así como b) globales, como el cambio climático y las dinámicas económicas de los mercados financieros (Martínez-Alier, 1991; Robson y Lichtestein, 2013; Wall, 2014). Muchos autores coinciden en abordar el pasado y el presente de las cuestiones socio-ecológicas con un enfoque diferente, mirando a la colonización europea y sus efectos como el año cero de las sociedades indígenas precedentes y, en algunos casos, buscando la recuperación de estos valores perdidos (Andre,1969; Quijano, 2000; Mignolo y Escobar, 2010).
Esta perspectiva diferente se debe a la historia que han tenido estas áreas geopolíticas del mundo. Por ejemplo, la fuerte estratificación histórica del Viejo Continente europeo ha producido varios ejemplos de sociedades de convivencia que han sobrevivido sustancialmente intactas, especialmente en las regiones de montaña, hasta la liberalización del Viejo Continente ocurrida en el siglo xix (Bravo y De Moor, 2008). Por otro lado, América Latina no ha vivido las mismas fases históricas que Europa, por contingencias de carácter histórico y geográfico (Diamond, 1999). Por eso, la llegada de los europeos a América significó una brusca transformación de las circunstancias socioecológicas y la instauración de instrumentos de control social y explotación económica procapitalistas (Quijano, 2000).
Entre los estudios sobre prácticas de cooperación altruista destacan las críticas que se lanzan desde la ecología política, alineadas en el estudio de las luchas de supervivencia de comunidades explotadas por un sistema capitalista extractivista. Tanto en ambientes urbanos como rurales, en diferentes partes del mundo, sobre todo en los países que fueron colonizados, desde países de América Latina (como México y Brasil) a países asiáticos y africanos (como India y Nigeria) (Martínez-Alier, 2003; Porto-Gonçalves y Leff, 2015). Sin embargo, la ecología política no ha sido tan prolífica en proponer soluciones a sus cuestiones críticas, por lo que en este artículo buscamos aportar una breve idea acerca de mecanismos altruistas e individualistas en el abordaje de las políticas ambientales, esto como alternativa a los discursos totalitarios tanto de la extrema derecha con el hiperindividualismo como de la extrema izquierda con el hipercomunitarismo. Nosotros proponemos un apropiado balance entre el instinto individualista y la cultura altruista que se tenga en cada espacio local estudiado. El éxito de las políticas ambientales llegará en la medida que se identifiquen qué mecanismos de corte individualista y altruista sirven mayormente al uso sostenible de los recursos naturales.
4. Conclusiones: El espacio local y el largo plazo como la base del balance paradigmático en las políticas ambientales
La pregunta guía de este artículo fue la siguiente ¿Cómo es posible balancear altruismo e individualismo en la formulación e implementación de políticas ambientales? Nuestra conclusión es la siguiente: Mediante la identificación de las tradiciones y relaciones entre los actores de cada espacio local. Por ejemplo, en un espacio donde existe la desconfianza funcionarán mejor los mecanismos basados en el individualismo. No obstante, se deben incluir mecanismos altruistas para solventar los problemas del extremo individualista. En el caso contrario, en un espacio donde existe una tradición de cooperativismo funcionarán mejor los mecanismos altruistas. Aunque se deberá compensar los excesos del altruismo a través de mecanismos individualistas. Es la búsqueda de ese equilibrio aristotélico lo que mantendrá una innovación constante. Ya hemos atestiguado cómo los extremos del capitalismo individualista han llevado a crisis como la especulación inmobiliaria de 2009. Asimismo, conocemos la asfixia a las libertades que han establecido regímenes socialistas extremos.
Las políticas ambientales deben reconocer el tipo de racionalidad que prevalece en los actores interesados (stakeholders). Por ejemplo, una industria cervecera fuertemente regulada tendrá mayores incentivos a ser más eficiente en el uso de agua, para disminuir sus costos y aumentar su prestigio proambiental. Entonces, el mecanismo de tipo individualista funciona en este caso. Sin embargo, esa misma industria cervecera, si fuera monopólica, pudiera capturar al gobierno y explotar indiscriminadamente el acuífero sin consecuencias. Por otra parte, una asociación de agricultores de exportación vigila y limita a sus miembros para evitar que se agote el acuífero en perjuicio de los cultivos. En ese caso funciona un mecanismo de tipo altruista, en el que algunos agricultores restringen su uso de agua para que otros también la aprovechen. Sin embargo, si los agricultores son extranjeros y la localización no les representa un problema, pueden explotar el acuífero hasta agotarlo y después mover sus operaciones a otra región del mundo.
