ISSN 0123-417X e ISSN 2011-7485 No. 1, julio-diciembre 1998 Fecha de recepción: Abril de 1997 |
El significado de la muerte para niños que han vivido la violencia*
Consuelo Angarita A. **
* Participaron como coinvestigadores las estudiantes: Berthelina Maduro, Olga Benítez, Erika Ripoll y Claudia Guerrero.
** Psicóloga y Magistra en Desarrollo Social de la Universidad del None y de la Universidad Paris XII. Docente del Departamento de Psicología de la Universidad del Norte. (Dirección: Uninorte Km5 via a Puerto Colombia, Barranquitla, Colombia)
Resumen
Esta investigación describe el significado que tiene la muerte para niños de sectores de pobreza que han vivido de cerca la violencia.
Se realizó con niños con edades entre 6 y 12 años, 32 casos de ambos sexos, ubicados en barrios de la ciudad de Barranquilla que se caracterizan por albergar familias que por desplazamiento u otras circunstancias de violencia reunían las condiciones requeridas para la investigación.
La información se recogió mediante la técnica de entrevista, reconstruyendo las historias de vida y enfantizando en aspectos referentes a las relaciones interpersonales, sentimientos y conceptos asociados a la muerte, circunstancias de aproximación a ésta y experiencias relevantes derivadas de ello.
Para la comprensión del fenómeno se partió de una concepción bruveriana del significado, entendido éste como un sistema moldeado por estados intencionales de una persona en los que se plasman los elementos simbólicos de la cultura. Por otra parte, se concibe la violencia como un espacio cotidiano de la vida social que cobra sentido cuando se busca su significado en el mundo circundante. Apoyándonos en Berger y Luckmam, se enfantiza en la intersubjerividad, en el valor que tiene en la vida cotidiana la interacción y la comunicación con los otros y, en este sentido, en la posibilidad que tiene cada acto humano de hacer presencia en la vida y modificar el mundo.
En síntesis, esta investigación nos describe un panorama en el que niño:
- Desvaloriza la vida
- Permanece en estado de alerta anticipando el peligro
- Mantiene actitudes de desconfianza ante todos
- Concibe la autoridad como un peligro más
- Comprende la muerte con una visión concreta y realista
- Las mediaciones y explicaciones religiosas no son significativas
- Adoptan posiciones contrarías, la agresividad o apatía, según cada caso A pesar de todo muestran esperanza por el cambio
Palabras claves: Violencia, muerte, psicología infantil.
Abstract
This research project describes the meaning that death has for children from poor areas and who have had a close contact with violence.
It was conducted with 32 cases of children from both sexes, aged 6-12, selected from neighborhoods in Barranquilla that are characterized for hosting families that meet the required criteria for our research, for either having been forced out of their land or due to any other violence-related circumstance.
Information was gathered through interviews, reconstructing biographies, and emphasizing in aspects related to interpersonal relationships, feelings and concepts related to death, close calls, and relevant experiences derived from the latter.
In order to understand the phenomenon, a brouwerian concept of meaning was initially taken, considering such as a system shaped by the willing states of a person in which the symbolic elements of culture are logged.
On the other hand, violence is conceived as an ordinary space in social life that makes sense when a meaning is searched in the surrounding world.
Supported on Berger and Luckman, emphasis is made on the intersubjectivity, on the value that interaction and communication with others have in everyone's daily lives, and on the possibility that each human act has to be present in life and to modify the world.
In synthesis, this research project describes us a scope in the one that the children:
- They devaluate the life.
- They remain in alert state anticipating the danger. They conceive the authority like a danger more.
- They understand the death with a concrete and realist vision.
- The mediations and religious explanations are not significant.
- They adopt contrary positions, the aggressiveness or the apathy, according to each case.
- In spite of everything they show hope for the change.
Keywords: Violence, death, child psychology.
Introducción
En algunos casos comunes en nuestros niños latinoamericanos, la experiencia de vida se limita a ser un acto de sobrevivencia ante el cual vencer la muerte es un reto. La muerte misma se correlaciona negativamente con las condiciones económicas, ambientales, sociales y, en suma, con el desarrollo individual y grupai de estos niños.
