ISSN electrónico: 2011-7574 FECHA DE RECEPCIÓN: JULIO 24 DE 2009 |
LA INSERCIÓN INTERNACIONAL DE ARGENTINA. DEPENDENCIA Y CRISIS ECONÓMICA: DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN*
Argentinian International involvement. Dependency and International Crisis: dilemmas for regional integration
Beatriz Carolina Crisorio
Investigadora del CIEA, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires (Argentina). Docente de Historia Económica y Social General y de Historia Económica y Social Argentina, FCE. UBA. Vicepresidente de ADHILAC Internacional. Directora de Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Correspondencia: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Económicas. Vianorte 430/44 C 1053ABJ, ciudad de Buenos Aires (Argentina). carolina.crisorio@gmail.com
RESUMEN
Frente al gran reto del momento, los países de América Latina y el Caribe están impulsando diferentes propuestas de integración regional. Para comprender qué fuerzas se conjugan en Argentina para que se acerque a proyectos tan diversos como MERCOSUR o el Banco del Sur, es necesario tomar en cuenta los distintos elementos que han influido en su devenir histórico. En tal sentido hay que considerar los cambios económicos y políticos ocurridos en el escenario internacional a partir de la caída del Muro de Berlín. Del mismo modo, es necesario analizar los distintos sectores económico-sociales que han podido influir en el proceso de toma de decisiones, o bien aquellos sectores subordinados que sufrieron sucesivas políticas económicas de orientación neoliberal desde los años setenta. El desafío es avanzar en la construcción de un modelo de crecimiento autosustentado, que no olvide la redistribución de la riqueza y que apoyándose en el impulso regional intente reducir el problema de la dependencia económica -en especial la deuda externa- política, y fortalezca la democracia participativa y cultural.
PALABRAS CLAVE: Política exterior argentina, neoliberalismo, dependencia, integración regional.
ABSTRACT
In relation to the great current challenge, Latin-American and Caribbean countries are introducing different proposals regarding regional integration. In order to understand which forces operate within A rgentina to lead the country to diverse projects, such as MERCOSUR or the Banco del Sur, it is necessary to consider the different issues that have defined its historical development. Therefore, economic and political changes that took place in the international arena after the fall of Berlin's Wall must be taken in consideration. It is also essential to analyze the various economic and social fractions which have affected the decision making, as well as the subordinated segments of society which have suffered the consecutive neoliberal economic policies since the seventies. The challenge is to move forward to the construction of a self-sustained growth plan that does not leave aside wealth redistribution, and that aims to reduce the problem of economic dependency —in particular, regarding the external debt— as well as political dependency, strengthening participative and cultural democracy.
KEYWORDS: Argentina's international insertion. Dependency and economic crisis: challenges of integration.
INTRODUCCIÓN
En los últimos años, Argentina ha demostrado cierta vocación integracionista que no se observó en la mayor parte del siglo XX. Para comprender este giro es necesario tomar en cuenta dos aspectos fundamentales: en primer lugar, los cambios en el escenario internacional y su impacto en América Latina y el Caribe; en segundo término, pero no de menor importancia, el proceso interno del país desde una mirada histórica, para explicar los cambios y continuidades que han favorecido o frenado los avances en la integración regional. Por la brevedad de este trabajo no se desarrollarán muchos temas en profundidad, por lo cual esperamos continuar avanzando en la investigación y en el debate de este tema que merece ser repensado al compás de los nuevos desafíos, ya sea de orden económico, como la profunda crisis mundial desatada en los últimos meses de 2008, políticos, con conflictos que llevan décadas en distintos puntos del globo, o bien con peligros para las muchas veces débiles democracias latinoamericanas, como el reciente golpe de Estado en Honduras en junio de 2009.
LA SITUACIÓN INTERNACIONAL
Desde la segunda posguerra, la dualidad antagónica en la que quedó dividido el mundo desgastó a las dos superpotencias que aspiraban a liderar cada bloque: Estados Unidos y la Unión Soviética. La primera en caer fue la segunda, víctima de turbulencias internas, como ya he analizado en otros trabajos, pero también desgastada en la política imperialista sobre su área de influencia. En tal sentido, el fracaso soviético produjo júbilo en su principal antagonista. Había triunfado el capitalismo y Estados Unidos consideraba que había ganado la guerra de las galaxias y que, por lo tanto, era necesario proclamar el fin de la Historia.
Sin embargo, las expectativas de que Estados Unidos se consolidara como la única gran superpotencia mundial luego de la desaparición de la Unión Soviética no se vieron cumplidas. Por el contrario, se ha producido un proceso de reacomodamiento en el plano económico, político y estratégico-militar, que no ha convalidado esa visión tan promisoria para el país del norte. Las causas de esto son múltiples y sólo analizaremos algunas de ellas.
En primer lugar, la Federación de Rusia ha tratado de erigirse en heredera del legado soviético, a pesar de que se produjo un deterioro significativo de su importancia relativa debido a las divergencias que surgieron entre las nuevas repúblicas y dentro de cada una de ellas. En efecto, esta región pasó un difícil período de reacomodamiento, debido a reclamos económicos, políticos, a veces con violentos enfrentamientos nacionalistas, étnicos o religiosos. Pero en su afán de recuperar el tiempo y el espacio perdido, ha optado por reconstruir su influencia merced a alianzas de diferente nivel con sus ex socios y asociados. Asimismo ha buscado volver a dar trascendencia a su presencia en todo el globo, incluida, por supuesto, América Latina y el Caribe. Conviene destacar que en el diseño de esta nueva política exterior ha tenido como socio destacado a la República Popular China (Laufer, 2008).
