La ciudad, el patrimonio y el performance en el espejo San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias
City, patrimony and performance. The mirror of San Juan de Puerto Rico and Cartagena de Indias
A cidade, patrimônio e atuaçao no espelho San Juan de Porto Rico e Cartagena das Indias
Jorge Andrés Gutiérrez Del Castillo
Comunicador Social y Periodista de la Universidad del Norte. Magíster en Comunicación de la Universidad de Puerto Rico y doctor en Ciencias Sociales de la Universidad del Norte. Trabaja en la Universidad de la Sabana de Bogotá, Colombia.
Orcid: https://orcid.org/0000-0001-8191-870X
Email: jorge.gutierre3@unisabana.edu.co
Liliana López-Forero
Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad del Norte. Maestría en Ciencias Humanas y Sociales en la Universidad Paris-Est Créteil Val de Marne. Maestría en Desarrollo Social en la Universidad del Norte. Comunicador Social y Periodista de la Universidad del Norte. Trabaja en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, Colombia.
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-4281-155
Email: llopez59@unisimonbolivar.edu.co
Resumen
El artículo presenta un resultado de investigación que revisa los conceptos de ciudad, patrimonio y performance desde una mirada etnográfica, que sirvió para analizar las formas de habitar Cartagena de Indias (Colombia) y San Juan de Puerto Rico. El trabajo se desarrolla en dos momentos, el primero, un acercamiento a dos ciudades que, en el plan de museificarse, juegan el performance de los bastiones militares españoles como una apología que camina entre el turismo y la historia colonial. El segundo, un análisis de los conceptos patrimonio y performance como dinámicas simbólicas interconectadas. Se trata de una revisión a los universos simbólicos desde una aproximación ontológica que exige al investigador la exploración sobre alteridades que componen los elementos culturales y también la realidad en ambas ciudades. La investigación logra, igualmente, un acercamiento crítico a la economía de extracción (antes que de conservación o recuperación) para entender cómo una ciudad turística y sus cambios no solo condicionan su morfología urbana, sino también su composición política, económica y cultural. A lo largo de este escrito se observan diferentes ciudades, la que se visita bajo el rol de caminante-turista y otra escondida en condiciones de vulnerabilidad y sólo percibida bajo el análisis cualitativo de la etnografía.
Palabras clave: ciudad, patrimonio, performance, colonia, cultura.
Abstract
The article presents a research result that seeks to revise the concepts of city, heritage and performance from an ethnographic perspective that served to analyze the ways of inhabit Cartagena de Indias (Colombia) and San Juan de Puerto Rico. The work is develops in two moments. The first, is an approach to two cities that, in the plan to museify, play the performance of the military Spanish bastions as an apology that walks between tourism and colonial history. The second one, is an analysis of the concept of heritage and performance as interconnected symbolic dynamics. It is a revision of the symbolic universes from an ontological approximation that demands the researcher to explore the alterities that compose cultural elements and also the reality in both cities. The research achieves a critical rapprochement to the extraction economy (rather than conservation or recovery) to understand how a tourist city and its changes not only determines its urban morphology, but also its political, economic and cultural composition. Throughout this paper different cities are observed, which is visited under the role of tourist traveler and another hidden in conditions of vulnerability and only perceived in a qualitative analysis of ethnography.
Keywords: city, heritage, performance, colony, culture.
Resumo
O artigo apresenta resultado de pesquisa que procura rever os conceitos de cidade, património e desempenho a partir de um olhar etnográfico que serviu para analisar as maneiras de viver e viver as cidades coloniais de Cartagena de Indias (Colômbia) e San Juan de Puerto Rico. Desta forma, o trabalho se desenvolve em dois momentos. A primeira é uma abordagem para duas cidades no plano museificarse, jogar o desempenho dos bastiões militares da Espanha como um pedido de desculpas caminhando entre o turismo e história. O segundo momento é uma análise do conceito de patrimônio e desempenho como dinâmica simbólica interconectada. Esta é uma revisão para os universos simbólicos como uma abordagem ontológica que requer a revisão pesquisador sobre alteridades que compõem os elementos culturais que também compõem a realidade em ambas as cidades históricas. A pesquisa também alcançou uma abordagem crítica à extração de economia (em vez de conservação ou recuperação) para entender como uma cidade turística e suas mudanças não só afeta sua morfologia urbana, mas também a sua composição política, económica e cultural. Ao longo desta escrita diferentes cidades são observados, que é visitado no papel caminhante-turista e outro escondido em apenas análise qualitativa vulneráveis e baixa percepção da etnografia.
Palavras chave: cidade, patrimonio, desempenho, colonia, cultura.
Debatiendo la polifonía conceptual para delimitar un planteamiento de problema
En este trabajo se revisa el concepto de patrimonio a la luz de las experiencias recogidas siguiendo una metodología que desde la etnografía sirvió para analizar las formas de habitar y vivir las ciudades coloniales de Cartagena de Indias (Colombia) y San Juan de Puerto Rico (Puerto Rico). Se trata de espacios urbanos asumidos como epicentros históricos que recogen desde su arquitectura las memorias de estas ciudades como colonias españolas, y que hoy se elevan entre las capitales del Gran Caribe como escenarios culturales, económicos, políticos (en el caso de San Juan) y turísticos, a partir de su reinvención como ciudades museificadas.
Así, en un primer acercamiento, la investigación entiende que ambas ciudades, además de ser similares por sus condiciones geográficas y espacios reconocidos como fortines militares españoles y de comercio, también se han establecido como lugares turísticos, pues su herencia colonial las capitaliza como museos urbanos, proponiendo la rehabilitación de una ciudad que navega entre el desarrollo contemporáneo y el performance de la museificación valorizada por su patrimonio histórico/colonial. Espacios urbanos que aún siguen siendo urbes habitadas y concurridas como ciudades capitales de ese Caribe que camina entre el pasado español y el presente moderno.
Planteado de esta forma, al asumir la ciudad como objeto de indagación también se comprende que reducirla a una sola definición puede resultar impreciso. Cualquier aproximación cuando se trata de hablar de la ciudad siempre nos remite a flujos sociales que reconfiguran las definiciones que se realicen sobre el concepto de ciudad. Entonces, más que buscar una precisión exacta sobre este concepto, se aborda este estudio desde la pregunta sobre ¿qué significa “ser urbano” en las condiciones que se presentan en San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias?
Pensar las respuestas no sólo lleva a asumir una postura conceptual sobre lo que se puede entender (para esta investigación) sobre lo que es la ciudad, sino también lleva a una primera precisión que consiste, para el análisis de este trabajo, en que es necesario superar los cotos materiales o físicos para reflexionar sobre los espacios que también emergen de las memorias, experiencias y sensaciones que permitirían analizar la ciudad desde un escenario más abstracto.
Sobre lo anterior, Silva (2006) señala que, en el camino de entretejer el debate de la modernidad-posmodernidad, amerita repensar los espacios y destinos ya que no basta comprender la imagen de la ciudad en su apreciación de extensión física sino que al abrir espacios de investigación de cara al registro del investigador, su vida y sus experiencias también son elementos de análisis, datos que se suman a la participación ciudadana y la construcción simbólica que proyectan: “aquello que tiene que ver con el uso e interiorizaciones de los espacios y sus respectivas vivencias, por parte de unos ciudadanos dentro de su intercomunicación social” (p. 19).
Una investigación que se plantee bajo estos términos debe comprender desde su construcción conceptual, que para poder avanzar hay que delimitar de manera viable, tanto lo que se quiere trabajar de la ciudad, como la reflexión sobre lo que se entiende de ella. Así pues, la ciudad dialoga en un escenario que cambia según la mirada con que se aborda y que restringirla a un sólo significado, puede abordar de manera insuficiente la heterogeneidad que la compone. Entonces, la ciudad como se entiende aquí, es un concepto dinámico que se moviliza dentro de un esquema social que la construye y la transforma, no sólo por lo material, sino también en cómo es representada. Al respecto, el grupo de investigación Ciudadanías Incluyentes, de la Universidad Nacional de Colombia, señala que el concepto de ciudad es uno de los más disímiles del lenguaje político contemporáneo, pues es
un concepto dinámico y no solamente el resultado exclusivo del Estado, ya que la visión Institucional de la ciudad es transformada constantemente por procesos de producción, circulación y empleo estratégico y táctico de conocimientos socialmente pertinentes para reinventar la convivencia y el bienestar social (2009, p. 41)
Estos procesos, por muy establecidos a un orden o plan, son constituidos por ciudadanías que se entrelazan en un circuito en constante negociación entre las perspectivas institucionales, luchas individuales y colectivas. Esto hace parte de las dinámicas de inclusión social que tanto han quedado en deuda en las ciudades latinoamericanas y que terminan por dividir la forma de entender y ordenar la ciudad. A la luz de estas palabras, es evidente que ciudades como San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias, suelen contener microciudades como resultado de la forma en que se planean los espacios en ellas, lo que hace que más que complementarse, se fragmenten por sus nodos territoriales.
