ISSN electrónico: 2011-7574 FECHA DE RECEPCIÓN: ENERO 30 DE 2008 |
DIMENSION CULTURAL DE LA RENOVACIÓN URBANA
UN ANÁLISIS RETÓRICO DEL URBANISMO CONTEMPARÁNEO
CULTURAL DIMENSION OF THE URBAN RENOVATION
A RHETORICAL ANALYSIS OF CONTEMPORARY URBANISM
GUY MERCIER
DR. GEÓGRAFO. PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE GEOGRAFÍA, UNIVERSIDAD LAVAL (CANADÁ)
CORRESPONDENCIA: PAVILLON CHARLES-DE KONINCK 1030, AVE DES SCIENCES-HUMAINES, LOCAL 5268 QUÉBEC (QUÉBEC), CANADA G1V 0A6 TÉLÉPHONE: (418) 656-7185 - TÉLÉCOPIEUR: (418) 656-3960
Guy.Mercier@ggr.ulaval.ca
RESUMEN
A partir del ejemplo Saint-Roch en la Ciudad de Québec (Canadá), se analiza la retórica del discurso urbano que ha impulsado y justificado, en la última década, el proyecto de revitalización de las zonas urbanas más antiguas en las ciudades de América del Norte. El objetivo central es el de aportar, desde la perspectiva de la geografía cultural, a la comprensión del llamado 'nuevo urbanismo', que parece tener gran éxito tanto en la práctica como en la opinión pública. Se explica además cómo emergieron un conjunto de ideas sobre el urbanismo que, paradójicamente, han sido utilizadas para justificar: (1) la protección del patrimonio construido, al tiempo que permite usos innovadores del mismo; (2) la diversidad de usos del patrimonio urbano, excluyendo a la vez ciertas opciones; (3) la necesidad de un urbanismo participativo, a la vez que reconoce la imposibilidad de incluir ciertas categorías sociales.
PALABRAS CLAVE: Nuevo urbanismo, renovación urbana, patrimonio urbano, democracia participativa, Ciudad de Québec, narrativa urbanística.
ABSTRACT
Using the example of the Saint-Roch district in Quebec City (Canada), this paper is an analysis of the rhetoric of urban discourse which for the last decade or so has driven and justified the revitalization project of older urban areas in North American cities. The goal here is to add from a cultural geography perspective to the understanding of this so-called new urbanism which seems to have great success in both practice and public opinion. This paper will firstly demonstrate that this discourse is built essentially as a self-criticism, since its fundamental principle is to recognize the failure of post World War II urbanism which favoured the renewal of older urban areas through large scale demolition and systematic reconstruction. Next, this paper explains that on this basis a set of figures has emerged which have paradoxically been used to justify: (1) the protection of built heritage while at the same time allowing for innovative uses of this heritage; (2) the diversity of uses of urban heritage while at the same time actively excluding certain options; (3) the necessity for participatory urbanism while at the same time acknowledging the impossibility of including certain social categories.
KEY WORDS: New urbanism, urban renovation, urban patrimony, participative democracy, City of Quebec, city-planning narrative.
Los centros de las ciudades de América del Norte han experimentado grandes cambios desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Situados anteriormente en el corazón de la vida urbana, los centros absorbieron el choque del éxodo generalizado a los suburbios, fueron abandonados por la industria, las empresas y la clase media, quedando un conjunto de barrios deteriorados que rápidamente se convirtieron en refugio de grupos marginados. Estas situaciones afectaron negativamente la reputación de los barrios centrales, al tiempo que se generaban ambiciosos proyectos para la reconstrucción de las zonas más deterioradas, que se convierten en objeto de grandes campañas de demolición, en un esfuerzo por modificar radicalmente su función y aspecto. Tal renovación urbana, orientada principalmente hacia la restauración del sector de servicios, dio lugar al surgimiento de modernos CBDs (Central Bussines Districts) a gran escala (Garvin, 1996).
El optimismo de los instigadores de este movimiento no fue, sin embargo, compartido por todos. Muchos lamentaron la desaparición de un paisaje urbano heredado de una época en que la coexistencia de la industria, las empresas y la vivienda expresaban el propósito mismo de una ciudad. Otros se preocuparon también por la suerte de grandes grupos de población cautivos en los centros históricos y cuyas condiciones de vida se deterioraban a medida que sus barrios se modernizaban (Harvey, 2000a).
Esta planificación urbana (víctima no sólo de sus propios excesos sino también de las resistencias que generó), orientada a la renovación, no siempre rindió los frutos esperados, dejando frecuentemente la ciudad con un aspecto inacabado (Fishman, 1987). Pronto hubo, entonces, un cambio radical de postura o al menos un ajuste: los planificadores urbanos descubrieron que estas áreas, que poco antes habían sido sentenciadas a desaparecer, poseían aún un valor considerable. Por ello es que hoy los viejos barrios, en lugar de ser demolidos, son restaurados; su valor histórico, así como su carácter social específico, es ahora plenamente reconocido y apreciado, aun siendo los más viejos remanentes de la era industrial (Harvey, 2000b).
Mientras que el movimiento de renovación urbana rechazaba los viejos barrios, los nuevos planificadores urbanos construyen sobre ellos, sobre su estructura física y sobre lo que representan culturalmente, empezando nuevos proyectos, trayendo tanto residentes como visitantes, y canalizando capitales hacia estos barrios. Dado que este proceso de restauración estuvo basado en el 'marketing' de la cultura urbana, no es seguro que fuese lo mejor para ella pues la operación de renovación fue principalmente una estrategia diseñada por los dueños del capital para aumentar su poder (Zukin, 1995).
Esta estrategia, que dio lugar a una confusión entre cultura y consumo, garantizó a las partes interesadas un aumento de su control, no sólo sobre la producción de bienes y servicios, sino también sobre la producción del espacio urbano (Lefebvre, 1974; Boyer, 1994). El papel desempeñado por el capital en la revitalización de los barrios antiguos ha sido importante, y hay que reconocer también que esta reactivación se ha visto acompañada, en muchos casos, por un cierto reforzamiento de la democracia popular (Parenteau, 1990).
Un fuerte déficit democrático provenía de la época precedente, mientras que el consenso que está surgiendo hoy en día es que las decisiones relativas a las cuestiones urbanas deben reflejar la voluntad del pueblo (Mayer, 2000); tanto así que la actual renovación de los barrios más viejos se ha convertido en la principal fuente de inspiración para la planificación urbana participativa (Hamel, 1999). En este caso, probablemente, debamos hablar de una convergencia de intereses entre los capitalistas y la sociedad local, o al menos un sector importante de esta última (Morin, 1998).
