ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN / RESEARCH ARTICLE

"¡Una requisa... negros!" Periferia y discriminación étnico/ racial en Cartagena de Indias

"Put your hands against the Wall... nigro!" Periphery and ethnic/racial discrimination in Cartagena de Indias

"!Mão na parede... neguinho!" Periferia e discriminação étnico racial em Cartagena de Índias

William Alvarez
Realizó una estancia posdoctoral en el Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia. Ph.D. de la Universidad Federal de Sao Carlos/Brasil en la Sociología. Fundador de Bordes: Centro de Investigaciones sobre Violencias Urbanas y Criminalidades en el Caribe. Sus intereses de investigación han estado dirigidos hacia la etnografía, los conflictos urbanos, el microtráfico, el consumo de drogas, las pandillas y las economías ilegales. Recientemente investiga la inmigración venezolana en Colombia, enfermedades y sufrimiento social en barrios miseria.
Correo electrónico: williamlogia@gmail.com. Orcid: https://orcid.org/my-orcid?orcid=0000-0002-3716-4936


Resumen

Este texto hace parte de una investigación que exploró etnográficamente el mundo de las pandillas, los jóvenes y la violencia urbana en las periferias de Cartagena (Colombia). Mi objetivo aquí es presentar un segmento de ese proyecto enfocado en las diversas manifestaciones de discriminación racial que los jóvenes de la periferia experimentan en sus recorridos por la ciudad y territorios. Para lograr tal fin presento fragmentos de relatos y experiencias de vida que recopilé durante casi 4 años de observación participante en uno de los barrios más peligrosos y densamente poblado por población afrodescendiente de Cartagena. Por medio de estos interlocutores presento una hipótesis sociohistórica que busca comprender el fenómeno del racismo y la segregación étnico/ racial a través, especialmente, de tres categorías: estado racial, violencia estructural, sistema-mundo. De forma paralela realizo una reflexión sobre la violencia experimentada por los jóvenes desde una perspectiva necropolítica.

Palabras claves: jóvenes, policía, racismo cotidiano, periferia, marginalidad.


Abstract

This text is part of an investigation that ethnographically explored the world of gangs, youth and urban violence in the outskirts of Cartagena-Colombia. My goal here is to present a segment of that project focused on the various manifestations of racial discrimination that young people from the periphery experience in their journeys through the city and territories. To achieve this end, I present fragments of stories and life experiences that I collected during almost 4 years of participant observation in one of the most dangerous and densely populated neighborhoods by the Afro-descendant population of Cartagena. Through these interlocutors, I present a socio-historical hypothesis that seeks to understand the phenomenon of racism and ethnic/racial segregation through, especially, three categories: racial state, structural violence, world-system. In parallel, I reflect on the violence experienced by young people from a necropolitical perspective.

Keywords: youth, police, everyday racism, periphery, marginality.


Resumo

Este texto faz parte de uma presquiza que estudou etnograficamente o mundo das gangues, os jovens e a violência urbana nas periferias de Cartagena-Colômbia. Meu objetivo aqui é apresentar um segmento desse projeto focado nas diversas manifestações de discriminação racial que os jovens da periferia vivenciam no seu tansitar pela cidade e territórios marginais. Para isso, apresento fragmentos de histórias e experiências de vida que coletei durante quase 4 anos de observação participante em um dos bairros mais perigosos e densamente habitado pela população negra de Cartagena. Por meio desses interlocutores apresento uma hipótese sócio-histórica que busca compreender o fenômeno do racismo e da segregação étnico/racial por meio, especialmente, de três categorias: Estado racial, violência estrutural, sistema-mundo. Paralelamente, fazo uma ánalise sobre a violência vivida pelos jovens a partir de uma perspectiva necropolítica.

Palavras-chave: jovens, polícia, racismo, periferia, marginalidade.


Salir de los márgenes

Este artículo se desprende de una investigación doctoral1 que se ocupó de estudiar el fenómeno de las pandillas y sus formas de violencia en las periferias de pobres de la ciudad de Cartagena. En los últimos años, el número de pandillas, enfren-tamientos y homicidios relativos a este fenómeno aumentó considerablemente y se convirtió en el principal generador de actos violentos en la ciudad. Más allá de estos indicadores, desde una dimensión sociológica, me interesé por comprender este hecho en contravía de la tradicional analítica predominante sobre los estudios de la violencia en Colombia, usualmente llamado violentología2.

En la literatura especializada sobre organizaciones criminales en el país (Perea, 2007; Aricapa, 2005; Baird, 2009, 2012a, 2012b, 2015; Riaño-Alcalá, 2006), las pandillas no han tenido una relevancia significativa dentro de los actores armados/ilegales más comunes en el mundo del crimen; de hecho, han tendido hacer asociados más como víctimas del auge del narcotráfico que como partícipes reales dentro de esa dinámica, no obstante su participación en el despliegue armado de los carteles en las principales ciudades que la componen haya sido considerable en la constitución de sus ejércitos.

Mi trabajo de investigación trató de indagar este tipo de organizaciones situándose en el Caribe colombiano, sin embargo, una vez desplegada mi inmersión en campo, otros fenómenos sociourbanos captaron mi atención. Si bien la problemática de las pandillas, los jóvenes y la violencia configuraban buena parte de la vida cotidiana de las comunidades en las periferias, las vivencias y relación de los jóvenes con la otra cara de la ciudad me provocaron nuevas preguntas, por ejemplo: ¿qué pasaba con ellos fuera de su territorio, de qué modo se apropiaban, circulaban la ciudad, con qué tipo de actores/sujetos interactuaban? Para responder a esto, reconduje mi trabajo de campo hacia aquellas narrativas que interpelaran la vida cotidiana de mis interlocutores más allá de su territorio3.

El planteamiento teórico que usé para explicar este fenómeno se arraiga en una analítica sociohistórica que se interesa en comprender de qué modo la desigualdad socioeconómica y la segregación étnica tienen una fundamentación de larga data originada en lo que Wallerstein (1997) denominó las asimetrías del capitalismo en el sistema-mundo. En el otro extremo de esa llave analítica se tejen remanentes antropológicos de dominación, crueldad y subalternización (Taussig, 2012), los cuales han tendido a condicionar o fragilizar las concepciones de ciudadanía en las minorías étnicas en Colombia.

Mi hipótesis de partida se ancla en la articulación simbiótica del binario raza/clase, aspectos que en conjunto, me atrevo afirmar, promueven la marginación y la furia de los jóvenes en las periferias de Cartagena. Etnográficamente, en este texto quiero describir el modo en que esta simbiosis produce formas de control y conflictos socioespaciales con la influencia de condicionar la interacción y circulación cotidiana de los jóvenes en las zonas turísticas y residenciales más pudientes de Cartagena. La matriz teórica de mi propuesta se sustenta en lo que Galtung (1969) denomina Violencia estructural, desde esta perspectiva abordo la desigualdad y las formas históricas y políticas del ejercicio estatal de la violencia, aspecto que se complementa con el modo en que Goldberg (2002) sintetiza la formación de las naciones contemporáneas desde lo que él considera se trata de Estados raciales.

Le sumo a esta llave la propuesta filosófica política de Achile Mbembe (2011), quien desde su concepción del necropoder nos ofrece una lectura que transversaliza la reflexión sobre la vida cotidiana de los jóvenes en un régimen de gobierno neoliberal/poscolonial. Más allá de comprender la función del Estado sobre su gestión territorial, la población y el ejercicio de su soberanía, Mbembe renombra a los actuales Estados periféricos como "máquinas de guerra", definiendo sus funciones en oposición y contrario a la finalidad de la biopolítica. Al no contar con un monopolio de la violencia, este tipo de estados se someten a lógicas en las que

la mano de obra militar se compra y se vende en un mercado en el que la identidad de los proveedores y compradores está prácticamente desprovista de sentido. Milicias urbanas, ejércitos privados, ejércitos de señores locales, firmas de seguridad privadas y ejércitos estatales proclaman, todos a la vez, su derecho a ejercer la violencia y a matar. (Mbembe, 2011, pp. 57-58)

Aunque esta descripción apunte principalmente hacia África, la realidad sociopolítica colombiana no difiere demasiado de esta.

