ISSN electrónico: 2011-7574 FECHA DE RECEPCIÓN: SEPTIEMBRE 3 DE 2008 |
LAS VIEJAS Y LAS NUEVAS FORMAS DE PARTICIPACIÓN SOCIOPOLÍTICA
THE NEW AND OLD FORMS OF SOCIO-POLITICAL PARTICIPATION
JOSÉ GUILLERMO FOUCE
DOCTOR EN PSICOLOGÍA. PRESIDENTE DE PSICÓLOGOS SIN FRONTERASMADRID
guiller@correo.cop.es
CORRESPONDENCIA: c/ GLORIA FUERTES, N.° 11, 2.° E. 28850 TORREJÓN DE ARDOZ (MADRID)
RESUMEN
En el presente artículo, se plantea esquemática y brevemente la evolución que está sufriendo el ámbito de la participación sociopolítica comparando los principales ejes considerados por el autor de la participación en el pasado con los ejes de la nueva participación o de la participación en la actualidad. Estos ejes o principios son extraídos de una amplia revisión de la literatura desarrollada en el marco de la tesis doctoral del autor y se establecen como posibles hipótesis explicativas de la evolución de la participación en nuestras sociedades contemporáneas.
PALABRAS CLAVE: Participación, movimientos sociales.
ABSTRACT
This paper presents a revision about the new and the old forms of sociopolitical participation. This comparative perspective reflects a revision about the literature of socio-political participation. The objective is generated different hypothesis and explanations about participation.
KEY WORDS:Socio political participation, social movements.
1. INTRODUCCIÓN
Resultan abrumadoras las referencias que hoy podemos encontrar, tanto en el lenguaje cotidiano como en el lenguaje político o en la bibliografía especializada, sobre la crisis de la democracia y de la participación en nuestras modernas sociedades (ver, por ejemplo, Offe & Scmitter, 1995; Offe, 1995; Lechner, 1995; Sartori, 1993).
Crisis de la democracia y de la política que se manifiesta en la separación de una parte cada vez mayor de los ciudadanos de la participación política mínima y del interés por la misma. La población se encuentra inmersa en el cinismo político y las actitudes negativas ante la política (alienación política). "No encaja la representación política tradicional, ni con los intereses, ni con los ideales de los representados" (Mires, 1994, p.87).
"Las identificaciones partidarias tradicionales, las restricciones que se imponen a sí mismos los individuos y los grupos, la confianza en las instituciones y la creencia en la legitimidad de los gobernantes han tendido a disminuir de forma notoria, ya sea que se midan por las actitudes en las encuestas de opinión pública o por el comportamiento en las casillas de votación o en las calles" (Offe & Schmitter, 1995, p.25).
Esta crisis estaría manifestándose, según todos los autores, especialmente entre los más jóvenes, protagonistas excepcionales de los nuevos tiempos y sujetos de los nuevos y profundos cambios que afectan al mundo. Así los jóvenes son presentados como pasivos, sin valores, individualistas, poco participativos, materialistas, egoístas, generación X...
Esta imagen, sumamente extendida, se elabora, entre otras cosas, a partir de la valoración de las modernas formas de participación a través de esquemas evaluativos pertenecientes al pasado.
Cabe pues tratar de clarificar cuáles son los referentes diferenciales entre las antiguas y las modernas formas de participación para, de este modo, tratar de clarificar las comparaciones y valoraciones que se están desarrollando.
Podría ocurrir que el supuesto rechazo a la política y a la participación por parte de los jóvenes no sea tal, sino, más bien, un rechazo a un tipo de política y un tipo de participación poco adaptados a los nuevos tiempos; podría ser, incluso, que este rechazo frontal fuese más positivo que negativo ya que podría estar buscando una transformación implícita o explícita de las formas, estilos y modelos de participación vigentes; podría ser, en suma, un rechazo sano y saludable que abriese el camino a nuevas maneras de hacer las cosas, a nuevas formas de participación más abiertas, menos dogmáticas, más profundamente democráticas.
Los jóvenes serían, entonces, los protagonistas, como siempre lo fueron en la historia, de una renovación de las formas, de una ruptura con el pasado, de una construcción alternativa que responda a sus problemas y necesidades, a su mundo de vida.
Las nuevas formas y estilos participativos surgirían, entonces, fruto de los profundos cambios sociales, políticos y económicos a los que nos vemos expuestos y que vendrían a cubrir el extenso vacío generado por las antiguas y anquilosadas formas de participación.