Esta convergencia, si se confirma, significaría que el movimiento de renovación urbana ha venido a representar, más específicamente, una genuina reorientación cultural. De esta manera, esta nueva tónica cultural, expresada en un estilo de vida urbano restaurado, señalaría a su vez tanto el desarrollo de unas relaciones más complejas de economía de mercado, como una diversificación de las instituciones sociales y políticas (Cybriwsky et al., 1986; Smith, 1986, 1996; Simard, 1999).
EL EJEMPLO DE LA CiUDAD DE QUEBEC
De acuerdo con la conclusión anterior, es mucho más fácil avanzar en la hipótesis de una nueva cultura urbana norteamericana, dado el apoyo que ofrece el discurso contemporáneo de la planeación urbana, en el que la cultura urbana ha sido elevada a la categoría de leitmotiv1. De otro lado, es difícil entender la verdadera significación de esta nueva cultura urbana, tanto desde los entes públicos como privados, debido a que la ejecución de una exitosa renovación urbana de viejos vecindarios está acorde a sus más altos intereses, y estos entes constantemente reiteran que su llegada está al alcance de la mano, como justificación a sus propias acciones. Así, cualquier análisis tiene que tener en cuenta esta ideología de la renovación cultural urbana; pero ¿cómo poner en juego estos nuevos elementos?
El área de Saint-Roch en la Ciudad de Québec, donde la nueva planeación urbana muestra su mejor cara, parece un terreno fértil para examinar esta cuestión. Este barrio, densamente poblado, situado en la parte baja de la Ciudad de Québec, (una zona próspera durante mucho tiempo debido a las actividades industriales y comerciales que allí se concentraron), fue un rival importante de la parte baja de la ciudad que constituye el centro histórico. Ubicado justo encima del acantilado, en este centro se agruparon las principales instituciones de la ciudad, incluido el parlamento provincial (Figura 1). Sin embargo, como en muchas otras áreas centrales de ciudades de Norteamérica, Saint-Roch experimentó una rápida caída desde la Segunda Guerra Mundial (Trotier, 1962-63; Blanchet, 1987). La situación se volvió tan crítica que el Departamento de Planeación Urbana de la Ciudad de Québec admitió en 1990 que Saint-Roch «[se había convertido], a través de los años, en un barrio que, a pesar de los importantes esfuerzos públicos de los últimos años, aún no [había] tenido éxito en desarrollar su propia dinámica de autorenovación». La incapacidad de este "barrio olvidado" para "generar su propia renovación" provenía de —o como fue interpretado— "una completa falta de interés en Saint Roch". Más aún no es sorprendente que esta parte de la ciudad ofreciese «una casi insuperable resistencia», al voluntarismo político (Ciudad de Québec 1990, p. 1-2).
Ahora, trece años más tarde, la situación ha cambiado completamente. Hoy Saint-Roch es un verdadero estandarte de la renovación urbana: sus principales vías han sido sometidas a una completa modernización y una serie de edificios antiguos han encontrado una nueva vocación como sedes para instituciones, organizaciones o empresas, mientras que otros se han convertido en apartamentos. Además, los lotes, alguna vez numerosos y a veces muy extensos, están desapareciendo poco a poco para dar lugar a nuevos edificios residenciales, comerciales o complejos institucionales. Es especialmente notable la proliferación de edificios públicos y privados, destinados a sectores de las artes, la educación, el entretenimiento, la innovación y la recreación (Moriste, 2001; Noppen & Morisset 1999). Finalmente, esta nueva vocación ha recibido el apoyo inequívoco de las autoridades municipales que están dispuestas «a proporcionar lo que sea necesario para hacer de Saint-Roch el núcleo cultural de la Ciudad de Québec», para que se convierta en «el barrio latino del siglo XXI» dentro de la comunidad urbana de la Ciudad de Québec (Morisset et al. 1996, p. 47).
La conversión del ambiente del área construida, prueba concreta, por así decirlo, de un flujo financiero importante, ha estado acompañada también por un cambio sociológico (Cassista, 1995). De hecho, un nuevo grupo de población, más rico y mejor educado que el promedio de los residentes del vecindario, está llegando a Saint-Roch para vivir, trabajar, enseñar y/o descansar (Hangard, 1998). Estos cambios han llevado a las autoridades municipales a sostener que «el barrio está realmente en un proceso de renovación» (Ciudad de Québec, 1998b, p. 4), de forma que, en su opinión, ya no es tiempo para lamentar los fracasos de la planeación urbana, sino más bien de celebrar sus recientes triunfos (Théroux, 2000; Vecina, 2001).
NARRATIVAS URBANÍSTICAS: UNA PERSPECTIVA DECONSTRUCTIVA
Saint-Roch parece estar experimentando el futuro que le había sido diseñado por los planificadores urbanos a partir de 1990. ¿Es cierto o no? ¿Es bueno o malo? Esas podrían ser preguntas apropiadas pero mi intención es, en cambio, comprender esta nueva política urbana. La idea que sostengo es la de acercarnos a dicha política a través de un análisis de las narrativas urbanísticas. Una narrativa urbanística se define como lo que los actores sociales de la vida urbana están diciendo sobre la ciudad o el barrio en donde viven; en ese sentido, las narrativas urbanísticas son más de lo que han dicho o escrito los que toman decisiones; ello incluye todos los discursos provenientes de grupos o individuos acerca de su propia vida en la ciudad. Cada narrativa urbanística se compone de tres elementos:
- Un juicio: el narrador dice lo que es bueno o malo, lo que les gusta o disgusta en la ciudad o en el barrio, cuál es la causa de la misma, y de quién es la culpa.
- Un proyecto: el narrador dice qué le gustaría que se hiciera o se cambiara.
- Un programa: El narrador dice cómo podría alcanzarse ese objetivo, qué identifica a los agentes o a los adversarios de este cambio, anticipando el papel que cada uno de ellos debe jugar para estimular a los primeros y para resistir a los últimos.