Circular en la ciudad

Para estudiar de cerca la vida cotidiana de los jóvenes en las periferias inicié un trabajo de campo en 2014 que finalizó en 2017. Para conocer el mundo de las pandillas primero tuve que ingresar al barrio Olaya-Rafael Núñez (uno de los más peligrosos de la ciudad) por medio de un trabajo de voluntario en una ONG situada en esa zona de la ciudad. En mi primera visita fui robado violentamente por tres niños menores de 13 años, no obstante, eso no me impidió continuar hasta el día hoy con mi relación con la comunidad. Durante un par de meses serví como colaborador en un proyecto de agricultura urbana, visitaba familias y lugares estratégicos del barrio con la compañía del líder del proyecto. Esta experiencia me ayudó a ingresar en el tejido social comunitario y me permitió ser reconocido en el barrio, cuidando así mi seguridad personal.

Luego de tres meses, me adentré en lo más profundo del barrio, en donde conocí a un pastor evangélico, quien en su juventud había trabajo con Orlando Fals Borda4; entusiasmado con mi propuesta de investigación, se decidió a ayudarme introduciéndome con algunos de los más reconocidos pandilleros y ex pandilleros del sector Olaya-Rafael Núñez5, lugar donde desarrollé la totalidad de mi etnografía. A diario presenciaba enfrentamientos entre las pandillas del sector vecino, la iglesia/casa de Martín me ofrecía una panorámica estratégica para observar esos enfrentamientos, también para moverme hacia el terreno/parque en donde principalmente niños y jóvenes pasaban la mayor parte de su tiempo libre, jugando al fútbol o consumiendo drogas. Por medio del trabajo comunitario realizado por Martín con los jóvenes conocí a Leonardo (líder expandillero), quien luego me permitió acceder al lugar de encuentro de pandillas, delincuentes, miembros de organizaciones criminales, y a un centenar de personas que a lo largo de mi trabajo de campo contribuirían a redefinir en mi proyecto la comprensión sobre las dinámicas de la violencia urbana en Olaya-Rafael Núñez.

De modo intermitente participaba de las actividades de unos y otros, me mantuve y dejé en claro que me mantenía al margen de cualquier situación ilegal, no ético o de riesgo para mí. Durante el transcurso de un año estuve visitando regularmente el barrio, transcribiendo en mi diario de campo cientos de páginas sobre mis encuentros con los interlocutores claves, con quienes fui tejiendo lazos afectivos. Del centenar de personas que conocí, profundicé en las historias de vida de seis de ellos6. A partir de sus trayectorias de vida, cruce de múltiples fronteras dentro del mundo del crimen e instituciones militares, reconstruí la multifacética dinámica delictiva, cotidiana y violenta del barrio desde la mirada de sus variados actores.

Una vez establecido mis principales interlocutores, me mudé al sector de Olaya-Rafael Núñez, en donde residí cerca de un mes; una vez allí, logré acceder a una visión completa de la vida cotidiana de la comunidad y me convertí en miembro de una organización de seguridad comunitaria llamada La Cívica, quienes estaban encargados de proteger al sector del acecho nocturno de bandidos o pandilleros de los sectores vecinos. Mi observación participante se mantuvo lejos de participar en situaciones violentas; consentí con ellos merodear el barrio aceptando el riesgo al que me exponía en caso de que aconteciera algún suceso que mereciera emplear sus armas de fuego. Este tipo de experiencias y vivencias conforman un variopinto circuito de interacciones y bifurcaciones que en el lapso de 3 años de inmersión etnográfica facilitaron la comprensión de los contornos de su interacción, sus relaciones de interdependencia con la comunidad, la policía y demás actores sociales que tejen la vida cotidiana de los jóvenes tanto en sus barrios de procedencia como en otros espacios de circulación.

En este artículo integraré mis hallazgos etnográficos junto con una síntesis historiográfica sobre la emergencia del racismo en relación con la ciudad, la segregación racial y la violencia estructural (Pérez-Valbuena y Salazar-Mejía, 2008; Rodríguez Padilla, 2016). Haciendo uso de una amplia etnografía realizada en las periferias de Cartagena, profundizo aquí en los relatos y experiencia que mis interlocutores aportaron durante este proceso de investigación, alejándose del planteamiento, objeto y tema principal que buscaba responder en mi tesis, es decir, la relación entre pandillas, violencia y jóvenes en periferias urbanas del Caribe colombiano. Sus historias de vida visibilizaron otras formas de habitar Cartagena, de visibilizar las profundas intersecciones en términos de clase, género y étnico/ raciales que los jóvenes afrocaribeños incorporan al habitar la ciudad.

Marginalidad y segregación étnico/ racial en el Caribe colombiano

La primera vez que entré a Olaya-Rafael Núñez fui robado por tres niños; me quitaron un teléfono, dinero y mi diario de campo. Sentí miedo, y en lo primero que pensé fue en abandonar el proyecto. ¿Debo arriesgar mi vida para realizar esta investigación?, me pregunté esa tarde de diciembre de 2013. Minutos después de haber sido robado, alguien se me acercó, me preguntó sí estaba bien y para dónde me dirigía. Todavía en shock, le respondí que estaba calmado y que me dirigía a la ONG7 más representativa del barrio. Él se ofreció a llevarme en su moto. Nunca antes me habían robado en Cartagena; así recordé otra vez que las estadísticas no se equivocan, que Olaya-Rafael Núñez es una de las zonas más peligrosas de la ciudad.

Ubicada frente al mar Caribe, Cartagena de Indias8 es la quinta ciudad más grande de Colombia, tiene una población de poco más de un millón de habitantes. Fundada en 1553, durante el periodo del virreinato español funcionó como un importante puerto de esclavos traídos de África en condiciones infrahumanas a las Américas. Independiente desde 1811 del control de España, la ciudad ha venido creciendo acorde con el proyecto republicano y poscolonial de una nación fundada en el ideal de orden y libertad, sostenida principalmente por la economía del turismo, el comercio, la industria petroquímica y las actividades portuarias; no obstante siendo su aporte al PIB nacional de los más altos, para 2016 la ciudad saltó del segundo (2015) al tercer puesto en el índice de pobreza: desigualdad estructural y trabajo informal9 en Colombia (Romero, 2007; Aguilera-Díaz y Meisel Roca, 2009).

Como cualquier otra ciudad latinoamericana, el crecimiento de Cartagena en el último siglo ha sobrepasado su capacidad de planeación; la explosión migratoria, progresiva y paulatina desde mediados de siglo XX ha acabado desbordando la capacidad de crecimiento planificado de la ciudad, sobreviniendo así el surgimiento de asentamientos espontáneos, mejor conocidos en Colombia como "invasiones"10. Miles de personas construyeron sus hogares en los entornos y límites de la ciudad planificada. En el caso de Cartagena, estos límites, literalmente, estaban señalados en piedra. En el siglo XVII, una muralla de bloques de granito y piedra coral fue construida para defender a la ciudad del asalto de piratas. Fuera de esas murallas, más bien medievales, nace la periferia y se expande la ciudad del siglo XX y XXI11. El barrio Chambacú, conocido como el gueto negro de Cartagena, representa mejor que ningún otro lugar el nacimiento de la periferia y el crecimiento urbano descontrolado.

En la novela Chambacú corral de negros, el escritor afrocolombiano Manuel Zapata Olivella (2004) usa metafóricamente la palabra "corral" para referirse a las condiciones materiales de este barrio, comparándolo con una granja de animales, según su descripción casi etnográfica. Su población, mayoritariamente afrocaribeña12, vivía en las peores condiciones de hábitat: entre el barro, la basura, la peste, enfermedades infeccionas, padeciendo hambre, desempeñándose en trabajos informales/ilegales o precarios. Describe Zapata Olivella a las mujeres trabajando en la prostitución, de empleadas domésticas o vendedoras callejeras, muchas de ellas siendo madres solteras. Por otro lado, los hombres dedican parte de su tiempo a la bebida, al juego, al consumo de drogas, y en actividades como el boxeo, el fútbol, contrabando de mercancías, la pesca, coteros en el mercado público o trabajando de policías.