Una ciudad vivida y conectada por nodos territoriales gesta fronteras imaginadas del espacio, que proyectan un mapa que organiza la ciudad y que en este ejercicio también condiciona las formas de vivirla. Por ejemplo, no es lo mismo caminar por la ciudad amurallada de Cartagena o el Viejo San Juan que hacerlo por Bocagrande (Cartagena) o Isla Verde (Puerto Rico). Las condiciones, la estética de los espacios (los viejos y los nuevos) producen, no sólo transformaciones en la misma urbe, sino también, en las formas de habitarla, sentirla e imaginarla. Esto deja como resultado fragmentaciones que, miradas desde un plano general, muestran una misma ciudad dividida en diferentes núcleos o, como ya se mencionó, micro-ciudades.
De esta forma, este artículo se construye en dos momentos. El primero es un acercamiento a dos ciudades que, en el plan de museificarse, juegan el performance de los bastiones militares de España como una apología que camina entre el turismo y la historia. Se trata de una mirada a la interpretación de la realidad social y cultural en ciudades donde la gramática urbana se codifica por las nostalgias de la colonia y los simulacros de la historia. El segundo momento es una reflexión que mira el concepto de patrimonio y performance como dinámicas simbólicas interconectadas. Sin embargo, es importante señalar que, al intentar abordar estos temas, también se presenta una compleja tarea de investigación donde el paradigma hermenéutico sirve como puente de diálogo sobre la interpretación y el sentido de la realidad social. Se trata de una mirada a los universos simbólicos, casi como una aproximación ontológica que exige al investigador la revisión sobre alteridades que componen los elementos culturales y que también, componen la realidad en la ciudad.
Re-visitando la historia: Entender el sentido social y cultural como escenario de la ciudad moderna
De las grandes ciudades hispánicas del continente americano, San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias jugaron un papel determinante como bastiones militares, puertos y aperturas urbanas que sirvieron de puente para la planificación a los territorios concentrados en el interior de sus países. Esto significa que desde la etapa inicial, en 1573, los puertos fueron determinantes para los principios urbanos y fueron pensados estratégicamente como escenarios de defensa y entradas principales de todo lo que provenía del occidente. Así, se materializa la mayor colonización europea en la época moderna y se inicia también una creciente urbanización de América. Al respecto, Lucena (2006) señala que Cartagena, era llamada a convertirse en la gran metrópoli,
Se radicó en el extremo de una gran bahía y tuvo un trazado semiregular. En la plaza mayor, localizada en un vértice que permitió unir las manzanas próximas al puerto al asentamiento fundacional, se construyeron la catedral, el cabildo y la casa del gobernador. Otra plaza, llamada de la aduana o de la mar, abierta hacia el puerto, fue el centro de las actividades comerciales y el tráfico de mercaderías (...) Una trama de calles rectas formaba una red de manzanas irregulares, que se extendió hacia la cercana isleta de Getsemaní (p. 45)
Esta forma de planificación estableció un orden sobre la forma de habitar y vivir los espacios, y determinó un movimiento urbano que se propagó por todo el continente hispano convirtiendo a la ciudad como la herramienta de apertura y consolidación de la frontera atlántica. “Como resultado de ello, la modélica ciudad mediterránea y europea devino en algo nuevo y distinto: se convirtió en urbe atlántica e indiana” (Lucena, 2006, p. 30). Lo que marcaría muchas pautas a la hora de organizar y configurar las ciudades a lo largo de América Latina.
Precisamente, este escenario fue el modelo a seguir en las distintas ciudades hispánicas. Por ejemplo (paralelo a Cartagena de Indias), en la isleta de San Juan se construye el fuerte de San Felipe del Morro, que, gracias a su geografía, se ubicaba como punta de lanza en el puerto, siendo un bastión casi impenetrable a las invasiones marítimas. Ambas defensas (la de Cartagena y la de Puerto Rico), servían como fortalezas absolutas del Mar Caribe. Se trata de esa España imponente y regente del mundo durante el mandato de Felipe II.
Pero el crecimiento de la ciudad también trae un acumulado de conocimiento, tecnología, cultura y ciudadanos que empiezan a interesarse por la manera en la cual se desenvuelve su entorno social, y por ende se suscita la necesidad de analizar la gobernabilidad. Estos factores, comenzaron a generar ciudadanos políticamente independientes. Así, el desarrollo de la urbe también visualizaba el horizonte de la independencia. En este sentido, todo transcurría mientras la riqueza aumentaba también en la comunidad, una idea republicana que se cosecha bajo la firma de lo urbano. En 1811 Cartagena de Indias logra su independencia y casi un siglo después (1898), bajo las condiciones de la guerra hispanoamericana, San Juan de Puerto Rico se desvincula de la corona española.
Aunque no es interés de este artículo ser un tratado histórico sobre la construcción y desarrollo de Cartagena de Indias y San Juan de Puerto Rico, es importante señalar estos momentos, pues son el legado de dos ciudades que aún permanecen como un recuerdo de la colonia. No es para menos el hecho de que ambas sean urbes costeras que cuentan con calados profundos que hasta el día de hoy permiten ser importantes puertos dentro del mar Caribe. Esto ha hecho que su crecimiento no se vea mermado, sino por el contrario, hayan continuado como ciudades emblemáticas para los impulsos comerciales.
Sin embargo, el crecimiento de las ciudades también evidenció un tiempo caducado de la ciudad antigua. Tanto en Cartagena, como en San Juan, el desarrollo de la ciudad obligó a la expansión y por ende a crecer más allá de los baluartes. En el caso de la ciudad colombiana, las murallas fueron invadidas por asentamientos humanos que generaron problemas de hacinamiento. Las aguas estancadas y basureros improvisados amenazaron con la salud de todos sus habitantes. Al respecto el cronista del diario Universal, Manuel Fonseca Castillo (2013) relata que:
Las murallas fueron invadidas por la maleza, se convirtieron en basurero, letrina pública, amenaza para la salud y cerco opresor para la movilidad de quienes querían salir a extramuros. Bajo el argumento cierto de poder conectar vehicularmente la ciudad con su territorio continental, dando acceso al anhelado progreso.(Cita)
Así, para 1883, el Revellín de Media Luna1 fue tumbado y empezaba una transformación de la ciudad impulsada por la necesidad de extender la mancha urbana más allá de las murallas. Cartagena da paso a un cambio presionada bajo los mismos problemas que años anteriores habían colapsado a San Juan de Puerto Rico. En las murallas de la “Isleta”2, el 3 de marzo de 1865 fue aprobada la resolución que permitía la expansión de la ciudad puertorriqueña por Puerta de Tierra3. Entonces se planteó (sintaxis), una demolición de la porción oriental de la muralla para darle paso al desarrollo urbano. Este hecho, frente a la importancia que tiene la ciudad amurallada como performance de la historia, resulta desafortunado, aunque en su momento significó una celebrada victoria entre la ciudadanía agobiada por el hacinamiento de San Juan.
Lo importante de observar los contrastes de estos cambios es que permite ver cómo las formas de habitar los espacios cambian por las necesidades que se viven en la ciudad. Si bien a finales del siglo XVI las murallas desempeñaron una función defensiva necesaria ante las invasiones inglesas, para el siglo XIX ya no cumplían con dicha tarea funcional4. Sin embargo, las murallas hoy se recapitalizan por las remembranzas históricas de la colonia, dándoles un valor inmaterial que tal vez nunca tuvieron recién construidas. Son simbologías que emergen más allá de la arquitectura militar española y transforman la ciudad en un museo urbano, una memoria que evoca lo que una vez fue el inicio de Colombia o Puerto Rico y su devenir en la vida moderna.
Hacía la construcción de un marco teórico
Caminar para entender la ciudad desde sus heterogeneidades
Entender la ciudad y el patrimonio en su articulación con el performance que se desarrolla, permite encontrar nuevas formas de percibir sus realidades, lo que conlleva a un cambio de lógicas en la percepción de los mismos y en la elaboración de su identidad de ciudad a través de un reconocimiento a su patrimonio histórico. Se trata de los valores patrimoniales que son testigos de la historia y que se materializan en memorias colectivas modernas que ven en las murallas de hoy una estética y formas de vivirlas y habitarlas que responden a las resignificaciones y órdenes de la ciudad patrimonio/museo.