Para examinar la nueva planeación urbana experimentada en Saint-Roch, propongo su contextualización y su deconstrucción. La contextualización se llevará a cabo mediante la comparación de la planificación urbana promovida con Saint-Roch antes de 1990, con el enfoque que ha alentado la recuperación urbana de los últimos años. La deconstrucción, tal como fue formulada por Derrida (Derrida & Caputo, 1996), considera que la realidad se presenta como un texto compuesto de pares de opuestos. Estos opuestos se encuentran vinculados, porque el significado de cualquier situación tiene que encontrarse en lo que ya es y en lo que no es. Por ejemplo, una narrativa urbanística puede promover la conservación del patrimonio construido de un barrio y no manifestar ninguna oposición a la construcción de nuevos edificios. Esta postura epistemológica ha hecho posible leer cualquier narrativa urbanística como una tesis y una antítesis a la vez, revelando que su significado queda circunscrito a la relación entre la tesis y la antítesis que son expresadas en su interior. Dado que el propósito es el de intentar hacer creíble una paradoja, esta relación es esencialmente retórica. El objetivo es, por lo tanto, la deconstrucción de los llamados nuevos urbanismos para descubrir sus figuras paradójicas con el fin de develar su retórica2.
EL FRACASO DE LA RENOVACIÓN URBANA
Después de haber sido el principal centro comercial e industrial de la región de la Ciudad de Québec y un barrio altamente poblado, Saint-Roch entró en una era de cambio profundo después de la Segunda Guerra Mundial, tal como se evidenció en la decadencia de los sectores comerciales e industriales, el éxodo de grupos de población rica hacia los suburbios residenciales, el deterioro de su ambiente construido, la concentración dentro de sus límites de una población socio-económica inestable, el aumento de las perturbaciones sociales, etc. (Cliché, 1980, Ritchot et al. 1994; Bélanger et al. 1999; Villeneuve & Vachon 1999). De esta manera Saint-Roch, que se había constituido en uno de los principales núcleos de la parte baja de la Ciudad de Québec, perdió su poderosa capacidad para atraer la industria, los negocios y la vivienda, la gente y el capital. Empezando en los años cincuenta, esta decadencia despertó una voluntad política por devolverle al barrio la vitalidad de los años pasados, para lo cual se desarrollaron considerables esfuerzos de planeación-urbana. El Informe Gréber de 1956 fue el primero que propuso la renovación del barrio. La idea fue aprobada y puso a punto una serie de proyectos e informes, incluyendo el Informe Martin (Martin et al. 1961-63), el Informe Vandry-Jobin (Vandry et al. 1967-68), el Renovation of Space 10 Program (Ville de Québec, 1971) y el Quebec City Urban Community Development Plan (Communauté urbaine de Québec 1975). El resultado fue un amplio plan de intervenciones masivas, cuya influencia directa se sintió hasta finales de la década de los ochenta (Cimon, 1978; Filion, 1987).
El proyecto de modernización trajo consigo la esperanza de que el barrio podría por fin beneficiarse de la dinámica urbana que le había sido desfavorable hasta ese momento. Esta dinámica, sin embargo, como sucedió en toda la comunidad urbana de la Ciudad de Québec, fomentó una clara separación entre los lugares de residencia, de trabajo y de negocios, resultando en viajes diarios más largos y numerosos de un lugar a otro. Desde esta perspectiva, parecía apropiado entonces que Saint-Roch fuese dotado con instalaciones que le permitieran competir con otras áreas, asegurando así su justo lugar en la nueva economía regional. Esta fue la condición clave — o al menos así fue planteada — que habilitaría a Saint-Roch para permanecer como una parte activa de la vida del centro de la Ciudad de Québec (Mercier 1998; Moriste, 1999). Y es por esta razón que los planificadores, orientados hacia la renovación urbana, promovieron la construcción de infraestructuras para el beneficio de los sectores de comercio, servicios y transportes. La vivienda no fue descartada por supuesto, pues se consideraba que jugaría un papel de apoyo que no comprometería la reactivación de Saint-Roch como centro de negocios (figura 2).
En la concepción de este modelo de desarrollo, el paisaje urbano y social de Saint-Roch estaba destinado a sufrir una rápida metamorfosis. Podríamos resumir la evolución de Saint-Roch, tal como la imaginaron los planificadores, en cuatro grandes líneas:
- Una concentración de empleos y negocios como un medio para ratificar el rol central del barrio dentro de la comunidad urbana.
- Un aumento en el tamaño de sus instalaciones, especialmente aquellas designadas para los sectores de negocios, servicios y transporte, con el fin de promover una concentración de las actividades. Así, a comienzos de los setenta, esta idea justificó derribar el borde oriental del barrio con el propósito de dar lugar a los viaductos gigantes de la autopista Dufferin-Montmorency (figura 3).
- Una segregación especial de funciones para garantizar que la eficiencia de cada una no se viese comprometida por alguna limitación derivada de su superposición. Esta segregación fue considerada como un impulso al sector terciario (negocios y servicios) y también como un mecanismo para excluir la industria, que se consideraba ambientalmente poco amigable.
- Inversiones públicas y privadas, con el fin de financiar la construcción de las instalaciones necesarias. Como las mismas autoridades municipales lo reconocen en el The Saint-Roch Neighbourhood Action Plan de 1990, esta política, que fue diseñada para la reconstrucción de Saint-Roch, como se dice popularmente, no dio los frutos esperados. Este fracaso puede atribuirse a por lo menos dos factores.
Por un lado, se necesitaron grandes inversiones para lograr tales cambios. Desafortunadamente, los espacios que se transformaron en Saint-Roch eran no sólo inmensos, sino que también competían directamente con otros sectores ubicados en el centro de la Ciudad de Québec o sus áreas adyacentes. Después de 20 años de esfuerzos, parecía que a pesar de algunos éxitos dispersos, la zona de Saint-Roch no era un sector prioritario a los ojos de la mayor parte de los inversionistas públicos y privados3, o al menos así parecía, dado que los fondos que proporcionaron no eran suficientes para las necesidades del barrio, según lo habían definido las autoridades municipales. Esta es la razón por la que el «renovado» Saint-Roch se veía permanentemente en obra, donde unos pocos proyectos finalizados no fueron suficientes para darle la apariencia de un «producto terminado». Peor aún, los lotes vacíos y abandonados o cercanos a edificios abandonados, parecían proliferar más rápidamente que cualquier proceso de reconstrucción, lo que servía para reforzar la mala reputación del barrio en el juicio de la opinión pública. Esta situación llegó a tal punto que exacerbó la dificultad para movilizar los inversionistas y en ese sentido, el proceso de renovación fue demasiado lento para borrar los signos cada vez más profundos de deterioro de Saint-Roch (Hulbert, 1994).