La característica fundamental de sus condiciones de vida es la desigualdad, y como ya lo expresaron de manera tajante Galbraith (1962) y Freire (1970), citados por Amar (1986), con esa desigualdad se produce un sentimiento de degradación firmemente internalizado, que ubica el valor de la vida muy por debajo de los parámetros de lo que la sociedad considera aceptable. La necesidad de preocuparse por soluciones urgentes para la supervivencia genera una tendencia a trabajar sobre estrategias de adaptación y funcionamiento a corto plazo que garanticen la vida, sin que la muerte y en esencia el futuro ocupen parte del espacio de las preocupaciones de quienes viven en estas circunstancias. Los sentimientos consecuentes de desvalorización de la vida derivan en una concepción de muerte tan sólo como una forma de descanso, y en algunos casos de delincuencia temprana, como una forma de «pagar deudas».
Con esta realidad que viven nuestros niños, la violencia es tristemente un fenómeno cotidiano y forma parte de ese desorden consentido que es la historia de nuestra sociedad colombiana, llena de pérdidas y muertes que se transforman en cultura y se perpetúan y transmiten indefinidamente. Este legado nos cuestiona sobre los elementos que impiden la resolución de los conflictos de manera no violenta, y conforman una problemática social relevante que amerita el trabajo interdisciplinario comprometido y la preocupación del psicólogo, que es quien en esencia tiene como objetivo el conocimiento de la persona, enmarcada en un contexto particular que le da sentido a todos sus actos.
Fue asi como surgió la idea de realizar una investigación que tendría un doble propósito académico: servir como tesis para obtener el título de magistra en Educación de la Universidad de París XII a la autora de este artículo, con la orientación del Dr. José Amar, y servir además como tesis para optar al título de Psicólogas de la Universidad del Norte de Barranquilla a cuatro excelentes egresadas bajo mi dirección: Berthelena Maduro de Salom, Claudia Guerrero, Olga Benítez y Erika Ripoll.
Objetivo
Analizar el significado de la muerte para los niños de sectores de pobreza enfrentados a la violencia.
Variable
Significado de la muerte.
El significado es un fenómeno mediado culturalmente, cuya existencia depende de símbolos compartidos. No sólo depende de un signo y un referente sino también de un interpretante: Representación mediadora del mundo en función de la cual se establece una relación entre el signo y referente. 1
Sistema que se ocupa no sólo del sentido y de la referencia sino también de las «condiciones de felicidad». Es decir, las condiciones mediante las cuales las diferencias pueden resolverse invocando las circunstancias atenuantes que dan cuenta de las interpretaciones divergentes de la realidad. 2
El significado de la muerte podría comprenderse como la vivencia cercana a la muerte moldeada por los estados intencionales de una persona en los que se plasman los sistemas simbólicos de la cultura (lenguaje, explicaciones lógicas y patrones de vida comunitaria).
Tópicos explorados
- Concepto de muerte : universalidad, terminalidad, reversibilidad.
- Sentimientos ante la muerte: de dolor, de miedo, de venganza, de identidad cultural e individual.
- Experiencias : proximidad del niño ante los hechos; contexto en el que suceden los hechos.
- Relaciones interpersonales a partir del enfrentamiento con la muerte:: cara a cara Vs. anonimato, mediaciones y mediadores en la comprensión de los hechos.
Metodología
Tipo de investigación:Descriptiva, trabajada mediante estudio de casos.
Sujetos:Niños de ambos sexos, de nivel socialeconómico bajo, con edades entre 6 y 12 años, que han tenido experiencias cercanas a muertes violentas. Se trabajó con 32 niños escogidos intencionalmente, ubicados en barrios pobres o sectores de Barranquilla creados para familias afectadas por la violencia.
Técnicas utilizadas: Observación directa, historias de vida, entrevistas semiestructuradas.
Resultados
Antes de presentar el análisis de los resultados es necesario señalar que en este estudio la construcción de significado está vista desde el mundo de la vida cotidiana, que como bien señalan Berger y Luckmann: «No sólo se da por establecido como realidad por los miembros de la sociedad en el comportamiento subjetivamente significativo desús vidas. Es un mundo que se origina en sus pensamientos y acciones y que está sustentado como real para éstos»3
En el mundo cotidiano de las relaciones interpersonales, es decir, todas las interacciones del niño con personas a su alrededor, se encontró que en lo relativo a la muerte, éstas se ven limitadas por las prohibiciones existentes de manera tácita y explícita para hablarles a los niños del tema, lo cual, ante la ausencia de explicaciones, da lugar a que sea la imaginación y la fantasía, mezcladas con lo crudo de la realidad, las que van construyendo un significado de la muerte plagado de fantasmas, miedos e incertidumbres.
