ISSN 0123-417X e ISSN 2011-7485 No. 5, enero-junio 2000 Fecha de recepción: Mayo de 2000 |
La identidad nacional: Algunas consideraciones de los aspectos implicados en su construcción psicológica*
Olga Lucía Hoyos de los Ríos**
* Las ideas expuestas en este trabajo surgieron como parte del proceso de elaboración de la tesis doctoral «La construcción de la identidad colombiana y española en niños, adolescentes y adultos», dirigida por el doctor Antonio Corral Iñigo (UNED) y la doctora Cristina del Barrio M. (UAM), con el apoyo financiero de la Universidad del Norte y de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Proyectos conjuntos con Iberoamérica).
** Psicóloga egresada de la Universidad del Norte; candidata a doctor en «Desarrollo psicológico y aprendizaje escolar» en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Autónoma de Madrid (España). (e-mail:
Resumen
En este artículo se hace un análisis de la evolución histórica del término 'nación', desde su surgimiento en Europa en el siglo XVIII, hasta la Edad Moderna. A partir de aquí, se analiza, desde diversos puntos de vista, el concepto de nacionalismo como movimiento ideológico que pretende conseguir o mantener la autonomía, unidad e identidad de un grupo social que se considera que constituye una nación. Asimismo, se esboza la tipología de nacionalismos propuesta por Kohn. Luego, se discute el concepto de identidad nacional, enfatizando la importancia práctica que tiene su estudio.
Palabras claves: Nación, Nacionalismo, Identidad Nacional, Ser psicológico
Abstract
This paper describes the historical evolution of the term 'nation' from the XVIII Century, when it appeared in Europe, to present times. Then, the concept of nationalism as an ideological movement which aims to achieve or to hold the autonomy, unity and identity of a social group considered as part of a nation, is analyzed from different points of view. Besides, Kohn's typology of nationalisms is described. Then, the concept of national identity is discussed making emphasis on the practical importance its study has.
Keywords: Nation, Nationalism, National Identity, Psychological Being
En este artículo nos proponemos esbozar algunas ideas que faciliten la comprensión del concepto de «identidad nacional», y justificamos la importancia y relevancia de un abordaje psicológico del mismo no sólo como un tema de psicología social sino también como parte de un aspecto más amplio, como es el conocimiento social, desde una perspectiva cognitivo-evolutiva.
Esta relevancia está justificada, en parte, por la evidencia de que los conflictos nacionales, de distintas clases, impregnan la realidad actual, lo que se constituye en un tema siempre vigente para el ser psicológico.
La visión profética de Víctor Hugo plasmada en sus célebres palabras: «Llegará un día en que tú, Francia; tú, Rusia; tú, Italia; tú, Inglaterra; tú, Alemania, todas vosotras naciones sin perder vuestras cualidades distintas y vuestra gloriosa individualidad, os fundiréis en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea. Llegará un día en que no habrá más campos de batalla que los mercados abriéndose al comercio y los espíritus abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán sustituidas por los votos, el sufragio universal de los pueblos, por el arbitraje de un gran Senado soberano», es hoy día una realidad a medias.
Hemos visto cómo Europa avanza hacia la unificación económica, con la existencia del euro, y con ella hacia un mercado sin fronteras que ofrece distintas posibilidades a los individuos de los países miembros; pero también es innegable que las condiciones para esta unificación están definidas de manera prioritaria por el factor económico. De este modo encontramos países enfrentados a la necesidad de escalar los peldaños hasta poder cumplir con las exigencias económicas que les permitirá llegar a ser miembros de la Comunidad Económica Europea, a saber, Grecia y la República Checa, entre otros.
Sin embargo, al tiempo que se consolida este proceso de unificación encontramos la lucha a la que se enfrentan distintos países, no sólo no carentes de balas sino impregnado de una violencia asesina, con el noble propósito de reivindicar la pureza de su origen y, con él, su identidad nacional.
Por otro lado, la realidad de los considerados países del Tercer Mundo, abocados a la necesidad de derribar las fronteras del mercado y competir en «igualdad de condiciones», determina la complejidad de las distintas crisis que se afrontan al interior de nuestros países. Los conflictos nacionalistas, sin estar ausentes, no marcan, desde nuestra perspectiva, nuestra realidad. sin embargo, en el ámbito internacional, la exclusión como países miembros de una comunidad más amplia es innegable.
Tanto en Europa como en Latinoamérica, y demás países que se enfrentan a la dificultad de acceder a la categoría de identificación global, surge la necesidad de afianzar lo propio y encontrar en ello un referente de identificación, que defina los vínculos de pertenencia para satisfacer así una de las necesidades básicas, propia de nuestra condición humana. sin embargo, es imposible dejar de reconocer que los conflictos surgido por la búsqueda de una identidad nacional, poseen particularidades ligadas al proceso histórico de cada grupo nacional, y la necesidad de pertenencia —propia de la condición humana — puede ser vista como simplista por todos aquellos que sustentan su lucha con objetivos de distinto orden y que se ubican en la esfera de lo político.
Sin embargo, muchos estudiosos interesados en comprender el nacionalismo, como fenómeno susceptible de ser abordado de manera general, encuentran en la confluencia de factores económicos, culturales y de tipo organizativos, propios del mundo moderno, el origen de una crisis de identidad que crea las condiciones favorables para que surja el nacionalismo o, más exactamente, los nacionalismos.
En esta línea de ideas, resulta evidente que el problema de la identidad nacional es un problema del hombre. Es el ser psicológico el que se encuentra en el centro de esta situación; sin embargo, no se puede desconocer que esto no garantiza que la identidad nacional sea el problema de todos, incluso en ocasiones parece más evidente que es el problema de unos pocos. Unos pocos que tienen el poder (no sólo político) de definir lo importante para todos aquellos que conforman el grupo nacional y que se enfrentan a la necesidad de crear un discurso convincente (coercitivo, la mayoría de las veces) para aquellos que se sienten tentados a permanecer al margen.
Para lograr el objetivo propuesto, inicialmente es necesario introducirnos en los procesos históricos en los que se encuentran los antecedentes y origen de la identidad nacional.
Antecedentes
En la bibliografía sobre un tema tan complejo y sobre el que los consensos no abundan parece encontrarse un punto en el que coinciden la mayoría de los estudiosos del tema, a excepción de los que se consideran primordialistas. La nación es una construcción, y junto con ella la idea de la identidad nacional. Ambas nacen en un contexto histórico determinado en el que la coincidencia de necesidades económicas, administrativas y unas condiciones sociales concretas dan paso a una nueva forma de organización política: El Estado-Nación.
Nación e identidad nacional se constituyen en una realidad construida, «objetivada», en el sentido de Berger y Luckman, y en contenido de la socialización del individuo.
Pero, ¿qué es una «nación» y cómo surgen las «naciones»? Son interrogantes interesantes cuya respuesta nos permitirá comprender el significado compartido que existe sobre estos conceptos en nuestra sociedad actual.
Consideramos de interés referirnos, casi de manera obligatoria, al origen y usos del término «nación»1, así como de sus derivados, tales como nacionalidad, nacionalismo, para finalmente abordar la idea de identidad nacional, objetivo central de este artículo. sin duda alguna, el origen de los términos está referido a la historia de las naciones y, por tanto, es en el seguimiento de estos procesos históricos donde encontraremos su sentido.
El surgimiento de la nación
En la historia de la Europa del siglo XVIII se pueden rastrear los orígenes de estos términos. sin la pretensión de ser exhaustivos, nos serviremos de algunos autores como Suratteau, J.R. (1975), Smith (1991), Gellner (1998), cuya obra está traducida al castellano) y Pérez Vejo (1999), entre otros, y, a través de ellos, de pensadores de épocas anteriores, para lograr una idea de este proceso de construcción de naciones.
En el seguimiento que los autores hacen del origen del término «nación» encontramos que, de manera casi inmediata, surgen palabras derivadas, tales como nacional y nacionalidad2, y junto con ellas una variedad de conceptos asociados, como el de patria, sentimiento nacional, nacionalismo e identidad nacional, entre otros. A lo largo de la historia estos términos han tenido usos ambiguos, hasta encontrar en su uso actual un sentido distinto, aunque relacionado, para cada uno de ellos. La revisión histórica pone en evidencia que su aparición y uso están relacionados con la historia de la Europa de los siglos XVIII y XIX, y de manera especial con la de Francia y Alemania.
En el origen del término «nación» aparece una connotación biologicista que se encuentra en los primeros usos que se hizo del mismo, cuando dicho término era empleado casi de manera exclusiva para referirse a la descendencia o estirpe.3 Posteriormente se lo usó en sentido biológico, pero no exclusivo y sin ninguna connotación socio-política, ni relacionado con el poder.4 El carácter socio-jurídico y no natural, pero conservando el carácter biológico, se remonta a la Baja Edad Media, a los sínodos de la Iglesia en la que los obispos representan a naciones que se corresponden con demarcaciones territoriales.