Podemos entender, como se hace en el discurso e interpretación mayoritaria, la crisis como un fin de la política, de las ideologías, que, inútiles, están agotadas en un mundo regido por la economía y en el que la política no tiene sentido; pero, también, podemos entender que lo que realmente se produce es el cambio y la renovación positiva de la política y la participación que así se revalorizan y llevan a una revolución silenciosa que mejora la democracia y la profundiza: "no está en crisis lo político, sino la actividad política tradicional que no da cuenta de lo político" (Garretón, 1996, p. 27).
Sería la emergencia de nuevos movimientos, nuevas formas de hacer política, nuevas divisiones sociales y la reivindicación y construcción activa de un nuevo concepto de la política y de las formas de hacer política, junto a la emergencia de la sociedad civil como nuevo referente fundamental.
En última instancia, aunque estas nuevas formas y estilos de participación no sean un cambio tan profundo como el que aquí se supone, son, sin duda, las formas y modelos participativos que hoy están en boga, los estilos participativos que hoy la gente adopta, y deben ser, por tanto, la raíz constitutiva de cualquier renovación democrática, de cualquier intento de recuperación de un proyecto de progreso basado en la participación de todos los ciudadanos porque, solo si trabajamos a partir de lo que tenemos podremos construir nuevas sendas de libertad, progreso y participación.
En el presente trabajo se seguirá una lógica que pretende al menos ser dialéctica y esquemática de las características fundamentales de la vieja y nueva participación, tratando de contraponer estilos, modos, filosofías y formas de acción. Todo lo cual se plantea como instrumento de trabajo para sugerir hipótesis y una novedosa interpretación de la crisis o transformación de la política y de la participación.
Es evidente que lo que ocurre en la realidad es mucho más plural y mixto que lo que acá vamos a señalar, pero creemos que plantear los casos o caracteres puros puede servir para explicar mejor las diferencias, aunque este tipo de estrategia implique un cierto grado de simplificación.
Que la gente adopte una serie de acciones participativas u otras, no puede ser un asunto baladí, sino que, sin duda, responde a un determinado contexto y razones; los desajustes interactivos que se producen entre las propuestas de las organizaciones o los hábitos participativos disponibles y las necesidades de los sujetos o colectivos marcan que estos últimos desarrollen nuevas estrategias, pautas o formas de acción colectiva y participativa.
Estas nuevas formas de hacer las cosas pueden y deben explicarse y son importantes, pues nos están indicando asuntos fundamentales.
Buscamos, por último, reabrir con el presente trabajo cierto debate generacional que considero tremendamente necesario en el momento de renovación y cambio actual, especialmente para los intentos regeneradores de política y planteamientos de progreso (Monedero, 1999) que en este caso están protagonizados por las diferencias en las formas participativas mostradas por las distintas generaciones.
2. LAS VIEJAS FORMAS DE PARTICIPACIÓN
La participación del pasado (entenderemos por pasado, el pasado reciente protagonizado por las tres generaciones anteriores, es decir, la participación que tiene como referentes Mayo del 68, los viejos movimientos sociales, los partidos políticos de masa, o los procesos de transición a la democracia como el español) se caracterizó, básicamente, por los siguientes elementos constitutivos:
- Las interpretaciones de la realidad motor de las movilizaciones se basaban en una conceptualización ideológicamente fuerte y, por tanto, rígida; se partía de visiones globales, abstractas, que guiaban los procesos, estilos y métodos de trabajo. La división izquierda-derecha, las grandes utopías o los modelos generales eran los referentes.
- La identificación con el movimiento, la organización (partido, sindicato), era una identificación colectivista, acrítica, una identificación que implicaba y comprometía directa y profundamente los propios valores, las propias vivencias de vida. El partido, el movimiento, se sentían como una parte constituyente y constitutiva de la identidad personal, eran referentes identitarios y definidores de los sujetos; así, uno era comunista, obrero o progresista y eso le definía. Lindantes con este tipo de identificaciones encontramos las orientaciones comunitaristas de valores, la generación de grupos primarios en las organizaciones y la aceptación de ideas, estilos o formas con las que no se estaba de acuerdo, pero que se asimilaban porque así lo hacía el partido o movimiento con el que uno se identificaba. La militancia significaba sacrificio, compromiso absoluto, ausencia de crítica, identificación primaria, era como pertenecer a una Iglesia o una gran familia con adscripciones y principios incuestionables.
- La política se situaba en el centro del sistema social, guiaba los procesos y se mostraba como interesante. Los partidos políticos eran los principales agentes en esta estructuración de la realidad.
- La vertiente básicamente instrumental, racionalista o materialista de las reivindicaciones marcaba su carácter y forma.