En segundo término, debemos tener en cuenta el proceso de Europa Occidental. Recordemos que desde la segunda posguerra se había trabajado para recomponer su posición relativa frente a las dos superpotencias nucleares merced a un largo proceso de integración. Así, de la mano de la República Federal Alemana y de Francia habían construido la Comunidad Económica Europea; luego, tras la disolución soviética bajo el liderazgo de la Alemania unificada, inauguraron la Unión Europea. Esta organización supranacional tuvo que enfrentar problemáticas por momento muy graves, como la implosión de la ex URSS, la disolución de Yugoslavia y los violentos conflictos que se produjeron. Asimismo, debieron sobrellevar el impacto negativo o los desequilibrios generados a partir de las sucesivas ampliaciones.
El tercer gran protagonista del nuevo siglo es China, que internamente ha acelerado la transición hacia formas mixtas, en muchos sentidos más cercanas al capitalismo, y externamente ha ampliado su presencia económica en el mundo, con una visión imperial. Con respecto a los vínculos con las otras grandes potencias, son realmente curiosos, pues si bien compite por extender su dominio generando tensiones, por ejemplo, con Estados Unidos, también, contradictoriamente, ha acrecentado sus lazos económicos con esta nación, lo que explicaría cierta precaución en la toma de decisiones durante la crisis económica presentada entre fines de 2008 e inicios de 2009. Por otra parte, en sus vínculos con la Federación de Rusia, si bien no han desaparecido los tradicionales temas de rivalidad mutua, frente a la debilidad relativa de este país tras la desarticulación de la Unión Soviética, ambos han desarrollado una política de acercamiento para reacomodarse mejor frente a los nuevos desafíos de las relaciones internacionales. Es claro que este acercamiento busca debilitar a Washington, el tradicional antagonista de Moscú, aunque tanto rusos como chinos han realizado numerosos negocios con el antiguo enemigo. Por otra parte, la irrupción china cambia también la configuración del área Asia-Pacífico, liderada hasta los ochenta por Japón, estrecho aliado de Estados Unidos y con un área de influencia sobre los "nuevos países industrializados" del sudeste asiático. En otras palabras, si bien en la posguerra, desde el punto de vista económico, la recuperación de Europa y Japón llevó a plantear la existencia de una tríada junto con Estados Unidos, hacia los años ochenta este trío también se ha modificado.
Un cuarto factor que se debe considerar para comprender la declinación estadounidense es la emergencia de las llamadas "potencias intermedias", como la India, Paquistán, Canadá, Australia, Brasil o México. Estos países han cobrado cierta importancia en la arena internacional y han buscado acrecentar su peso relativo promoviendo la conformación de bloques regionales y nuevos foros de discusión, como el Grupo de los Veinte. Por ejemplo, esa asociación puede leerse como una ampliación del G8 a partir de 1999.
Hasta aquí hemos enumerado algunos de los principales elementos que han estado limando el poder estadounidense en el mundo y en la región. Por supuesto que para explicar el paulatino eclipse de Estados Unidos es necesario analizar el proceso interno de ese país, como también tener en cuenta sus intereses económicos y militares a lo largo del globo, lo cual excede el objetivo de este trabajo.
En definitiva, en el plano internacional, tras la caída del Muro del Berlín, se generaron importantes tensiones, dado que los viejos grandes actores —las grandes potencias— habían cambiado su peso relativo y nuevos actores reclamaban compartir el poder político y económico. Durante la presidencia del republicano George H.W. Bush (1989/1993), la presencia de tropas iraquíes en Kuwait generó una respuesta que puso de manifiesto el poder de convocatoria estadounidense, pues logró conformar una coalición de más de 30 países y, por un momento, creó la ilusión de la consolidación indiscutida del liderazgo de Washington. Además, durante el gobierno del demócrata William J. Clinton (1993/2001) Estados Unidos vivió uno de los períodos más largos de bonanza económica en ese país.
Sin embargo, la bonanza se iría junto con la llegada del nuevo siglo y el ascenso del republicano George W. Bush (hijo) (2001/2009) a la presidencia. El dramático atentado del 11 de septiembre de 2001 impactó profundamente en la sociedad estadounidense, que nunca había vivido situaciones de tal gravedad en su propio territorio. Esto permitió al presidente declarar la guerra al terrorismo e iniciar una lucha con el "eje del mal", donde, según la versión de Washington, se agrupaban enemigos tan diversos como muchas veces incompatibles entre sí, como Afganistán, Irán, Irak, Corea del Norte o Cuba. La lucha antiterrorista fue la llave del "todo vale", y la gran potencia socavó su credibilidad utilizando múltiples mecanismos ilegales que hoy se están investigando en ese país. No importó entonces cuál fue el pretexto para atacar a Irak, porque más allá de toda argumentación contra el régimen, dos cosas quedaron sobrevolando a partir de esa invasión de 2003. Por un lado, la economía estadounidense había entrado en una recesión, y la guerra (y reconstrucción) era un buen estímulo para el complejo industrial-militar; por el otro, Irak cuenta con una reserva petrolera envidiable.