Esta idea del balance entre altruismo e individualismo se apareja a otras propuestas como el post-desarrollo de Arturo Escobar (2005), propuesta en la que desmitifica la idea de la modernidad europea como la única posible. Nosotros estamos en línea con Escobar en la medida que cuestionamos la utilización indiscriminada de narrativas y discursos, optando por el descubrimiento de distintas realidades dependiendo del contexto específico de cada comunidad estudiada. Asimismo, Pablo Solón (2017) aporta al debate ambiental contemporáneo a través del desarrollo de conceptos como el buen vivir y los derechos de la madre tierra. En estos textos se argumenta en favor de un entendimiento del ser humano como parte de la naturaleza, en la que han surgido movimientos sociales, entre los más destacados, la defensa de los derechos de los animales.
Las políticas ambientales contemporáneas deben tomar en cuenta el desarrollo de sistemas complejos en los que se equilibre la dimensión económica, social y ambiental. El reto está en cómo equilibrar dichas dimensiones, y también en la manera en que se integran instrumentos individualistas y altruistas en el diseño de políticas ambientales. Si el individualismo continúa siendo una característica dominante en los procesos de formulación de políticas, la agenda de investigación relevante será el análisis de la incorporación de instrumentos altruistas a las políticas contemporáneas. La eficacia de esta incorporación de instrumentos estará en función de la construcción sociobiológica de altruismo focalizada en comunidades pequeñas. Es decir, la incorporación efectiva de instrumentos altruistas se produce en comunidades locales, donde los seres humanos tienen un apego cultural a su contexto ecológico. Más difícil es tratar de modificar la construcción sociobiológica en comunidades grandes o incluso a escala global.
En las últimas décadas, las políticas ambientales han descansado en una matriz de instrumentos de corte individualista, donde los políticos más progresistas han intentado afirmar la superioridad intelectual de los seres humanos en relación con las otras formas de vida en el planeta. El intento más reciente ha sido el concepto de 'desarrollo sustentable,' propuesto por un grupo de delegados de las Naciones Unidas en 1987. Como solución al problema de la 'natural' tendencia individualista de los predadores humanos, dichos expertos propusieron instrumentos altruistas para compensar a las personas más vulnerables de la excesiva proliferación de los efectos negativos del individualismo (Brundtland Commission, 1987). Desde la creación del concepto de desarrollo sustentable, muchas han sido las voces discordantes que han puesto en evidencia las contradicciones políticas y económicas de un posible desarrollo de carácter sustentable en el sistema capitalista (Visvanathan, 1991; Esteva, 2010).
Sin embargo, la perspectiva de desarrollo sustentable no ha tocado el fondo del asunto, es decir, la construcción sociobiológica de altruismo e individualismo como condición permanente que ha condicionado los paradigmas socioculturales (Haraway, 1991). Al mismo tiempo, si la incorporación de paradigmas altruistas en un contexto sociobiológico esencialmente individualista presenta fuertes limitaciones, continúa siendo la principal panacea. De ahí viene la perspectiva fundamental del presente trabajo: el extremo de instrumentos altruistas e individualistas limita la complejidad de los sistemas socioeconómicos y ambientales. Así como la simple incorporación de instrumentos altruistas dentro de un sistema capitalista basado en premisas sociobiológicas de carácter individualista solo provocará más problemas sociales y ambientales.
Imaginar la incorporación de instrumentos individualistas y altruistas en las políticas ambientales requiere consolidar el aspecto cultural-político de los seres humanos. Debido a que es en este proceso civilizatorio, impulsado por una mayor educación cívica y una menor ignorancia, en el que los seres humanos pueden lograr arreglos institucionales equilibrados. Que impulsen tanto la innovación y el emprendimiento que facilita el individualismo, como las redes comunitarias facilitadas por el altruismo. Al mismo tiempo, será necesario que estos instrumentos se basen en premisas socio-biológicas locales que incorporen una perspectiva de las relaciones entre los seres humanos y el mundo natural-material más compleja y completa. Para conseguir esta finalidad será necesario reconocer la complejidad de la ecología que nos rodea y que nos forma, reconociendo nuestro papel marginal en un mundo de extrema complejidad macro- y microbiológica (Margulis y Sagan, 1986).
Un ejemplo, de la cada vez más ausente relación del ser humano con su entorno es la migración de capitales cuando encuentran resistencia social o una destrucción ambiental. Las personas ricas simplemente se mueven de lugar de residencia, mientras que las personas pobres se quedan viviendo en sus lugares de origen. Es en el espacio local donde se puede transformar la construcción sociobiológica, donde las mismas comunidades incorporen instrumentos altruistas en sus políticas ambientales, y no se trate sólo de una imposición de una política ambiental nacional o global. Desgraciadamente, estos migrantes sólo comprenderán la relevancia de la construcción sociobiológica local cuando el planeta Tierra no deje un espacio adecuado para mudarse.
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