Así, atravesar, andar, recorrer, descubrir, rodear, inventar, trazar, subir, bajar, observar, explicar, percibir, deambular, y otras tantas palabras, acciones, se convierten en la representación de la forma en la que el ser humano se permite habitar en el espacio, ser consciente del entorno que lo rodea, y con ello, tener la posibilidad de apropiarlo, reinventarlo y transformarlo. Al disponer cuerpo y mente a entender la ciudad y el patrimonio desde el caminar surge la pregunta también sobre el habitar. ¿Quién habita? ¿Quién transita? ¿Quién transforma la ciudad? ¿A quién transforma la ciudad?
El que deambula la ciudad, le flâneur, ha sido un término acuñado en diferentes momentos para definir a un caminante de la urbe. Aquí lo abordamos desde Walter Benjamin quien asume ese rol de le flâneur y reflexiona sobre el carácter dinámico de quien observa la ciudad, la consume y la interpreta. Benjamin nos abre la puerta a un concepto que surge de una reflexión entre el marxismo, la ciudad y la poesía5, dentro de un extenso trabajo sobre los pasajes de París del siglo XIX.
Lo importante de esto es que Benjamin observa a París como la capital del siglo XIX y, ese concepto de “capital”, logra conducirnos a una comprensión dinámica para entender la ciudad moderna, pues, parafraseando a Serra (2006), es la obra que plasma toda la riqueza y miseria, que traía consigo el tremendo despliegue suscrito a las expectativas del capitalismo. Un mundo que nos muestra que una ciudad de “todos” y donde todos somos paseantes, que permite perderse en las mismas calles donde la burguesía triunfante de ese siglo se había situado ante el espejo de sus triunfos e ilusiones, pero también con ello en el espejo de sus propias decepciones.
Esa paradoja entre el triunfo moderno, el capitalismo y su propio quiebre es la singularidad que hay entre las relaciones humanas, la urbe y el tiempo. Henri Lefebvre, revisa la relación que hay entre la producción y dichos elementos. El autor entiende que la urbe refleja los términos de las discusiones marxistas, pues confluyen tres procesos claves para entender la ciudad: la sociología de la vida cotidiana, la producción de las relaciones sociales y el capitalismo. (Baringo, 2013). Comprendiendo que Marx no estudió con detenimiento el fenómeno urbano, Lefebvre asume con esta tarea y desarrolla una reflexión sobre el capital y la mercancía entorno a lo urbano, logrando entender que desde la ciudad se observa un sistema que evolucionó como una nueva mercancía homogénea y cuantificable (Lefebvre, 2013).
Con esto el autor nos muestra el dibujo de la ciudad moderna que cambia por las condiciones de capital, de su relación con el trabajo y la producción simplificada y concentrada en los núcleos urbanos. Sin embargo, Lefevre, al analizar la lógica urbana desde este lente, también comprende las significaciones humanas en la vida cotidiana, por sus condiciones, por sus urgencias, por sus caminos recorridos y por todo tipo de dialécticas que redistribuyen la geografía más allá de un plano lógico. Se trata de una forma de observar la ciudad y su temporalidad, no solamente desde las edificaciones o de la literatura geográfica, sino también desde una ecología social donde confluyen concepciones de ciudadanía que proponen, construyen y le dan sentido a los espacios y a la vida urbana.
En este sentido, cuando se habla de la ciudad, ésta no se reduce a diagramas simétricos o sistemas de orden, sino que también es el lugar de encuentros, sensaciones, evocaciones y experiencias. Un espacio que se precisa más allá del papel y del cual son sus mismos ciudadanos quienes la definen. Al respecto Silva (2006), en una evaluación profunda sobre los seres urbanos en el sur del continente americano, señala que las ciencias de lo simbólico aparecen en la escena académica para entender la ciudad. Esto lleva a que se proponga una recategorización de lo urbano a partir de las elaboraciones culturales según el uso y la interiorización de prácticas que hace el sujeto de la ciudad. Para Silva esta construcción de la imagen de la ciudad está a un nivel superior.
Aquel que se hace por segmentación y cortes imaginarios de moradores, que conducen a un encuentro de especial subjetividad con la ciudad: ciudad vivida, interiorizada y proyectada por grupos sociales que la habitan y que en sus relaciones de uso con la urbe no sólo la recorren, sino que la interfieren dialógicamente, reconstruyéndola como imagen urbana (Silva, 2006, p. 24)
Dicho así, es imposible habitar la ciudad y no ser absorbido por sus colores, aromas y sabores cotidianos, elementos que son inherentes al performance cultural, a la ecología urbana y que prefiguran mapas sociales que contrastan con las simetrías cartográficas. Caminar por las calles de la ciudad es descubrir algo a cada paso, es dejarse envolver por su atmósfera y sentirse interpelado por su realidad. Seguramente al adentrarnos en la “ciudad profunda”, parafraseando a Rodolfo Kusch en el título de su libro “América profunda”, descubriremos el interior de esas miradas y sus historias, sus miedos, sus recuerdos y sus esperanzas. Observar la ciudad, el patrimonio, y su performance es desentrañar el caleidoscopio, reconocer la trama de un tejido que se teje y desteje cada día con cada puesta de sol, pero que marca la vida de sus habitantes. Algunas de las dificultades radican en que los ciudadanos configuran sus identidades a partir del entorno que los rodea (Sennett, 1984), pero este se encuentra ausente de argumentos que doten de carácter a la ciudad. Planteado de esta manera, se entiende que la complejidad de la ciudad y su patrimonio están establecidos primero por sus ciudadanos, el tiempo y su historia. Es la “selva subjetiva” que dinamiza la forma de convivir y que, para los casos de Cartagena y San Juan, adquieren sus propias interpretaciones a partir de una reconstrucción de los espacios promovidos principalmente por las nostalgias de la historia, la cultura y las dinámicas sociales promovidas por el interés económico detrás del performance de la conservación. Al respecto Hierneaux (2006), siguiendo las advertencias de Lefebvre, señala que estamos asistiendo a la indiferenciación del espacio a medida que avanza el capitalismo. “Este espacio absoluto es una suerte de espacio indefinido, moldeable según las necesidades, fragmentado según requerimientos particulares” (p. 34).
Escenografías de la ciudad, de lo planeado a lo humano.
Los habitantes de la ciudad superan los diagramas y complejizan los espacios para entenderlos desde la representación y la experiencia. Sobre esto Álvarez (2005a) señala que entre el cartógrafo y la representación siempre se halla la ciudad. Para la autora, esta escena es incontinente, escurridiza, diversa. Es la ventana a una ciudad que está abierta, un “cuarto inundado de luz que sólo puede provenir de la ciudad representada, la ciudad que nunca se sella en la representación que inaugura continuamente un nuevo territorio desnudo y con él renueva el miedo y la inmensidad inasible” (p. 2), palabras que dialogan en el análisis sociocultural para comprender que los espacios son compuestos por asociaciones fluctuantes, atravesadas fundamentalmente por la condición humana. Es esta experiencia la que está
inscrita siempre en la materialidad de un espacio que la constituye, pero que no la agota; ya que el espacio, como condición misma de la experiencia del sujeto, está marcado por las implicaciones afectivas y simbólicas de dicha experiencia y por los imaginarios que, sobre la especialidad, se configuran en cada sociedad. (Flores, s.f)
Así, la post-colonia de Cartagena y San Juan se refleja en un crecimiento donde la huella urbana supera el espacio de las murallas y la demolición apremia antes que las nostalgias de los revellines españoles. Se trata de los problemas urbanos de la ciudad contemporánea que, bajo la dimensión de la modernidad, hace que lo importante sea el desarrollo de la urbe antes que la capitalización de su patrimonio. Sin embargo, la revitalización del centro histórico vuelve a tomar fuerza como producto cultural/patrimonial. Se trata de una mirada del presente sobre el trazado de un pasado que se percibe por las interacciones nostálgicas de quienes revisitan los centros históricos como escenarios de museos cristalizados en los espacios de una ciudad hispánica. Así, al entender la manera en cómo se percibe Cartagena o San Juan, también se juega en el plano de un performance que funciona como transferencia, saber social, memoria y sentido de identidad dentro de un círculo que gira entre lo real y lo construido.
Germina así una hibridación que responde a significados culturales que les dan formas a los espacios orientados por los afectos de la historia y las nostalgias. Ortega (2002), en una visión sobre Quito menciona que además de la ciudad moderna también existe una ciudad interior que se repliega en los apegos de sus habitantes, esos lugares frecuentados que se cargan de afectos y de memorias. Una ciudad interior que se reconcilia con su pasado: “hecho de rostros, gestos, palabras, casas, sonoridades, plasticidades, geometrías y temperaturas que conforman el territorio múltiple y siempre cambiante de cada ser” (Ortega, p. 108).