- Las estructuras de participación o estaban institucionalizadas con una serie de reglas de juego establecidas, o debían institucionalizarse y formalizarse si se quería obtener el logro de las reivindicaciones.
De acuerdo con el método de análisis aquí elegido, la dialéctica, cabría señalar ahora los aspectos negativos y positivos de este estilo y forma de participación.
En primer lugar, nos encontramos con la rigidez de los discursos, formas y estilos, la verdad es una: la ideología; la identidad es compacta; los referentes, excluyentes: el partido o el movimiento, la identidad de clase; las estructuras de participación están formalmente institucionalizadas de acuerdo con la célebre ley de hierro de Michels que imposibilita o dificulta los cambios, cualquier cambio; las normas de juego están establecidas; los procesos, burocratizados; los liderazgos son unipersonales y agrandados; los procesos de cambio, impedidos; los partidos intentan desesperadamente conquistar el centro deslegitimándose y perdiendo referentes, tratando de atraparlo todo; se aboga al mismo tiempo por entidades compactas, sin fisuras, con discursos coherentes, extremos y unitarios.
No cabe dejar nada a la improvisación, todo está pautado, no se puede pensar fuera del partido, o el movimiento, los cuales marcan las pautas de acción y pensamiento.
La política se define de modo restringido, bajo la clásica y rígida diferenciación entre lo público y lo privado, la política tiene que ver con el Estado y se basa en la conquista organizada y canalizada del poder político, de las estructuras de poder establecidas, unas conquistas que van de arriba abajo y que están perfectamente establecidas.
Los sujetos son colectivos, los individuos juegan un pobre papel salvo que ejerzan liderazgo, sus posibilidades reales de influir en los procesos son más bien mínimas, sus posibilidades de pensar diferente reducidas ante el dogma transmitido por los partidos que presionan hacia la aceptación unitaria y compacta de una serie completa de ideas globales que se relacionan en mucho con los sentimientos de los afiliados.
Estas formas de acción política sirvieron en un momento histórico determinado para responder a las necesidades que se presentaban; las cosas de este modo son más sencillas; la complejidad se simplifica; el compromiso es mayor y más intenso; la implicación, más elevada; los procesos de participación están claros; las formas, estructuras y canales de acción, también; el mundo se comprende y uno es capaz de interpretar unitaria y globalmente la realidad dándole un sentido comprensivo a la misma.
Posteriormente, estas formas de participar convierten la acción política en un ejercicio esclerótico, y a los sujetos en elementos pasivos; el mercadeo político aparece como más importante que la misma construcción de un sistema de valores o una construcción ideológica; los partidos son partidos de masa.
Otros autores han señalado esta profunda crisis de las viejas formas de hacer política, mencionando temáticas como las que siguen: (Colom, 1994; Garretón, 1996; Lanz, 1996; Lechner, 1995; Offe, 1988; Velázquez, 1984):
- Vaciamiento y fin del discurso político de la Modernidad y desestructuración de la matriz sociopolítica clásica: fin del sujeto político de la Ilustración.
- Fin de los rituales del viejo teatro democrático y declive del hombre público, lo público pasa a ser privado.
- Desarticulación y debilitación de los actores sociales clásicos que pierden su capacidad de convocatoria.
- Ruptura de los mecanismos, canales e instituciones articula-dores de la representación.
- Crisis de legitimidad y repliegue del Estado
- Política percibida por los ciudadanos como encerrada en sí misma, como un proceso autoreferenciado que no va con ellos.
- Crisis de los partidos: desidentificación ciudadana y desmovilización. Ya no ofrecen referentes interpretativos que permitan estructurar y representar intereses, valores y realidad.
- Crisis de las viejas identidades políticas. Resulta imposible que una sola contradicción y división social (izquierda o derecha) pueda servir en la diferenciación política.
- Fin de la centralidad de la política y del monopolio mediador de los partidos entre la sociedad y el Estado.
- Paso de políticas ideológicas a instrumentales, de programas políticos a liderazgos personales. La política se transforma en un mercado con primacía del interés y la lucha por el poder frente a la construcción valorativa de marcos de interpretación o de programas de acción.
- Auge de la vídeo-democracia, o de la relevancia de la imagen, que convierte a la política en mera escenificación fragmentada.
3. LAS NUEVAS FORMAS DE PARTICIPAR
Con similar esquema de análisis, podríamos analizar ahora las características fundamentales de las nuevas formas de participación (nos referimos a otros movimientos sociales, al voluntariado social, o a las expresiones de participación esporádica y expresiva fundamentalmente protagonizadas por los jóvenes).