Las explicaciones que se le dan al niño acerca de la muerte son mínimas, pero precisamente por ser escasas y por provenir de aquellas personas determinantes en el proceso de socialización del niño tienen el carácter de indelebles y permanecen en su explicación del mundo y de la muerte.
Por medio de la socialización primaria el niño internaliza el mundo tal como se lo presentan sus primeros significantes.
El mundo internalizado en la socialización primaria, se implanta en la conciencia con mucho más firmeza que los mundos internalizados en socializaciones secundarias. Por mucho que el sentido de inevitabilidadpueda debilitarse en desencantos posteriores, el recuerdo de una certeza ya nunca repetida —la certeza de los primeros albores de la realidad — sigue adherido al mundo primero de la niñez. De esa manera la socialización primaria logra lo que (retrospectivamente, por supuesto) puede considerarse como el más importante truco para inspirar confianza que la sociedad le juega al individuo4
Esa fe ciega que los niños depositan en lo que afirman sus padres se ve reflejada en muchas de sus respuestas, que se convierten en mezcla incoherente de las explicaciones que han recibido (en un intento de sus padres por calmar la ansiedad y ahuyentar el miedo que la omnipresencia del peligro conlleva) y las realidades a que se ven enfrentados por esa misma omnipresencia.
Ejemplo de ello es la idea que se presentó reiteradamente entre los niños acerca de que a los que matan es gente mala; idea que se presentó en un alto porcentaje de respuestas, mezclada en muchas ocasiones con otras que la desmienten, sin que esto implique aparentemente ninguna contradicción para los niños. Para ellos, la afirmación de lo uno no implica la negación de lo contrario: «A la gente la matan por mala; pero mi papá no era malo».
En contraste con esta idea que parece ilógica pero que tiene su explicación desde lo profundo de las inrernalizaciones que tienen lugar a través de la socialización y que dan la impresión de que el niño está desubicado con respecto a la realidad, se encuentran otras que demuestran lo contrario. En efecto, estos niños están perfectamente conscientes de que el peligro de muerte es general (y no limitado a los malos), y de que ellos mismos están incluidos entre las víctimas potenciales (aunque no sean malos) , pues un 91% expresó que los niños se pueden morir porque los matan.
Al explorar acerca de las inquietudes que se plantean estos niños a propósito de la muerte, un 54% no preguntó nada. Sin embargo, más que a falta de interés, esto parece obedecer, de acuerdo con sus respuestas, a lo implícito de la prohibición para abordar lo relacionado con el tema de la muerte. Estos interrogantes no pueden ser resueltos en el seno de la familia; siguen formando parte de las inquietudes del niño, el cual busca resolverlos a su manera por los medios de que dispone.
A pesar de este silencio que aparentemente busca mantener al niño al margen de la vivencia de la muerte, éste es perfectamente consciente de su realidad, pues aunque no se exprese con palabras, la subjetividad de los otros le es accesible mediante una gran cantidad de síntomas, los cuales, debido a la falta de explicaciones, puede interpretar arbitrariamente. Ninguna otra forma de relación puede reproducir la abundancia de síntomas de subjetividad que se dan en la situación cara a cara. Solamente en este caso la sujetividad del otro se encuentra decididamente próxima5
En esta intersubjetividad, el niño se va apropiando de los modos de actuar de los adultos en lo referente a la muerte, como resultado del proceso de socialización en el cual va adquiriendo gradualmente los modos de ser de quienes lo rodean, en un intento por conformar su conducta o lo que se espera de él. Como en el caso de la muerte las comunicaciones son muy escasas, como consecuencia de la prohibición del tema, el proceso de socialización del niño se ve sensiblemente debilitado, porque no se produce el intercambio de ideas y no se le da la oportunidad para que llene los vacíos, sino que se ve obligado a llenarlos de manera supérflua con lo que sus coetáneos le comunican, o con los fragmentos sueltos que escucha de los comentarios de los adultos.
A pesar de que la muerte es un tema prohibido, los niños se ven enfrentados cotidianamente a su inminencia a través de las conductas de sus padres y en general de los mayores, en la forma de prevenciones y advertencias que los hacen conscientes del peligro y los límites en sus relaciones sociales, en un intento por protegerlos de los efectos de la violencia.