En este sentido, los órdenes en los significados superan a los órdenes fijos con los que se prefiguran la ciudad planeada y se entremezcla con lógicas que varían, no por la forma en que son construidos, sino por la forma en que son percibidos. Al respecto García Canclini (1995) señala que al recorrer la ciudad no es posible entenderla en los mismos sentidos que la ciudad planeada, pues no puede ser narrada, descrita, ni explicada como a principios del siglo. “El sentido de vivir juntos en la capital se estructuraba en marcas históricas compartidas y en un espacio abarcable -en los viajes cotidianos- por todos los que habitan la ciudad”. (p. 96).
La planeación de la ciudad queda entonces limitada por una esfera cultural que debe ser analizada a la hora de comprender su desarrollo y accionar social. Es decir, se puede prever su expansión material y planificar su configuración física (edificios, alturas, construcciones basadas en la demografía futura, etc.), pero no pueden fijarse las formas en las que será percibida por aquél que la vive y por ende la transforma. Sin embargo, los factores sociales son influenciados por los factores físicos, (Jacobs, 2013). Logrando, dentro de su distancia, una mezcla que afecta y “distorsiona” la percepción del espacio físico y social.
Dicho así, se asume lo urbano como un producto cultural que es resultado de múltiples encuentros dentro de una ciudad que primero se reconoce como subjetiva. La importancia de determinar esto es que se logra abordar la espacialidad no sólo desde el cosmos físico, sino que, siguiendo los planteamientos de Silva (2006), “como el uso y la interiorización de los espacios y sus respectivas vivencias, por parte de unos ciudadanos dentro de su intercomunicación social” (p. 19). Se trata de una gramática donde la ciudad se lee desde identidades culturales evocadas colectivamente por sus ciudadanos.
Por ejemplo, Pergolis, Orduz y Moreno (1998) siguiendo las anteriores líneas, mencionan que actos como el acontecimiento, el relato y el deseo tienen más valor para leer a la ciudad y entender sus espacios. Con ello, emerge una ciudad mutable, que camina paralela a la de la ciudad planificada. Se refiere esto a la composición habitante-ciudad donde el deseo y la satisfacción cambian el orden de lo planificado y lo lleva a un esquema humano, complejo y perdible. Un escenario donde las figuras adoptan nuevas definiciones a partir de una identidad colectiva que les da sentido a los espacios desde la forma de vivir la ciudad. Esto, en palabras de Hiernaux (2006) es la construcción de figuras, formas e imágenes que se traducen en imaginarios “por medio de las cuales nos representamos la ciudad, pero también la construimos” (p. 29). Una construcción subjetiva que no pertenece a la planificación o el prediseño, sino a sus habitantes. “Es el modo como los ciudadanos la representan en su mente; por eso la imagen identifica la ciudad, no por como es, sino por cómo es vista”. (Pergolis et al., 1998, p. 11).
Con esta mirada, la ciudad es una composición de imágenes que recogen las narrativas en la forma de concebir los espacios. Un guion predeterminado por esquemas culturales que intenta convivir con la planificación, las normas e intereses particulares. Aunque esta combinación no siempre termina como un caso de éxito, se abre hacia unos valores donde la ciudadanía busca entender al otro y, en este ejercicio, lo público reconvierte las formas en que los sujetos le dan vida a la ciudad. Por ejemplo, Glaeser (2011), como reflexión del éxito de las ciudades contemporáneas como Londres, Bangalore y Tokio, señala que al recorrer estas ciudades: “sea por aceras adoquinadas o por una maraña de callejuelas, alrededor de rotondas o debajo de las autopistas, equivale a estudiar el progreso humano” (p. 13). Así, la historia de las ciudades se puede leer como un libro escrito por ciudadanos que desde las formas de habitar los espacios dieron una dimensión histórica que ha marcado a la ciudad como el lugar “para pasar de la miseria a la prosperidad” (Glaeser, 2011, p. 14).
Lo significativo de este análisis es que, si bien los valores sobre los que se edifica una estructura urbana responden, en un principio, a este interés, el conflicto emerge al momento en ciudades no tan ricas, ni tan prósperas, ni tan planeadas donde la densidad urbana supera los esquemas y terminan convirtiendo “ese espacio ideal” en un lugar de caos. Se trata del resquebrajamiento de esa ciudad preconcebida en la modernidad, donde se plantea un esquema ordenado, uniforme, que más que responder a las dimensiones humanas, responde a dimensiones estéticas y funcionales.
Lo planteado hasta aquí no es una mirada en contra de la planificación, ni tampoco un ataque a la forma como se diseñan las ciudades. Si bien se menciona a la modernidad como elemento de evaluación para entender un proceso que queda siempre incompleto, también se entiende que la forma de percibir la ciudad es variada y el valor analítico que ofrece la planificación urbanística es necesario para entender y darle forma a los espacios. Sin embargo, la idea aquí desarrollada también entiende que es importante que la ciudad sea observada a partir de los momentos que componen los acontecimientos y, en este orden, son narrados por los ciudadanos. Se trata de los relatos que corresponden a las diferentes etapas de la vida de una ciudad, que le dan la identidad y se suman a una instancia simbólica formando a su arquitectura, no sólo como monumento físico, sino como un fragmento del espacio.
De esta forma, ya no se trata de la ciudad de cemento, estática, rígida y simétrica, sino que crece y se reinventa, se expresa a través de relatos, de fragmentos arbitrarios, de límites imprecisos, cuya conformación surge de la participación de los ciudadanos en diferentes redes. Es por esto que, al entender la ciudad, más que un estudio sistemático de planificación sobre el que ésta se entiende es importante comprender que debe ser estudiada desde las mismas particularidades en que se componen los términos que se dictan los espacios. Se trata de una reflexión que comprende que los espacios urbanos se componen como un tejido orgánico que crece y se reinventa a medida que los elementos simbólicos que la atraviesan se repiensan desde mecanismos de inclusión y exclusión. Pensar la ciudad entonces, como consecuencia de momentos y discursos, hace que se difumine su dimensión espacial y adopte una proyección de zonas que se componen por la multiplicidad de los significados, la convivencia, la experiencia, el reconocimiento del sujeto y su realización personal.
Abordar el patrimonio desde la construcción social.
Searle (1998), en una crítica sobre la construcción de la realidad social, se distancia de las lecturas emblemáticas como las de Berger y Luckmann, para entender, en palabras del autor, “el modo en que el mundo es hecho” (p. 25). Rescatar el planteamiento de Searle, sirve como un acercamiento sobre esa mirada al mundo inmaterial, que compone la construcción social, pues, esta realidad es primero una construcción ontológica que, para lo que se plantea en este escrito, luego se materializa dentro de la concepción de un patrimonio.
La realidad social es creada por nosotros para nuestros propósitos, y nos parece tan prestamente inteligible como los propósitos mismos... Puesto que nuestra investigación es ontológica, versa sobre el modo en que los hechos sociales existen, necesitamos una imagen del modo en que la realidad social casa con nuestra ontología general, del modo en que la existencia de hechos sociales se relaciona con otras cosas que existen. (Searle, 1998, pp. 24-25)
Se constituye así, un sistema simbólico que sigue un fenómeno general para luego (relacionado con otras experiencias) extrapolarlo a particularidades que son comprendidas según el contexto, temporalidad o realidad donde existan. Por ejemplo, Pratts (1997) siguiendo las ideas de Cliffort Geertz, señala que en la construcción de símbolos patrimoniales existe una correlación entre idea y valores. Esto es importante mencionarlo, pues relaciona conceptos que son parte de la estructura cultural e individual del ser humano. Al respecto, el autor menciona la capacidad de estos (los símbolos), expresando que están intrínsecamente relacionados con el sentido humano que, mirado este desde su concepción ontológica, también está relacionado con una concepción emocional:
La principal virtualidad de un símbolo es su capacidad para expresar de una forma sintética y emocionalmente efectiva una relación entre ideas y valores. Dicho de otra forma, el símbolo tiene la capacidad de transformar las concepciones y creencias en emociones de encarnarse, y de condensarlas y hacerlas, por tanto, mucho más intensas. (Pratts, 1997, p. 29)
Planteado de esta manera, el patrimonio es un concepto dinámico que tiene su fortaleza en una base social como epicentro de las transformaciones de su definición. Al respecto Munjeri (2004), abre la discusión sobre la importancia que debe tener la declaración de un bien patrimonial con el valor social en la comunidad. Su planteamiento radica en que un bien material no se excluye de las dinámicas culturales y, al no ser considerados ambos escenarios (el institucional y el cultural), la declaración de conservación puede no ser suficiente.