- Frente a la participación de arriba/abajo, la participación de abajo/arriba o actuar localmente y (tal vez) pensar globalmente, ya no hay interpretaciones absolutas de la realidad: no hay visiones absolutas, sino fraccionadas; el aumento de la complejidad, el crecimiento exponencial de los cambios, evita que podamos refugiarnos en la simplicidad ideológica interpretativa y unitaria. Ahora es posible que se den y convivan, al mismo tiempo, una idea y su contraria.
- Más pragmatismo y cercanía, identificaciones múltiples y plurales, incluso contradictorias. Relativismo y escepticismo, que bien entendido es sumamente positivo porque transforma las participaciones en plurales y críticas para con las estructuras.
- Aparecen nuevos temas de interés que pasan a ocupar espacios significativos: la ecología, la igualdad de géneros, la solidaridad internacional son algunos de estos nuevos temas; así mismo, la calidad de vida comienza a aparecer como referente fundamental.
- Necesidad de buscar la eficacia y la cercanía en las acciones que se desarrollan, lo que se hace tiene que ser percibido como eficaz, ya no sirve solo porque lo diga el partido o el líder. Se potencia así la capacidad de relación crítica con la realidad política.
- El sujeto vuelve a una posición central, de acuerdo con un individualismo positivo (el negativo llevaría a la apatía y ausencia de participación); se recuperan valores y pautas tradicionalmente denominadas libertarias; las opiniones, acciones y planteamientos de cada una de las personas adquieren una nueva dimensión de importancia significativa frente a los colectivos o agentes globales.
- La dimensión expresiva emerge con fuerza e incluso desplaza, por momentos, a la dimensión racional de la participación, ambas se funden eliminando la confrontación tradicional entre las dos. (Revilla, 1995).
- Hay una mayor flexibilidad, una menor rigidez en las formas de participar, en las estructuras de participación; se cambia más fácilmente, adaptándose a las distintas realidades que también cambian con facilidad. Estos nuevos esquemas llevan a otras estructuras más horizontales, más participativas, más flexibles, con límites más borrosos; estructuras que a veces han llevado al desarrollo de nuevas propuestas de modelo de partido (Riechman, 1994) como el Partido Verde Alemán con nuevas claves organizativas: limitación de mandatos, control de los cargos, primarias... Otras veces estas formas fomentan el debate interno que regenera las viejas instituciones de participación.
- Los actores se fragmenten, ya no cuenta solo el partido o el sindicato.
- De la participación dirigida por élites a la participación dirigida directora de élites (Inglehart, 1988, 1991, 1994, 1998).
- Los cleaveages o divisiones políticas se vuelven múltiples perdiendo peso relativo la importancia de la tradicional división izquierda-derecha, incluso algunos autores defienden la pérdida total de relevancia de estas divisiones tradicionales.
- La definición de la política se convierte en un asunto con-flictivo (recordemos, por ejemplo, el célebre lema de las feministas: lo privado es político), mientras la vieja definición de la política que la identifica con el Estado, los partidos políticos y otras formas institucionalizadas de participación convencional se queda con la palabra política como tal, surgen nuevas acciones colectivas de influencia y modificación de la público (y, por tanto, políticas en un sentido claro etimológico y de sentido) que llenan el espacio vacío dejado por esta antigua conceptualización de la política.
- El escenario escogido para las revindicaciones y la participación se desplaza a la sociedad (civil) o al terreno de lo cultural (llegándose, incluso, que los movimientos sociales cambien su nombre y pasen a denominarse movimientos culturales como plantea Touraine, 1997, 1998). La sociedad civil sería así un espacio de comunicación política abierta a la nueva gama de movimientos, aunque también hay quien interpreta este nuevo espacio como una alternativa al Estado bajo una lógica de suma cero (Colom, 1994). Se pasa de la utopía política a la social (Adell, 1993).
La principal ventaja de estas nuevas formas de participación tiene que ver con su mayor adaptación a la nueva realidad a la que tienen que enfrentarse, es lógico que en una situación de cambio, inestabilidad, fragmentación y relativismo, la participación se vuelva flexible, plural, múltiple y cambiante.
Así mismo, parece lógico que en tiempos de individualismo emerja una participación en la que los sujetos jueguen un papel mucho más relevante y preponderante. Los ciudadanos se presentan como poblaciones más "móviles, educadas, inconformes y, ciertamente, escépticas... mucho más conscientes de los sucesos que tienen lugar en otras partes y de los medios alternativos para alcanzar sus intereses y pasiones... Sus repertorios políticos son comparativamente más variados" ( Offe & Schmitter, 1995, p.25).