Aparte de la escasez de fondos, este proyecto a gran escala también despertó una fuerte oposición, elementos que difícilmente podrían haber sido previstos por las autoridades. Así, era inevitable que tal revoltijo de ideas y paisajes perturbase tanto a los residentes, como a aquellos inquietos por su futuro. Como consecuencia numerosos habitantes huyeron de Saint-Roch hacia los suburbios, ya que les ofrecían para esta época un espacio más acorde con sus esperanzas y aspiraciones, alimentado además por el espíritu de la época. Otros, algunas veces por su propia elección pero principalmente porque carecían de los medios para participar en el éxodo, permanecieron en el área, sufriendo una serie de trastornos como el de ver su entorno barrial completamente transformado por decisiones que fueron, en la mayoría de los casos, tomadas en contra de su voluntad y de sus intereses; o el choque que significaba ver su vecindario (a pesar de las promesas de un futuro mejor que les habían hecho los promotores de la renovación), sumido en un profundo deterioro causado, precisamente, por la naturaleza agresiva, aunque también por la impotencia, de la planeación urbana orientada a la renovación (Plamondon, 1966; EZOP 1981).
El símbolo más espectacular de esta impotencia fue, sin lugar a dudas, el amplio cuadrángulo que quedó vacío en el centro del barrio, marcándolo por un largo período de tiempo. Este cuadrángulo, donde en tiempos pasados se concentraron fábricas, bodegas, empresas y residencias, fue gradualmente desocupado durante los años setenta y ochenta (figura 4). Las autoridades municipales se habían comprometido a expropiar el sector y derribar sus edificios desde 1972, cuando se presentó el plan para construir un gran complejo comercial al sur del Boulevard Charest. Dadas sus dimensiones arquitectónicas y su impacto económico, el complejo pretendía dominar el barrio, a la vez que garantizaba una nueva centralidad. Sin embargo, el proyecto terminó siendo abandonado y periódicamente reemplazado por proyectos similares, hasta 1989 (Villa de Québec, 1988, 1989a, 1989b). Igual que la primera, las siguientes iniciativas también fracasaron, puesto que era recurrente la reticencia de los inversionistas para financiar la renovación urbana de Saint-Roch, muy a pesar de los persistentes llamados de las autoridades municipales (Ligougne, 1989; Lemoine, 1995; Morisset, 2001).
El fracaso del movimiento de renovación estimuló la aparición en el paisaje urbano y social de Saint-Roch de «reductos de resistencia», contra los cuales chocaba el voluntarismo político. Además, este movimiento de resistencia generó otra manera de percibir el desarrollo del barrio y por tanto cualquier descripción de la decadencia de Saint-Roch y la solución propuesta de planeación urbana, debería considerar también la oposición que esos dos elementos generaban. Así, una visión anti-establecimiento se expresó como contraparte a la renovación planeada del barrio, y los grupos de defensa del barrio, apoyando esta posición, difundieron su punto de vista denunciando el consorcio de renovación urbana, que era controlado por el municipio. De acuerdo con esos mismos críticos, la renovación urbana sonaba como un presagio del deterioro del ambiente comunitario familiar de los residentes de Saint-Roch, y representaba un obstáculo a su derecho de tomar sus propias decisiones acerca del futuro de su barrio (Villeneuve, 1982). Hablando en contra de los planificadores urbanos municipales, quienes fueron acusados de trabajar, ante todo, en interés de los promotores, empresarios y del gobierno, estos críticos exigieron la restauración de una política diseñada en función de los intereses de los residentes del barrio. Es por ello que los grupos anti-establecimiento estimularon el mejoramiento de las viviendas de familias de bajos ingresos, el desarrollo de servicios comunitarios y la construcción de instalaciones públicas destinadas principalmente para los residentes locales. Este punto de vista alternativo, que reflejaba una profunda desconfianza en la planeación urbana oficial, se convertía en una fuerte barrera argumentativa cada vez que los funcionarios municipales o los promotores proponían un proyecto a gran escala para Saint-Roch (Mercier & Mascolo, 1995).
La desconfianza, que hasta este momento se había restringido al nivel de base de la comunidad, se convirtió luego en parte integral de la opinión pública general, tal como se expresó en Noviembre de 1989, durante las elecciones municipales, cuando Rassemblement Populaire (coalición popular), un partido político que buscaba ampliar las acciones iniciadas por los comités de defensa de ciudadanos, alcanzó el poder (Quesnel et al. 1991). Durante la campaña de elección, Rassemblement Populaire denunció el proyecto "Citicom.Gagnon", el último proyecto que se había propuesto para el desarrollo del inmenso lote vacío que atravesaba Saint-Roch en la base del acantilado. Al atacar este proyecto, Rassemblement Populaire expresaba su oposición a las orientaciones de planeación urbana que las autoridades municipales habían estado imponiendo a Saint-Roch durante varias décadas. Esta estrategia fue exitosa e impulsó a Rassemblement Populaire hacia un triunfo electoral. Sin embargo, una vez en el poder, los ganadores debían tomar decisiones inmediatamente y la opinión pública no sólo exigía que el odiado proyecto fuera bloqueado sino también, por encima de todo, que fuera propuesta para Saint-Roch una perspectiva de planificación urbana completamente diferente (Simard, 2000, 2001; Senneville, 1996).