Abundan los casos en los que los sitios y monumentos han sido objeto de vandalismo o bien desdeñados por el hecho de no haber conseguido que la gente se identifique con estas manifestaciones materiales. En el mundo real, si lo demás permanece igual, no conviene poner la carreta delante de los bueyes. El patrimonio cultural debe hablar a través de los valores que la gente le otorga y no al revés. (Munjeri, p. 2)
Así, para el autor, un patrimonio sólo es posible mientras se piense desde su construcción cultural, dado que en ellos radican los valores, leyes sociales e institucionales. Aunque Prats señala que el valor patrimonial es un campo de confrontación simbólica (lo que exige una reflexión más compleja para unir en un solo momento las dinámicas políticas y culturales), también es cierto que las declaraciones patrimoniales son necesarias para la conservación de tradiciones, no para evitar su mutabilidad sino como un ejercicio de memoria. Esto implica que se realice una profunda revisión sobre los métodos de investigación empíricos en los que recae este ejercicio debido que así, el diagrama cultural del patrimonio queda incompleto. Lo que se menciona con esto es la necesidad de una evaluación de las formas en que se plantea la unidad cultura y patrimonio, pues, los significados inscritos a sus construcciones sociales deben estar bajo las mismas líneas y esto exige un mayor esfuerzo en la revisión del método. Se trata de variables culturales que necesitan ser observadas y analizadas más allá de la estricta mirada que ha caracterizado las ciencias modernas, pues al evaluar un bien patrimonial también deben ser evidentes las dinámicas culturales que lo atraviesan. Esto en Cartagena y San Juan aún es una deuda, pues al referirnos al centro histórico, aún si estamos hablando de lo local, se trata de un espacio lejano, como vitrina de museo al que sólo acceden quienes cumplen con los requisitos para entrar. Se trata de un patrimonio excluyente que en vez de complementar la ciudad la distancia.
Es por esta razón que resulta imposible que los bienes patrimoniales que en ellas (San Juan y Cartagena) se encuentran, manifiesten unas dinámicas culturales propias del mismo espacio que las recrea y les da vida. Hecho que resulta paradójico si se quiere entender el carácter de estas ciudades desde una identidad que es brindada por el reconocimiento de su patrimonio histórico y cultural.
Así, reducir la historia y más aún, la identidad (si es que así se le puede llamar a lo que resulta ser más una venta de la nostalgia) a lugares específicos, imposibilita dotar de identidad a la ciudad de Cartagena o San Juan. La venta hacia el mundo de estos espacios, supuestamente entendidos como microciudades, dotadas de sentido histórico, fragmenta la naturaleza diversa y amplia de la misma. La crisis que se presenta en la edad temprana y mediana de una ciudad termina afectando su carácter y la manera que ella misma se percibe y por ende se construye (Rodwin, 2017), por esta razón, muchas ciudades históricamente importantes, encuentran problemas a la hora de configurar sus realidades sociales.
Así, para este trabajo fue necesario que ambas ciudades fueran entendidas desde la deconstrucción. Es decir, en el recorrido de sus plazas, calles y murallas se superarán los trazados pensados por/para un tiempo y sociedades distintas y entenderla desde la sensación y experiencia que se evocan (Tyler, 1998), en los diarios de campo y los objetivos de búsqueda propuestos en la investigación. La idea de esto es que al recorrer las calles las experiencias no se situaran en los otros sino “con los otros”, un trabajo donde la relación de los espacios fuera atravesados y entendidos por el filtro del investigador y que desde allí se tradujera la experiencia en datos y por ende en parte del análisis de la investigación.
Hacía un marco teórico
Analizando el espacio urbano a través del filtro cualitativo
Esta investigación se desarrolló bajo una metodología cualitativa siguiendo el panorama de las evocaciones como modelo de análisis y recolección de datos. El principio de esta pauta metodológica está caracterizado por el uso de la reflexividad en cuanto constructos sociohistóricos, para plantear una etnografía abierta al diálogo interdisciplinario sin dejar la vigilancia de la rigurosidad del proceso de investigación en su conjunto (recolección de datos y análisis). Se trata de construir una metodología a partir de una postura subjetiva sobre los espacios urbanos para acercar la mirada al análisis socio/político del patrimonio en los centros históricos de Cartagena de Indias y San Juan de Puerto Rico. En este sentido, al hablar de evocaciones, se sigue la terminología expuesta por Tyler (1998), quien señala que es un ejercicio sustancial para la etnografía puesto que permiten una revisión de lo observado a partir de la experiencia y conocimiento de quien observa.
La subjetivación de los espacios hace referencia a la forma en cómo es interpretada la ciudad y la manera en que ésta es memorizada a partir de sus usos y apropiaciones6. La ciudad entonces, para este trabajo, es un reducto de deseos e identidades, elementos que superan la arquitectura para reflejar un ciudadano que entiende los espacios por sus simbologías e imaginarios. De esta forma, la metodología no podía ser sino cualitativa, pues antes que trabajar desde una mirada cuantificable sigue un esquema de técnicas abiertas para la recolección de datos que incluyen la observación participante, guías de trabajo de campo, mapas de recorridos y entrevistas abiertas.
El modelo metodológico aquí planteado sigue una matriz de categorías como mecanismo de orden y entendimientos de los centros históricos pues, desde la mirada etnográfica, se interpreta una codificación individual frente a una colectiva. Las perspectivas en la observación en este modelo no pueden ser rígidas, estas se piensas para que varíen al tratar con objetos, sujetos o momentos que por su naturaleza cambiante sea posible analizarlas por las formas de codificar a partir de los diferentes momentos que se viven al recorren la ciudad. Aquí es donde la mirada ontológica como método se vuelve la matriz del sistema de análisis y recolección de datos, pues se entiende que esto es un proceso de características humanas y, por ello, la experiencia del investigador es parte de la recolección de los datos y su análisis.
Vemos este concepto como un ejercicio del enfoque epistemológico hermenéutico que, entendido desde las palabras de Abril (1997) es un modo de interpretación con una presencia de momentos espacios-temporales compartidos. Es decir, es una ejercicio ordenado e interpretado por nodos cognitivos para para leer los espacios y prefigurarlos desde estilos, sensibilidades, estéticas y rituales. Respecto a esto, Giddens (1993), al igual que Gouldner (1998), subraya la importancia de la recomposición del tiempo y el espacio en hacer visibles formas de comunicación -y conocimientos- culturales.
Matriz de observación
Este ejercicio sigue una matriz dividida en dos categorías de análisis. Espacios de la historia. Se refiere a la observación en los escenarios reconstruidos para los centros históricos como memorias del pasado y que hoy recuperan la atención ante estéticas de las nostalgias coloniales. Observación y experiencia. Un diario de los recorridos de la ciudad museificada y las naturalezas que emergen en la lógica por los usos y apropiaciones de sus espacios en la contemporaneidad.
Criterios de validación
Cada una de las salidas se realizó previa a una consulta de la literatura. El propósito de este ejercicio era la revisión de mapas y documentos sobre la historia urbana de los cascos antiguos para delimitar estos escenarios en zonas de observación y, para ello, el criterio de validación se hace partir de los estudios de geografía urbana señalada por los planes de ordenamiento territorial de cada uno de los municipios.
Sin embargo, el mapa cartográfico se completa con un diagnóstico situacional. La idea de este proceso fue plantear estrategias determinadas por el conocimiento de los habitantes de la ciudad7, identificación de las zonas a recorrer y los factores que explican su valor patrimonial. De esta manera, previo al desarrollo de la intervención etnográfica, el diagnóstico tuvo como propósito poder disponer de los insumos necesarios para entender la ciudad a través de un desarrollo conceptual y espacial.
La virtud del diagnóstico para la construcción del método permitió organizar la recolección de datos a partir de tres momentos:
■ La posibilidad de hacer una descripción de situacional, política, económica y cultural como aspectos integrantes de la realidad, la interconexión e interdependencia existente entre cada uno de estos elementos.
■ El diagnóstico colaboró para que la construcción del instrumento tuviera un criterio de validación efectivo y, al mismo tiempo, estuviera abierto y en constante retroalimentación con incorporación de información y ajustes establecidos a partir de los datos que se fueron obteniendo.
■ Además de la revisión de la documentación, permitió una adecuada contextualización de la situación problemática diagnosticada.
Con esto presente, el proceso de definición y priorización de áreas de intervención generó una serie de preguntas que establecieron los objetivos y delimitación de laguía de observación que sigue la pauta metodológica señalada por Elsy Bonilla y Penélope Rodríguez (1995). Este ejercicio sirvió para preguntarnos qué tipo de información podríamos obtener en cada una de las salidas, pero, sobre todo, lograr claridad sobre el tipo de intervención a implementar para así evitar la acumulación de información innecesaria.
Con el resultado de esta primera etapa se construyen las siguientes preguntas que sirvieron para delimitar los diarios de campo: ¿Cuál es el contexto que condiciona la presencia valores patrimoniales históricos? ¿Cuáles son las apropiaciones urbanas más significativas entre los ciudadanos que condicionan la constitución simbólica y memorias de los centros históricos? ¿Cuáles son los factores sociales, económicos, políticos y culturales que crea experiencia y genera tipos de usos de los espacios en la geografía imaginada del centro histórico frente a su valor patrimonial?