Decadente, inmoral y violento: de esa manera retrata Zapata Olivella desde una perspectiva externa, la imagen pública que representaba Chambacú para la élite de la ciudad; lo mismo que, sin mucho cambio, aún hoy se puede observar en la periferia contemporánea. Aunque en la novela la descripción de la pobreza sea importante para el autor, su tesis se centra en las contradicciones que vive la comunidad afrocaribeña después de reconocerse pueblo libre en los llamados "palenques" (quilombolas), antes y después de haber sido abolida la esclavitud en 1852 en Colombia. Chambacú, paradójicamente, es traducido por uno de los personajes de esta novela como "tierra de muerte". Poco o nada ha cambiado este concepto en sus habitantes.

Mayormente poblado por afrocaribeños, Chambacú se convirtió en un problema de orden público local/nacional, siendo considerado el peor y más grande asentamiento marginal de Colombia en la década de los 60. En términos sociológicos, se le puede considerar casi como un gueto al encontrarse estigmatizado, restringido, confinado espacialmente13 en la ciudad. En 1971, después de un largo proceso de negociación política y económica, los gobiernos local y nacional trabajaron en conjunto para planificar su erradicación espacial y reasentamiento de su población en otros sectores, atendiendo al progresivo incremento del valor de la tierra y el futuro próspero que la planificación urbana proyectaba con la industria del turismo, especialmente sobre el Centro Histórico y los barrios residenciales ubicados frente al mar; por esa razón Chambacú se convirtió en un lastre para el desarrollo de la ciudad. La reubicación se concentró en zonas con poco valor comercial, alejadas entre 5 a 10 kilómetros del Centro, lugares que hoy hacen parte de la periferia.

En 2017, un total de 252 personas fueron asesinadas en Cartagena; 9,5 % (29) de estos casos ocurrieron en Olaya- Rafael Núñez , la mayoría hombres entre 15 y 34 años, y en los últimos 9 años la cifra ronda los 2441 muertos, de los cuales 279 ocurrieron aquí. Cifra importante para una población que en 2016 se calcula en 57 582 habitantes, de los cuales el 36.5 % se autorreconoce afrodescendiente. Sí bien las características urbanas de estos nuevos asentamientos se distancian considerablemente del entorno de Chambacú, porque se rompe con el confinamiento espacial y la estigmatización étnico/racial que se acentuaba simbólica y especialmente por la ubicación de las murallas, luego de su reubicación las fronteras se expanden aceleradamente hacia otros territorios de la ciudad, y asimismo el padecimiento y la violencia que se vive aquí.

"Territorios de relegación urbana" es la categoría acuñada por Wacquant (2007) para referirse al avance de la marginación en los Estados Unidos: altos niveles de pobreza, discriminación, violencia y encarcelamiento masivo que especialmente afectan a las comunidades afroamericanas o latinas. Estas son algunas de las características presentes en las principales ciudades de ese país. Así lo describe el autor:

La relegación a los barrios desposeídos dentro de los cuales los recursos públicos y privados disminuyen en el momento mismo en que la caída social de las familias obreras y la instalación de las poblaciones inmigrantes intensifican la competencia por el acceso a los bienes colectivos. (Wacquant, 2007, p. 41)

Y se refiere especialmente a Estados Unidos al decir que:

A diferencia de periodos anteriores de crecimiento económico, la expansión de los años ochenta -en los países que experimentaron esa expansión- no benefició a todos, sino que, en realidad, amplió la brecha entre ricos y pobres, y entre aquellos que detentan un empleo estable en los sectores protegidos y calificados de la economía y todos aquellos -cuyo primer lugar ocupan los jóvenes de los barrios relegados- que se encuentran atrapados en los empleos precarios de los sectores mal remunerados de la industria y los servicios. (2007, pp. 41-42)

De forma paralela, Latinoamérica experimentó una serie de reformas intervencionistas que ampliaron aún más la brecha económica entre ricos y pobres, intensificando la expansión de la precariedad y relegación urbana de la ya golpeada clase obrera. Guardando las distancias, la expansión de la marginalidad étnicamente diferenciada que he podido observar en Cartagena y otras ciudades latinoamericanas, este proceso suele ser asimilado en un doble sentido: primero, relegados históricamente en el contexto nacional por el sostenimiento en el tiempo de un colonialismo interno, cultural y político que ha incidido en la apropiación tardía de una ciudadanía plena; en segundo lugar, desde una perspectiva sistémica originada en las asimetrías estructurales de la relación económica centro-periferia. Etnografías sobre las condiciones de vida en las periferias urbanas así lo describen a lo largo y ancho de Latinoamérica14.

Galtung (1969) lo define como "violencia estructural"15. Desde su punto de vista, los orígenes de esta desigualdad en sociedades periféricas se iniciaron a partir de factores políticos y económicos planificados desde y a partir de un ideal de Estado, ensamblado con base en hegemonías políticas y raciales (Goldberg, 2002). El desarrollo asimétrico del capitalismo en la formación de centros y periferias económicas muestra cómo desde una perspectiva de sistema-mundo (Wallerstein, 1997) se pueden entender procesos locales, asimetrías económicas, sociales o raciales aún presentes en los más importantes centros urbanos en Latinoamérica. En Cartagena, el despliegue de las contradicciones del capitalismo periférico y contemporáneo se puede observar a simple vista. La perspectiva teórica desde la cual quiero abordar esta investigación parte del siguiente análisis sobre la configuración moderna del Estado:

One of the most telling evasions in these past two decades of thinking about race has concerned the almost complete theoretical silence concerning the state. Not just the way the state is implicated in reproducing more or less local conditions of racist exclusion, but how the modern state has always conceived of itself as racially configured. The modern state, in short, is nothing less than a racial state. It is a state or set of conditions sociospecific milieus. So, in one sense, there is no singular totalized phenomenon we can name the racial state; more precisely, there are racial state and racist state. Yet it is possible at the same time to insist that there are generalizable conditions in virtue of which the modern state is to be conceived as racial and as racially exclusionary or racist.16 (Goldberg, 2002, p. 2)

Así, en el interior de este proceso de expansión se crea lo que llamo aquí segregación étnica estructural. De esa manera, los territorios de relegación urbana pueden comprenderse en esa doble vía, es decir, poblaciones empujadas desde abajo y desde arriba por presiones estructurales, cada una dependiente e interdepen-diente la una de la otra. Desde arriba, una economía política periférica, excluyente, monopolizada; desde abajo, la inclusión tardía de las minorías étnicas en los modos de producción modernos urbanos. Este doble encuentro de fuerzas histórico estructurales se representan en el complejo mundo de la periferia. Empujados hacia los bordes socioespaciales, la población afrocaribeña no sólo convive con la segregación, sino con las diversas manifestaciones de violencia que esta exclusión histórica genera en su vida cotidiana.

Mi etnografía sobre Olaya-Rafael Núñez además reveló que en el interior del barrio se desarrolla lo que se podría llamar una guetificación a la inversa. Desde adentro, la relegación urbana no sólo se expande espacialmente, amplificando la pobreza, sino que se mueve en un sentido que va y vuelve, hecho al que doy por nombre de "efecto látigo de la periferia": las políticas de reforma estructural que durante las últimas décadas han agudizado la privatización, precarizado el mercado laboral y aumentado la desigualdad socioeconómica, fuerza externa que empuja a crear y aumenta la precariedad material de las periferias, mientras el turismo transnacional incrementa el bienestar económico de las otras caras de la ciudad, empujando su expansión a niveles obscenos de lujo y ostentación en contraste con la ampliación de la marginalidad en las periferias pobres. Respecto a este fenómeno urbano surge la pregunta ¿quiénes son los beneficiarios de esta racialización?