El uso estrictamente político en lengua castellana aparece a partir de 1884, cuando «nación» significa «Estado o cuerpo político que reconoce un centro común supremo de gobierno» y «territorio que comprende, y aun sus individuos, tomados colectivamente como conjunto»5. Los usos anteriores conservan un sentido geográfico relacionado con la extensión del territorio. La situación en los otros idiomas de Europa es similar, y se observa que sólo hasta el siglo XIX el término se usa predominantemente en un sentido sin mayores connotaciones políticas. Durante esta época prevalece un uso ambiguo del término en el que se mezclan criterios lingüísticos, étnicos y políticos; sin embargo, aparece una clara proyección jurídico-política al transformarse en la fundamental fuente de legitimidad del Estado Moderno.
Para las naciones modernas, la idea de nación es más geográfica que sanguínea. Para éstas, la identificación de los antepasados es más difícil, porque los antepasados son tanto los conquistados como los conquistadores, los grupos sociales dominantes como los dominados6.
Anthony Smith (1994) plantea que existen, por lo menos, tres conceptos de nación: civil, étnico y plural. En la construcción de los estados nacionales, en casi todo el mundo han predominado las concepciones clásicas de la nación, la civil y la étnica.
La concepción civil: «La nación era una comunidad de ciudadanos; fuera de esta categoría quedaban los extranjeros que vivían más allá de las fronteras del Estado nacional y los extranjeros residentes [...] Según esta concepción cívica, la nación es una comunidad de leyes. Está definida por un cuerpo común de leyes que obligan a todos los ciudadanos»7. Smith8 señala como características del modelo cívico de nación las siguientes: a) la condición previa de toda nación es el país. El territorio del país es el de la nación; territorio y comunidad se pertenecen mutuamente y de manera exclusiva; b) el Estado nacional, al tiempo que consolida el espacio nacional, regula la vida de los ciudadanos dentro de su jurisdicción territorial; c) hay una idea de patria, que es una comunidad de leyes e instituciones con una única voluntad política; d) aparece un sentido de igualdad entre los miembros de la comunidad. En principio, todos los miembros de la nación son iguales ante la ley; e) el Estado nacional tiene que tener una cultura pública y una religión civil, que actúen como mecanismos que permitan la cohesión social. Estos elementos dotan al concepto de nación de un carácter político, jurídico y administrativo.
El modelo de nación civil, de voluntarismo político, queda claro con la Constitución francesa de 1791, en la que se expresa que «la idea de nación no se refería a un grupo especial de personas con una identidad cultural propia, sino a un grupo de ciudadanos con una humanidad común. Para los hombres que hicieron la Revolución, la nación era una categoría político-administrativa, un agregado de individuos capaces de participar en la vida política común. El concepto básico de la Revolución Francesa no era el de francés, sino el de ciudadano». 9
El modelo civil, muy ligado a la tradición francesa desde la Revolución, apareció también en otros estados nacionales de Occidente como Holanda, Suecia y Suiza, en los que las comunidades étnicas minoritarias estaban más o menos integradas en la comunidad dominante, cuyas élites dominaban las instituciones del Estado. En cambio, en otros estados como España y Gran Bretaña las comunidades dominantes no tuvieron tanto éxito por la baja integración de las etnias minoritarias.
No obstante, la nación como simple expresión de la voluntad10 de los individuos es completamente extraña al pensamiento nacionalista étnico, ya que esta voluntad es entendida siempre como la mera constatación de una realidad objetiva11 .
Las culturas étnicas se encuentran en la base de la concepción étnica de la nación. Desde esta concepción se pretende crear naciones a partir de concepciones étnicas preexistentes. Smith (1991, 1994) señala la diferencia principal entre la concepción civil y la étnica. Más allá de que la primera se formara a partir de una etnia preexistente y dominante, la diferencia radica en que la concepción civil de nación pretende trascender la etnicidad en una comunidad política común con leyes y cultura comunes para todos, mientras que la étnica lo que pretende es reivindicar el vínculo étnico, la cultura étnica, así a cada comunidad étnica le correspondería una nación. La nación étnica destaca la importancia de la comunidad de nacimiento y la cultura nativa. Entre sus características se encuentran: a) la importancia que se da a la genealogía, al origen común, al linaje, de modo que la nación viene a ser una familia de familias; b) la nación étnica coincide con la comunidad popular, pone el énfasis en la comunidad y no en el individuo; c) el pueblo es el depositario de la virtud, en él está el verdadero origen. Desde esta concepción, la cultura, la historia y la lengua del pueblo son la lengua de la nación. La cultura se convierte en la base esencial y única de diferenciación nacional.
Estas características reflejan el interés por la búsqueda de la autenticidad, de lo verdaderamente propio. En esta línea de ideas, el carácter biológico, natural, que incluye los conceptos de etnia, raza, lengua, cultura12 se consideran esenciales para definir una nación. La concepción étnica de la nación se considera una herencia herderiana13, y ha influido especialmente en el este de Europa y en el Oriente Medio.
Las dificultades para definir el término «cultura» hacen que con frecuencia ésta se asimile a «lengua», por lo cual se concluía que forman parte de la misma cultura y, por lo tanto, de la misma nación los hablantes de la misma lengua. De este modo, para muchos intelectuales de la época, la lengua era el único indicio significativo de nacionalidad. La idea de definir la nación por la lengua plantea varios problemas en la formación de las naciones modernas, donde no le dieron importancia al factor idiomático14. Lengua común no equivale a una identidad nacional común. No es el idioma el que hace la nación, sino el Estado-Nación el que hace los idiomas nacionales15.
Como señala Pérez Vejo, «el caso vasco permite comprender que es la creencia en la existencia previa de una nación, con unas determinadas características lingüísticas, la que determina cuál debe ser el idioma nacional, al margen del que realmente hablen los miembros de una nación»16. En estos términos, el problema deja de ser un problema lingüístico para convertirse en un problema de conciencia nacional.
Visto así, el concepto de nación forma parte del campo de las creencias y no de las ideas; campo en el que la imprecisión conceptual es prácticamente una necesidad ontológica. Esto explicaría la imposibilidad de establecer una definición precisa y concreta del hecho nacional y la necesidad de recurrir a percepciones subjetivas: la identidad nacional como una creencia colectiva de los individuos que componen la nación.17 Retomaremos esta idea más adelante.
Los modelos señalados se hallan en la base de la construcción de las naciones. Algunos teóricos18 consideran que la formación de las naciones está relacionada con la existencia del Estado, es decir, la nación sería históricamente el resultado de las necesidades de legitimación de esa nueva forma, específicamente moderna, de ejercicio de poder político que conocemos con el nombre de Estado.
Horch19 señala que los procesos de formación nacional se desarrollaron con mayor rapidez y tuvieron más éxito cuando se podía recurrir a una conciencia nacional en los estamentos y en la nobleza (Hungría y Polonia). Esta situación era favorable en los casos en los que había una conciencia nacional debilitada, ya que la posibilidad de recurrir a los estamentos actuaba de modo integrador. Aunque esta dimensión histórica es importante y en algunos casos facilitó el proceso de construcción nacional, ésta también surgió en grupos que no podían remitirse a una conciencia nacional estamental (caso de eslovacos, eslovenos, entre otros).
La construcción nacional en estos casos fue posible, en un principio, mediante la comparación con miembros de otros grupos con los que se tenía algún tipo de contacto. En un primer momento, estos contactos fueron llevadaos a cabo por grupos que tenían alguna movilidad social, como comerciantes, guerreros y políticos. De este modo, en la percepción de las diferencias entre unos y otros se construía la frontera; en palabras de Horch, «la frontera constituía una institucionalización de la diferencia» 20.
Durante el medievo, la frontera política era más importante que la étnica21, y éstas casi nunca coincidían. Durante la Edad Moderna, la frontera política se consolidó en estados-naciones, los cuales creaban una cultura única e instituciones políticas nacionales en los que la etnia dominante podía remitirse a la tradición política del medievo. La situación era diferente para los grupos étnicos no dominantes, los cuales no podían remitirse a ninguna tradición política de épocas anteriores. De este modo surge la agitación étnico-nacional con la intención, la mayoría de las veces, de hacerse con un Estado.
En este proceso de legitimación del Estado, la construcción de las naciones siempre ha tenido connotaciones violentas. La construcción cívica de la nación implica la victoria de las mayorías étnicas frente a las minorías étnicas que habitan la frontera del Estado, y esa victoria se legitima en el recurso del concepto cívico de la nación. «Se trascienden los vínculos étnicos». No obstante, «en la nación cívica, el ideal fue la asimilación a la cultura mayoritaria a través de la aculturación»22. Anthony Smith nos recuerda los procedimientos del republicanismo francés para despojar a las diferentes etnias de su identidad cultural y poderlas asimilar totalmente a la sociedad francesa, lo cual pone en evidencia la rigidez y el exclusivismo del concepto cívico de nación. Por tanto, el éxito de la construcción nacional desde un concepto cívico de nación depende, como ya lo señalamos, de la mayor o menor integración de las etnias minoritarias a la etnia dominante. Cuando los mecanismos de integración fallan, encontramos los nacionalismos étnicos, llamados también periféricos, al interior de la nación cívica. Es el caso de los vascos, entre otros, dentro del Estado español.