LA ECONOMÍA INTERNACIONAL
Otro aspecto que hay que considerar son los cambios producidos en la economía internacional, en la que se constata una aceleración del proceso de concentración de capital monopólico y oligopólico.
La crisis de 1973 y la subsiguiente estanflación pusieron de manifiesto los límites del modo de acumulación y llevaron a un profundo replanteo del Estado de Bienestar, de la valoración positiva del pleno empleo y del taylorismo-fordismo con el uso de mano de obra extensiva. En su búsqueda de un aumento en las tasas de beneficio se echó mano, entre otras cosas, a un reordenamiento de la organización de la producción a partir del "toyotismo"(Coriat, 1998, 2000, 2004). Este se basó en la mano de obra intensiva, que expulsó una gran cantidad de trabajadores de la actividad. Una parte de las actividades de las empresas fueron tercerizadas. A su vez, esas nuevas empresas a veces fueron "nuevas" firmas vinculadas a las grandes empresas nodrizas que eligieron bajar el costo laboral liberándose de los empleados de la planta permanente y pasando a contratar jóvenes con menos experiencia, por menos tiempo, lo cual generó un continuo recambio de personal, pero también evitando conflictos con los sindicatos. Otras veces, esas tareas descartadas por las grandes empresas fueron asumidas por pymes, muchas veces empresas familiares, que se autoexplotan y asumen sobre sus espaldas los riesgos de la producción "justo a tiempo". Así, se puso en cuestión el pleno empleo buscado por el well fare, lo cual llevó a promover cambios en la legislación para permitir la expulsión de trabajadores (la flexibilización laboral), dado que la línea de montaje fue reemplazada por maquinaria robotizada y menor cantidad de mano de obra con mayor calificación.
Asimismo, se promovieron cambios en la legislación a fin de favorecer la circulación y reproducción del capital y fortalecer la presencia de las empresas multinacionales y transnacionales, la inversión extranjera directa (IED), el flujo de capital financiero y el intercambio comercial. Para tales fines se realizaron concesiones en las soberanías nacionales a favor de la construcción de instituciones supranacionales. En tal sentido, en los noventa se profundizaron procesos de integración regional como la Unión Europea (UE) (1992), o bien se impulsaron nuevos bloques regionales, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA o TLCAN) (1995). También en América Latina y el Caribe aparecieron propuestas de integración comercial como MERCOSUR o la Comunidad Andina de Naciones.
AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA
En los años setenta, en América Latina y el Caribe la región osciló entre las propuestas políticas de cambio (desde un tibio reformismo a planteos de erradicación del capitalismo) a las dictaduras. En efecto, la Doctrina de Seguridad Nacional fue el instrumento utilizado para acallar los reclamos redistributivos y democratizadores de las clases subordinadas. Ejemplo de ello es el tristemente conocido "Plan Cóndor", mediante el cual las dictaduras del Cono Sur colaboraron para reprimir las expresiones populares. Por otra parte, los petrodólares y los créditos blandos que llegaron en ese período agravaron su problema de endeudamiento.
En los ochenta, de manera paulatina, los países de la región entraron en una dificultosa transición democrática, obstaculizados por la dependencia económica —agravada por la entrada de flujos de capital y por la impagable y creciente deuda externa— y presionados por el reacomodamiento interno logrado gracias al terrorismo de Estado y la violación de los derechos humanos. Estos gobiernos dictatoriales y otros de democracias poco participativas permitieron, de este modo, el reposicionamiento de tradicionales grupos poder en alianza con nuevos actores, en el que el capital externo jugaba un rol preponderante. De su mano, el paradigma neoliberal se diseminó en la región a partir de la segunda mitad de esa década. Es interesante porque si bien desde el punto de vista político en esos años las luchas de los sectores democráticos y populares lograron erradicar poco a poco los regímenes dictatoriales, los problemas económicos no sólo continuaron sino que en los noventa se agravaron.
LA POLÍTICA EXTERIOR ARGENTINA Y LOS DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN REGIONAL
Desde fines del siglo XIX Argentina había vivido su momento de esplendor merced a la vigencia del modelo agroexportador. En este esquema el país proveía productos agropecuarios al mercado británico y recibía productos industriales y flujos de capital, principalmente británico y europeo. En primer lugar, los capitales llegaban en formas de crédito que se destinaban a obras de infraestructura y transporte, en especial ferrocarriles. Estos permitieron llevar los productos desde distintos puntos del país a los principales puertos exportadores. En segundo término, los capitales se destinaron a inversiones directas, como la instalación de bancos, frigoríficos, empresas de servicios: agua, electricidad, etc. Pero conviene recordar que por cada libra invertida en el país salían 5 o 6 de beneficio para los inversores extranacionales (Ciafardini, 2002). En otras palabras, el país también se convirtió en un exportador de capitales. Este esquema entró en crisis durante la Primera Guerra Mundial y sucumbió luego de la crisis de 1929/30.
La crisis puso de manifiesto la debilidad el modelo primario exportador, y evidenció también su condición de país dependiente, en ese caso de Gran Bretaña y Europa Occidental. Este es un hecho que en la actualidad algunos sectores poderosos, vinculados con la actividad, prefieren no recordar, y pretenden retornar a la "Argentina granero del mundo". Conviene señalar también que desde los años veinte el capital estadounidense había comenzado a hacerse presente a través de IED en frigoríficos, compartiendo (y compitiendo) con los británicos en el negocio de las carnes congeladas y enfriadas destinadas al mercado inglés.