Este efecto látigo se puede ver representado en el aumento de la criminalidad, los homicidios y las diferentes violencias manifiestas en el barrio. Sin embargo, los efectos son peores en el interior de la periferia que en el resto de la ciudad. Murallas simbólicas, materiales y estructurales emergen en un orden de discriminación de clase, movilidad restrictiva dentro/fuera, además del confinamiento socioespacial. La restricción de movilidad y el confinamiento están relacionados entre sí, mediados por el dinero; la movilidad socioespacial se ve entorpecido por las privaciones materiales, el tema del acceso al dinero o el trabajo. La violencia letal no solo atenta contra la vida de jóvenes y la comunidad, sino que quiebra los procesos sociales de movilidad, hacinando a las familias en su hábitat, forzándolos con frecuencia a subdividir sus viviendas en espacios cada vez más reducidos para compartir entre familiares, creando y ampliando, de esta manera, las barreras materiales/simbólicas de la producción y reproducción de la pobreza desde la base social.

Los elevados índices de homicidios de la población joven y afrodescendiente en Cartagena nos recuerdan los motivos estructurales de la lucha política del movimiento social norteamericano Black lives matters, en respuesta al brutal abuso policial experimentado en los últimos años, irrumpió masiva y violentamente en el escenario urbano no solo reclamando justicia, sino manifestando un descontento histórico hacia políticas hegemónicas de corte étnico/racial. Dicho de otro modo, de norte a sur, la construcción de los Estados-Nación en las Américas ha estado interpelada étnica y/o racialmente, lo que se ha visto representado en la edificación de una indiferencia moral sobre las condiciones de vida de sus minorías; Colombia no es una excepción. ¿A quién le importa la muerte de los jóvenes afro-caribeños en las periferias pobres de Cartagena? Me cuestiono pensando desde lo local, pero sin desprenderme del panorama nacional al preguntar también: ¿¡la vida de los afrocolombianos importa!?

Discriminación policial, racismo cotidiano

La relación que experimentan los jóvenes afrocaribeños de las periferias con la zona turística, los barrios urbanística y económicamente más desarrollados de la ciudad, incluso increpa a pandilleros de gran trayectorias, usualmente representada como la "otra Cartagena".

La percepción que tiene sobre sí mismo y los otros se ve interpelada por la localización especial; de alguna manera, los jóvenes oriundos de la periferia incorporan un sentido de lejanía o autoexclusión en un sentido representativo, pero sin duda, también por el referente estructural que significa para ellos atravesar fronteras urbanas. Dicho de otro modo, salir de Olaya-Rafael Núñez se convierte casi que en una odisea, debido a que los jóvenes corren un doble riesgo: de un lado, el miedo a las represalias de enemigos en sectores vecinos condiciona su desplazamiento; por otra parte, la persistente y latente discriminación/represión policial que pueden experimentar una vez fuera de su territorio. Sobre esto, el presidente de la Junta de Acción Comunal (del momento) Álvaro Lloreda me expuso su punto de vista, registrado en mi diario de campo el 15 de agosto de 2015:

Es claro que las personas que viven afuera del barrio tienen mejores oportunidades y los que viven aquí pequeñas oportunidades. Vea, vivir aquí es un estigma que restringe el acceso al mundo laboral o;, hay una discriminación por ser de aquí que no les permite a los jóvenes avanzar, por ejemplo, en instituciones como la Policía o el Ejército para ser oficiales o suboficiales.

Las instituciones armadas de Colombia dentro de sus exigencias para reclutar este tipo de personal tienen como requisito condiciones de clase, en las que la ubicación de la residencia de los postulantes determina la posibilidad ser aceptado o no en la institución. Por lo tanto, para un joven que tenga como propósito presentarse en le carrera de oficial o suboficial en alguna institución militar, ser de la periferia reduce sus posibilidades de ingreso. Álvaro dio el ejemplo de algunas familias en el barrio que alquilaron apartamentos por un mes o dos en barrios de renta alta para burlar ese sistema de selección discriminatorio.

Si bien este tipo de estrategias consigue romper con estructuras que restringen el ascenso de clase, son casos contados. En Cartagena, según lo relatado por varios líderes, el racismo es la mayor barrera de integración y ascenso social en la ciudad. Álvaro manifestó:

Aquí el racismo es fuerte; si eres negro, te negrean para las oportunidades; hasta nosotros mismos tenemos racismo: cuando vemos a un blanquito, le vamos cediendo las cosas, pero llega otro negro y le cerramos la puerta; hasta yo mismo he vivido este tipo de cosas.

Sin embargo, este estigma y discriminación por la condición étnica no estaría del todo diferenciada en muchos de los jóvenes con quienes conversé durante mi trabajo de campo; de hecho, personas como Miguel Ángel (pionero residente en el barrio) justifican la pobreza de los afrodescendientes con el siguiente argumento: "La población negra somos los más pobres por lo que somos negros; nosotros somos los que debemos ser esclavos del trabajo" . Sin duda, para él, la relación entre esclavitud como herencia de su identidad y el trabajo precario (subalterno) en la contemporaneidad tienen una relación estrecha con la pobreza que sufren los afrodescendientes en las periferias de Cartagena, pero no tiene ninguna posición crítica sobre esta condición.

Algunos antropólogos que han estudiado en las últimas décadas la configuración y las relaciones raciales en la ciudad y el Caribe colombiano (Cunin, 2003) han analizado por encima los conflictos que las diferencias étnico/raciales producen en la vida cotidiana de las comunidades afrocaribeñas, especialmente en los más jóvenes, pues son ellos quienes exploran con mayor interés los diversos escenarios urbanos que la ciudad ofrece. Cartagena está de tal modo racializada en el imaginario cotidiano de los jóvenes, que no obstante los discursos y acciones discriminativas sean evidentes, la naturalidad con la que se reconoce esta condición suele ser disimulada, incluso, estratégicamente disminuida entre la población afro al relativizar su identidad en variadas clasificaciones raciales: moreno, trigueño, zambo o negro, son algunas de esas variadas maneras que la población afro tiene para autodefinirse, alejándose de una identidad durante siglos oprimida pero sujeta a las lógicas de exclusión y dominación cultural que se refleja en la posición social y laboral usualmente incorporada por la población de la periferia en relación con el mundo del trabajo ofertado en la ciudad.

Esta variada exposición de clasificaciones étnico/raciales expone desde su interior una fuerte presión de arrastre hacia la blanquitud. Identidad estratégica no del todo generalizada, pero fuertemente ubicada con respecto a la posición de clase. No obstante, la identidad afrocaribeña no puede ser vista, tal cual como el discurso antropológico pretende ubicarlo, en la centralidad de su configuración sociocultural e histórica dentro de la construcción del Estado-nación colombiano, su inclusión y/o estatus ciudadano, sino en relación con los conflictos que el largo proceso de subalternización étnico/racial ha logrado, con éxito, consolidar en los cuerpos y subjetividad a través de un eficiente lógica gubernamental extendida y masificada, especialmente en poblaciones marginales. A este respecto, quiero traer a colación aquí que en Seguridad, Territorio y Población, curso dictado por Michael Foucault en el Colegio de Francia (1977-1978) en la clase del 1 febrero de 1978, titulada "La gubernamentalidad", dice que:

Con esta palabra «gubernamentalidad» aludo a tres cosas. Entiendo el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esa forma bien específica, aunque muy compleja, de poder que tiene por blanco principal la población, por forma mayor de saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad. Segundo, por «gubernamentalidad» entiendo la tendencia, la línea de fuerza que, en todo Occidente, no dejó de conducir, y desde hace mucho, hacia la preeminencia del tipo de poder que podemos llamar «gobierno» sobre todos los demás: soberanía, disciplina, y que indujo, por un lado, el desarrollo de toda una serie de aparatos específicos de gobierno, el desarrollo de toda una serie de saberes. Por último, creo que habría que entender la «gubernamentalidad» como el proceso o, mejor, el resultado del proceso en virtud del cual el Estado de justicia de la Edad Media, convertido en Estado administrativo durante los siglos XV y XVI, se «gubernamentalizó» poco a poco. (Foucault, 2000, p. 136)

Vale la pena profundizar sobre el desarrollo de esas técnicas de gobierno para observar de modo relacional su puesta en marcha en comunidades marginales dentro de naciones periféricas. En un sentido más amplio de la acepción comentará Foucault en la entrevista del 20 de enero de 1984, titulada la Ética del cuidado de sí como práctica de la libertad, que:

Entre los juegos de poder y los estados de dominación, están las tecnologías gubernamentales, concediendo a este término un sentido muy amplio -que incluye tanto la manera en que se gobierna a la propia mujer, a los hijos, como el modo en se gobierna una institución- [...] Digo que la Gubernamentalidad implica la relación de uno consigo mismo, lo que significa exactamente que, en esta noción de gubernamentalidad, apunto al conjunto de prácticas mediante las cuales se pueden constituir, definir, organizar e instrumentalizar las estrategias que los individuos, en su libertad, pueden tener los unos respecto a los otros. Son individuos libres quienes intentan controlar, determinar y delimitar la libertad de los otros y, para hacerlo, disponen de ciertos instrumentos para gobernarlos. (Foucault, 1999, pp. 413-414)

En adelante, a través de lo enunciado expongo la idea de gobierno, tecnologías de control y socialización que observé se manifiestan en la vida cotidiana de las periferias de Cartagena. Lo que mi observación revela es que el reconocimiento, auto-rreconocimiento, clasificación o diferenciación étnica tiene muy poca relevancia en su socialización.