Entendimos con este ejercicio que la flexibilidad inherente a la etnografía es indispensable para todas las etapas de recolección de datos pues, en cada momento la lectura de las entrevistas y la transcripción de lo observado, generaban nuevas apropiaciones y análisis que emergen de la revisión y perfeccionan el proceso a medida que se adentra más al escenario de estudio.
Resultados y discusión
■ Caminando entre dos ciudades con un mismo reflejo
San Juan de Puerto Rico, narrativas de un recorrido por las nostalgias de la ciudad.
Caminar por las calles de una ciudad histórica es adentrarse a un mundo de reencuentros donde los pasos confabulan para que el caminante se adentre a un performance de edificios como testigos remanentes de una ciudad que ya no existe. Aun así, el Viejo San Juan de hoy es la suma de murallas carcomidas por el salitre y la humedad, cañones inservibles a medio oxidar, exuberantes aldabas que gobiernan las puertas de antiguas casas coloniales junto a los gloriosos balcones de madera rejuvenecidos por vistosas enredaderas vivas de múltiples colores que decoran las calles empedradas del casco histórico. Es el revivir de nostalgias que muestran una arquitectura militar y colonial rejuvenecida por el aprecio que emerge por las remembranzas de los que visitan la ciudad como caminar un museo.
En el caso de San Juan de Puerto Rico, por ser uno de los bastiones de la colonia española, la vida de esta ciudad se construye alrededor de categorías nostálgicas. Sin embargo, el desarrollo de la ciudad, el crecimiento poblacional y la influencia de los Estados Unidos transforma rápidamente (en la segunda mitad del siglo XX) a Puerto Rico. Así, el recorrido por la ciudad amurallada bajo la perspectiva de la modernidad también nos permitió recorrer el casco histórico en dos momentos. El primero responde a una revisión sobre las nostalgias de su pasado donde aún se observan los revellines y fuertes militares españoles y el segundo momento es la apropiación urbana que se mezcla con los espacios históricos y las nuevas construcciones modernas con las que se enfrenta. Sobre esto, los recorridos de la investigación arrojaron un mapa del centro histórico que se divide en tres partes que presentan cómo se establecieron los recorridos y la forma en que se entendieron.
El primero es la cara norte donde se encuentra el barrio La Perla. Este espacio es reconocido por los habitantes como un lugar peligroso, que concentra una población que vive en constante enfrentamiento con la policía por ser zonas “consideradas” de tolerancia y focos de microtráfico. Aunque en el día es un lugar vivo y transcurrido con una vista privilegiada al mar, en la noche cambia y muere para el ciudadano de a pie que transita desprevenido.
De esta “muerte” transitoria se podría decir que el miedo es protagonista de la noche, pues entre las sombras no queda nada de lo que en el día se puede sentir como la ciudad segura. Héctor Lavoe deja testimonio de esto cuando relata la vida en la Calle Luna y Calle Sol, dos emblemáticas calles del Viejo San Juan pegadas a la Perla pero que el cantante usa como metáfora de esos lugares de encuentros donde se crean fronteras imaginadas que se transforman dependiendo del momento del día: un solo espacio que también es dos ciudades distintas que cambian con la luz y la oscuridad.
Así, el tiempo se eleva como concepto clave al recorrer las calles, pues también es parte de las evocaciones que se transpiran en las caminatas de esta ciudad amurallada. Si bien los patrimonios eran parte de las significaciones que recrean ese performance de la ciudad museo que se estudió en este análisis, también fue importante entender que la ciudad no sólo es una construcción colectiva, sino también una construcción individual.8
Aunque en un primer momento se buscó revisar el centro histórico “con los otros” también es cierto que estos resultados no hubieran estado completos sin la experiencia a priori de la observación. Se trata de llevar la palabra “sentido” al corazón de la metodología, pues resulta imposible comprender los espacios urbanos y el patrimonio, sin revisión acuciosa y disciplinada de la experiencia del investigador9. De esta forma, visualizamos el sentido como una importante herramienta que se complementa con los pasajes teóricos que siguen este estudio. Al respecto Cáceres (1998) señala que:
El etnógrafo hace apuesta de sentido, tiene que afirmar algún significado a todo aquello que ha pasado por su mirada y la intensión con los otros, incluyendo la reconfiguración de la percepción de su propia percepción. En estas apuestas de sentido se juega todo el prestigio y la fuerza de oficio de la mirada y sentido. (p. 348)
La segunda parte de la ciudad de Puerto Rico es el centro y periferia este y noreste. Aquí es donde se concentra la mayor parte de las fortificaciones españolas y los bastiones militares de San Felipe del Morro y San Cristóbal. En la cara Occidental (este) se encuentran las Puertas de San Juan, que era por donde entraban la mercancía y las embarcaciones por el mar. También se encuentra el paseo del morro, el bastión de San Agustín y los remanentes de las murallas que aún quedan en pie. Se suma a esta parte el centro de la ciudad amurallada que es donde se encuentran las plazas y la arquitectura que más se conserva de las construcciones coloniales. Este espacio es el que más convoca turistas y que presenta un mayor número de interacciones por la oferta gastronómica, de música y de bares. Recorrer este espacio es vivir la manifestación más clara del performance de la ciudad museo: calles adoquinadas, fuertes militares, fachadas de colores y plazas e iglesias de la colonia se convierten en zonas de encuentros donde la ciudad vive al ritmo del turista.
Esto no fue casual, en 1951 la Junta de Planificación de Puerto Rico creó El Reglamento de Zonas Antiguas e Históricas lo que permitió una revisión paulatina de los patrimonios con los que contaba la isla. El documento dio la oportunidad a una mirada seria al centro histórico de San Juan. Sin embargo, la realidad sobre la apropiación del uso que se le da a la ciudad “rescatada” es aún dudosa. Si bien este tipo de performance que se vive al caminar la antigua ciudad colonial es laoportunidad para mantener vivo El Viejo San Juan, también es una manera para capitalizar desde el lucro las nostalgias de la historia y la gentrificación del espacio urbano caracterizado por patrimonios históricos. Al respecto Sepúlveda (2000) señala que:
El centro histórico se fue tercerizando peligrosamente y se ha ido convirtiendo por un lado en una gran joyería al servicio de los turistas de cruceros que inundan el centro histórico cada martes y sábado, por otro lado es el centro de reunión de miles de jóvenes que se dan cita en el Viejo San Juan los fines de semana para vivir la vida loca. Mientras esto ocurre la población intramuros continúa descendiendo y en el censo de 1990 no excedía los 5.000 habitantes. (p. 75)
La tercera parte es la cara que da al lado sur del Viejo San Juan. Esta es la zona donde se encuentra “la Puntilla”, una especie de península que da a la plaza de la Infanta Luisa y, junto a ella, aparece la Marina que es donde atracan los cruceros y pequeñas embarcaciones. En este sector es poco lo que se conserva de la ciudad antigua y responde más a nuevas construcciones inmobiliarias de elevado costo. Al recorrerlo la experiencia se apega más a caminar por un paseo portuario moderno y es en donde descienden la mayoría de los turistas que vienen a visitar el Viejo San Juan. Diariamente atracan en esta zona los barcos con miles de pasajeros que inundan las calles del casco histórico y confirman la noción de la ciudad museo: una ciudad recreada para el entrenamiento desde los patrimonios históricos.
Este cambio es comprensible frente al desarrollo urbano que corre a la par del crecimiento inmobiliario del siglo XX. Durante la segunda mitad del siglo se implementa un plan de crecimiento impulsado por el gobierno de Estados Unidos que le daba prioridad a los automóviles. Sepúlveda (2000) señala que ese periodo resultó desastroso para los centros urbanos que vieron la destrucción masiva de barrios completos y la construcción de autopistas y estacionamientos que cercenaron emblemáticos escenarios de la historia y la arquitectura. “El efecto más triste de estas políticas en San Juan fue la demolición radical del antiguo barrio de La Puntilla propuesta por los consultores americanos como un ejemplo del “urban renewal” materializada en parte en la década de 1960. Hoy existe allí un gran estacionamiento asfaltado” (p. 74)
En consecuencia, los bienes patrimoniales del Viejo San Juan y el desprecio por reconocer la inmaterialidad cultural que hay entre las murallas, la identidad nacional y la cultura del ciudadano que ha vivido junto a ellas se reemplaza por las lógicas económicas de un centro histórico acechado por la museificación “culturalista” que se asemejan más a un “efecto Disney”: recorrido programado por espacios estáticos reformados para y por el turismo. Se trata de un performance de ciudad que se entiende desde las dinámicas de la economía de extracción antes que de conservación o recuperación.