Esta fragmentación y flexibilidad ofrece el reverso negativo de la menor implicación, de cierta vivencia superficial de la acción participativa; la falta de comprensión unitaria y completa de la realidad, la ruptura de lo absoluto, introduce factores importantes de duda, pérdida de sentido, pasividad o ausencia de compromiso. Lo que sería una participación light o descafeinada o una seudo-participación como algunos autores la llaman.
El individualismo en su sentido negativo lleva a olvidarse de lo político y lo público "conduce lenta y silenciosamente a la servidumbre, el despotismo social y político" (Bejar, 1988, p.63); es "un sujeto abstracto, asocializado, sin vínculos ni ataduras morales... la persecución individual de la felicidad y el énfasis en las libertades individuales habrían venido a separar al ciudadano de la persona" (Colom, 1994, p.45); así mismo se potencia la participación acrítica y la cesión de la propia voluntad política, la pasividad, en una palabra.
Esta fragmentación que llega también hasta los actores hace que las cosas se compliquen a veces en exceso, y que las contradicciones se multipliquen.
Las reivindicaciones y acciones se vuelven, con frecuencia, parciales, locales, mínimas y, en este sentido, dejan de ser auténticamente transformadoras de la realidad.
4. CONCLUSIÓN
Creemos que una visión multifocal de las transformaciones acontecidas en la pautas y estilos de participación puede ayudar a interpretar de manera más adecuada la realidad con la que nos enfrentamos: las visiones negativas deben acompañarse, desde este punto de vista, por visiones positivas que contrapongan a lo negativo, lo positivo, y traten de explicar los cambios.
Todo lo cual puede contribuir a generar una visión diferente, que no simplifique los profundos cambios en los que nos estamos viendo involucrados ni se quede con solo un polo de la realidad (normalmente el negativo o el que más conviene a unos determinados intereses que es necesario tratar de desvelar).
Los cambios que se producen, con solo ser obviamente esperados en un contexto de transformaciones globales, no han sido suficientemente explotados y explorados en su riqueza. Ellos mismos se producen, sin duda, como adaptaciones a las nuevas realidades por parte de los sujetos y de acuerdo con las nuevas respuestas que estos desarrollan en sus propios campos. Las cosas siempre ocurren por algo que está, además, por encima del nivel de análisis meramente psicológico y que integra lo psicológico con lo social.
La nueva participación está más fragmentada, simplifica más la realidad y dificulta la integración en procesos unitarios pero, también, así es más flexible y adaptativa, y abre nuevos canales de relación crítica a los sujetos, que emergen como realidades a considerar, pues fueron olvidados en las antiguas formas de participación.
La vieja participación era más compacta, estaba más clara, era más global y potente, más gruesa y militante, pero, así, también era más rígida y acrítica, más fundamentalista, eliminaba a los sujetos diluyéndolos en el magma de la masa, de los referentes indentitarios e ideológicos globales.
No obstante, si como hemos tratado de apuntar, la nueva participación responde a una nueva realidad, no podemos tratar de dar pasos hacia atrás abogando por las viejas formas de acción, en este caso (como en casi todos) ningún tiempo pasado fue mejor; tampoco el futuro es que sea mejor, simplemente no cabe interpretar las realidades (ni las participativas, ni otras) y menos las políticas, en términos de mejores o peores: estas son simplemente (o nada más ni nada menos) diferentes porque se adaptan a situaciones y contextos distintos, completamente distintos.
Además, puede afirmarse que "merced al fracaso doloroso de aquellos esquemas (se refiere a los antiguos esquemas de participación aquí analizados), ha sido posible, cada vez más, reivindicar la actividad colectiva solidaria para la resolución de problemas de nuestros prójimos... se ha reabierto la posibilidad de que gentes de la sociedad civil, sin perder su calidad de tales, emprenden actividades eficaces y libres de toda ideología grandilocuente o totalizante... y recuperan la iniciativa perdida en el marasmo apático en el que les sumía una política acaparada por los partidos, en la que los ciudadanos existen solo extramuralmente como votantes ocasionales" (Giner, 1995, p.19-20).
Estos nuevos movimientos, acciones y agentes de participación manifiestan como "junto a la pasividad, que, sin duda, es cierta, existen manifestaciones y discursos circundantes de signo contrario. En el caso español, el movimiento asociativo ha aumentado considerablemente en los últimos años, la respuesta de la sociedad a las llamadas a la solidaridad en cuestiones puntuales es incuestionable... todo este tipo de manifestaciones hacen difícil seguir manteniendo que estamos ante una sociedad desmovilizada, insolidaria y sin capacidad de reacción" (Funes, 1995, p.28).
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