Esto lo observamos en sus manifestaciones de temor ante el peligro cuando expresan que sus padres no los dejan salir a la calle ni alejarse de la casa por miedo a que les suceda algo, o porque «hay mucha violencia», o porque de noche «se oyen tiros y al día siguiente aparecen los muertos».
En contraste con este silencio alrededor de la muerte, se encuentra en ocasiones una actitud en los mayores que se le opone radicalmente: el permitir que los niños sean espectadores de las consecuencias de la violencia de la manera más cruda. Les permiten presenciar el estado en que quedaron las víctimas, e incluso, cuando se trata de familiares cercanos, se da el caso de llevarlos aun en contra de su voluntad «para que vean lo que les hicieron». Tal es el caso de Joselín, una niña de 9 años, quien fue llevada por su abuela a la edad de 3 años a ver a su madre muerta, la cual había sido violada y posteriormente asesinada y le habían introducido un palo por la vagina. Ante la sola mención de su madre, Joselín tiene fuertes reacciones nerviosas y de ansiedad extrema que se manfiestan en temblores, evasión de la mirada, incapacidad total para tratar el tema y una negación total, ya que cuando se le pregunta si alguien a quien ella conocía ha sido víctima de la violencia, menciona al vecino, al tío y omite por completo cualquier mención de la muerte de su madre, de la cual se tuvo información a través de la directora de la guardería donde estudió, quien comentó además acerca del comportamiento de la niña, el cual se vio en ese entonces bruscamente trastornado: se rehusaba a dejarse asear, tuvo una regresión en el control de esfínteres y se alejaba de la gente en general, limitándose a permanecer acostada en el piso por horas. Esto concuerda con lo que dice Mussen, Conger y Kagan acerca de las reacciones de los niños en estado de ansiedad fuerte o agudo como producto de una situación traumática: «La ansiedad fuerte o aguda puede ser paralizadora emocionalmente, producir un hondo sentido de impotencia e insuficiencia y convertir al niño en ineficaz y desesperado». 6
Este tipo de casos son comunes en este medio donde el enfrentarse en un cara a cara con la violencia que les arrebata a estos niños personas tan importantes como sus padres, los deja indefensos e impotentes ante lo aplastante de la irrupción de la violencia en su vida.
La casi totalidad de los niños entrevistados vivió una muerte violenta de forma directa. En unos casos, la presenciaron o vieron el estado en que quedó el cadáver inmediatamente después de los hechos; en otros, perdieron a una persona muy significativa, y a algunos les tocó vivir ambas circunstancias. Al hablar del significado de la muerte, un 44% estableció la relación muerte=violencia, y otro tanto, muerte=dolor, tristeza. Para ellos, hablar de la muerte es hablar de muerte violenta; y al hablar de violencia, la gran mayoría (cerca del 80%) la concibe como asesinato. Es una relación directa entre lo que ellos viven y la manera como conciben la muerte.
Como consecuencia de esta facilidad para morir a manos de otros y del poco valor que tiene la vida y lo desprotegidos que están por las autoridades, desarrollan una desesperanza frente a la violencia que no les permite reaccionar ante ella, y la opción que con más frecuencia escogen es la huida: el 34% de los niños reportó que la familia cambió de residencia por causa de la violencia; el 31% expresó que ya no los dejan salir.
El precio de la supervivencia es alto, se ven obligados a sacrificar su vida de niños, ios juegos con los compañeros o las salidas por el barrio por el miedo al peligro; les toca ayudar a asumir las funciones de los mayores cuando alguno de éstos falta, cuidar a los más pequeños, o incluso buscar el sustento vendiendo caramelos en la calle; tienen que aprender a cuidarse solos desde pequeños, debido a lo cual maduran prematuramente, y se vuelven independientes, y desarrollan, por fuerza dé la necesidad, la habilidad de resolver los problemas que se presenten y la inteligencia práctica.
El hecho de vivir tan de cerca y con tanta frecuencia la violencia, ios hace plenamente conscientes del peligro que corren sus vidas. El 78% afirmó haber pensado que se puede morir a causa de la violencia, y sus respuestas fueron elocuentes al respecto. Cerca de un 70% de los niños entrevistados vivió muy de cerca los hechos, los cuales se referían o involucraban a gente muy importante para él. Pero estos niños aprenden a callar para sobrevivir, para evitar represalias contra ellos y sus familias; conocen desde muy tierna edad (y la practican) la ley del silencio. En ocasiones cuando matan a alguien, todos saben quiénes fueron, incluso los niños, pero nadie dice nada para no meterse en problemas, para no ser la próxima víctima. Como es fácil inferir, esta es la realidad en la que se originan situaciones como: la palabra como un abuso, no como un derecho; la participación como riesgo asumible, no como una práctica cotidiana. En otras palabras, no diálogo, no democracia.