Cartagena de Indias, una mirada ausente desde el deambular
Carmairí, Karamarí, Calamar, el corralito de piedra, la heroica, la fantástica. Diversos nombres, epítetos y sentires dados a, y adquiridos por Cartagena de Indias a lo largo de su historia desde antes de su fundación en 1533, hasta la actualidad. Y allí, en el acto de nombrarla se inicia el recorrido para reconocerla, humanizarla y preguntarse por el significado de “ser urbano” en una dinámica territorializante y desterritorializante, que supone la idea de habitar a través del transitar narrado, como forma diversa de ocupar y concebir el espacio.
Quien visita/habita la ciudad transita casi desprevenido por las calles que no hacen parte de la “ciudad amurallada”; sin embargo, al llegar a ella, sus sentidos se agudizan y, sea de día o de noche, es imperativo intentar captar con detalle cada uno de los misterios e historias que entre algarabías y muchedumbre guardan las calles adoquinadas de esta ciudad colonial. Mapear dicho recorrido es tarea de quien pretende observar y analizar lo que transita, es la manera de relacionarse con el territorio, de aprehender la arquitectura, el paisaje. Sin embargo, la construcción de un andar sistemático y organizado por las “murallas” parte por la necesidad de elaborar una historia de ese andar, de pensar el recorrido como forma, como estructura narrativa, “el relato del espacio atravesado” tal como lo plantea Careri (2009).
Al recorrer la historia y por supuesto, las calles de Cartagena de Indias se puede comprender la frase de Rodolfo Segovia, quien afirma que es una ciudad “nacida de las aguas”. Desde allí fue colonizada, asediada, codiciada y sitiada por ingleses, franceses y españoles, corsarios, piratas, almirantes y marinas enteras. Su posición frente al mar fue la que permitió que ese islote coralino ubicado frente a la isla de Tierra Bomba, fuese el elegido para erigir la Cartagena de Poniente, a pesar de no cumplir con todas las instrucciones de la corona española para “poblar”, ya que “los nuevos fundadores deberían elegir lugares elevados, cercanos a zonas portuarias, donde hubiese suficiente mano de obra indígena y con abundante terreno para cultivos y pastos ganaderos” Borrego, Vásquez y Muriel (2010). Tanto Rodrigo de Bastidas ya en 1500 durante su expedición, como Pedro Heredia, su fundador, vieron la posición privilegiada y las ventajas geoestratégicas que ofrecía “Calamarí”.
Así, en lo que hoy se conoce como “centro histórico” de Cartagena de Indias se construyó entre 1533 y 1537 el primer núcleo de lo que pudiera ser una ciudad. Desde allí se inicia un accidentado intento por dotar formalmente a esta ciudad de un ordenamiento urbano, donde, según la tradición, el centro de la vida “urbana” eran las plazas rodeadas de calles curvas y estrechas, la isla del centro, empieza a poblarse en demasía, por lo que se vio la necesidad de rellenar lo que se conoce como el “Camellón de los Mártires” y del caño de San Anastasio, para juntar la Isla de Getsemaní, el arrabal, destinado como lugar de residencia del pueblo. Cartagena de Indias se convirtió en una caja fuerte en donde Pedro de Heredia guardaba el tesoro que había encontrado en las tumbas Zenúes, la plata extraída en el Perú, el oro de la Nueva Granada, que se reunían allí para ser llevadas a España. Toda esta riqueza generó la codicia de los piratas y de los reinos quienes no tenían territorios en América. El inicio de la construcción de las fortificaciones se da sobre todo con el asalto del corsario Francis Drake. Se construye, pues, un sistema de defensa para ayudar a convertir a la provincia de Cartagena de Indias en un puerto seguro para el comercio y el tráfico de mercancías y de esclavos desde y hacia España. Esto es tan relevante que se llega a afirmar que sin el Puerto, sin la bahía, Cartagena no existiría.
La Cartagena antigua que se conoce hoy en día es el resultado del abandono de los comerciantes, hacendados, nobles, condes y otras gentes acaudaladas del gran Caribe que habían hecho de este territorio su lugar de residencia, considerando que las murallas serían defensa suficiente para sus riquezas. Sin embargo, luego de la toma del francés Bernard Desjean, Barón de Pointis, en 1697 y la sucesiva de los corsarios y piratas que lo acompañaron y que no recibieron su pago por acompañarlo, la ciudad quedó saqueada, devastada y desolada. Las casas en las que habitaban se las regalaron a los conventos, y así, dominicos, franciscanos, agustinos fueron los herederos de aquellas familias anónimas que abandonaron el puerto y de quienes no se sabe nada.
Desde el ingreso a la ciudad, por el nororiente, es imposible no admirar sus varios cuerpos de agua, que cubren lado y lado de su territorio. Estas características fueron reconocidas desde sus inicios por quienes vieron en Cartagena como un lugar de encuentro, de comunicación, de tránsito y por supuesto, de batalla. Por ello, esos caños, ciénagas, ríos navegables y el mar Caribe fueron utilizados para la penetración hacia el interior de lo que otrora se convertiría en el Virreinato de la Nueva Granada. Esto fue reconocido por los ingleses, quienes pensaron en ocupar, no solo Cartagena de Indias, sino con ello, marchar hacia Santa Fe y tomar posesión en el nombre del Rey Jorge II de Inglaterra. Al mando del almirante Eduard Vernon los ingleses llevaron a cabo lo que se conoce como “el sitio de Cartagena de Indias”, en 1741, quien con superioridad numérica intentó tomarse la bahía, pero teniendo como resultado una derrota inesperada fraguada por Blaz de Lezo, que fortaleció el poderío español y su imperio en América.
Esta victoria, su ubicación, el puerto y su condición geográfica en general, hicieron que Cartagena de Indias se convirtiera en una de las ciudades coloniales más importantes después de La Habana. España tenía grandes planes para Cartagena, después de 1741; sin embargo el epíteto de “La Heroica” no fue ganado por Cartagena de Indias sino luego de la pacificación de Pablo Morillo en 1815, como parte del proceso de reconquista en el marco del periodo de Independencia, que minó el abasto de alimentos a la ciudad bloqueada por tierra y por mar. Abandonado a su suerte por las provincias del interior del país, que no respondieron al clamor de apoyo, el pueblo cartagenero murió de hambre y de las epidemias que se desataron en la ciudad amurallada. El 10 de octubre de 1821 las tropas patriotas entraron a la ciudad e hicieron efectiva la rendición del ejército español.
Terminado el periodo colonial la ciudad tiene un declive como resultado de las gestas independentistas, ya que se pasa al periodo de la época republicana, en la que Cartagena ya no va a cumplir el papel fundamental de puerto para la corona española; es decir, pierde los privilegios que tenía, principalmente a nivel económico. Así, durante todo el siglo XIX la población decrece y las condiciones se vuelven cada vez más desfavorables para su reconstrucción luego de la guerra.
Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, varios metros de muralla fueron demolidos por diversos motivos relacionados con el hacinamiento de la población, la salubridad, y el interés de los gobernantes de la ciudad por incluirla en el andamiaje modernista que ya no se respiraba en Cartagena, sino en puertos aledaños como el de Puerto Colombia, y su ligazón con el tránsito de los buques desde y hacia el Canal de Panamá. Así, junto con la modernización portuaria encargada a la compañía inglesa Pearson and Son, pero no llevada a cabo, se inicia un nuevo periodo, con anhelos diferenciados para esta bahía del Caribe continental, que partió de la pregunta ¿Cómo combinar su vocación portuaria originaria, de tránsito, sino también con una nueva idea de ser un sitio de atractivo, con interés que atrajera gentes de todo el mundo?
Jorge Andrés Gutiérrez Del Castillo, Liliana López-Forero
Se da la agilización del movimiento comercial a través de diversas mejoras de la infraestructura, para aprovechar el modelo agroexportador del país. Por ello, los puertos del Caribe vuelven a jugar un papel importante para exportar hacia Europa y Norteamérica, logrando Cartagena retomar algo de su esplendor al momento de recuperar sus conexiones fluviales con el interior del país a través del Canal del Dique y del Río Sinú, que para la época era navegable.
El crecimiento urbano de la ciudad de Cartagena de Indias se da desde el centro de la zona norte, hacia el sur de la misma. Al su lado, como fenómeno paralelo, está la consolidación de una ciudad turística, con cambios a nivel de servicios básicos para lo que sería una zona hotelera y otros cambios dados, no solo en su morfología urbana, sino también en cuanto a su composición política, económica y cultural. Es así que comienza a darse el fenómeno de las diversas “cartagenas”, una que se muestra, que se arregla, que se visita, y otra escondida, en condiciones de vulnerabilidad, del día a día de los ciudadanos. Pilar productivo en cuatro patas: puerto, industria, comercio y turismo.