Situación similar se produce en la construcción de las naciones étnicas, en las que la búsqueda de lo genuinamente propio y el énfasis en los vínculos étnicos hace necesario la expulsión de aquellos que no comparten los mismos orígenes. Esta expulsión puede tomar distintas formas, pero todas ellas bastante violentas.
Frente a estas formas de construcción nacional existe una concepción diferente que, en opinión de algunos autores23, responde mejor a las aspiraciones de las etnias más pequeñas. Corresponde al concepto pluralista24 de nación. Desde esta perspectiva, «el Estado nacional está compuesto de comunidades culturales diversas que se mantienen unidas gracias a la acción de una cultura pública, pero conservando un grado considerable de autonomía institucional en aspectos como la educación, la vida ciudadana, las actividades para el tiempo libre y la prensa y cultura en la lengua vernácula. Las élites del Estado y los representantes de la cultura étnica dominante otorgan un marcado reconocimiento a las culturas de las etnias minoritarias, a sus estructuras institucionales y a su contribución a la construcción de la vida nacional». 25
Esta construcción nacional se produjo principalmente en sociedades inmigrantes. Ejemplo de este modelo son Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Argentina. La principal característica que distingue a la nación plural de la nación civil y étnica es «el reconocimiento público básico del ideal de la diversidad étnica y de amplias esferas de autonomía étnica que funcionan bajo una cultura política unificadora sustentada por un providencial mito fundacional».26
Aunque el concepto de «nación plural» es bastante deseable, no parece evidente que el cambio de paradigma resulte fácil en las naciones de tradición cívica y étnica. Por otro lado, adoptar una concepción de nación plural tiene sus riesgos y problemas, que es preciso tener en cuenta para que ésta constituya una alternativa sana y no patológica de la construcción nacional.27
En el trasfondo de los distintos modelos de concepción nacional, Smith (1994) encuentra unas creencias compartidas sobre lo que es una nación, y señala las siguientes: a) las naciones son unidades de población demarcadas territorialmente y que deben tener sus propias patrias; b) sus miembros comparten una cultura de masas común y diversos mitos y recuerdos históricos, colectivos; c) sus miembros tienen derechos y deberes legales recíprocos, regidos por un sistema legal común, y la nación tiene una división colectiva del trabajo y un sistema de producción que permite a sus miembros la movilización por todo el territorio. Como veremos más adelante, existe cierta correspondencia entre estos elementos y los que definen, de manera objetiva, la identidad nacional.
Nacionalidad
En estrecha relación con los elementos que definen la nación encontramos el origen del concepto de «nacionalidad».
Suratteau señala que la palabra «nacionalidad » fue acuñada por Madame de Staêl en 1810. A partir de ese momento dicha plabra adquriría distintos sentidos y diversos usos. Tendría entonces una utilización abstracta o jurídica y una utilización concreta y étnica. El uso que se le daba en ese momento, recogido por Madame de Staêl, se puede traducir, por perífrasis, en palabras de Surratteau, como «sentimiento nacional», «exceso de sentimiento nacional», definiciones que fueron tomando un carácter ético, y más tarde el término fue reemplazado por «nacionalismo».
En la evolución de la palabra «nacionalidad», Suratteau encuentra una primera confusión producida por la identificación entre sentimiento nacional —sustrato del principio de las nacionalidades— y sentimiento patriótico. Esta identificación la harían varios autores al evocar el sentido de la denominación de «patriotas» dado a los hombres de 1789 o de 1792 y extrapolar los mismos razonamientos a los movimientos de 1830. «Si el amor a la patria, grande o pequeña, es tan viejo como el mundo, evidentemente fue la revolución francesa la que contribuyó a la asimilación patria-nación».
La concepción civil (tradición francesa) ve la nación como un ser colectivo superior a los monarcas; se identifica como el cuerpo de los que defienden su patria y va más allá del adjetivo «nacional», pero no tiene las connotaciones del término «nacionalidad». La concepción étnica (tradición germana), por otro lado, ve en la nación una manera de «ser» que se afirma por la acción de una fuerza interior, un instinto natural y popular, que hace a la nación no sólo superior a todos los individuos, incluidos los monarcas, sino que también es independiente de su querer, se manifiesta por la lengua y las costumbres, y se transmite inconscientemente por los mitos y las canciones populares a través de las generaciones. Estas dos acepciones de nación —la una empírica, racional y contractual, y la otra teórica, idealista y mística— irán formando, bajo la influencia de las circunstancias históricas, el concepto de nacionalidad.
En la Francia revolucionaria e imperial se encuentra doblemente el origen del movimiento de las nacionalidades: directamente al llevar sus principios a los cuatro puntos cardinales de Europa, e indirectamente al suscitar la oposición de las nacionalidades frente a su agobiante ocupación28.
En Alemania aparece el término «nacionalidad» de la mano de los intelectuales que habían movilizado el espíritu nacional contra el opresor. Jahn29 rechaza el término «Nationalitát» y le opone el germánico «Volkstum», definido por él como:
Lo que hay de común en el pueblo, su esencia inherente de vida en movimiento, su fuerza regeneradora, su facultad reproductora. Por él reinan en todos los miembros de una nación un pensamiento y un sentimiento nacional popular [...] él conduce a todos los individuos de una nación [...] a la unión completa y múltiple con los demás miembros, de suerte que todos juntos formen una comunidad hermosa y fuerte.
El término «Nationalitát» triunfa en los pensadores alemanes en contraposición al término «Volkstum». Así, en Francia, Lortet, traductor de Jahn, traducirá «Volkstum» por «nacionalidad», y explica: «[...] No he podido encontrar una palabra más apropiada en nuestro idioma y que pudiese emplearse en el mismo sentido...»»30
Pero es hasta la revolución de 1830, cuando se popularizará la palabra «nacionalidad» en Francia y se le dará el sentido alemán. En 1835, el ruso Pletkov escribía: «[...] No se sabe muy bien lo que quiere decir [esta palabra], pero en su sonido hay para nosotros algo nuevo y, me atrevería a decir, todavía no gastado»31.
En la evolución histórica del concepto de «nacionalidad» se distingue entre las definiciones de origen latino y las de origen germano.32
En las definiciones de origen latino se destaca la voluntad, el pensamiento y la dignidad del ser humano; se alude también a condiciones geográficas y políticas, y prevalecen éstas frente a consideraciones de tipo étnico-cultural. Es importante también el contenido religioso y las referencias a cumplir la tarea de Dios presentes en estas definiciones, entre las cuales podemos señalar:
- La definición dada en el 1833 por Mazzini, en la que están presentes los elementos mencionados:
Una nacionalidad es un pensamiento común, un principio común, un objetivo común [...]. Una nación es la asociación de todos los hombres que, agrupados ya por el lenguaje, ya por determinadas condiciones geográficas, ya por la función que le es asignada en la historia, reconocen un mismo principio y marchan bajo el imperio de un derecho unificado a la conquista de un objetivo definido. La actividad armónica, la aplicación de todas las fuerzas individuales que la asociación orienta hacia ese objetivo constituye la vida nacional. Es la tarea que Dios impone a un pueblo en el trabajo humanitario. Es su misión, la tarea que debe realizar en la tierra para que el pensamiento de Dios pueda llevarse a cabo en el mundo; la obra que le da derecho de ciudadanía en la humanidad, el bautismo que le confiere un carácter y le asigna un puesto entre sus hermanos... 33
-En 1836 el mismo Mazzini afirmaba:
Cuando hablamos de nacionalidad, nos referimos a la nacionalidad tal y como la concebirán los pueblos libres, hermanos y asociados. La nacionalidad de los pueblos nunca ha existido, se encuentra en el futuro...34
-Y en 1866 Buchez, refiriéndose a una definición dada por él en 1834, decía:
Cuando pronuncié por primera vez la palabra nacionalidad creí inventarla [...], le daba un significado nuevo que todavía ahora le mantengo, pero hoy día con total autoridad ya que esta palabra ha hecho fortuna en su nuevo sentido [...] quiere decir no sólo la nación, sino también alguna cosa más en virtud de la cual una nación subsiste incluso cuando ha perdido su autonomía... 35
El espíritu de la tradición francesa es expresado de forma clara por Renán y su idea de plebiscito cotidiano.36 «Nacionalidadplebiscitaria que supone grupos humanos, definidos por el anonimato colectivo, miembros de una comunidad nacional sin grupos intermedios y a la que se pertenece de forma voluntaria»37 Fue en ese contexto histórico en el que surgió la definición dada por el mencionado autor: «Una nación es una alma, un principio espiritual; dos cosas que, a decir verdad, nos son más que una, constituyen esta alma, este principio espiritual. Una está en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento mutuo, el deseo de vivir conjuntamente, la voluntad de seguir haciendo valer indivisa la herencia recibida. Tener glorias comunes en el presente, haber hecho juntos grandes cosas en el pasado, querer seguir haciéndolas, estas son las condiciones esenciales para constituir un pueblo...»38.