La cultura de la violencia hunde sus raíces en una formación autoritaria en la familia y en la escuela, ya que el autoritarismo caracteriza en una gran parte de nuestra población la actitud de los adultos hacia los niños, de los hombres hacia las mujeres, y en general de los poderosos hacia los débiles. Nuestros niños ingresan a la vida y al lenguaje, por así decirlo, en modo imperativo. Un modo verbal al que, como es sabido, no se plantea la cuestión de si el mensaje es verdadero o falso, sino tan sólo si obedece o desobedece órdenes, reproches, intimidaciones, silencio, y casi nunca el procedimiento de la persuación razonable, las explicaciones claras o la crítica comprensiva son los elementos en los que se produce corrientemente la socialización inicial del hombre colombiano.
Para los niños, el contacto con la muerte es directo, la viven de cerca, no sólo en la calle sino en la casa, por la situación en que viven estas comunidades, en las cuales no se facilita ni es costumbre la utilización de servicios funerarios especiales, y lo común es realizar los «velorios» en las casas.
Esta situación les facilita el desarrollo de un conocimiento adquirido de primera fuente en el «cara a cara» que les muestra vivencialmente este suceso y les permite derivar de allí sus propias interpretaciones sin tantas mediaciones ajenas.
Los efectos psicológicos que la realidad cotidiana de muerte y violencia han generado en nuestros niños se evidencian en su forma de comportarse, de pensar, de sentir y en el sentido que la muerte y la vida tienen para ellos. Como consecuencia de esta cruda realidad, a estos niños les toca invertir gran parte de sus recursos psicológicos para resistir tal situación; pero finalmente se observa que su capacidad de respuesta se ve debilitada ante hechos tan impactantes como amenazas de muerte, sobrevivir a una masacre, el asesinato, o la desaparición de algún familiar.
Estos niños muestran disociación afectiva y confusión psíquica, y tal como lo expresa Osorio Flor: «Experimentan sentimientos ¿¿olorosos pero se ven imposibilitados para evaluar y analizar con claridad el contexto en el que suceden los hechos, el cual la mayoría de las veces presenta tal despliegue de terror que perpetúa la disociación». 7
Los niños entrevistados mostraron esta disociación afectiva en la primera aproximación que se tuvo con ellos. Llamó la atención la despreocupación y la naturalidad con que hablaron de la muerte y de las experiencias que habían tenido acerca de ésta; el lujo de detalles con que describieron los hechos, y la ausencia de emotividad durante sus narraciones, a pesar de la crudeza de sus descripciones. Sin embargo, en las entrevistas posteriores se pudo apreciar que esta disociación cede en cierta medida cuando el niño es enfrentado en un «cara a cara» individual al recuerdo y revive los hechos al relatarlos.
Durante las entrevistas la locuacidad de los niños se vio afectada de manera inversamente proporcional a la importancia afectiva que implicara su relato, pues llegaron a omitir por completo cualquier referencia a la muerte de personas muy significativas.
En general, durante las entrevistas se notó en los niños una aparente elaboración de las circunstancias y una «facilidad» para hablar de la muerte, que se traducía luego, al profundizar con ellos de manera individual acerca de sus experiencias particulares, en ansiedad, nerviosismo, tristeza o miedo.
El solo hecho de tocar el tema moviliza en sus relatos alusiones a los sentimientos experimentados por ellos a propósito de la muerte y de la violencia. En términos generales, el sentimiento que más sobresale repetidamente es el miedo. Hablan de éste cuando se refieren a la forma como la violencia afecta sus vidas y la de su familia, y también cuando expresan que han considerado la posibilidad de ser víctimas de ella o de perder a un ser querido por su causa.
Es el miedo a morir que está presente en todo momento. Como afirma Osório Flor: «La violencia se hace presente para tocarlos directamente, el escenario se amplía cada vez más hasta llegar a los patios de sus casas, la única forma de no participar en el libreto es alejarse de ese escenario, en lo posible para siempre»8
Junto a este miedo está también presente un profundo sentimiento de impotencia; la imposibilidad de hacer «algo» para que la violencia se termine; para que los deje de golpear.