Frente a la crisis, sectores de la élite pampeana —la región central más fértil del país dedicada a la actividad agroexportadora— dieron un golpe de Estado, y ya en el poder, comprendieron que su liaison con Gran Bretaña tenía los días contados. En otras palabras, frente al repliegue que realizó Londres, comerciando especialmente con los miembros de la comunidad británica, y la disminución en la entrada de divisas que frenaba la capacidad importadora argentina, un sector de su élite impulsó la industria de sustitución de importaciones (ISI) (Dorfman, 1983).
Los intentos de favorecer el desenvolvimiento del sector industrial, en particular durante el primero y segundo gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), fueron sucedidos por los proyectos desarrollistas que proclamaban la necesidad de atraer capital extranjero para lograr el avance en ese sector, sin tomar recaudos frente al problema de la dependencia económica y tecnológica (Jorge, 1986). Durante el tercer gobierno peronista (1973/1976), las condiciones políticas internas e internacionales eran demasiado complejas y, si bien se consideraba un triunfo el hecho de que se hubiera levantado la proscripción al viejo líder que vivía en el exilio, los resortes del poder se mantuvieron reticentes, desconfiando del acercamiento a los gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe y criticando el establecimiento de las relaciones con Cuba (Crisorio, 2005). J.D. Perón falleció en el ejercicio del poder y su vicepresidenta, a la sazón su viuda, María Estela Martínez de Perón, no estuvo a la altura de las circunstancias.1 El vacío de poder fue aprovechado por los golpistas, que usurparon el gobierno el 24 de marzo de 1976, encabezados por el general Rafael Videla (Lanus, 1984; Rapoport, 2000; Rapoport y Spiguel, 2005).
Merced al golpe, los sectores económicos agroexportadores instalaron en el gobierno a un miembro de estas tradicionales familias en el ministerio de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, quien llevó a cabo políticas que favorecieron sus intereses y que han sido consideradas de "revancha oligárquica" (Basualdo, 2006).
Las medidas destinadas a favorecer las exportaciones tradicionales —baja de retenciones, baja de los costos merced a la baja de salarios reales— fueron acompañadas de la apertura de la economía hacia las importaciones de bienes y capitales. Para ello, se echó mano a una reforma financiera (1977) y se benefició la entrada y radicación de capitales. En otras palabras, el sector agropecuario de la pampa húmeda se alió con el sector comercial exportador de capital concentrado y con el sector bancario y financiero (con fuerte presencia de capitales extranjeros). Las consecuencias de estas medidas y de las de sus sucesores fueron la aparición de "grupos económicos" de empresas con capital nacional muchas veces asociado con capital extranjero y, como se ha dicho, con los sectores agroexportadores, y una acentuación de la concentración y centralización de capital.2 Para lograr esta fabulosa redistribución regresiva del ingreso y frenar la resistencia de las clases subordinadas fue necesario el terrorismo de Estado.
Es que la implementación de estas políticas generó el quiebre y/o vaciamiento de muchas empresas grandes, lo cual arrastró a las pymes. Esto generó un paulatino aumento del desempleo y la marginalidad social, como también se constató un retroceso industrial y un incremento de la reprimarización de la economía (Basualdo, 2006).
Las exportaciones argentinas continuaron enfrentando el proteccionismo europeo y las restricciones estadounidenses, por lo tanto, si bien entre 1976 y comienzos de 1978 los vínculos con la Unión Soviética se enfriaron, frenando los tratados suscritos con el tercer gobierno peronista, los sectores agroexportadores reactivaron el cumplimiento de estos tratados y lograron transformar el mercado soviético en el principal receptor de sus exportaciones cerealeras. Paradójico y contradictorio, mientras fronteras adentro se aplicaba la política de seguridad nacional, se rompía el bloqueo decretado por Estados Unidos a la ex URSS por la invasión a Afganistán, anteponiendo los intereses económicos (Crisorio, 1994 y 1997; Rapo-port, 2000).
Poco a poco, el gobierno dictatorial comenzó a hacer aguas, y el recambio a manos de R. Viola no fue suficiente oxígeno. Cuando asumió Leopoldo Fortunato Galtieri buscó consolidar su imagen aprovechando la reivindicación de soberanía sobre las islas Malvinas, lo cual llevó al desdichado conflicto con Gran Bretaña y a una estrepitosa derrota (1982) (Crisorio, 2007). Esto aceleró el deterioro de la dictadura. Como epílogo de esos tristes años, el país terminó con una larga lista de desaparecidos, víctimas del terrorismo de Estado que suman unos 30 000, de acuerdo con cifras que manejan los organismos de derechos humanos. Asimismo, se acrecentó la deuda externa, en parte por la facilidad de crédito procedente de los países petroleros, como también porque parte de la deuda estatizada era deuda privada. Otras consecuencias fueron una mayor desocupación, una sociedad más desigual y un aumento de la pobreza. En el plano internacional, el país estaba aislado políticamente, con una posición más endeble frente a las organizaciones políticas y económicas internacionales. En otras palabras, estaba más debilitado y dependiente (Crisorio, 2000 y 2007).