En oposición a estas definiciones se encuentran las de los teóricos alemanes del mismo período. Al igual que en la tradición francesa, en algunos casos la palabra «nacionalidad» era confundida frecuentemente por éstos con la de «nación», pero toma un sentido diferente; se destaca el carácter jurídico, social y moral; el sentido de colectividad ubicada en espacios amplios, y a veces, discontinuos, pero unidos por la raza, la lengua y la cultura. Se alude a un sentimiento innato que engendra el sentimiento nacional. Resulta evidente que las definiciones de esta época revelan un espíritu romántico-reaccionario que prepara a los alemanes a defender su nacionalidad frente a las posibles ocupaciones. La idea de nacionalidad germana se traducirá, como señala Suratteau, en una nación con la forma de un Estado, pero cuyo territorio agruparía a todos los alemanes dispersos. El programa del futuro pangermanismo. (Se trasciende la frontera política, pero no étnica; por el contrario, éste es el vínculo central de la idea de nacionalidad).
Una de las expresiones más claras de la oposición entre el pensamiento alemán y el francés lo encontramos en Fustel de Coulanges cuando respondiendo al reclamo que hace Mommsen para justificar la anexión de Alsacia y Lorena a Alemania, aludiendo razones raciales y lingüísticas dice:
Los hombres sienten en su corazón que son un mismo pueblo cuando tienen una comunidad de idea, de intereses, de recuerdos y de esperanzas [...]. Puede que Alsacia sea alemana por la raza y por la lengua, pero, por la nacionalidad y el sentimiento de la patria, es francesa, y ¿sabéis quién la hizo francesa? No fue Luis XIV, sino nuestra revolución de 1789. Desde ese momento, Alsacia ha seguido nuestros destinos y ha vivido nuestra vida. Todo lo que nosotros pensábamos, lo pensaba ella; todo lo que nosotros sentíamos, lo sentía ella...
Al mismo tiempo que se formulaban estas definiciones con un carácter bastante general39, algunos historiadores de la época intentaron distinguir unos principios fundamentales de «nacionalidad». En 1851, el jurista Mancini aporta a la definición de nacionalidad los componentes y señala:
La nacionalidad es el producto de diversos factores: la geografía, que señala los límites naturales [...]; la raza, formada por la lenta fusión de varias razas diferentes; la lengua, tan preciosa para asegurar la unidad moral. Pero todo esto no basta porque todos elementos inertes necesitan un soplo de vida. Este soplo es la conciencia de las nacionalidades, el sentimiento que adquiere de sí misma y que la hace constituirse en el interior y manifestarse en el exterior [...], unos hombres aproximados por numerosos lazos materiales no formarán una nación sin la unidad moral de un pensamiento común, de una idea predominante. Es el «pienso, luego existo» de los filósofos aplicados a la nacionalidad40.
También Stuart Mill intenta definir los componentes de la nacionalidad al escribir:
Puede decirse que hay nacionalidad donde se encuentran unos hombres unidos por simpatías comunes que no existen entre ellos y otros hombres, simpatías que les llevan a actuar de acuerdo, mucho más gustosamente que lo harían con otros, a desear vivir juntos bajo el mismo gobierno y desear que este gobierno se ejerza exclusivamente por ellos mismos o por una parte de ellos.
En estas definiciones, el énfasis se pone en el deseo o voluntad de los individuos y se trasciende la vinculación étnica y la unidad cultural preexistente. Sin embargo, en las definiciones de ascendencia alemana se asignan unos componentes «naturales» a la nacionalidad, tales como la religión, la lengua y el territorio, y se insiste en el sentido de cultura histórica de la nacionalidad.
Finalmente se presenta una definición más simple, pero completa y carente de contenido sentimental y circunstancial, de nacionalidad. Henri Berr (citado por Suratteau) nos dice:
La noción de nacionalidad se separó, en el siglo XIX, de la de nación. La nacionalidad es lo que justifica o postula la existencia de una nación.
Una nacionalidad es un grupo humano que aspira bien a formar una nación, bien a fundirse por razones de afinidad en una nación ya existente. Para ser una nación a la nacionalidad le falta su Estado o el que sea libremente aceptado por ella... 41
A partir de las distintas acepciones del término «nacionalidad», Suratteau define unos elementos básicos del principio de las nacionalidades, a saber: bases jurídicas, bases naturales, bases culturales y bases económicas y sociales. Estos elementos surgen en un contexto histórico particular y son invocados como constitutivos del principio de las nacionalidades, en función de las diversas circunstancias o de las necesidades del momento, y éstas determinan aquellos elmentos considerados como esenciales de la nacionalidad. Esta situación nos revela el carácter procesual e histórico del principio de la nacionalidad. También se puede decir que las distintas posiciones conviven y en ellas se encuentra la base de las ideas nacionalistas de uno u otro tipo y el fundamento de los conceptos actuales de identidad nacional.
Nacionalismo
A lo largo de la historia, en los estados étnicos premodernos se encuentran movimientos de oposición y resistencia, cultural y política, a los extranjeros. Desde esta perspectiva, hubo nacionalismo en todas las épocas y lugares, pero el nacionalismo como «movimiento ideológico que pretende conseguir o mantener la autonomía, unidad e identidad de un grupo social que se considera que constituye una nación», es más reciente. Las ideas y doctrinas como la determinación cultural de la política, la autoemancipación, la primacía de la nación y la soberanía popular hubieron de esperar hasta los siglos XVII y XVIII para alcanzar una expresión más clara, como también tuvo que esperar la traducción de estas ideas en actividades y «movimientos nacionalistas»42.
Smith (1997 [1991]) hace referencia a distintos usos y significados del término «nacionalismo»43, y señala que lo han relacionado en distintos momentos con: a) el proceso de formación de las naciones o estados-naciones; b) con la conciencia de pertenencia a una nación, junto con los sentimientos y aspiraciones de seguridad y prosperidad; c) lenguaje y simbolismo de la naciones; d) ideología, que incluye una doctrina cultural de las naciones y de la voluntad nacional y normas para que se hagan realidad las aspiraciones nacionales y la voluntad nacional; y e) movimiento social y político que se propone alcanzar los objetivos de la nación y hacer realidad la voluntad nacional.
En el estudio del nacionalismo se encuentran distintas posturas. Por una lado, el debate se plantea entre los que creen que la nación es una invención o creación44 y los que consideran que la nación ha existido siempre. Los nacionalistas asumen esta última posición y explican la ausencia de naciones en distintas épocas aludiendo al adormecimiento de éstas, razón por la cual «el despertar nacional» se convierte en una de sus principales consignas. Como ya se expresó, muchos estudiosos coinciden en lo que respecta a creer que la nación es una creación; sin embargo, no existe consenso en lo referente a la fijación del momento histórico en que las naciones encuentran sus orígenes. Aquí la discusión se plantea entre primordialistas y modernos.
Para los primeros, las naciones han existido siempre bajo distintas formas o adormecidas por determinadas condiciones culturales, sociales y políticas (visión de los nacionalistas). Los segundos45 ven la nación como algo propio de la modernidad, y existe, además, una posición intermedia que considera que la nación es un fenómeno y producto de la historia moderna, pero que encuentra sus orígenes en las comunidades de siglos anteriores46.
Para cada una de estas concepciones existe una explicación del nacionalismo. Para los nacionalistas, «el nacionalismo se considera un principio universal, perenne, y por tanto —obviamente— válido... [es por tanto] 'natural que la gente quiera vivir con los de su grupo, que se muestre reacia a vivir con personas de una cultura distinta y, por encima de todo a ser gobernada por ellas...»47. Los nacionalistas sienten «[...] La necesidad de proteger la cultura nacional, dotándola de su propio Estado —protector—, la necesidad de desenmascarar, neutralizar y expulsar a los extranjeros que aspiran a destruir y envilecer esa misma cultura». Para ellos «[...] las piezas básicas capaces de construir la humanidad son las naciones y su existencia no es un hecho contingente y moralmente irrelevante sino, por el contrario, algo esencial para la realización humana»48.
Los modernistas, por su parte, consideran que «[...] el nacionalismo es más bien la consecuencia necesaria, o el correlato, de determinadas condiciones sociales, que, además, son las nuestras y están muy extendidas, son profundas y generalizadas. [...] sus raíces son hondas e importantes, fue en realidad nuestro destino y no un tipo contingente de enfermedad que los escritorzuelos de la Ilustración nos transmitieron...»49.