Las autoridades municipales prepararon un nuevo plan urbano, el Action Plan for the Saint-Roch Neighbourhood. En 1990, cuando fue presentado para consulta pública (Ville de Québec, 1990, 1991a, 1991b; Cimon, 1991), planteó y permitió la creación, en 1992, de un ambicioso programa titulado RevitilizAction at the Heart of the Capital (Ville de Québec, 1992). La renovación del centro de la ciudad siguió siendo parte del plan, pero se reservó un «lugar de honor» para la vivienda, ya fuera a través de apoyos para la restauración de casas antiguas o incentivos para las nuevas construcciones (Piché, 1991). El plan también incluyó propuestas para la reparación de vías y la conversión de edificios abandonados y las autoridades municipales prometieron proteger el barrio contra "proyectos inmobiliarios o de obras públicas que... debido a sus grandes dimensiones físicas o económicas... destruyeran su entorno inmediato y deterioraran la calidad de vida local". En este momento, se hizo una promesa, la de "buscar la simplicidad y el respeto a los contornos físicos tradicionales del barrio". El programa RevitilizAction inspiró nuevos procedimientos de zonificación, lo cual sirvió especialmente como incentivo para que los artistas instalaran talleres en el barrio. También fue útil para justificar una serie de inversiones públicas que dieron lugar, por ejemplo, a la finalización del complejo de "La Méduse", concebido como un centro de vanguardia artística (figura 5); la conversión de la antigua fábrica "Dominion Corset" en un Departamento de Servicios Municipales y sede de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Laval; la transformación de la antigua Escuela Técnica de la Ciudad de Québec en un centro cultural; la creación en 1993 del Jardín de Saint-Roch (Ville de Québec 1993; Ligougne, 1993; Morisset, 1995; Mercier, 1998, 2000), que en parte permitió llenar el notorio 'hueco', primero excavado y luego abandonado, en la primera etapa de renovación urbana; la transformación del antiguo edificio del periódico Le Soleil, en el Centre for the Development of Information Technologies4; la construcción de la ENAP (Escuela Nacional de Administración Pública) y, finalmente, el establecimiento de la sede del CEQ (sindicato de profesores de Québec). Estas iniciativas inspiraron un proceso de reflexión sobre la protección del patrimonio del barrio y condujo a la formulación de propuestas para la demolición del mail centre-ville (Centro comercial del centro). A los ojos de muchos, este pasaje comercial, construido a comienzos de los años setenta (Filion, 1970), simbolizaba, junto con los viaductos de la autopista Dufferin-Montmorency, los errores y fracasos de los proyectos de renovación-urbana que habían dominado el barrio por mucho tiempo (Mercier et al. 1999).
Los inversionistas privados unieron fuerzas con agencias públicas para financiar la construcción de viviendas (en edificios nuevos o restaurados) (figura 6), así como otros proyectos de restauración: restaurantes, negocios hoteleros, recreación, industria alimenticia y otros sectores. Lo anterior sin mencionar el número significativo de personas que decidieron radicarse en el barrio y cuya presencia sirvió para estimular el mercado local de bienes y servicios (Noppen & Morisset, 2000; Nicole, 2001).
RENOVACIÓN URBANA: ARGUMENTOS Y FICCIÓN
Los logros recientes en términos de renovación testifican, ciertamente, el éxito de la nueva orientación de la planeación urbana adoptada en 1990, la cual proporciona una imagen general del futuro de Saint-Roch, que una vez más sería una centralidad atractiva, animada y densamente poblada, siempre y cuando los proyectos actuales y los por venir se terminen finalmente. Además, si las tendencias actuales continúan, hay razón para creer que Saint-Roch adquirirá los ornamentos de un barrio latino, ya que se reunirán los espíritus creativos (de los sectores de las artes y las tecnologías) y estudiantes; los turistas y otros actores nocturnos locales; comerciantes y consumidores.
Pero el asunto que quiero enfatizar no es si Saint-Roch está verdaderamente destinada a experimentar el futuro que los nuevos planificadores urbanos le han trazado. Como lo mencionaba antes, mi intención es tomar nota de este nuevo discurso y entender los motivos subyacentes a sus argumentos, a través de un análisis deconstructivo de su retórica.
Autocriticismo
Las peculiaridades de la política local dictaban que la imposición de un nuevo enfoque de planificación urbana en Saint-Roch estaría vinculado a un cambio de gobierno municipal. Tales transformaciones interrelacionadas llevaron, en el caso que nos ocupa, a una crítica aún más fuerte de las ideas y prácticas de los planificadores urbanos que alguna vez dominaron el discurso de la Renovación. Sin embargo, este cambio dual no puede en sí mismo explicar el grado de desaprobación que permeaban las perspectivas de los planificadores de la nueva ciudad. El repudio hacia una renovación urbana anticuada se ha repetido con tanta frecuencia que terminó siendo un leitmotiv, la única y verdadera justificación de la línea política imperante. Además, el reproche se convirtió rápidamente en autocrítica, en la medida en que el eje de la política militante fue repentinamente abandonado y se reveló la verdadera naturaleza del nuevo discurso. La autocrítica estuvo, entonces, al orden del día, debido a que era una exigencia que fuese incorporada según los fundamentos argumentativos básicos de los nuevos planificadores urbanos. Es verdad que la autocrítica, en estas circunstancias, es mucho más eficaz desde el punto de vista retórico, que un criticismo externo, el cual podría hacer perder credibilidad al aparecer como mero oportunismo. Al aceptar la responsabilidad por los pecados de la anterior aventura de renovación urbana, los nuevos urbanistas aparentan una mayor integridad a la vez que aseguran a todos los interesados que no desean repetir los mismos errores, ya que son conscientes de las equivocaciones sucedidas y se declaraban prestos a convertirse hacia una causa justa. En otras palabras, la ventaja de este proceso es que relega los errores de la anterior renovación urbana como equivocaciones del pasado, a la vez que muestra que la raíz de todos los problemas se ha erradicado a través de la retractación de la parte culpable. Al presentar los hechos erráticos como si fuesen historia antigua, los nuevos convertidos crean un contexto discursivo en el que el futuro aparece en el horizonte y, gracias a la autocrítica, el mundo se hace libre de conflictos y oposición.
El retorno a la normalidad
En el nuevo proyecto de planeación urbana de Saint-Roch, el repudio de los errores del pasado sirve para expresar condena y rechazo a varias de las fallas percibidas en los primeros profetas de la renovación urbana. Por ejemplo, es repudiada la convicción de que las viejas instalaciones, que antes garantizaban prosperidad y atracción para el barrio, ya no proporcionan ningún potencial de desarrollo (y así surgía la necesidad de derribarlas para que pudieran ser eventualmente sustituidas por instalaciones modernas). En la nueva lógica, sustituir las viejas instalaciones por unas nuevas ya no es políticamente correcto. De hecho, lo contrario es lo más común: los nuevos planificadores urbanos hacen de ello una reivindicación fundamental, conservando y mejorando los edificios heredados del pasado; para hacerlo, paradójicamente, los planificadores se permiten a sí mismos destruir5 o cubrir totalmente toda construcción que haya sido edificada en nombre de la anterior renovación urbana, así como cualquier cosa que sea vista como ofensiva a lo que se considere como una preciosa herencia.