El gobierno de transición del presidente radical Raúl Ricardo Alfonsín (1983/1989), si bien intentó implementar un proyecto económico más redistributivo, no encontró condiciones internas ni externas para avanzar en este sentido; por el contrario, merced a la aplicación de políticas heterodoxas, apenas pudo frenar las presiones de los sectores que se habían beneficiado durante la dictadura: el sector agroexportador más concentrado, los "grupos económicos" y el sector financiero (Basualdo, 2006).
En cuanto a su política exterior, tuvo que afrontar varios retos. En primer lugar, tuvo que recomponer la imagen de Argentina, que había quedado aislada por el terrorismo de Estado y la Guerra de las Malvinas. De allí que Alfonsín buscó suscribir tratados económicos y mejorar sus vínculos con las potencias extrarregionales.
Por su parte, la relación con la Unión Soviética era muy beneficiosa para Argentina, porque el país sudamericano vendía mucho más de lo que compraba al gigante euroasiático. Pero la economía soviética se estaba deteriorando rápidamente, y comenzó a postergar los pagos. Además, el ascenso de Mijail Gorbachov (1981/1991) provocó un giro en la política exterior soviética, que comenzó a reclamar que Argentina se comprometiera a equilibrar el intercambio. Esto no fue posible, pero lo que sí ocurrió fue que Argentina se vió en aprietos para conseguir divisas.
En cuanto a los países latinoamericanos, buscó mejorar las relaciones con Chile, tratando de resolver la mayoría de los problemas de límites con la dictadura del general Augusto Pinochet, cerrando toda posibilidad de militarizar el tema fronterizo. Al mismo tiempo, veía a Chile como una puerta al Pacífico, en un momento en que era necesario ampliar la inserción del país en el mercado mundial. A través de un plebiscito no vinculante logró un importante consenso interno en este tema. También continuó estrechando vínculos con otros países de la región que se habían mostrado cercanos al reclamo argentino de las Malvinas (Crisorio, 2007). Asimismo, se dio un paso importante en los vínculos bilaterales cuando se suscribió, en 1985, el tratado Alfonsín-Sarney en Foz do Iguazú, paso inicial de la construcción de MERCOSUR.
Internamente, el poder ejecutivo argentino promovió la conformación de la comisión "Nunca Más", encargada de investigar los crímenes cometidos durante el imperio del terrorismo de Estado de la dictadura, y se llevó a cabo el juicio a las cúpulas de las juntas militares. Esto generó malestar en las Fuerzas Armadas, que no quisieron que se les juzgara por la violación sistemática de los derechos humanos; por lo tanto, se presionó al gobierno y se realizaron movimientos en las tropas que lograron debilitarlo. Por ello, Alfonsín suscribió las Leyes de Punto Final y de Obediencia Debida para proteger a los genocidas. Esto, más las presiones de los sectores más concentrados de la economía, junto a las confrontaciones con la oposición política y sindical, lo fue debilitando cada vez más y lo obligó a realizar elecciones y a entregar el mando anticipadamente a Carlos Saúl Menem (1989/1999) (Aguirre y Crisorio, 1994 y Crisorio, 2005 y 2007).
Era la hora del neoliberalismo. Los grupos de poder se habían reagrupado y ahora volvían de la mano de este presidente justicia-lista que se había presentado como heredero de J. D. Perón. Tras varios intentos fallidos de estabilización, finalmente su ministro Domingo Cavallo impuso una política económica acorde con los consejos del Consenso de Washington: buscar el equilibrio fiscal recortando los gastos del Estado; privatizaciones; liberalización comercial; flexibilización laboral; desregulación de los mercados de capitales; cambios en el sistema bancario, etc. (Escliar y Rodríguez, 2003). Las consecuencias de estas políticas en Argentina fueron muy graves, porque la implementación de las mismas se hizo en un período muy breve y con un grado de apertura de la economía considerable. Por ejemplo, para bajar los gastos del Estado nacional se descentralizaron los gastos en salud y educación, pasando la responsabilidad de esos servicios a los gobiernos provinciales. Eso empeoró la situación en la mayoría de las ellas, porque en lugar de aumentar la democracia participativa se reforzaron los resabios feudales y las clientelas políticas. Además, aquellos sectores más desprotegidos siguieron sufriendo políticas de ajuste y comenzaron a aparecer las primeras escenas de población desnutrida.
La apertura de la economía, tal como había ocurrido durante la dictadura, perjudicó la producción nacional. Un importante flujo de capitales llegó al país en forma de inversión directa, continuando el proceso de concentración y centralización del capital en el sector productivo. Asimismo, llegaron importantes flujos de capital destinados principalmente a la bicicleta financiera. Entre los sectores más beneficiados se encontraron otra vez el sector agroexportador y el sector bancario y financiero (Azcuy , 2007 y Basualdo, 2006).
En cuanto a las privatizaciones, se realizaron sin discriminar el origen del capital, por lo cual ha habido una importante presencia de capitales europeo —encabezado por el español—, estadounidense, canadiense y latinoamericano en especial de Brasil, Chile y México—, que participaron del proceso de venta de empresas estatales ligadas a la producción industrial o bien relacionadas con el sector servicios (Aguirre, 2004). Todo esto se hizo en lo que se llamó Primera y Segunda Reforma del Estado, y necesitó de cambios importantes en el marco legal. En tal sentido, se aprobó por consenso la Reforma Constitucional de 1994 (Crisorio, 2001).