Nos atreveríamos a decir que aquellos que creen en la creación de la nación, más allá de la coincidencia en el momento histórico en el que se encuentran los orígenes de la misma, podrían coincidir con Gellner cuando afirma que «las hondas raíces que han originado el nacionalismo no son universales, con lo cual el nacionalismo no constituye el destino de todos los hombres, sino el destino más que probable de algunos y la difícil circunstancia de muchos otros»50.
Siguiendo a Gellner (1997), en las relaciones que se establecen entre la cultura y la organización a través de la historia se encuentra la explicación del nacionalismo, y éste apareció cuando ese entramado dio lugar al nacimiento del Estado centralizado como forma de organización política. Desde esta perspectiva, el «nacionalismo sólo se plantea en un mundo en el que los estados se consideran algo normal y necesario». Para Gellner, las comunidades de cazadores y recolectores poseían una cultura y organización que no daba lugar al nacimiento del nacionalismo. Eran culturas multiculturales y al interior de éstas existía una naturaleza rudimentaria de gobierno político. En estas sociedades, la relación entre lo cultural y lo político (ámbito en el que surge el nacionalismo) no existía.
En las sociedades agrarias, pese a que se plantearon las condiciones para que surgiera el nacionalismo (existía un Estado, había una diferenciación cultural, existió una escritura codificada), éste no fue el grupo predominante. Gellner explica que en las sociedades agrarias se alentaban las diferencias culturales entre los miembros del Estado. La similitud de cultura no constituye un vínculo social en su interior. Muchas veces las diferencias de culturas expresan complementariedad social e interdependencia. La unidad política característica de la época es, por lo general, más pequeña que los límites de una cultura. Son ciudades-estados, comunidades aldeanas, segmentos tribales o más amplias como imperios eclécticos que no tienen razón alguna para limitar su expansión cuando topan con fronteras lingüísticas y culturales. En las sociedades agrarias se hace uso de un imperio transétnico que se sobreimpone a comunidades subétnicas.51 En estas condiciones sociales no se podía producir la homogeneización cultural requerida por el nacionalismo.
Para Gellner, el anonimato, la movilidad social, la atomización y la naturaleza semántica del trabajo se complementan, y caracterizan a la sociedad moderna y constituyen las condiciones en las que surge el nacionalismo.
La idea de la modernidad según cual existe una igualdad de fondo en todos los hombres, carece de valor frente a la evidencia de las crecientes desigualdades económicas y de desarrollo que se observan en los habitantes de los países del mundo moderno. El deseo de crear una cultura homogénea, industrializada, en la que todos sus miembros sean iguales, ha fracasado, y la nación se convierte en el referente de identificación de la masa anónima que no cumple las condiciones de la cultura dominante y que intenta cambiar la situación a través de la actividad nacional irredentista. De esta forma, la masa busca una vinculación con una cultura con la que comparte determinadas característica y a la que no puede acceder totalmente.52
La explicación es otra para los que asumen una postura intermedia, que reconoce la modernidad del nacionalismo pero atribuye sus orígenes a culturas de siglos anteriores53. Smith (1997 [1991]) plantea que: «El nacionalismo en cuanto a ideología y lenguaje es relativamente moderno, pues aparece en la escena política hacia finales del siglo XVIII. Pero las naciones y el nacionalismo no son ni más ni menos inventos que otras formas de cultura, de organización social o de ideología. El nacionalismo forma parte del 'espíritu de la época', pero también depende de otros móviles, puntos de vista e ideales anteriores, porque lo que llamamos nacionalismo actúa en muchos niveles y puede ser considerado tanto una forma de cultura como un tipo de ideología política y de movimiento social»54.
Desde esta perspectiva, la explicación del nacionalismo mantiene la importancia de rastrear en las sociedades premodernas los orígenes de la nación y encontrar en ellos la configuración de vínculos y sentimientos étnicos. Además, analiza el nacionalismo como forma de cultura e identidad.
Smith define el nacionalismo (como concepto general) «como un movimiento ideológico para lograr y mantener la autonomía unidad e identidad en nombre de un grupo humano que según algunos de sus componentes constituye de hecho o en potencia una nación»55. En opinión del autor, este concepto relaciona ideología, lenguaje y simbolismo.
La ideología del nacionalismo plantea que el mundo está dividido en naciones, cada una de las cuales tiene su propia individualidad, su propia historia y su propio destino; la nación es la fuente de todo poder político y social y la lealtad a la nación sobrepasa a las demás lealtades; los seres humanos han de identificarse con una nación si quieren ser libres y realizarse; y las naciones han de ser libres y seguras para que la paz y la justicia prevalezcan en el mundo.56
Junto con esta ideología, el nacionalismo utiliza conceptos como autonomía, identidad, genio, autenticidad, unidad y fraternidad, y forma un lenguaje o discurso interrelacionado que tiene sus ceremoniales y símbolos expresivos. Estos símbolos (bandera, himnos, desfiles, moneda, capitales, juramentos, costumbres folklóricas, aficiones nacionales, héroes y heroínas populares, entre otros) y ceremonias están integrados en el mundo en el que vivimos, y en la mayoría de los casos los damos por sentados.57
La relación entre ideología, lenguaje y simbolismo, de la que se sirve el nacionalismo, pone en evidencia tres referentes —territorio, historia y la comunidad— con los que se relacionan los sentimientos y aspiraciones que dan lugar a la ideología y al lenguaje nacionalistas. Es en las comunidades étnicas populares, comprometidas con la reivindicación de lo auténtico y su necesidad de volver al origen, donde «las intelligentsias procuraban elaborar mapas cognitivos de un mundo de naciones e inculcar moralidades significativas que pudieran ser emuladas por la colectividad, mediante la utilización de los paisajes o lugares poéticos y la utilización de la historia de la edad de oro. [De este modo] estas antiguas creencias y compromisos con la tierra natal ancestral y con las sucesivas generaciones de antepasados fueron los que utilizaron los nacionalistas para elaborar la nueva ideología, el nuevo lenguaje y el nuevo simbolismo de una abstracción compleja, la identidad nacional»58.
Las definiciones más generales de nacionalismo como ideología y doctrina básica no desconocen las peculiaridades a las que hay que atender cuando se trata de explicar los distintos movimientos nacionales.59 Los movimientos nacionales se manifiestan en contextos particulares y sus características están relacionadas con el modelo, cívico-territorial o étnico-genealógico en el que se sustente el Estado-nación. 60
Smith se refiere a la tipología que plantea Hans Kohn61, quien distinguió entre una versión occidental de nacionalismo, racional y asociacional, de una versión oriental, orgánica y mística. La visión occidental, racional, nace como una ideología de la clase media, mientras la étnica nace en un contexto en el que no había una clase media desarrollada, y son los intelectuales los que lideraron estos movimientos en las naciones donde aparecieron.
Siguiendo esta tipología se puede distinguir entre nacionalismos territoriales y nacionalismos étnicos. Los primeros, cuyo concepto de nación es cívico y territorial, toman distintas formas según sean anteriores o posteriores a la independencia.
Los movimientos anteriores a la independencia procuraran expulsar a los gobernantes extranjeros e instituir un Estado-Nación nuevo en sustitución del antiguo territorio colonial; son nacionalismos anticoloniales.
En los movimientos posteriores a la independencia, este tipo de nacionalismo procura reunir e integrar en una comunidad política nueva grupos étnicos, con frecuencia dispares, y crear una 'nación territorial'; son nacionalismos de integración.
Para los nacionalismos étnicos, cuyo concepto de nación es básicamente étnico y genealógico, los movimientos anteriores a la independencia procuran separarse de una unidad política más grande y establecer, en su lugar, una nueva 'etnonación' política; son nacionalismos de secesión y diáspora.
Los movimientos posteriores a la independencia procurarán expandirse y abarcar a los parientes étnicos que se hallan fuera de los límites fronterizos que tenga la 'etnonación' en ese momento y las tierras que habitan o formar un Estado etnonacional mucho mayor mediante la unión de estados etnonacionales parecidos cultural y étnicamente; son nacionalismos irredentistas y pannacionalismos.
Existen otras tipologías sobre el nacionalismo que Smith sitúa más como subtipos de los nacionalismos posteriores a la independencia de integración o irredentistas; a saber: los nacionalismos económicos proteccionistas y fascistas integrales y los nacionalismos racistas.
Más allá de las tipologías existentes, la historia ha puesto al descubierto un aspecto común a los distintos tipos de nacionalismos: la violencia, la cual ha sido expresada por algunos autores con la idea de la «violencia asesina del nacionalismo»62.