La racialización en su cotidianidad se encuentra de tal modo incorporada, circunscrita en su mundo de la vida, que las variadas formas de discriminación expuestas por Javier le resultan indiferentes. Asumiendo el peso interseccional de la subalternidad en orden de raza, clase y género, los jóvenes de la periferia están expuestos a un tipo de racismo cotidiano que varía en su intensidad de acuerdo con su lugar de procedencia (Pérez y Riccardi, 2019). La localización de este sujeto indica, además, la construcción subjetiva de ese otro, la posición, disposición y clasificación de su valor social, ciudadanía, incluso de su humanidad. La discriminación socio urbana que se realiza al ubicar la procedencia de alguien en determinado espacio agrega enunciados discriminativos, estigmas, estereotipos y demás adjetivos que relativizan las formas de socialización, relaciones laborales o desplazamiento de los jóvenes en la ciudad.

Mara Viveros (2007) también resalta procesos discriminativos realizados por funcionarios públicos al desestimar aportes de la comunidad afro en la creación de planes o programas de desarrollo comunitario en Bogotá. La autora afirma que los discursos racistas basados en prejuicios étnicos y raciales continúan siendo prácticas recurrentes de funcionarios gubernamentales cuando estos realizan intervenciones sociales, subvaloran sus aportes y participación comunitaria. Este tipo de racismo institucional puede verse representado en inadecuadas políticas públicas para asumir las demandas territoriales de este tipo de población. En el peor de los casos, la representación de estos prejuicios también puede llegar a ser incorporado en la narrativa bélica de las fuerzas armadas/policiales como argumento que legitime prácticas punitivas acudiendo a narrativas racistas y/o discriminativas en contra de la población afrodescendiente.

Desde esa perspectiva, es difícil para Jeison o Javier ser considerados aptos para trabajar en entornos ajenos a la periferia, no sólo por el referente de discriminación racial, sino también por la acumulación cognitiva que el largo proceso de segregación sociourbano ha logrado recrear en el discurso de la clase media y alta, que sumada al heredado componente de jerarquía racial que el colonialismo, y luego la industria del turismo, han logrado extender en el tiempo y el espacio, una doble segregación; marginación y exclusión que sufren los jóvenes por al hecho de ser afrocaribeños y pertenecer a la cultura urbana de la periferia.

Por ejemplo, para Jeison existe una radical distinción en el trato que recibe él, un turista extranjero u otra persona no afrodescendiente que transite por los barrios turísticos de Cartagena, especialmente cuando la discriminación viene de parte de policías con igual condición étnica. Según él: "Los gringos vienen aquí y luego caminan sin camisa ahí en el centro y nadie dice nada, pero lo hace usted y te detienen de una vez". Javier comparte su indignación:

William: Comparto completamente tú opinión Jeison.

Jeison: Ser tú el nativo y que no tengas derecho a moverte en libertad, es absurdo.

Javier: Ese día nos detuvieron los policías en Bocagrande; venía conmigo el Huesos, el Mosca, el Walter y mi persona, veníamos los cuatro descamisados.

William: ¿Pero qué fue lo que pasó?

Javier: ¡Ay! nos pararon los policías, nos requisaron enseguida por todos lados. En la misma actitud venían varios gringos todo relajados, sin camiseta, y a ellos los ven y no le dicen nada.

Jeison: ¡Sí!, esos manes [gringos] vienen hasta... hasta descalzos. Los ve uno caminando el centro, porque el gringo es una persona que no le da pena nada.

Javier: ¡Nojoda, mira! Ellos pasaron y no les dijeron nada; cuando nosotros pasamos en camiseta, pensamos que no nos iban hacer nada los policías, pero no.

Javier: La policía nos dijo: -sí tienen marihuana, navajas, cuchillos entréguenlos antes de hacerles una requiza... negros-. ¡Pero nosotros qué íbamos a entregar sino traíamos nada de eso!

Jeison: Una raqueta [requisa] buena nos dieron ese día.

William: ¿Y siempre es así?, ¿cada vez que ustedes salen por esas zonas turística, la policía los ve y los persiguen?

Javier: Muchas veces, ¡claro! Nos dan raqueta [revisan] porque creen que uno va ahí es para atracar, pero no, William; uno va es a divertirse en Bocagrande o en el centro. ¿¡Quién va ir a ponerse a robar si en esa zona hay mucho policía!?

William: Pero. ¿por qué creen ustedes que la policía los detiene a ustedes y no a otros?

Jeison: ¡Hay discriminación de raza, llave! [«llave», amigo]. William: Es muy probable que ese sea el punto, ¿no?

Jeison: ¡Ese es el punto! Discriminación de raza; por eso la policía nos vio sospechosos en la tierra nuestra; pero él gringo no es sospechoso en la tierra que no es de él.

William: Claro, esa es la respuesta.

Jeison: Él gringo no nació aquí y se siente como si lo fuera. William: ¡Claro!

Sobre los lugares que hacen referencia, ambos son zonas en su mayoría pobladas por la élite local: clase media-alta y extranjeros con alto poder adquisitivo, su procedencia étnica suele ser en su mayoría blanca/mestiza. La dimensión semiótica experimentada por los jóvenes de la periferia en su transitar por la ciudad revive en ellos el sentimiento de expulsión o no pertenencia que la jerarquía colonial ordenó desde un inicio en la división social del espacio y del trabajo, que tanto esclavos como indígenas se vieron sometidos, apropiándose o viéndose relegados a habitar en las periferias o en las afueras de los límites impuestos por las ordenanzas públicas. Ser objeto de sospecha por los sistemas de vigilancia masificados en esas zonas también expone, del otro lado, la dimensión semiótica que la institución pública y privada interpretan del mundo de la periferia, adoptando el mismo discurso de segregación, delimitación y discriminación sociocultural de la hegemonía política sobre las minorías étnicas, especialmente cuando se trata de la ocupación de un espacio planificado desde sus orígenes para la elite económica.

Para Jeison, el trato recibido por parte de la policía significa "discriminación racial". La omisión al abordar de la misma manera a los turistas extranjeros demuestra la explícita distinción entre aquellos considerados ciudadanos o personas dignas para transitar ese espacio. La intromisión progresiva del capitalismo enfocado en el turismo, y lo que eso representa en términos de poder adquisitivos, han convertido la ciudad en un lugar exótico para el turismo nacional y extranjero, lo cual encarece el costo de vida, privilegiando aún más estas zonas residenciales y comerciales, ampliando la brecha de segregación, instrumentalización y subalternización de la población desposeída materialmente. Ambos fueron potenciales sospechosos debido a su condición étnica, al estigma negativo que su estética genera a la policía dentro de un espacio urbano mayoritariamente blanco/mestizo. Pero este tipo de discriminación no sólo la sufren los jóvenes fuera del barrio, también en su interior:

Jeison: Otro día estando aquí mismo en Olaya-Rafael Núñez yo le estaba dando una explicación a un agente de policía, le dije: -Nosotros somos unos muchachos de acá que le colaboramos al barrio de esta manera con La Cívica y a ustedes les conviene que nosotros somos una alarma preventiva para ustedes-, y él me responde: -No conozco a nadie y no quiero hablar con nadie, coja su identificación que usted no es nada para mí: usted no me trata como igual-. Así me dijo el man, y después me dijo: -Ustedes son los propios vivos bobos-.

