Revista Psicologia Desde El Caribe

ISSN Electrónico:2011-7485
ISSN Impreso:0123-417X
Nº 20 Agosto-Diciembre de 2007


Editorial

La compleja situación de la universidad en la sociedad contemporánea no es una realidad nueva. Por un lado, su naturaleza formadora, su historia, que sigue los pasos que recorre la sociedad, y su misión de desarrollo integral de las personas, la empujan hacia un proyecto educativo que incluye elementos de la tendencia globalizante de la sociedad de hoy. Por otro lado, la inmersión en la abrumadora realidad mercantilista que parece regir todos los destinos, atenta minuto a minuto contra lo más esencial de la naturaleza de la institución universitaria: su autonomía. Una renuncia tan fundamental implica no sólo hacer concesiones en la toma de decisiones sobre los procesos de formación de los estudiantes con quienes tiene comprometida su palabra, sino también ceder espacios del libre y amplio pensar, que oxigenan la sociedad cuando el momento de la construcción de conocimientos, redunda en beneficio de la toma de decisiones, la crítica propositiva y la solución de problemas concretos.

La evolución de la universidad, desde aquella institución de origen medieval que intentaba abordar los cuestionamientos propios de su tiempo, hasta la universidad de hoy, abocada a la diversidad y complejidad de los procesos actuales, propició un cambio importante que evidencia la esencia dinámica de esta institución; pero también existen ciertas constantes que la reafirman en su sentido fundamental: su capacidad de ajuste a los tiempos (aun cuando estos cambian, ella cambia al ritmo de los tiempos) y en el fondo de lo anterior, su interés por el ser humano que forma, inmerso en cada una de las épocas.

Sus dos preocupaciones, una realidad cambiante y un hombre cambiante, obligan a la universidad a recrear permanentemente su proyecto formativo, tratando de conservar su intención de apertura a la diferencia, la integralidad en sus propósitos educativos y su capacidad para armonizar con el entorno, en este caso alienante, sin aniquilar con ello su necesaria autonomía y sin que la rutina propia de las sociedades caracterizadas por una dinámica de mercado, terminen llevándola a un suicidio no deseado.

En esta línea de ideas, es insoslayable que la universidad se pregunte en forma recurrente por el sentido de la educación y por el rumbo de sus acciones y sus intenciones. Desde hace algún tiempo se ha venido presentando una revolución científico-tecnológica en medio de una imparable tendencia a la internacionalización del conocimiento, coherente con las metas de la globalización económica. La universidad ha estado interrogándose sobre su papel en la sociedad de hoy y sobre la mejor forma de cumplir con sus compromisos, de tal manera que pueda contribuir positivamente con la construcción de una comunidad cada vez mejor estructurada, con más herramientas científicas para trabajar por este propósito y con personas que desarrollen su potencial humano y académico, en pro de una comunidad verdaderamente educada para sus tiempos.

Esta sociedad del conocimiento implica variados retos, difíciles de superar a partir de una formación en extremo especializada y, menos aun, individualizada en su acción o su práctica. Lo pensable, entonces, es una educación basada en procesos interactivos que acerquen las disciplinas para pensar y abordar juntas la comprensión de la realidad, y una educación centrada en conocimientos y competencias básicas, que además de darle al estudiante elementos fundamentales para estructurarse sólidamente, le permitan la tan necesaria flexibilidad y movilidad hacia fenómenos diversos, aplicaciones amplias del conocimiento para la solución de problemas variados, insertos en un entorno que abarca más allá de nuestra realidad local o nacional, y un desarrollo conceptual, procedimental y actitudinal básico y general, ajustable a cualquier escenario.

Para apoyar la idea sobre la idoneidad y ventajas de la formación básica general y básica profesional, retomamos textualmente lo planteado en el Plan de Desarrollo 2003-2007 de la Universidad del Norte, sobre aquello en lo que debe centrarse un currículo: "en el desarrollo de una estructura de pensamiento, de conocimiento, de criterio, de valores para lograr la autonomía intelectual y moral de los estudiantes, es decir, su desarrollo humano; se concebirá la profesión al servicio de la humanidad y no al contrario. No se trata de desarrollar la ciencia por la ciencia, sino ésta al servicio del hombre y la mujer entendidos como individuos sociales, cuyo horizonte es el disfrute de una vida autónoma en perspectiva universal".

Lo anterior implica que la Universidad debe constituirse en el espacio con mirada humanista por excelencia, es decir, con visión interna y externa, cuyo horizonte sea la consolidación de áreas de formación en humanidades, historia y filosofía, que atraviesen los planes de estudio de las diferentes profesiones, fortaleciendo la defensa de lo humano por encima de las condiciones alienantes de una sociedad mercantilista. Igualmente, propender por la formación en ciencias básicas como las matemáticas, la química, biología, etc., que le permitan al estudiante sentirse un cómodo viajero por el sorprendente y disímil universo social y científico, participando con argumentos sólidos, flexibles y eficientes, en el proceso de hacer realidad un mundo mucho mejor para vivir.

Consuelo Angarita Arboleda
Kary Cabrera Doku
Editoras

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Revista de la División de Psicologia de la Universidad del Norte
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