Para los modernistas como Gellner, «la fusión del comunitarismo herderianoy del culto de la especificidad con el darwinismo a través de Nietzsche romántico fue realmente explosiva. La comunidad había de ser distintiva de un modo que no fuera sólo meramente cultural, sino también biológico: no se trataba sólo de defender y proteger la propia especificidad cultural, sino también de afirmarla políticamente con una agresividad que tenía más de fin que de medio, una agresividad que era la expresión y el requisito de la auténtica vitalidad [...] Este mensaje —probablemente una continuación de algunas profundas corrientes del pensamiento y del sentir europeo— coincidió con el punto máximo de miseria económica ocasionada por la industrialización y el capitalismo. Contra esta miseria y contra la ideología universalista que afirmaba su validez se levantó una fuerte tormenta. Esta reacción recurrió a los viejos valores agrarios y retuvo la ecuación agraria de riqueza y tierra. En un contexto como éste, el atractivo del nacionalismo fue muy intenso. La primera mitad del siglo XX fue testiga de la presencia simultánea de todos estos factores y, en realidad, de su expresión política»63. Es la relación entre cultura y organización y las dinámicas que se generan al manifestarse esa relación en el Estado-Nación, junto con factores económicos, culturales e ideológicos, los que determinaran, en mayor o menor grado, la violencia de los nacionalismos.
Para los que reconocen orígenes premodernos en el nacionalismo, la virulencia o violencia del mismo está unida a los procesos de construcción nacional, y se manifiesta dependiendo de la mayor o menor conciencia étnica de los grupos étnicos, junto con la mayor o menor integración que éstos encuentren en la cultura dominante del Estado-nación. Ya sean nacionalismos de carácter étnico o de carácter territorial.
No obstante, los modernistas y los partidarios de los orígenes premodernos del nacionalismo reconocen y rechazan los distintos procedimientos violentos que en nombre de la nación han utilizado los grupos nacionalistas.
Conscientes de que respecto a las consideraciones anteriores se puede ser más exhaustivos, confiamos en haber señalado aspectos relevantes que permitan abordar el concepto de identidad nacional. Hasta aquí resulta evidente que el tratamiento separado de estos procesos no coincide con la coexistencia histórica de los mismos y sólo responde a una necesidad metodológica, razón por la cual resulta difícil eliminar cierta redundancia en este trabajo, de la que somos totalmente conscientes.
Identidad nacional
Ya señalamos cómo la identidad nacional y la defensa de la misma se convierten en un argumento para el nacionalismo. Pero, ¿qué es la «identidad nacional»? Una primera respuesta nos la ofrece el concepto de «identidad», el cual puede ser entendido como igualdad64. En este sentido, «los componentes de determinado grupo se parecen justo en aquello en lo que se diferencian de los que no pertenecen a ese grupo. Esta pauta de similitud-disimilitud es uno de los significados de la 'identidad'nacional»»65.
En el intento por definir rasgos característicos que permitan definir esa identidad del grupo nacional, se encuentra consignado un abordaje objetivo del estudio de la identidad nacional en el que se definen elementos objetivos que la caracterizan. Smith (1991), retomando lo esbozado en páginas anteriores, partiendo de creencias comunes a las distintas concepciones de nación enumera las siguientes características de la identidad nacional. Es decir, se puede hablar de identidad nacional66 si se cumplen las siguientes características:
- Un territorio histórico o patria
- Recuerdos históricos y mitos colectivos
- Una cultura de masas pública y común para todos
- Derechos y deberes legales iguales para todos los miembros y
- Una economía unificada que permite la movilidad territorial de los miembros.67
Este abordaje no desconoce que la construcción de la identidad nacional se hace en estrecha relación con un contexto particular. Reconoce que el concepto de nación está relacionado con una definición de identidad nacional «objetivista» como unidad cultural68. De esta forma, en el modelo civil de nación, la identidad nacional se constituye por el reconocimiento de los miembros de esa nación como comunidades culturales, los cuales están unidos, cuando no homogeneizados, por recuerdos históricos, mitos, tradiciones y símbolos colectivos. Mientras que para el modelo étnico la identidad nacional se construye a partir de antiguas creencias en la edad de oro de la etnia, del compromiso con la tierra natal ancestral y el mito del origen común, lo que favorece la identificación entre aquéllos con los que se comparte la misma cultura y genealogía.
No obstante, en la preocupación por señalar distintos elementos objetivos que permiten definir la existencia de la nación, resulta evidente que en la realidad el cumplimiento de todas estas condiciones no siempre coincide con la existencia de una nacionalidad. Por el contrario, existen casos en los que aun faltando muchos de estos elementos, existe un fuerte sentimiento nacional (caso de los vascos, en España).
Parece ser que el reconocimiento del prójimo como individuo de su propia clase y la conciencia del grupo como homogéneo, como unidad cultural, es lo que convierte a los miembros en un territorio en nación, y no exclusivamente los demás atributos comunes, cualesquiera que puedan ser, que distinguen a esa categoría de los no miembros de ella.69 Es este aspecto el que revela la identidad nacional como componente subjetivo de la nación70 y el que permite —desde nuestra perspectiva— comprender lo que hay de común en este proceso de construcción de la identidad nacional en las distintas naciones, más allá de los contextos sociales que ofrecen contenidos particulares que las distinga.
Por tanto, frente a la dificultad de basarse sólo en criterios objetivos para definir la nación y la nacionalidad, toma forma la necesidad de abordar estos conceptos desde una perspectiva subjetiva71 que permita aproximarnos a la idea de identidad nacional. En resumen, la toma de conciencia, el sentirse y el saberse perteneciente a un grupo que nos dota de particularidades compartidas sólo con los miembros del mismo grupo, son las características que definen la identidad nacional.
A través de las páginas anteriores se vislumbra el carácter multidimen-sional72 de la identidad nacional, el cual implica la lengua, el sentimiento, el territorio y simbolismos específicos. Por esta razón, para comprender cómo surge la identidad nacional nos remontaremos, una vez más, a sus antecedentes históricos, para responder así a los interrogates que están en el origen de este proceso: ¿Qué hace a los individuos sentirse miembros de una nación determinada? ¿Qué mecanismos conducen en un momento histórico y en un determinado espacio geográfico a esa colectividad a sentirse a sí misma como nación? Algunas ideas relacionadas con la respuesta a estos interrogantes fueron esbozadas previamente.
Comprender lo que hace que unos individuos lleguen a sentirse miembros de una nación requiere asumir la nación como una representación simbólica e imaginaria. La nación como algo perteneciente fundamentalmente al mundo de la conciencia, de los actores sociales, y seseñala que este carácter imaginario y simbólico no impide que la nación tenga eficacia social, que exista como realidad social.73
Ya hemos indicado que la idea de construcción, definida por distintos autores, es contraria a las concepciones de los nacionalistas primordialistas que intentan mostrar el carácter natural de la nación. Sin embargo, todas las consideraciones presentes en las definiciones de nación y nacionalidad ponen de relieve el carácter circunstancial e histórico de la idea nacional.
En consonancia con planteamientos anteriores, «aunque la etapa decisiva de los procesos de formación nacionales se sitúe en el siglo XIX, los inicios de la identidad nacional tienen que ser buscados en el medioevo [...] en torno de la identidad nacional premoderna y a la delimitación de los grupos étnicos 'primordiales'»74.
En páginas anteriores hemos señalado que aunque la posibilidad de recurrir a la conciencia nacional en los estamentos y en la nobleza favorecían la construcción nacional, ésta no siempre estuvo presente en todos los grupos étnicos, muchos de los cuales se reconocían como diferentes, y llegaron a tener una identidad nacional propia. En estos casos, la pauta similitud-disimilitud, mencionada previamente, se encuentra en la base de la construcción de la identidad nacional. De modo que en la percepción de las diferencias entre individuos de distintas etnias se iniciaba la construcción de la frontera étnica.
La delimitación de las fronteras puede señalarse como uno de los antecedentes históricos de la identidad nacional, ya que está relacionada con el surgimiento de los movimientos de agitación étnico-nacionales, que según Horch (1994) constituye una de las fases históricas en la construcción de la identidad nacional.
Horch (1994) señala tres consideraciones históricas importantes en la construcción de la identidad nacional:
- Distingue la formación de la identidad nacional dentro de las condiciones del Estado-nacional y la misma dentro de las condiciones del grupo étnico no dominante.
- Señala que hasta finales del siglo XVIII y aun hasta muy avanzado el siglo XIX, lo decisivo era otro tipo de identidades distintas a las nacionales.
- En los grupos no dominates, la existencia de una frontera política, lingüística y religiosa no desempeñó 'de por sí' un papel activo en la formación de la identidad nacional moderna.
Partiendo de los planteamientos de este autor, se considera que la construcción de la identidad nacional es producto de la crisis que se presenta en las identidades colectivas existentes. En esta construcción, Horch75 señala dos fases: una fase A, 'de ilustración', en la que la nación en vías de desarrollo hubo de ser adecuadamente delimitada y descrita (a saber, la búsqueda de los orígenes de la etnia en la genealogía y la edad de oro de la historia de la etnia), y una fase B, 'de agitación nacional', en la que la identidad nacional llegó a ser declarada abiertamente una meta consciente, y que sólo tuvo éxito gracias a la intensidad que la comunicación y movilidad social habían alcanzado.