Este cambio en la perspectiva con respecto al patrimonio del barrio tiene un doble propósito a nivel retórico. En primera instancia, y la más importante, la nueva perspectiva es útil para persuadir a todos que este nuevo enfoque de la planificación urbana nos reconecta con el pasado, que retoma una línea de continuidad en la renovación urbana que fue lamentablemente rota, aunque solo por un corto período. Visto desde este ángulo, el enfoque anterior de renovación urbana aparece no sólo como un error, sino peor aún, como un acto antinatural que contenía las semillas de su propia destrucción, al desconocer la especificidad del lugar que buscaba transformar. Al reivindicar el respeto por la imagen tradicional del barrio, los nuevos planificadores urbanos se auto-designan como salvadores que finalmente han restaurado la historia del barrio; historia que le había sido arrebatada —según la narrativa— por una invasión modernista programada por los defensores de la renovación urbana. Al reclamar de esta manera un vínculo privilegiado con la historia, y con la actual vida cotidiana, los nuevos planificadores urbanos expresan su compromiso, con una normalidad razonable y consoladora, que oponen al trauma causado por las demoliciones y construcciones masivas de antes. Esto no significa realmente que estos planificadores reencauchados estén contra toda nueva construcción como principio; Saint-Roch ha heredado tantos lotes vacíos como legado de la renovación urbana —incluyendo el vergonzoso «hueco» Saint-Roch— que una posición de cero construcción sería imposible de defender. Así que, mientras se aboga por llenar los espacios vacíos, los nuevos urbanistas intentan subordinar las nuevas construcciones a ciertas condiciones diseñadas para proteger y promover el desarrollo de los edificios más viejos. Dentro de este marco ideológico, las nuevas construcciones se justifican solamente en la medida que sean integradas en el paisaje urbano tradicional. Su principal virtud es, entonces, la de hacer resaltar los edificios más viejos que rodean las nuevas construcciones. Un cambio radical respecto al espíritu de los proyectos anteriores de renovación urbana que rechazaban la integración arquitectónica, de manera tal que los nuevos edificios no fueran disminuidos de ninguna manera por la proximidad vergonzante de los remanentes de una ciudad más vieja.
El patrimonio como promesa de un futuro mejor
Los nuevos planificadores urbanos tienen un prejuicio favorable hacia el pasado arquitectónico del barrio, pero su ideología no excluye la noción de progreso social para el barrio en sí mismo. De hecho, pueden argumentar un poco la situación opuesta: desde su punto de vista, subyacente al cambio de orientación respecto al patrimonio está la recuperación de la promesa de prosperidad; una promesa que estaba presente en el período anterior a la Renovación urbana, con el cual además nos reconectamos, y que reaparece hoy sin las desventajas que presentaba al final de la Segunda Guerra Mundial. Este punto de vista es transmitido a través de un cierto tipo de maroma retórica por la cual el nuevo urbanista asocia el desconsuelo por el barrio, con la lucha contra el fracaso de la renovación urbana misma, descartando el análisis de la incapacidad de las viejas infraestructuras para sostener trabajos, negocios y una base de población suficiente, como sería la argumentación de los defensores tradicionales de la renovación urbana. Al comenzar con este argumento, el nuevo urbanista busca apoyo para anular la dialéctica de lo viejo contra lo moderno, dialéctica que los entusiastas renovadores urbanos anteriores utilizaban para legitimar sus intervenciones. Para los viejos planificadores, las nuevas infraestructuras garantizaban la sostenibilidad de las actividades que tradicionalmente habían asegurado la prosperidad del barrio, prosperidad amenazada por la permanencia de instalaciones más viejas. En otras palabras, había que colocar huevos viejos en una canasta nueva6 para asegurar la continuidad de las actividades pasadas, que los proponentes de este tipo de renovación urbana deseaban preservar y desarrollar. Sin embargo, para los nuevos planificadores urbanos de los noventa, la vieja canasta es absolutamente esencial como un entorno enriquecedor para las nuevas actividades, protegiendo el patrimonio del barrio que finalmente lo llevará a su renacimiento. Es por ello que Saint-Roch, una área llena de edificios para conservar, se presenta más bien como un campo de juego abierto donde las actividades de moda y de más demanda de nuestra época, pueden echar raíces y florecer. Desde esta perspectiva Saint-Roch, un área sin restricciones gracias a la protección del patrimonio, está de repente destinado a convertirse en el lugar preferido de reunión de los innovadores de todos los géneros. Para ellos, Saint-Roch provee no sólo el espacio, sino principalmente todo un entorno social que puede construirse a su imagen.
Diversidad y armonía
Para el nuevo urbanista, Saint-Roch tiene asegurado un nuevo futuro no sólo por el renacimiento del patrimonio del barrio, sino también por una rica mezcla local o, en otras palabras, el más grande tejido posible de actividades diversas y compatibles (Ville de Québec, 1994). Este tejido, a veces promovido a nivel de comunidad, también llegó al nivel de la unidad de vivienda, en las que se abrían talleres de artistas o artesanos, autodenominados como tales y empleados por cuenta propia (generalmente individuos que daban continuidad a prácticas artísticas tradicionales u otros relacionados con las nuevas tecnologías).
En el plano retórico, la existencia de esta mezcla social se utiliza para reforzar dos argumentos complementarios. En primer lugar, el apoyo a los proyectos de mezcla social, una iniciativa que ahora cuenta con el respaldo de las nuevas reglamentaciones de zonificación, y que sirve para confirmar el repudio a los errores del pasado garantizando que la segregación de funciones, un concepto defendido de corazón por los tradicionalistas de la renovación urbana, nunca será una realidad. Al enviar una señal clara de que importantes áreas designadas nunca podrían ser reservadas para una función exclusiva, los nuevos urbanistas refuerzan la idea de que el espacio urbano no puede ser subdividido y sus partes tampoco pueden ser ofrecidas fragmentariamente con el fin de ser monopolizadas por cualquier actividad particular7. La doctrina de la mezcla social, efectivamente, reniega de los proponentes tradicionales de la renovación urbana (quienes contaban con esta alienación funcional del área a fin de introducir edificios e instalaciones en gran escala) en su eventual capacidad de agrupar el suelo en grandes propiedades, como sucedió con el tristemente célebre «Hueco de Saint-Roch», mencionado anteriormente, para sus propios fines.