William: [Sorprendido] ¿Así te dijo el policía, aquí en el barrio?

Javier: Por eso es que acá en Olaya-Rafael Núñez no los respetan, hasta se tiran piedra con ellos. ¿Por qué?, porque ellos a veces vienen sin ningún motivo a pegarnos con sus bolillos o amenazarnos, y eso no puede ser así.

Jeison: Bueno, mira, no hace que pasaron tres meses, perdón, hace un mes y algo, apuñalaron a un chico aquí; él estaba trabajando por su casa; ellos pasaron y lo puyaron, le pegaron una puñalada por aquí [señalando el costado izquierdo de su espalda]. Yo no sé si el chico sigue en el hospital o en su casa... pero los tombos lo puyaron.

William: ¿Los mismos policías lo apuñalaron? ¡Es increíble!

Javier: Le pegaron una golpiza dura, le dieron hasta con palos y lo puyaron con una navaja de ellos, ellos mismo lo puyaron.

Mientras en los espacios de elite la discriminación sea explícita contra los jóvenes afrocaribeños pobres, en la periferia, tal y como se describe en el anterior diálogo, puede presentarse en brutales acciones violentas por parte de la policía, las cuales quedan impunes en la mayoría de los casos porque cuando los jóvenes se enfrentan contra esa institución, el complejo sistema penal exige pruebas a las que muchos de ellos no tienen acceso ni manera de demostrar su abuso, ni siquiera a ser representados adecuadamente por vías legales. Inocentes o culpables, la violencia que se presenta en la periferia proviene de todas las direcciones: institucional, cultual, política, económica o socialmente; la intersección étnica/racial atraviesa de inicio a fin las relaciones sociales de estos jóvenes dentro o fuera de la periferia. El terror que ejerce la policía en la comunidad es casi comparable al de las pandillas. La excepción a la norma marca una gran diferencia de ambos lados, tanto de La Cívica como de la policía, acciones criminales e ilegales se comenten bajo la sombra de los otros, sin que un verdadero reconocimiento sobre la vida de los jóvenes ofrezca salidas de justicia y dignidad, sino un castigo peor al de estar al margen de las políticas de bienestar del Estado.

Visto de otro modo, ¿quiénes se benefician de esta racialización? Desde un punto de vista unilateral, la respuesta a esta pregunta nos remite a una avanzada victoria del necropoder, la cual se ampara sobre la lógica de las guerras político-económicas que se fraguan en los linderos del neoliberalismo periférico, ratifica su supremacía sobre la precaria gestión biopolítica de los gobiernos locales y nacionales en su tardío intento por democratizar la concepción de ciudadanía plena, y principalmente, al permitir gobiernos paralelos que promueven el autoaniquilamiento étnico. Lo que esta lógica de guerra nos permite analizar devela la existencia de un sistema de administración de población racializado, es decir, la forma en que la necropolítica opera la convierte en una maquinaria funcional de lo que Goldberg (2002) llama Estado racial, permitiendo que se conserven y se legitimen regímenes étnico/raciales que alimentan la discriminación, el estigma y el racismo.

En su más reciente estudio Paulo César Ramos (2021) describe las estadísticas sobre homicidios en Sao Paulo (Brasil) centrándose en el orden racial de las muertes en esa megalópolis; contrariando las estadísticas, el autor demuestra una asimétrica balanza de muertes, situando en un promedio de 3 los homicidios cometidos contra jóvenes afrobrasileños en contraste con su contraparte blanco/mestiza de 1; es decir, de cada 4 asesinatos ocurridos en esas ciudad, 3 son jóvenes negros. Concluye que estas muertes están fundamentadas por un racismo institucional encarnado por la policía militar. En este caso en particular, el autor argumenta que se trata de una posible política institucional de exterminio, un genocidio sobre la población joven afrobrasileña, pero aclara que las vías de hecho para lograr este cometido pueden ser directas (policía matando) o indirectas (variadas formas). Esta última puede ser potenciada por la falta de empleos, ausencia de vivienda, saneamiento básico, condiciones de vida o atención médica, en resumen, por un alto grado de violencia estructural.

El punto de vista de César Ramos sobre las asimetrías en el porcentaje de homicidios diferenciados étnicamente en São Paulo, nos ofrece una perspectiva política y sociológica otra sobre una problemática similar manifiesta en las ciudades con mayor porcentaje de población afrocolombiana, sin embargo, faltan en el país investigaciones especializadas en las que la variable de etnicidad y juventud sean cruzadas con el índice de homicidios. En un estudio comparativo sobre los patrones de mortalidad de la población afrodescendiente y blanco/mestiza en Cali (Colombia), Fernando Urrea et al.(2015) son concluyentes al afirmar que:

Los hallazgos del estudio sí permiten establecer fuertes desigualdades en las trayectorias de vida y muerte de la gente negra versus la gente no negra en Cali y el Departamento del Valle, señalándose además que este es un factor de inequidad social que incide en la vida urbana y regional. (p. 163)

A pesar de que en este estudio no se proporciona mayor información que nos facilite describir los factores determinantes sobre esta balanza de muertes, no se excluyen elementos de corte socioeconómico y racial para explicar ese fenómeno en Cali. A diferencia de Brasil, la intromisión de los marcadores étnicos en los formatos de reconocimiento de minorías en Colombia han comenzado a ser implementados recientemente en las instituciones públicas encargadas de llevar el control legal y científico sobre los homicidios17, aspecto que apenas está arrojando indicadores sobre el número de homicidios cometidos contra población afrodescendiente, indígena y demás18. En ambos casos podemos observar una preponderancia en términos de clase sobre la procedencia socioespacial de los sujetos muertos o asesinados, pero mientras Ramos sustenta su tesis sobre la base de un genocidio institucionalizado que parte de una política vertical de exterminio, los gobiernos privados al servicio de la necropolítica de Estado han facilitado la descentralización de las formas de muerte y terror que se vive en las periferias del Caribe colombiano hacia una dinámica horizontal.

En el caso brasileño existe una tendencia objetiva de aniquilamiento de la juventud negra, en Colombia hace falta profundizar en estas estadísticas para confirmar la existencia de ese tipo de balanza, pero haciendo una estimación sustentado en mis registros de campo es muy posible que ésta sea la tendencia en Cartagena. Lo que sucede en esta ciudad puede leerse en clave necropolítica porque a diferencia de lo que sucede en Sao Paulo la forma de asociación criminal en las periferias se mantienen al margen de un discurso político que dialogue horizontalmente con otras formas de poder como es el caso de la facción criminal paulistas Primeiro Comando da Capital (PCC); ante la ausencia de un proyecto identitario e ideológico claro la consolidación de un enemigo o rival adopta la difusa formación que se presenta en el boro, creando un escenario de desconcierto sobre las rivalidades, las cuales terminan volcándose sobre sí mismas, produciendo un movimiento de aniquilamiento que fluye de abajo hacia arriba y viceversa. Dando continuidad al recorrido de la noche con Jeison, me recomendó visitar otros lugares en Olaya-Rafael Núñez en donde podría ser testigo directo de ver a la policía recibir dinero de parte de microtraficantes:

Jeison: Para que sepas de verdad lo que ocurre aquí puedes venir una tarde y quedarte en la casa [señalando el lugar], allá del otro lado, justo en la curva de la calle, ahí en esa curva es donde se presentan todos los atracos. Yo tengo una amiga por allá; quizás hablándole del tema te hospeda en su casa y desde la ventana ves todo.

William: Me parece bien, ¿pero qué es lo que voy a ver?

Jeison: Puedes ver a los tombos cuando reciben plata... muchas cosas que están pasando aquí. ¿Sí me entiendes?

William: ¡Sí, claro!