La cristalización de estas fases, con sus consecuentes logros, fue posible gracias a situaciones que previamente se habían producido en el contexto de la crisis, la cual permitió que algunos miembros de los grupos étnicos no dominantes tuvieran la oportunidad de ascender socialmente; que se genera una relajación del régimen político; y que se hiciera evidente una contraposición de intereses nacionalmente relevantes, en la que existía además contraposición étnica de las clases implicadas.
De este modo, estas situaciones favorecieron la agitación de la fase B, y su éxito se debió a que las masas populares aceptaron el llamado nacional y participaron en el movimiento. Se produjo la identificación individual con la comunidad étnica.
En esta línea de ideas, la construcción nacional a partir de los estados premodernos existentes, y de los grupos étnicos no-dominantes (en los procesos señalados en la fase A), se sirve de unos mecanismos que, respondiendo a un determinado contexto histórico, facilitan su aparición. Para la nación como una realidad construida, son más decisivos los valores simbólicos y culturales que los decretos y las normas políticas. En palabras de Pérez Vejo, «a pesar de las apariencias, la construcción de la nación es un asunto político sólo en segundo término [...] Son las rutinas, las costumbres y las formas artísticas las que expresan la nación y las que la dibujan en el imaginario colectivo [...] Para la invención de la nación [...] es más importante la fijación de tradiciones propias y genuinas, desde celebraciones festivas a rememoraciones de batallas, reales o ficticias, pasando por la gastronomía vernácula, que la existencia de un Parlamento. Es en éstas donde se lleva a cabo el proceso de invención nacional [...] En este sentido, la creación de una identidad nacional, una conciencia nacional, es principalmente un proceso mental cuyo funcionamiento tiene más que ver con el desarrollo de modelos culturales que con la actividad política propiamente dicha»76 Para la creación de la identidad nacional es importante que la nación no aparezca de manera esencial como algo político sino natural.
En consonancia con estas ideas, Pérez Vejo (1999) explica el nacimiento de una identidad nacional cualquiera a partir del proceso de socialización,77 por medio del cual los individuos miembros de una sociedad asumen una serie de valores y normas como propios y los interiorizan como causa de todo su comportamiento social. Para este autor, el proceso de socialización posee todas las características de una coerción ideológica. Esta coerción ideológica puede ser ejercida a la sombra de un Estado existente (oficial) y la que se hace contra éste para establecer un Estado alternativo (nacionalismos periféricos)78. Esto supone, para el mencionado autor, situar el Estado en el corazón del problema nacional. La nación como problema del Estado.79 De este modo, la coerción ideológica estaría dirigida a crear una identidad nacional homogénea que permita legitimar el lugar del Estado como defensor de la comunidad particular. A partir de esto surge la nación como una construcción mental que integre los sentimientos del grupo.80
La coerción ideológica aparece como necesaria en el siglo XVIII y tuvo un papel importante en el desarrollo del Estado moderno en Europa, lo cual explica el éxito del Estado-Nación frente a otras formas de organización política de la época. La coerción ideológica ayudó, al mismo tiempo, a consolidar la representación política en manos del Estado y a la aparición del sentimiento nacional y, junto con éste, el nacimiento de la idea de identidad nacional. Aunque la coerción ideológica está en el centro del nacimiento de un sentimiento nacional e identidad nacional cualquiera, también es cierto que no todos los ciudadanos participan de igual manera en esta construcción nacional.81 En este proceso participan grupos minoritarios ligados a la burocracia y en los que destacan la clase política y los intelectuales que se sirven del sentimiento popular para sus manipulaciones. En este sentido, Pérez Vejo es tajante y afirma que el nacionalismo nacido del pueblo es sólo un mito muy extendido sin ninguna veracidad, ya que considera que «la nación es siempre una codificación de las clases cultivadas, nunca una emanación espontánea de las clases populares»82.
Si recordamos el proceso de construcción nacional, desde la concepción civil comprenderemos que para la construcción de la identidad nacional el Estado crea, mediante la coerción ideológica, la etnia mítica que está en la base de esa nación dominante y le da sustrato simbólico.83 En la nación plural, por su parte, los miembros están unidos por acuerdos previos (que pueden ir cambiando) y las etnias conservan su cultura, mitos, tradiciones y lengua; no obstante, para facilitar la cohesión social de los distintos grupos es necesario el uso de mecanismos que favorezcan la confianza en el mito fundacional y la cultura de Estado en la que se sustenta la nación y en la que tienen vida las distintas etnias. Este mecanismo actúa en el mismo sentido que la coerción ideológica, ya que ésta, en última instancia, se sirve de un sistema de educación público y en la difusión mediante la literatura, el teatro, la música para extender la cultura creada por el Estado. En la nación étnica, esta coerción ideológica aparece en los intelectuales de la etnia, los primeros que toman «conciencia» del origen y que tienen la responsabilidad de reivindicar el origen sagrado de la etnia y rescatan los mitos y la cultura vernácula84. Cobra sentido en este proceso la definición de Renán85 acerca de la nación moderna —civil (plural) o étnica— en términos de olvido: En la nación moderna, sus miembros han olvidado la diversidad de su origen.
Hasta aquí hemos visto algunos antecedentes históricos de la identidad nacional señalados en las fases descritas por Horch (1994) y cómo la coerción ideológica es uno de los mecanismos que permitieron que una colectividad determinada, en un espacio geográfico determinado y en un momento dado, llegara a sentirse como una nación y sus miembros parte de ella. Mediante este mecanismo se van escribiendo las pautas de socialización (de gran importancia para la fase A) y ocupándose de aquellos aspectos de la historia dignos de recordar y los que son necesarios olvidar. Pero este proceso de construcción de una identidad nacional no es simple, ni unilineal; por el contrario, es complejo y con diversas condiciones económicas, sociales, políticas, culturales, y en ellas las religiosas, que representan un papel importante en su aparición.86
De este modo, la conciencia de identidad nacional, de pertenencia a una nación, como forma colectiva de identificación, surge en los siglos XVII y XVIII en la Europa Moderna como resultado, en parte, de las necesidades económicas y fiscales que planteó el Estado-Nación87, y es el resultado de un largo proceso, cuyo origen podría encontrarse en el medievo.
Parece entonces que «la identidad nacional no nació porque un deter-minadogrupo de población se encontrara definido mediante fronteras objetivamente comprobables y contara con el reconocimiento del mundo exterior. Lo decisivo fue la identificación personal del individuo con el macrogrupo o nación [...] Se trató de un proceso psicológico determinado social, política y culturalmente»88.
Este proceso psicológico corresponde a la necesidad que tiene el individuo de identificarse con una magnitud superior como una constante antropológica89. Asumiendo un carácter histórico en la construcción de toda identidad, Horch coincide con la visión de Erickson, entre otros,90 según la cual «la transformación esencial de las circunstancias históricas y sociales puede debilitar o incluso amenazar algunas identidades... [Ante lo cual] el individuo puede reaccionar, bien mediante una protección más intensa de su identidad actual, o bien buscando nuevas identidades».
Según Horch 91, «la búsqueda de una identidad nacional radica en la crisis de las antiguas identidades y de las tradiciones legadas y esta crisis fue resultado, o un componente, de la crisis general de la antigua sociedad feudal».
Grosso modo, revisaremos cómo la identidad nacional reemplazó las formas de identificación colectiva existentes. Una primera identificación colectiva venía dada por la religión: La cristiandad. Ser cristiano era una forma de identificarse, pero era demasiado global, y cuando se produjo la ruptura de la unidad cristiana surgieron los primeros brotes pro-nacionalistas.
Antes que súbdito de una iglesia, una persona era súbdito de un señor o monarca. La integración colectiva era diferente dependiendo de sí se era noble o campesino. Para los primeros, la identificación se daba por consanguinidad, y para los campesinos, sin árboles genealógicos, la identificación venía dada por el territorio (se era de tal aldea, comarca), siempre dentro de un espacio geográfico. Estas eran sociedades fragmentadas en estratos, y en ellas los sistemas de identificación colectiva eran diferentes. Los grupos dirigentes ponían más énfasis en la diferenciación que en la homogeneidad.
La iudad aparece en el estado burgués como un espacio sin raíces en el que todos son extranjeros, y es en ese momento en el que cobra sentido la identidad nacional.
Tal como lo ha expresado Habermas92: «Tras la ruptura del Ancien Régime y con la disolución de las órdenes tradicionales de las primeras sociedades burguesas, los individuos se emancipan en el marco de libertades ciudadanas abstractas. La masa de los individuos así liberados, se torna móvil, no sólo políticamente como ciudadanos, sino en lo económico, como fuerza de trabajo, en lo militar por el servicio obligatorio y también culturalmente como sujetos de una educación escolar —también obligatoria— que aprenden a leer y escribir y seven arrastrados así por el remolino de la comunicación y la cultura de masas. En esta situación es el nacionalismo el que está llamado a satisfacer la necesidad de nuevas identificaciones».