A este miedo e impotencia se suma muchas veces el dolor que ocasiona la pérdida de un ser querido cercano, de las posesiones, de los amigos, del vecindario; en general, la pérdida de referentes que dan sentido a la vida. Al hablar acerca de sus sentimientos por los hechos vividos, un 55% se refirió
prioritariamente al dolor y a la tristeza; casi todos ellos aludieron a la pérdida de un ser querido. Un 41% manifestó haber sentido miedo; de ellos sólo dos habían perdido a un familiar (primos y abuelo), y todos los demás se refirieron a la muerte de vecinos o amigos. Cuando la violencia les arrebata a un ser querido, el sentimiento que prima es el dolor; cuando no, es el miedo, por la proximidad y la inminencia del peligro. Es ese miedo el que en muchos de los casos los ha obligado a cambiar de residencia, desplazándose de un barrio a otro o de una ciudad a otra, movidos siempre por un común denominador: huir de la violencia, buscar la tranquilidad. Estos desplazamientos ocasionan traumatismos tanto a nivel personal como familiar, dependiendo de la intensidad de las pérdidas y del manejo que se le haya dado a éstas.
La pérdida de un padre proveedor y protector, por ejemplo, implica retos muy serios para el resto de la familia. La desorganización o descomposición familiar suscitadas simultáneamente con el éxodo, exige una serie de esfuerzos adicionales de acomodación que pueden disminuir las energías de todos los miembros del grupo familiar9
En ocasiones, para nuestros niños el significado de la muerte sucede al de violencia, y ésta a su vez deriva en situasiones igualmente dolorosas coma el desplazamiento: el 73% de los niños entrevistados se han mudado por causa de la violencia; el 25% son desplazados; y todos ellos han experimentado muy de cerca la renuncia a bienes, a tierras, a costumbres, como única alternativa a la muerte, y se han visto obligados a trasladarse a otro barrio o a otra población donde pudieran sentir que la muerte no estaba tan cercana a ellos.
En los relatos de estos niños se percibe mucho dolor, nostalgia por las cosas dejadas en sus lugares de origen, y hasta se podría decir que el impacto de todas estas experiencias va debilitando en ellos su sentido de pertenencia e identidad. No pueden regresar al sitio donde tienen sus raíces; perdieron casa, compañeros, vecinos, entorno social y cultural, y algunos hasta la familia. De manera que se ven obligados a permanecer en un lugar al que no pertenecen; donde no tienen compafieritos de colegio sino compañeros desplazados. El sentimiento de desarraigo es fuente de más angustia y sufrimiento. La persecución, la amenaza, el atentado, los bombardeos, dejaron en estos niños recuerdos traumáticos difíciles de borrar. «La muerte asociada ai quehacer político irrumpe como amenaza vital para el sujeto y como experiencia traumática para los familiares. La represión tiene un efecto disuasivo sobre las mayorías que se advierte en el silenciamiento y el temor». 10
Se podría afirmar que el desplazamiento, como otro efecto de la violencia, produce una serie de rupturas y adaptaciones; el sentimiento de identidad se ve golpeado por el desprendimiento forzoso y abrupto de su lugar de origen, al cual no deben ni pueden volver.
La identidad se define objetivamente como ubicación en un mundo determinado y puede asumírsela subjetivamente sólo junto con ese mundo. Todas las identificaciones se realizan dentro de horizontes que implican un mundo social específico. 11
Los múltiples desplazamientos, cambios de vivienda o de ciudad implican adaptaciones forzosas a nuevos entornos, barrio, cultura, costumbres, que dificultan que estos niños desarrollen un apropiado sentido de identidad, por lo cual muy probablemente en el futuro serán hombres y mujeres carentes de sentido de pertenecía regional o nacional. El único sentido de identidad que se aprecia en estos niños es el de identidad familiar; su familia es la única constante para desarrollar el sentido de pertenencia, entendiendo por «la familia» la nuclear.