Jeison: Todo eso y la discriminación que aquí hay por parte de ellos hacia nosotros y la gente.

William: Aunque a veces creo que el tema del racismo es algo jodido de descifrar en Olaya-Rafael Núñez, he llegado a pensar que incluso la propia gente no se siente discriminada, no acepta el hecho de que todavía existe racismo y sobre cuando es de la policía contra los jóvenes.

Jeison: No, William, te equivocas, aquí, suponiendo, el racismo está en una misma tienda. tú lo puedes ver cuando entras a una tienda de costeños (afro-descendientes) y luego a una tiende de cachacos (blanco/mestizos), el trato del costeño es muy diferente; en cambio, los cachacos nos ven como negocio, como diciendo: -estos son los que me compran y tal-, y de pronto tú les pides un favor o alguna cosa y ellos dicen: -no puedo, no, yo no tengo negocio para fiar.

William: Tienes toda la razón; de hecho, la mayoría de las tiendas son propiedad de cachacos.

Jeison: Siempre hay un racismo. Tú ves que llega una persona de pronto de allá de donde son ellos y se le hace más fácil la comunión, la comunidad y a esa persona le prestan cualquier servicio, incluso hasta dinero.

Aunque no pude ver de cerca la corrupción de la policía, era evidente para la comunidad que sus actividades de vigilancia en el barrio permitían la venta, distribución y posesión de drogas ilícitas en los lugares de mayor comercio. Su discriminación hacia los jóvenes de la periferia se transforma en una transacción comercial al negociar con ellos y los microtraficantes su permanencia en el lugar a cambio de una cuota quincenal o mensual sobre sus ganancias, permitiendo así su continuidad. De tal modo, la discriminación o el racismo pasa a movilizarse según los intereses materiales que encuentren de por medio los bandos opuestos, esta fue la contante que observé en Olaya-Rafael Núñez.

La intromisión del capitalismo en la vida cotidiana de las periferias se ve atravesada por las jerarquías del comercio y el poder adquisitivo de las personas, sumado al capital delictivo y las estrategias de negociación que se establecen en la socialización interinstitucional ilegal y clandestinamente, lo que auspicia la vitalidad de un mercado negro de armas y la gestión territorial de las ganancias que se generan en ese intercambio de favores. Corrupción ética/moral o debilidad institucional, los tentáculos de la necropolítica se pueden infiltrar, incluso, hasta en las instituciones más sólidas, tergiversando el ideal político de su función pública, de extremo a extremo; siendo crueles, asesinos o villanos, salvadores, justos e indispensables con y para la comunidad. Visto de desde este enfoque, la antipatía y rechazo que expresa la comunidad contra la policía, junto con su brutalidad, discriminación racial y/o corrupción, puede ser comprendido como la extensión pragmática de la máquina del terror en que el Estado se ha convertido desde adentro, víctimas también de la simbiosis letal de la violencia estructural.

Por otro lado, el mismo proceso, pero con otro componente, recrea o produce la segregación o el racismo mediante un interaccionismo simbólico violentamente fundado y desplegado frente a la concepción cultural que se tiene del otro, representación asimétrica, diferenciada según el lugar de enunciación o espacio de distinción jerárquica. Por esa razón, para Jeison, el racismo está tan presente en la vida cotidiana que percibe hasta en el comercio minorista/mayorista que se desarrolla en Olaya-Rafael Núñez , la cual está en manos de personas y familias que vienen de otras regiones del interior de Colombia, donde la población mayori-tariamente se reconoce blanco/mestiza19. La motivación principal de estos comerciantes al llegar a las periferias gira en torno al acumular dinero, "un negocio" diferente a la solidaridad que para él representa la identidad afrocaribeña, que facilita el intercambio de favores, la flexibilidad en la idea de la acumulación, la ganancia o el gasto económico. Es interesante observar aquí cómo Jeison analiza la relación del dinero con la cultura cuando señala que su "gente" tiende a ser más solidaria que los foráneos, quienes a su parecer agudizan las diferencias interculturales con base en diferencias materiales, justificando así medios; modos, formas de organización e interacción que impulsan la segregación étnica/racial.

A modo de conclusión

Fundamentado mi argumento desde la perspectiva histórica que analiza el desarrollo económico desigual del auge de las naciones en el sistema-mundo contemporáneo (Wallerstein, 1997), la disposición geopolítica de la dualidad centros/ periferias continúa siendo un referente fundamental para pensar las contradicciones del capitalismo en los países en vías de desarrollo. Como consecuencia de este largo proceso de subalternización y modernidad tardía, me respaldo en la idea de Estado racial de David Goldberg (2002) para pensar la base epistémica que fundamentó los pilares de las naciones postcoloniales, en los cuales aún perviven en la dimensión cultural, política, subjetiva y psicocognitiva de sus poblaciones, aunque no explícito, una racialización y racismo cotidiano representado en las formas de exclusión, segregación estructural y estigmatización que sufren principalmente los jóvenes de las periferias. A través de la lectura que hice de la vida cotidiana de mis interlocutores observo la herencia de este sistema jerárquico de distinción y deposición étnica que tiene como punto de encaje el necropoder.

Si bien la discriminación que sufren estos jóvenes por parte de la comunidad y la sociedad es una constante, he descubierto que los estigmas, las etiquetas, los señalamientos o los juicios de valor que recae sobre ellos contienen un fuerte componente étnico/racial. El largo proceso de marginación y atomización del tejido comunitario ha incidido en el desarrollo lento por la apropiación colectiva de sus derechos ciudadanos, movimientos y demandas sociales.

El hecho de que algunos de mis interlocutores no encontraran relación entre pobreza y etnicidad, o que ni siquiera se cuestionaran autorreflexivamente sobre su posición de clase frente el resto de la población y la ciudad, epistémica y antropológicamente refleja la tesis que Franz Fanon (2009) plantea en su reconocido libro Piel negra, máscaras blancas. Con base en ello podemos establecer un paralelismo entre la lucha emancipatoria argelina contra el colonialismo francés de mediados del siglo XX, y la búsqueda de la población afrocaribeña en Colombia por incorporarse en un escenario urbano en donde aún en el siglo XXI la concentración de la riqueza y la segregación étnico/racial recuerdan un tipo de orden jerárquico colonial. Según Fanon, el oprimido incorpora la lógica sociocultural del dominador, dispositivo de poder que se sobrepone al largo legado de subordinación estructural para blanquear su identidad como oprimido en un escenario económico y urbano en el que, además, no hubo una transición gradual de su identidad laboral, sino el salto de un modo de producción esclavista hacía una periférica industrialización, y luego extendida economía de servicios y turismo, es decir, de esclavos a lumpenproletarios, a menos de un siglo de abolirse la esclavitud. La subordinación se extiende conforme la periferia avanza, conforme la marginación se incrementa, conforme las paradojas de la economía política del Estado chocan con la vigencia sistèmica de una relegación étnico-estructural latente cultural y epistémicamente en la vida cotidiana. Este ha sido uno de los principales propósitos que he querido demostrar en este texto, las asimétricas representaciones de una violencia simbólica y racial desbordada, principalmente sobre la población joven de las periferias, que sufre las peores cargas discriminativas de ese racismo cotidiano.


Notas

1 Este artículo es el primero de una trilogía de documentos que tienen como finalidad sintetizar los principales resultados de una investigación intitulada Pandillas en la periferia: necropolítica, cultura del terror y violencia en el Caribe colombiano, documento que será publicado en versión libro con otro título en 2022.