Es importante resaltar que en el mismo período se impulsaron reformas en otros países del área y se dio impulso al MERCOSUR. No es casual que en ese período haya sido posible impulsar este proceso de integración, si consideramos que los países vecinos pasaban por circunstancias económicas de endeudamiento externo y dificultades en el sector externo que hacían propicia la construcción de un bloque económico. Pero también es muy importante tener en cuenta que grandes empresas, como las automotrices, fueron un motor importante de la integración, puesto que el mercado común se transformaba (por su dimensión demográfica, su capacidad potencial de consumo, sus recursos económicos, etc.) en el cuarto bloque en importancia, por detrás de la Unión Europea y Estados Unidos.
El gobierno de Menem dejó un saldo socioeconómico y ético-político negativo, que tuvo como epílogo el gobierno de la Alianza, encabezado por el radical Fernando De la Rúa y el vicepresidente justicialista Carlos "Chacho" Álvarez. Los disensos en el seno del poder político, la renuncia anticipada del vicepresidente y, sobre todo, el continuismo en la aplicación de políticas económicas neoliberales aceleraron el desgaste de un gobierno que cerró los ojos e hizo oídos sordos a los efectos deletéreos que los consejos del Consenso de Washington provocaban en la mayoría de la población. En el plano de la política exterior, el gobierno de la Alianza buscó mostrarse alineado a Estados Unidos. En tal sentido, mantuvo una actitud hostil contra Cuba, siguiendo la postura de Washington; sin embargo, se mantuvieron las trabas para ingresar al mercado estadounidense (Crisorio, 2005). Las relaciones de Argentina con Europa tampoco mejoraron, ni se cumplieron las previsiones de que la puesta en marcha del MERCOSUR iría acompañada de un tratado preferencial con la UE; dicho anuncio aún no se ha concretado. Es que el mercado común se ha convertido en un escenario de lucha de los capitales de los principales países industrializados. Por ello, las restringidas posibilidades argentinas se volcaron a Brasil y América Latina, y Argentina continuó implementando políticas neoliberales según el consejo de las instituciones económicas internacionales. Sin embargo, de ser modelo para los países "emergentes", pronto comenzó a demostrar que su economía se hundía. Ante esto, esas instituciones abandonaron el barco y dejaron el país a la deriva, librado a su propia suerte. Para peor, las medidas económicas de emergencia sólo agravaron la situación. El retorno de Domingo Cavallo al Ministerio de Economía, merced al "corralito" bancario, trató de lograr liquidez en los bancos, forzando al uso del dinero virtual, frenando la circulación monetaria, todo ello a costas de los pequeños ahorristas — los grandes ya habían retirado sus capitales — y de los salarios. La falta de papel moneda obligó al gobierno nacional y a los provinciales a emitir más bonos. A esto se sumó el ingenio de algunos consumidores, que promovieron la utilización del trueque. Sin embargo, esos paliativos no fueron suficientes y provocaron la caída estrepitosa del gobierno de De la Rúa, que se fue repudiado por la mayoría de la población en diciembre de 2001, con grandes protestas y un accionar represivo que dejó como saldo más de veinte muertos (Crisorio, 2008).
Tras una sucesión de 5 presidentes en pocos días, el ex vicepresidente de C. Menem, ex gobernador de la poderosa provincia de Buenos Aires y en ese entonces senador nacional, Eduardo Duhalde, consiguió ser elegido presidente. Al principio no estuvo muy claro cómo se encararía esa transición institucional, pero finalmente se acordó que él terminaría el mandato de De la Rúa y llamaría nuevamente a elecciones en 2003. En ellas, las dos principales minorías fueron representadas por C. S. Menem y Néstor Kirchner, ambos del Partido Justicialista. El primero tenía una diferencia muy corta con el segundo, pero no se fue a segunda vuelta, puesto que los seguidores de Menem le sugirieron que se retirara. El ambiente político no resistía nuevas elecciones, no sólo porque había que tratar de subsanar el quiebre institucional, sino porque había que tomar en cuenta que la situación económico-social de la mayoría de la población era desastrosa. Las medidas de salida de la Convertibilidad y devaluación tomadas por Duhalde no prestaron atención al impacto que esto tendría en los sectores sociales más débiles. Esto había generado un mayor corrimiento de población por debajo de la línea de pobreza y, naturalmente, de la indigencia. La baja en el empleo, producto de las políticas neoliberales de los noventa, y cada vez más grave, dio lugar a una legión de desocupados. Estos buscaron organizarse por la pérdida de sus fuentes de trabajo y luego por el reclamo de subsidios para la sobrevivencia. Estas demandas se canalizaron en nuevas formas de organización, puesto que si bien Argentina tenía una larga tradición de luchas políticas y sindicales, el hecho de que una parte importante de la población se encontraba desocupada dio lugar a organizaciones de base, como las organizaciones barriales, o las distintas expresiones del movimiento piquetero.