En medio de todo el dolor y el sufrimiento que genera la pérdida de seres queridos como consecuencia de esta realidad violenta, estos niños conservan aún el valor y el optimismo ante la perspectiva y esperanza de un futuro mejor. Esto se ve reflejado en sus respuestas: «Cuando sea grande quiero ser una psicóloga. Hace mucho tiempo pensé en ser una psicóloga porque quiero ayudar a la gente. —Además, lo único que pienso es que voy a trabajar mucho para ganarme la vida y ayudar a la gente pobre». «Cuando yo crezca quiero ser trabajador de empresa». «Pareciera que su condición de pobreza permanente, de enfrentamiento a condiciones difíciles, les hubiera creado una serie de mecanismos para asumir con sabiduría los sinsabores y alegrías de. la vida, que les anima a no darse por vencidos»12
El constante enfrentamiento de estas personas a múltiples situaciones de duelo; la ausencia de apoyo psicosocial; la escasez de recursos, sumados a la frecuencia con que les toca enfrentar estos duelos, ha generado una mayor explotación de sus potencialidades para manejar el dolor de acuerdo con la realidad en la que están inmersos. Es sorprendente su grado de resistencia y el valor que muestran para continuar en su lucha cotidiana, con la expectativa de que las cosas mejoren.
Es significativo que entre todos los niños entrevistados, un mínimo porcentaje (entre el 5 y el 10%) hizo referencia a la venganza, y resulta esperanzador el hecho de que la gran mayoría todavía hace planes para el futuro, y algunos incluso se perciben como gestores del cambio necesario para mejorar la situación.
Los niños construyen un concepto de muerte de acuerdo con la realidad social y cultural en la que se desenvuelven: «La influencia de las experiencias vitales es necesaria para la conceptualización que cada cultura tiene de la muerte»13
Los niños entrevistados han tenido contacto directo con la muerte, y han podido observarla muy de cerca. Para ellos, el significado de la muerte está asociado con matar, violencia, guerra atraco, entre otros. Más de la mitad de los niños estableció la igualdad muerte=asesinato, y el 91% mencionó el asesinato como causa de muerte (sólo el 44% señaló además otras posibles causas).
Desde muy pequeños estos niños internalizan el concepto de terminalidad e irreversibilidad de la muerte debido a lo cruel de su realidad y sus vivencias. De aquí que su visión acerca de la muerte sea concreta y realista en primera instancia, y consideran lo mágico y religioso como segunda opción. Se encontró que el 76% de los niños se referían primero a los aspectos concretos y tangibles de la muerte; hablaban de lo que pasa con la gente cuando se muere, y sólo un 15% se refirió primero al cielo o a Dios. Sin embargo, un porcentaje de los primeros habló de un premio y un castigo cuando se le preguntó acerca de lo que ocurre después que una persona muere.
Este predominio de lo concreto sobre lo mágico en estos niños se explica por el hecho de que su conocimiento de la muerte proviene, en primera instancia, de sus experiencias concretas, sin mediación, y lo mágico —como ellos mismos afirman en la mayoría de los casos — es la explicación que sus padres les dan como el único medio disponible para tranquilizar, en alguna medida, su miedo y su angustia con respecto a la muerte, y ofrecer al mismo tiempo una expectativa en una vida mejor en la otra vida, ya que en ésta su realidad no íes permite ofrecérselas, realidad que los hace verse a sí mismos como posibles víctimas. Y es aquí, según Naggy, «cuando ya se tiene una mayor maduración e integración del conocimiento. El niño comprende que la muerte es universale irreversible, que es algo particular que le llegará a cada uno en determinado momento y entiende que su futuro puede ser destruido por la enfermedad y el dolor, con la diferencia de que en su caso, es la violencia más que la enfermedad la que puede destruirles el futuro».
En nuestro medio socio-cultural, y a pesar de no tener estudios sobre el conocimiento que tienen los niños sobre la muerte, observamos que su conceptualización empieza desde muy temprano. Nuestros hijos de 2-3 años saben cuándo alguien está muerto y cómo murió, inclusive imitan esta circunstancia en sus juegos. «Es cierto que el grado de maduración biológica y el desarrollo intelectual juegan un papel importante en la concepción de lo que es la muerte;pero también deben tenerse en cuenta otros factores como las experiencias vividas». 14
En casi la totalidad de los niños se encontró (94%) que tienen una noción bastante clara acerca de la universalidad e irreversibilidad de la muerte, y a diferencia de lo que plantea Naggy en su segunda etapa de elaboración del concepto de muerte en niños de 5 a 8 años, los niños colombianos se familiarizan con la muerte desde pequeños. «A través de noticieros, programas de televisión e incluso muertes violentas que suceden en sus familias, dependiendo de las zonas donde viven, ellos se forman un concepto más acelerado de la muerte»15 Lo evidencian en sus contundentes respuestas a la pregunta: ¿Quiénes se pueden morir?: «cualquier persona»; «los que son malos; los buenos también se mueren, pero de enfermedades, pero a los malos los matan»; «yo creo que a todos nos matan; a toda la gente la matan».