Esta mezcla de funciones no solamente constituye una efectiva línea de defensa; sino que también es vista como un elemento esencial de la calidad de vida del barrio. Así, mientras la segregación de funciones reivindicada por los entusiastas de la renovación urbana tradicional, sirvió para promover el crecimiento económico general, la doctrina de la mezcla local fue diseñada para promover el bienestar personal de residentes y visitantes. De esta manera, el mensaje que se entrega es fuerte y claro: de hoy en adelante, el objetivo es poder vivir bien en Saint-Roch (lo cual incluye el mejoramiento de las condiciones de habitabilidad y el estímulo a la proliferación y diversificación de negocios y servicios); ya no se dará prioridad a la organización eficiente de unas pocas actividades económicas a gran escala.
La exclusión como una consecuencia de la participación
Al resaltar la mejor faceta de la mezcla social, el nuevo urbanista ayuda a cultivar la imagen de un Saint-Roch diverso como un antídoto a aquel proyectado por los tradicionalistas de la renovación urbana. No es que el Saint-Roch percibido de los días felices de la renovación urbana tradicional estuviese desprovisto de diversidad; su multiplicidad fue, sin embargo, eclipsada por algunas estructuras masivas (el centro comercial del centro de la ciudad, la autopista Dufferin-Montmorency, la Grande place, etc.) de tal tamaño, que literalmente ocuparon cada pulgada de espacio disponible y opacaron todo el resto. Esta dominación no se limitó al paisaje urbano, sino que también invadió el campo de la política local pues con las autoridades municipales hipnotizadas por los proyectos de renovación urbana, la atención se centró en los pocos jugadores que estaban —o al menos se suponía lo estaban— reestructurando el barrio. Dada la naturaleza del plan maestro del barrio, los jugadores favorecidos fueron los grandes inversionistas públicos o privados. Además de deteriorar el aspecto físico del barrio, los proyectos de renovación urbana dieron a este puñado de poderosos jugadores un papel central, ya que ellos parecían ser los únicos que poseían los medios para sacar a Saint-Roch de su decadencia. Esto sirvió para separar aún más la comunidad del proceso, dejando pocos jugadores de entre los residentes locales. Una vez más, esto no significa que los residentes fuesen considerados como insignificantes, sino que eran tenidos más como beneficiarios que como protagonistas activos. En otras palabras, el modelo político para la renovación urbana no podía equivocarse en dar la impresión de que, a pesar de todos los beneficios obtenidos en términos de democracia municipal, era elitista, hasta el punto de que pareciese promocionar las ideas y las acciones de unos pocos, los cuales, sin embargo, reclamaban tener en sus manos la solución para beneficio de un número mayor de ciudadanos.
De acuerdo con los nuevos urbanistas, este modelo era censurable pues carecía de apoyo popular. De hecho, el modelo fue el origen del conflicto y también de la resistencia en la que se precipitó la población local —o al menos las organizaciones que la representan— y que generó una actitud de profunda desconfianza, la que se convirtió a menudo en un obstáculo para los proyectos de renovación urbana. Con el fin de hacer una ruptura clara con el pasado, debía ser posible reivindicar que la diversidad del barrio podría finalmente expresarse no sólo a través de la mezcla de funciones y paisajes, sino también a nivel político (Bherer, 2002; Simard & Landry, 2003); por ello, los nuevos planificadores urbanos han acudido a las consultas públicas más que cualquiera de sus predecesores (Villa de Québec, 1996, 2002). Cualquiera que sea la eficiencia democrática de las consultas que han caracterizado la vida local durante los últimos años (y el veredicto aún está por darse), no es del todo claro que estos sondeos hayan servido como un mecanismo útil para afirmar que los planificadores urbanos de Québec si están ahora dispuestos a escuchar a la población de Saint-Roch. En otras palabras, la pregunta es si el ejercicio sólo se incorporó en una retórica populista. En todo caso, para los nuevos planificadores urbanos es indispensable poder afirmar que su primera prioridad son los intereses de los residentes, lo que es absolutamente vital para evitar la generación de otro conflicto y el desarrollo de una dinámica de oposición similar a la que paralizó toda acción hasta hace muy poco tiempo.
Así, los nuevos planificadores urbanos populistas abogan por el desarrollo de la diversidad social de Saint-Roch y defienden la idea de un lugar público, donde una gran variedad de voces pueden ser escuchadas y donde toda persona está habilitada para presentar su punto de vista sobre el desarrollo del barrio. Sus intenciones son ciertamente dignas de elogio y pueden llevar a pensar que al forjar un instrumento para la democracia participativa, el experimento de la consulta pública llevado a cabo en Saint-Roch representa un verdadero progreso político. Sin embargo, es un hecho que para los nuevos planificadores urbanos, este aparato democrático está diseñado principalmente para facilitar la transformación del barrio, pues la voluntad de actuar y de transformar inherente a cada consulta refleja las limitaciones del ejercicio mismo. En esas circunstancias, no es sorprendente que el valor democrático de las consultas sea especialmente apreciado por aquellos —ciertamente la mayoría— que apoyan la idea de un cambio en la planeación del barrio. Por supuesto, los convencidos del nuevo urbanismo pueden diferir con respecto al tipo de acción que se debe iniciar, pero esas diferencias surgen como variaciones sobre el mismo tema en el que todos coinciden, y es el siguiente a priori: el que algún tipo de acción basada en los nuevos principios de planeación urbana debe ejecutarse. Los otros individuos, por ejemplo aquellos que viven en Saint-Roch porque no tienen otro lugar a donde ir, o porque nadie, hasta ahora por lo menos, ha mostrado interés en los lugares donde viven, son inmediatamente relegados. De una parte, el proyecto sometido a consulta, sin importar qué forma finalmente tome, los pone en una desventaja definida por el simple hecho de que la cara del barrio cambiará y de un solo golpe, creará un interés competitivo sobre sus sitios de residencia. De otro lado, el proceso de consulta, al cual están invitados a participar, se basa en la convicción ampliamente difundida de que alguna acción debe emprenderse para cambiar a Saint-Roch. En este contexto, en el que la posición de los excluidos es por definición lejana al espíritu de la nueva planificación urbana, es difícil aparecer como representantes creíbles de una posición alternativa viable.
La Burocracia como un deseo democrático
A mi manera de ver, la consulta respecto al proyecto para demoler el centro comercial del centro, llamado Rebuilding Saint-Joseph Street, proporciona una excelente ilustración de la situación (Villa de Québec, 1998a, 1998b). Cuando el proyecto fue presentado durante una reunión pública el 29 de mayo de 1998, se produjo una colisión brutal entre las autoridades municipales, para quienes el proyecto representaba fielmente el credo de la nueva planeación urbana, y aquellos que asistieron, constituidos principalmente por personas con asistencia social, es decir, discapacitados o los llamados individuos desinstitucionalizados8.