El gobierno de Néstor Kirchner dejó un saldo positivo, puesto que logró frenar y revertir la situación de crisis. En un primer momento continuó con el mismo ministro de Economía de E. Duhalde, Roberto Lavagna, pero luego lo desplazó para poner en práctica un modelo con mayor intervención del Estado, que buscó poner en marcha nuevamente la actividad económica desde una óptica más redistribucionista. Un balance positivo de su gestión permitió la consagración de su esposa como presidenta. En diciembre de 2007 asumió Cristina Fernández de Kirchner, encabezando la lista del Frente para la Victoria, coalición con mayoría peronista. CFK, como la llaman algunos periodistas, si bien ha llevado adelante una tibia política económica redistributiva, se encontró con una enconada resistencia en el sector agropecuario, que beneficiado por la subida del precio de la soja ha extendido esa actividad más allá de la región de la pampa húmeda y el litoral, aprovechando los mercados asiáticos.
Desde el punto de vista de la política exterior, el gobierno de Néstor Kirchner buscó mantenerse fuera del FMI y se acercó a los nuevos gobiernos "progresistas" de América Latina: Brasil, Uruguay, Ecuador, Bolivia o Chile. También trató de mejorar las relaciones con Cuba, que se habían deteriorado durante la presidencia de De la Rúa (Crisorio, 2005). En el caso de Venezuela, este país obró como oferente del crédito que Argentina no podía conseguir de las principales instituciones económicas internacionales, comprando bonos de la deuda argentina. Asimismo, se realizaron numerosos convenios de cooperación económica e intercambio comercial. Cristina Fernández continuó esta vocación latinoamericanista y prosiguió con el acercamiento a los países del MERCOSUR, incluyendo el nuevo gobierno paraguayo, y mantuvo el apoyo a la creación del Banco del Sur, que fue puesto en marcha por Argentina, Brasil y Venezuela en febrero de 2007. El mismo fue planteado como un organismo financiero regional que debe paliar la falta de crédito procedente de Estados Unidos y de los principales organismos financieros de la región. Asimismo se acercó a otros países del MERCOSUR y América Latina para exigir una respuesta regional al problema de la deuda externa.
La relación con el gobierno republicano de George W. Bush (hijo) fue bastante distante, porque el país sudamericano se resistió a aceptar los condicionamientos estadounidenses para entrar en el ALCA. Ya hemos explicado los problemas que existen entre las exportaciones argentinas, que compiten con las mismas producciones estadounidenses que están protegidas, lo cual impide su ingreso al mercado del país del norte.
Además de los restringidos mercados de la Unión Europea, Argentina continuó en la búsqueda de otros mercados, como el de los países ex soviéticos. Uno de los principales socios en la región es la Federación de Rusia, que en los últimos años ha demostrado una activa política de reinserción en América Latina. En tal sentido, Argentina ha reactivado convenios previos, especialmente a partir de la ratificación bilateral de 2007. Estos acuerdos están destinados a mejorar el intercambio económico y la cooperación tecnológica y económica bilateral. Paralelamente, en los últimos años se observa la presencia cada vez más categórica de China, consumiendo la soja argentina o participando de la producción minera. Por ejemplo, la empresa china A Grade Trading Ltd. adquirió en "escasos" 6,4 millones la mayor mina productora de hierro de Latinoamérica, Sierra Grande, de HIPARSA (Laufer, 2008). Asimismo, la SONANGOL International Holding (CSIH), subsidiaria de la empresa pública SONANGOL, suscribió en 2005 una carta de intención con Energía Argentina S. A. (Enarsa) —donde también se buscó la participación de capitales rusos. En la actualidad, la prensa ha recogido el rumor de que empresas chinas estarían interesadas en comprar parte de Repsol-YPF (Crisorio, 2009).
LA INTEGRACIÓN REGIONAL, ¿INSTRUMENTO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE ECONOMÍAS AUTOSUSTENTABLES?
Si bien Argentina logró recuperarse tras la estrepitosa caída de su economía en 2001, hoy está sintiendo el impacto de la profunda crisis económica internacional. Presionada por la lucha distributiva interna y por las pugnas entre los principales actores económicos que intentan ampliar sus áreas de influencia, después del quiebre de 2001 fue abandonada por los principales organismos económicos y financieros internacionales. Debió buscar entonces otros caminos para recomponer la situación de bancarrota. En alguna medida, se trabajó para recuperar MERCOSUR, que ya desde los últimos años de la presidencia de Menem había mostrado signos de deterioro en las relaciones entre los socios. Tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández han hecho importantes esfuerzos para mantener relaciones cordiales no sólo con su principal socio, Brasil, sino también con Uruguay y Paraguay, y los asociados Bolivia y Chile.
Esta buena vecindad con socios y asociados no ha estado libre de obstáculos. Más de una vez se han puesto de manifiesto las pugnas por cuestiones económicas, tal como la cuestión del precio del gas proveniente de Bolivia y de Chile, una variedad de temas comerciales a raíz del arancel externo común, algunas cuestiones particulares del comercio argentino-brasileño, la explotación de las represas hidroeléctricas, etc. Uno de los que ha provocado más tensión ha sido el conflicto argentino-uruguayo por la instalación de una impresionante planta productora de pasta de papel de la finlandesa Botnia sobre la margen oriental del río Uruguay. El gobierno argentino, presionado por los activos reclamos de parte de la población de la provincia de Entre Ríos, que se considera perjudicada por la contaminación que genera este emprendimiento, ha reclamado en distintos foros y hasta en la Corte Penal Internacional de La Haya (2005), que dio un fallo intermedio (que permite la actividad mientras no contamine). Asimismo, ha logrado que una planta hispana que aún no se ha comenzado a construir sea relocalizada lejos del río Uruguay, mientras que está en camino la construcción de otra papelera de capitales suecos.