Hoy es poco lo que queda de la otrora biodiversa bahía de Cartagena, con la espesura de los mangles rojos. Los arrecifes coralinos han sido asfixiados por desechos, por sustancias químicas, por diversos contaminantes ambientales que son producto de los vertimientos que arrojan las múltiples industrias ubicadas a lo largo y ancho de la bahía. Por consiguiente, el turismo va por un lado, recorriendo el Centro Histórico de Cartagena, movilizado por un remedo de valoración de la cultura y de los bienes patrimoniales que encierran las murallas, más como un turismo ávido de espectáculo; y por otro lado va el desarrollo de la ciudad frente a lo que debe significar “un ser urbano”, donde se educa, se dialoga, se vive y se sienten, se reconocen como propios los procesos de conservación del patrimonio material e inmaterial a que tienen derecho como ciudadanos.
Conclusiones
Entre murallas y atardeceres. Una revisión del “ser” urbano y el patrimonio para una definición política del caminante
La primera luz que este trabajo arroja es que, aunque hay una literatura extensa sobre el concepto de patrimonio, este aún alude a realidades muy diferentes que eleva la complejidad para abordarlo desde una definición precisa. El análisis de los datos recogidos dentro de este estudio da cuenta que en el proceso emerge una angustia10 metodológica pues, mucho de lo que se debe analizar entre entrevistas, diarios de observación y de campo, proviene de significados sociales que están arraigados a los espacios y sus actores que, siguiendo las palabras de Guerrero Valdebenito (2017) son quienes le dan forma y significado al patrimonio y así “a un pasado presente que articula las perspectivas de desarrollo de las comunidades hacia el futuro” (p. 14).
De esta forma se entiende que, desde el aspecto metodológico, no podía escribirse este artículo sino en clave de encuentros y percepciones, sin dejar nunca de lado la implicación de los seres que la recorren. Si bien para la literatura científica estos parámetros son bastantes discutibles, también es cierto que todos los datos aquí recogidos fueron filtrados por las evocaciones propias del caminante que, para esta ocasión, se asume desde la dimensión de quienes fueron observados y del propio investigador. Así, que para entender lo urbano desde lo espacial/patrimonial, también se elaboró una reflexión sobre lo que es el “ser” urbano. Una experiencia que camina de la mano de un sentir ontológico, pues la ciudad es una suma de experiencias que recoge la información a partir del prisma riguroso de la investigación y al mismo tiempo también del sentir humano. Es así que se suman dos experiencias (la ciudad física del patrimonio y la ciudad que es sentida por el sujeto que la estudia) que se articulan para darle forma a un trabajo que comprende que la relación humana es intrínseca a las formas en que se sienten, se desarrollan y se entienden los espacios de la ciudad.
La consecuencia de ese andar, de deambular tanto por el Viejo San Juan como por el Centro Histórico de Cartagena revive sentires y modos de vivir antagónicos frente al “ser urbano”. Por una parte, el reconocimiento y la cultura que hay en ellas como bienes patrimoniales que valoran y comparten quienes han vivido junto a ellas y perciben y respetan esa inmaterialidad cultural que hay entre sus murallas frente al avasallar de nuevas lógicas económicas de estos centros históricos acechados por la museificación “culturalista” con recorridos que redefinen nuevos mapas de ciudad, programados por espacios estáticos reformados para y por el turismo. Este nuevo “ser urbano” constituye dentro de las murallas un nuevo performance de ciudad que evidencia y se entiende desde las dinámicas de una economía de comercio basada en el turismo antes que de la conservación o recuperación del patrimonio.
Los retos frente a lo que verdaderamente debe significar “ser urbano” devienen en: ¿cómo integrar la idea de patrimonio con una ciudadanía activa que se beneficie y que se sienta parte de ese proyecto de ciudad que les reconoce como esencia de su cultura? La respuesta a esta pregunta radica en que este trabajo de investigación pudo profundizar en las entrañas culturales que le dan forma a los espacios, pues, como señalaba Walter Benjamin al desarrollar el concepto del le flâneur se encuentra un ser político que desde su caminar deja una huella y una memoria. Un paseante que desentraña la ciudad a través de sus interacciones sociales, observación, experiencia. Una figura que trata de paliar las inseguridades dándole sentido a las formas en que habita los espacios.
Así, tanto en San Juan de Puerto Rico como en Cartagena de Indias las percepciones del turismo y los caminantes locales resignifican las ciudades amuralladas como un nuevo centro conectado a la historia y las nostalgias. Esta forma de museificar la ciudad no es nueva, responde a la tendencia global de los centros históricos de las ciudades que gentrifican estos espacios y obligan a nuevas propuestas de habitar. Lo patrimonial así adquiere una dimensión política y económica en donde los pasajes de las calles se transforman en vitrinas siguiendo un performance, un sentir político/capitalista que se apropia de un hecho que es real (la ciudad histórica) y lo lleva también a un constructo colectivo que, para esta investigación, disparó las preguntas tanto del orden metodológico como también las de carácter ontológico sobre qué es lo que se esconde detrás del patrimonio y sus nostalgias. Tal como lo plantean Rodríguez y Miranda (2010) es en estos espacios relacionales, dialógicos y comprimidos, en donde circula la palabra y desde las semejanzas y referentes comunes “aparecen las estructuras cognitivas y sociocognitivas en los individuos y sociedades para hacerse cargo del lugar, el territorio, la naturaleza, el país y el mundo. En ellos, que son auténticos marcadores de sus prácticas y elementos de diferenciación, asoma la mirada particular y pueden apreciarse elementos históricos, culturales y estéticos, reforzados sobremanera al tratarse de una ciudad privada” (Rodríguez y Miranda, 2010, p. 92).
Planteado así y, frente al análisis de datos, lo patrimonial más que reconocer una protección, lo que hace es certificar la ciudad histórica como un espacio que adquiere un discurso económico ya advertido por Sepúlveda (2000) que él denomina el “efecto Disney”. Esto en un principio no es malo, pero la explotación de la ciudad sin un debido reconocimiento histórico y cultural termina por degenerar el espacio a un lugar de tránsito genérico y sin memoria donde lo que juega es la presencia del caminante temporal, el turista, por lo tanto, un caminante apolítico que no despierta una identidad y que, por supuesto, resignifica los espacios desde esos valores.
Frente a este análisis el estudio no es pesimista, sino que abre las puertas a una reflexión que busca entender que los espacios históricos requieren varias vías de apoyo y que estas dependen de una pedagogía constante para que el caminante no se reduzca a ese que pasa sin percibir la ciudad en su contenido histórico y socio-político, sino que, desde su condición política y social, pueda dejar una memoria, un rastro que sirva para que las significaciones espaciales que se realicen, estén ligadas a nuevas traducciones que transformen desde la inclusión las formas de entender y habitar los espacios. Se trata de nuevas traducciones que eleven el valor patrimonial a una forma de praxis cultural sobre la ciudad, sus memorias usos e historia.
Notas
1Ver más en http://www.suinjuriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/1577451
2Término con el que se conoce de manera informal la zona de El Viejo San Juan.
3Puerta de Tierra era la entrada principal a la ciudad de San Juan.
4Como se ha podido señalar, eran un problema para el desarrollo urbano y un estorbo para la movilidad.
5El término de le flâneur es adoptado por Walter Benjamin desde la poesía de Charles Baudelaire.
6Hablar de la ciudad sin subjetivarla resulta problemático. El discurso urbano se dicta por las apropiaciones humanas y, con ello, se logra una adhesión a otros modos de investigar entendiendo los espacios urbanos como escenarios vivos y apegados a particulares ontológicas con pertenencias en las ciencias sociales, políticas y culturales.
7Para esto se realizó un diagnóstico previo con diálogos informales de preguntas abiertas y aleatorias a transeúntes locales del casco histórico, turistas y comerciantes sobre el reconocimiento que le dan a la zona patrimonial de Cartagena y el Viejo San Juan. Las respuestas sirvieron para arrojar una primera gráfica de los recorridos.
8Formada desde la revisión, análisis y percepción del investigador.
9Para esta investigación se entiende que dentro del método de recolección de datos el investigador es el primer filtro, analista y recolector. Se trata de leer la ciudad y la misma forma de vivir y recorrer las calles del Centro Histórico de San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias.
10Nos referimos con esto a esa revisión sobre el método que, al tratar de llevar a cabo un ejercicio de investigación riguroso, también se observa que es un proceso profundamente cualitativo que busca un resultado preciso y objetivo sin que ello excluya la subjetividad que es inherente a todo el proceso de la investigación. Al respecto Rodríguez y Bonilla (2001) señalan que, aunque lo subjetivo es motor del comportamiento humano, lo que no se puede medir se califica como un sesgo. “lo subjetivo se clasifica entonces en una “categoría residual” de las “cosas” que no son cuantificables a pesar de que la investigación cualitativa está por encima de toda objetiva” (p.51).
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