Para este grupo de población marginada, el anuncio era como una catástrofe, ya que para ellos el centro comercial representaba sobre todo, un espacio de sociabilidad y, en segundo grado, un centro de compras. El efecto de esta 'bomba' fue tan inmenso que fue imposible establecer un verdadero diálogo en la primera reunión. Sin embargo, durante las consultas públicas subsiguientes cambiaron las circunstancias, ya que varias personas fueron escuchadas, incluso ciudadanos comunes, empresarios y directores de varias asociaciones; en resumen, todos aquellos que compartían una percepción negativa del centro comercial y que por consiguiente no podían ayudar, pero veían las ventajas de derribarlo (Ville de Québec, 1998c, 1998d).
Desde luego, los oponentes del proyecto también tuvieron la oportunidad de expresar sus opiniones, pero a decir verdad, esa posición fue más clara en las opiniones expresadas por las organizaciones sensibles al destino de la población marginal de Saint-Roch. Estas organizaciones presentaron a los pobres y desposeídos locales como víctimas inevitables que no merecen correr con tal suerte en la vida y que se agrava por una iniciativa de planeación urbana que era por sí misma inevitable. Esta versión ganó el apoyo de los representantes municipales y fue incorporada en la posición oficialmente sancionada (Ville de Québec, 1998e). A su vez, se dio la impresión de que tanto los promotores como los defensores de la demolición planeada del centro comercial asumían, sin haberlo admitido, que el proyecto de transformación de Saint-Roch posiblemente no podía ser ejecutado, sin considerar los intereses de estas personas como primera prioridad y que, en cualquier caso, ellos permanecían en los márgenes de un movimiento de base amplia, y sobre todo, democrático. Esta población marginal podía, a lo sumo, esperar despertar una cierta compasión para que la solución desde la planeación urbana pudiera acompañarse de medidas paralelas relacionadas con lo social y la salud, a fin de minimizar el impacto del choque que ellos estaban a punto de sufrir. En otras palabras, la democracia participativa dio nacimiento a un nuevo tipo de burocracia, aquella especialmente diseñada para enfrentar los problemas locales y manejada por las autoridades municipales en colaboración con los actores locales.
CONCLUSIÓN: LA NECESIDAD DE PROFUNDIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA LOCAL
El resultado de esta situación ha sido una división social muy diferente a la observada durante el primer período de renovación urbana. La primera división involucraba un conflicto entre una minoría poderosa, que quería establecer una posición firme en Saint-Roch, y la población del barrio. La consecuencia de este desacuerdo fue, como se mencionó anteriormente, un movimiento anti-planeación urbana que, finalmente, preparó el escenario para un nuevo estilo de urbanismo. El cisma que ahora parece estar apareciendo involucra, de hecho, muchos actores diferentes: en una esquina están las autoridades municipales, proponentes claves del nuevo urbanismo, apoyadas por un segmento particular de la población local, especialmente los recién llegados al barrio, cuyo número aumenta y son los principales agentes del cambio. En la esquina opuesta encontramos otro segmento de residentes locales que no ven absolutamente ninguna ventaja en el cambio del barrio, ya que, en cualquier caso, la zona se transformará a sus expensas. La pregunta clave es si este último grupo, que está programado para ser dejado de lado en la marcha hacia el progreso propuesta por los nuevos planificadores urbanos, realmente algún día tomará parte en el debate, sea convirtiéndose en asociados activos del movimiento de nueva planeación urbana (Hamel et al. 1999), o formando un grupo de oposición política viable, proponiendo otra alternativa de planeación urbana, tradicional o de otro tipo, p.e. planeación antiurbana como el eje central de su plataforma. En cualquier caso, una ampliación de nuestra democracia local será necesaria una vez más, lo que implica, más que un análisis de las contradicciones del discurso del nuevo urbanismo como el que acabo de proponer, una completa deconstrucción a través de un debate social justo y de acciones políticas responsables y eficaces.
1 Uno se persuade fácilmente de ello después de consultar el sitio web de the Congress for New Urbanism, y más aún después de leer la Carta del Nuevo Urbanismo, que plantea esta organización norteamericana; (consultar www.vnu.org). Para una perspectiva crítica sobre el nuevo urbanismo ver el número especial de primavera de 2001 de Urban Geography (Falconer Al-Hindi & Hill, 2001).
2 El material utilizado para este análisis retórico corresponde a todos los documentos más importantes publicados por las autoridades municipales de la Ciudad de Quebec desde 1990 y que conciernen a la reconversión de Saint-Roch. Para un listado consultar en la bibliografía, la sección documentos oficiales. Estos últimos incluyen todos los informes presentados durante dos audiencias públicas, una celebrada en 1990 en torno al The Saint-Roch NeigbourhoodAction Plan (Ville de Québec, 1991a), y el otro en 1998 sobre el proyecto para derribar el Mail Saint-Roch (Ville de Québec, 1998c). Estos informes son una excelente fuente para recoger las diferentes narraciones urbanísticas que tuvieron lugar en Saint-Rochen durante la última década.
3 Aun cuando, en 1979, el gobierno de Québec identificó Saint-Roch como «una prioridad para la zona de recepción de sus instituciones». Ver Mercier (1998: 184).
4 Es pertinente indicar que desde 1999 el gobierno provincial de Québec ha concedido un crédito fiscal a las compañías que inviertan en Saint-Roch, en el sector de nuevas tecnologías y comunicaciones.
5 Este fue el caso de la destrucción en el 2001 del mail centre-ville (centro comercial del centro), un pasaje de tiendas construido a comienzos de los años setenta sobre la Calle San-Joseph.
6 Juego de palabras mezclando dos proverbios "nadie mete vino nuevo en odres viejos" y "no se deben meter todos los huevos en la misma canasta". N. del T.
7 No obstante, algunas zonas exclusivamente residenciales permanecen protegidas.
8 Refiriéndose en particular a aquellas personas que, debido a los nuevos tratamientos administrados a enfermos mentales, han abandonado las instituciones psiquiátricas después de variados períodos de confinamiento. En la provincia de Québec, la desins-titucionalización ha sido implementada como una política sistemática durante los últimos años y ha permitido la "reintegración" de un número grande de personas a la sociedad.
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