2 La trayectoria sobre los estudios de la violencia en Colombia data de los años 50, y se divide en dos periodos, antes y después de la institucionalización de las ciencias sociales. Léase Cartagena (2016) y CEV Ferry (2012). También los informes de la Comisión de Estudios sobre la violencia Colombia: Violencia y Democracia (2009); Pacificar la Paz: Lo que no se ha negociado en los acuerdos de paz (1992); Pasado y presente de la violencia en Colombia, Peñaranda, (1997); el clásico de mediados del siglo XX La violencia en Colombia (tomos I y II), M. Guzmán, O. Fals Borda y E. Umaña (2005). Retomando el argumento de Catalina Cartagena (2016), ella dice: "En resumen, los "violentólogos" aparecen como resultado de varios factores, entre los más notables, la especialización del conocimiento sobre la violencia, la demanda gubernamental de servicios profesionales y estudios expertos financiados por el Estado y la concentración de los intelectuales en una institución avalada y creada por la universidad pública. En ese panorama, la consolidación de la "violentología" y los "violentólogos" se convierte en pieza clave para el proceso de construcción de nociones sobre la violencia y la paz, que más adelante van a incidir en la definición de planes gubernamentales de desarrollo y políticas sociales. Esas nociones empiezan a reconocer, por un lado, las causas estructurales del conflicto y, por el otro, una multiplicidad de expresiones de la violencia que sobrepasan la ya conocida dimensión política" (p. 127).

3 El estilo narrativo en este artículo se conjuga en primera persona y tercera persona del plural. La conjugación de ambos estilos obedece al carácter etnográfico de su metodología, en el cual prevalece la vos del autor como connotación de autoridad. Este tipo de narrativa suele ser recurrente en las investigaciones que tienen como fundamento empírico evidencias metodológicas etnográficas, aún más cuando se trata de investigaciones de la disciplina antropológica. La tendencia de este tipo de estilo narrativo aún continúa siendo marginal en Colombia y Latinoamérica, mientras en las ciencias angloeuroamericanas su uso es casi que total, con especial recurrencia en el caso disciplinar mencionado

4 Orlando Fals Borda (1925-2008) y Camilo Torres fundaron el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia en 1959.

5 Rafael Núñez, hace parte de uno de los 14 sectores que conforman la unidad comunera 5, mejor conocido como el barrio Olaya Herrera, este barrio se sitúa territorialmente en la localidad 2: de la Virgen y Turística, siendo uno de las locaciones más pobres, violentas y peligrosas de Cartagena. (Favor, revisar lo resaltado. No está claro. ¿Se refiere a localidad 2 o al barrio Olaya Herrera? ) Para simplificar la división político-territorial-administrativa en la cual se constituye la ciudad de Cartagena opté por el binomio Olaya-Rafael Núñez .

6 En este artículo nombró algunos de los más relevantes interlocutores, pero no todos.

7 Esta institución patrocinó desde un inició mi investigación; su impacto e intervención social ejerce una cobertura significativa en el sector Olaya-Olaya-Rafael Núñez. No obstante, debido al análisis crítico de este trabajo, he optado por no exponer su nombre, protegiendo, de este modo, a mis interlocutores que trabajan o tienen relación con esta institución de posibles sanciones. La llamaré simplemente ONG. El nombre de las personas aquí nombradas también ha sido modificado, ninguno corresponde a su verdadero nombre e identidad.

8 Para simplificar la lectura he acortado el nombre completo de la ciudad, oficialmente llamada: Distrito Turístico y Cultural de Cartagena de Indias. Es la capital del departamento de Bolívar, uno de los 32 que componen el territorio colombiano. Según las proyecciones, en 2017 la población en Cartagena se estima en 1.013.375 habitantes. Véase los datos oficiales en: https://www.dane.gov.co/ .

9 "Los índices de pobreza de Cartagena cayeron de forma sostenida entre 2008 y 2015. De acuerdo con los datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), la pobreza monetaria pasó de 40,2 % a 26,2 %, y la pobreza monetaria extrema disminuyó de 6,9 % a 4,0 %, respectivamente. A pesar de este avance, la ciudad está aún lejos del promedio de las trece principales ciudades, donde la pobreza monetaria cayó de 36,2 % a 15,4 % y la extrema pasó de 7,6 % a 2,7 % para el mismo período. En 2016 ambos indicadores aumentaron más en Cartagena que en el promedio de las ciudades principales. La pobreza monetaria llegó a 29,1% y la pobreza extrema a 5,5 %, reflejando un incremento de 2,9 y 1,5 puntos porcentuales respectivamente entre 2015 y 2016" (García y Roca, 2016).

10 Invasiones, barrios marginales o comunas son los nombres habituales empleados en Colombia; en Brasil se llaman favelas, en Argentina "villas miseria", en México "colonias populares", en Perú y Venezuela "ranchos".

11 Véase de Orlando Deavila los artículos Construyendo sospechas: imaginarios del miedo, segregación urbana y exclusión social en Cartagena (2008) y Los desterrados del paraíso: turismo, desarrollo y patrimonialización en Cartagenaa mediados del siglo XX (2015). (Como en las Referencias aparecen registrados dos trabajos de este autor de este mismo año, favor, aclarar si en este caso es 2008a o 2008)En este caso 2008

12 Por razones de precisión geográfica haré uso de esta categoría para hacer referencia únicamente a la población afrocolombiana que habita al norte del país (Costa Atlántica), conocida como región Caribe. Además, es importante resaltar que el porcentaje de población que se autorreconoce afrodescendiente corresponde al 36.5% del total de la población nacional, ubicando a Colombia en el tercer país con mayor población afro en el continente americano después de Estados Unidos y Brasil. En 2005, de acuerdo con el más reciente censo realizado por el Departamento Nacional de Estadística (DANE), la población afro en Colombia representaba el 10,6 % de la población nacional, es decir, 4. 316. 592 personas (véase la página www.dane.gov.co.).

13 En este punto, Lo'ic Wacquant, en uno de sus reconocidos libros, Las cárceles de la miseria (2004), aunque se especializa en la sociedad norteamericana y francesa, el alcance epistémico del concepto que tiene sobre el gueto me inspira a comprender comparativa y combinadamente el desarrollo de la marginalidad urbana en sociedades tanto avanzadas como periféricas, pero desde una perspectiva crítica.

14 Amplia es la contribución académica de Javier Auyero sobre argentina (2001, 2003, 2007, 2009a, 2013, 2013b, 2015); el clásico trabajo de la mexicana Larissa de Lomnitz Cómo sobreviven los marginales (1978); Pobreza, desigualdad y exclusión social en la ciudad del siglo XXI (Alicia, Patricia y Rolando, 2008); desde Brasil Gabriel Feltran (2011), Fronteiras de Tensão. Política e violência nas periferias de São Paulo. También véase Sobreviver na adversidade: entre o mercado e a vida (Hirata, 2010). (En vez de los nombres, escribir los apellidos) Daniel Hirata, Rolando Cordera Campos (coord.), Patricia Ramírez Kuri (coord.), Alicia Ziccardi (coord.), Leonardo Lomelí Vanegas (coord.)

15 Opresión políticoeconómica crónica y desigualdad social enraizada históricamente, que incluye desde acuerdos comerciales de explotación económica internacional hasta condiciones de trabajo abusivas y altas tasas de mortalidad infantil. (Citado en Bourgois, 2005, p. 14).

16 Traducción personal: "Una de las evasiones más reveladora en estas dos últimas décadas del pensamiento sobre la raza ha afectado casi por completo el silencio teórico que hay sobre el Estado. No sólo la forma en que el Estado está implicado en la reproducción de las condiciones más o menos locales de exclusión racial, sino cómo el Estado moderno se ha concebido siempre como una configuración racial. El Estado moderno, en definitiva, no es nada menos que un estado racial. Es un Estado o un conjunto de condiciones ambientales socio específico. Por lo tanto, en un sentido, no hay fenómeno totalizador singular que podamos nombrar Estado racial; más precisamente, hay Estado racial y Estado racista. Sin embargo, es posible, a la vez, insistir en que se dan las condiciones generalizables en virtud del cual el Estado moderno se concibe como racial y racialmente excluyente y racista".

17 Tal es el caso de Medicina Legal a lo largo y ancho del territorio nacional, institución encargada de prestar auxilio y soporte científico y técnico a la administración de justicia en todo el territorio nacional en lo concerniente a medicina legal y las ciencias forenses.

18 La tardía implementación de estos indicadores también se constituye como una forma de racismo institucional al invisibilizar u homogenizar las pluralidades étnicas en un solo espectro identitario.

19 Especialmente de los departamentos de Antioquia, Cundinamarca y Boyacá.


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