Creemos que es conveniente destacar varias cosas. En primer lugar, así como Argentina no se sintió en condiciones de ingresar al ALCA liderado por Estados Unidos, tampoco ha aceptado otras propuestas de integración como el ALBA, promovida por Venezuela junto a Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, Honduras, Nicaragua, San Vicente y Granadinas. De todos modos, el país mantiene buenas relaciones con el gobierno de Hugo Chávez, quien ha socorrido en más de una ocasión al país rioplatense o a alguna empresa argentina. Por ejemplo, en el caso de Sancor, lo ha hecho a cambio de asesoramiento en la producción ganadera y sus derivados, en especial lácteos, rubro en el cual, paradójicamente, Venezuela no se autoabastece.
Asimismo, podemos comprobar que hay una firme intención de los gobiernos del Cono Sur en avanzar en la constitución de un bloque, de modo tal que sus propuestas tengan más peso relativo que cuando los países negocian por separado, como ha ocurrido en la mayor parte de la vida independiente de estas repúblicas. En tal sentido, hay que destacar la conformación de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) como un esfuerzo conjunto entre la Comunidad Andina de Naciones (CAN), conformada por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, y cuyos miembros asociados son Argentina, Chile, Venezuela.
Estas redes han estado funcionando de modo cada vez más coordinado y han hecho sentir su modo de pensar en instituciones como la Organización de Estados Americanos (OEA), donde recientemente han logrado el levantamiento de la expulsión de Cuba (2009). La firme convicción de mantener formas democráticas y evitar conflictos de la mayoría de estos países se hizo presente en algunos momentos de gran tensión, como el conflictivo bombardeo de Colombia en Ecuador en marzo de 2008 y el derrocamiento de Manuel Zelaya, presidente constitucional hondureño, por un golpe de Estado cívico-militar. En poco menos de un mes, los organismos de derechos humanos han denunciado alrededor de mil casos de agresiones y detenciones de los seguidores de Zelaya; esto no ha logrado frenar el reclamo de los países de América Latina y el Caribe ni, por sobre todo, las movilizaciones de la población, que exige el regreso del presidente detenido y sacado del país de manera ilegítima.
Para concluir, queremos señalar que los procesos de integración, tal como se vienen presentando en Latinoamérica y el Caribe, han demostrado que pueden llegar a ser un instrumento a favor de la estabilidad económica y política de la región, en especial en este momento en que se vive una profunda crisis económica internacional, como también una crisis de liderazgo de Estados Unidos, reforzando las estrategias de las potencias para acrecentar su presencia en la región. Pero debemos tener en cuenta también que nuestras democracias serán más estables en la medida en que podamos construir modelos de crecimiento autosustentable con mecanismos democráticos más participativos que permitan una mejor redistribución de la riqueza.
* Este trabajo fue realizado en el marco del Proyecto Ubacyt E033 (2008/2010) "La cuestión de la Dependencia en la Historiografía Argentina, de la segunda posguerra a la actualidad. Enfoques teóricos y proceso histórico", del que es codirectora.
1 Cuando el dictador Alejandro A. Lanusse llamó a elecciones en 1973 y se vio forzado a reconocer el triunfo de Héctor Cámpora, los movimientos guerrilleros de diversa orientación ideológica dieron una tregua al gobierno democrático. Pero el paulatino giro a la derecha de Perón se agravó luego de su muerte. La viuda se apoyó principalmente en su ministro José López Rega, quien ha sido vinculado a la organización paramilitar Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que habría comenzado a operar a fines de 1973 y que luego del deceso del presidente tomó mayor vuelo represivo. Por otra parte, M.E. Martínez nombró como ministro de Economía a Celestino Rodrigo, quien para frenar la inflación implementó un plan de ajuste por salarios. Este plan fue hecho por la repulsa de la mayoría de los trabajadores, incluida la cúpula sindical oficialista. En este contexto, recrudecieron los cuestionamientos de los movimientos armados. En tal sentido, no sólo se utilizó a las Fuerzas Armadas para reprimir estas expresiones, sino que, estando brevemente a cargo de la presidencia, el peronista ítalo-argentino Luder, presidente del Senado, suscribió una legislación que permitía "el exterminio de la subversión". Conviene decir también que la mayoría de los partidos políticos miraron para otro lado, con lo cual abrieron la puerta al capítulo más oscuro de la historia argentina.
2 Eduardo Basualdo sostiene: "[...] la concentración de la producción consiste en la incidencia que tienen las mayores firmas de una actividad económica (cuatro u ocho según la metodología utilizada) en el valor de producción de la misma. En cambio, la centralización económica alude a los procesos en los cuales unos pocos capitalistas acrecientan el control sobre la propiedad de los medios de producción con que cuenta una sociedad, mediante la expansión de su presencia en una o múltiples actividades económicas basándose en una reasignación del capital existente (compras de empresas, fusiones, asociaciones, etcétera)". Este autor sostiene tambien que la dictadura fue la "revancha oligárquica", ya que se lanzó sobre las conquistas de los trabajadores.
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