Este conocimiento directo de la muerte, sin mediaciones, como sabemos por estudios realizados anteriormente por Aberastury, facilita el proceso de elaboración del duelo y evita las fantasías que tanto trastornan la adecuada superación de estos procesos y perturban el vínculo del niño con el mundo adulto. Sólo el 31% de los niños mencionó en sus respuestas un premio o un castigo en la otra vida, después de la muerte: «Después van al cielo a estar con Dios; Dios tiene una parte donde van los buenos y otra donde van los malos». «Si es malo va para el infierno; el infierno es pura candela».
La violencia invade su mundo y altera sus costumbres y su visión de las cosas. La gente se muere porque la matan; sólo quien sobrevive a la violencia tiene la posibilidad de morir de vieja o por enfermedad; los niños se mueren porque los matan cuando van a matar a su padre o por una bala perdida. Sobrevivir es una proeza que hay que lograr cada día, como lo demuestran sus comentarios acerca de la posibilidad de morirse.
En nuestro medio, todos manejamos de alguna manera la ansiedad de la muerte. Nos despedimos para ir al trabajo y al estudio pero no sabemos si todos regresaremos; si nos encontraremos de nuevo para reposar, compartir y dormir. Es posible que una bala perdida dial traste con nosotros, que seamos heridos o secuestrados o desaparecidos. 16
El 96% contestó que sí ha pensado que se puede morir a causa de la violencia, y es importante resaltar que de éstos, el 57.6 %, un porcentaje bastante alto, mencionó el asesinato en sus respuestas.
El fenómeno de la violencia se ha convertido en inevitable, y los niños se han ido acostumbrando a ella. En el contexto cotidiano de nuestra vida nacional, la muerte y la violencia han irrumpido en una paz ya muy lejana, y se han convertido en problema. Lamentablemente han llegado a sustituir esa rutina, y se han convertido en lo cotidiano, lo cual ha hecho que pierda el carácter de problemática y no se le dé importancia a la necesidad de reflexionar sobre ello. La muerte ha sido legitimada. Nuestros niños han aprendido a vivir con el asesinato como vecino; se interiorizó la muerte y se hizo cotidiana. Muchos sectores promueven la muerte o guardan un silencio cómplice. Nuestros mismos niños la comprenden y la viven como una forma de deshacerse de lo malo o de los malos. «La muerte no vale nada, es porque la vida ya perdió significado y ninguna de las dos son justificables». 17
1 BRUNER, Jerome. Actos de significados. Más alia de la TtvolucUn cognitiva, Madrid, Editorial Alianza, 1991, p.76-77.
2 Ibid. , p.75.
3 BERGER Y LUCKMAN. La construcción social de la realidad Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1986, p. 39-40.
4 Ibid. , p.171.
5 BERGER Y LUCKMAN, op.cit. , p.47.
6 MUSSEN, Paul Henry; CONG ER, John y KAGAN, Jerome. Desarrollo de la personalidad en el niño. 3º ed. Barcelona, Editorial Trillas, 1990, p.339.
7 OSORIO, Flor, La violencia del silencio. Universidad Javeriana. Santafé de Bogotá, 1993, p. 67.
8 Ibid. ,p. 188.
9 Ibid. , p. 200.
10 Ibíd. ,p.l96.
11 BERGER, y LUCKMANN, op. cit. . p. 168.
12 OSORIO, Flor, op. cit. , p.196.
13 ALVAREZ, Tiberio. Cuando los nños se van. Medellín, Editorial por Hacer Ltda. , ] 990, p. 18.
14 Ibid. , p. 15.
15 JEREZ, Angela. «Los niños que juegan a la muerte, Diálogo y amor, las mujeres contra el suicidio infantil». El Tiempo. Bogotá (11 de Sept. , 1995); p. 16".
16 ALVAREZ,Tiberio, op. cit. , p.20.
17 Ibid. , p.18.
Referencias
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