Para Pérez Vejo, la «nación (la identidad nacional) es una forma de identidad colectiva, específicamente moderna, causa y consecuencia de la ruptura de viejas formas de identidad características de las sociedades tradicionales...»93
No obstante, es importante señalar, como lo afirma Horch, que «la nación moderna no llegó a formarse mediante el constructo de la identidadnacional sino a través de la interacción de diversas circunstancias y compromisos en la esfera social y cultural. Sólo estos últimos hicieron posible el cambio de identidad, o también la decisión a favor o en contra de la Identidad nacional»94.
Diremos entonces con Pérez Vejo que «La omnipresencia del hecho nacional no debe hacernos olvidar que la aparición de la nación como sujeto de identificación colectiva es un fenómeno relativamente reciente, al que su carácter totalizador, ajeno a otras formas de identidad colectiva, ha dotado de una áurea de ahistoricismo absolutamente falsa [...] La nación es una forma específicamente moderna de identidad colectiva, que no ha existido durante la mayor parte de la historia de la humanidad y que sólo ha logrado convertirse en hegemónica en los dos últimos siglos»95.
El estudio de la identidad nacional como forma de identidad colectiva puede ser abordado desde una perspectiva psicológica, y es en la que Horch encontraba interés. No obstante, el abordaje psicológico puede enmarcarse también en los estudios sobre conocimiento social, y su evolución, en particular el conocimiento acerca de la organización social, a fin de ver si hay aspectos universales, con independencia de los dominios o subdominios de conocimiento (político, económico, moral, etc.), y con independencia de los contextos en los que se construye la persona como ser social.
Este abordaje no implica que se deje de reconocer que la aparición de la identidad nacional está basada en la cultura96. Muy al contrario, coincidimos con Gellner (1998) en que el sentimiento nacional es una condición de manifestaciones emotivas de preocupaciones sociales, «parte de las condiciones sociales, no de la psique, pero se alojan muy al interior de la condición humana»97. De este modo, aceptamos que hoy por hoy la identidad nacional es una forma de identificación social ampliamente extendida; sus orígenes se encuentran en la cultura, pero se hace evidente o manifiesta en la condición humana. Es el hombre individual el que se identifica o no con las carcaterísticas que definen a la nación. Por tanto, creemos que su estudio puede ser abordado desde el estudio del sujeto psicológico. Ya que es en el sujeto psicológico en el que podremos encontrar explicación al hecho, también evidente de que «hoy, en el momento de mayor conciencia nacional de todas las épocas, se podría afirmar que una amplia mayoría numérica de la población del mundo no siente fidelidad a ninguna nación»»98.
Por otro lado, el estudio de la identidad nacional tiene importancia científica y práctica en otros ámbitos.
A. En primer lugar, tendría un interés científico-teórico en otras áreas de la psicología, como son:
- Los estudios acerca del concepto de sí mismo (autoconcepto), ya que es un aspecto importante en la definición de sí que se va construyendo a lo largo del desarrollo y tiene que ver con la identidad como miembro de una comunidad;
- La relación entre los aspectos afectivos y cognitivos implicados en la identificación con un grupo social. Esta relación constituye un problema siempre pendiente en los estudios genéticos sobre desarrollo social. Desde este punto de vista, la identidad nacional se presta mucho mejor que otros aspectos del desarrollo social a analizar el papel de lo afectivo en las representaciones y en las conductas que tienen que ver con lo social.
B. Por otro lado, coincidiendo con Pérez Vejo, aunque el carácter histórico-cultural y la velocidad de los cambios a estos niveles nos lleven a pensar que también, arrastrada por la velocidad del cambio histórico, la nación se ha convertido, a su vez, ella misma en una de estas culturas tradicionales en trance de desaparición, en el momento actual, las consideraciones sobre este tema tendrían, un interés práctico en varios ámbitos de actuación:
- En las aportaciones para la educación como ciudadanos responsables que tendría el hecho de conocer las ideas previas de los niños, a la hora de diseñar actividades curriculares acordes con esas ideas y dirigidas a ayudarles a poner en cuestión las que no resulten adecuadas (nacionalismos exacerbados, posible xenofobia, no comprensión de la inclusión de unas comunidades en otras más amplias), con el objetivo puesto en una educación en valores.
- En el ámbito político-social, la manera en que los individuos de un país construyen sus sentimientos y conocimientos sobre éste permite obtener información válida no sólo de su posible comportamiento ante acontecimientos nacionales de relevancia (por ejemplo, los actos electorales, la formación de movimientos de cambio social), sino que además ofrece la posibilidad de identificar las acciones que podrían realizarse desde un gobierno interesado en promover sentimientos positivos de identidad nacional en sus ciudadanos, o bien por minimizar los nacionalismos exacerbados.
Conscientes de que se puede ser más exhaustivo en el tratamiento de la información que se ha presentado hasta el momento, confiamos en que hayamos sido capaces de delinear los principales antecedentes históricos de la identidad nacional revelando la importancia de este concepto en la realidad social que construye cada individuo y, por tanto, su abordaje desde la perspectiva cognitivo-evolutiva.
1 Para una revisión de los orígenes del término y evolución de la palabra, ver SURATTEAU, Jean-René (1972). La idea nacional. De la opresión a la liberación de los pueblos. Traducción al español de Roberto Mesa. Madrid, Edicusa, 1975. Introducción; y PEREZ VEJO, Tomás (1999). Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas. Ediciones Nobel. Cap. 2.
2 SURATTEAU, op. cit., p. 13-14.
3 MARAVAL, J.A. (1986). Estado moderno y mentalidad social, citado por PÉREZ VEJO (1999).
4 Ibíd., p. 44-45.
5 Diccionario de la Real Academia Española (1979), citado por PÉREZ VEJO (1999), p. 45.
6 Ibíd., p. 61.
7 SMITH, A. D. (1994) «Tres conceptos de nación». En:Revisfa de Occidente, N° 161. Octubre de 1994, p. 7-8.
8 Ver SMITH (1991). National Identity. Traducción al español de A. Despujol Ruiz-Jiménez. La identidad nacional. Madrid, Trama, 1997, p. 8-10; SMITH, op. cit. (1994), p. 8-9.
9 PÉREZ VEJO, op. cit., p. 62.
10 La nación como expresión de la voluntad será retomada al definir la identidad nacional. Unida a esta idea también se considerará la idea de la nación como construcción, en un abordaje subjetivo de la definición de nación.
11 PÉREZ VEJO, op. cit., p. 66.
12 En este sentido, consultar SMITH, 1976; 1986; 1991.
13 En este sentido es importante recordar que los avances científicos de la época (teoría de la evolución de las especies de Darwin, entre otros) y acontecimientos sociales desencadenados por las recientes conquistas de entonces, constituyen un clima propicio para el cultivo de estas ideas.
14 GELLNER, E. (1998) Nacionalismo. Traducción al castellano de Ferrán Meler. Barcelona, Ediciones Destino, p. 74.
15 PERÉZ VEJO (1999), op. cit., p. 50.
16 Ibíd., p. 52.
17 Ibíd., p. 60.
18 En este sentido se expresan Smith (1991), Pérez Agote (1994), Horch (1994), Gellner (1997) y Pérez Vejo (1999), entre otros.
19 HORCH (1994). «La construcción de la identidad nacional: del grupo étnico a la nación moderna». En: Revista de Occidente, N° 161, 1994, p. 45-60. Traducción al español de Alejandro del Río Herrmann, p. 48.
20 HORCH, op. cit., p. 49.
21 GELLNER (1998) en los capítulos seis y siete de su obra Nacionalismo revisa el proceso de delimitación política de las fronteras a partir de 1815. También él sitúa el nacimiento de la agitación étnico-nacional en el trazado arbitrario, en el que se hizo caso omiso a las diferencias étnicas.
22 SMITH (1994), op. cit., p. 17.
23 En este sentido se expresan Smith (1994) y Quijada, M. (1994), entre otros.
24 SMITH (1991) considera que la nación cívica se encuentra en la base de la concepción plural, y se diferencia de ésta en el grado de centralización del poder político. En este sentido, la nación civil estaría en el extremo opuesto de la nación plural, y existen en ésta unas leyes e instituciones federales que protegen tanto las libertades locales o provinciales como la expresión de la voluntad y los sentimientos políticos comunes, p. 9.
25 SMITH (1994), op. cit., p. 18.
26 Ibíd., p. 19.
27 Sobre estos problemas y peligros reflexiona de manera aguda Mónica Quijano (1994) y señala diferentes aspectos que suponen un desafío a la nación plural.
28 SURATTEAU, op. cit., p. 16.
29 Citado por SURATTEAU (1975), p. 16.
30 Idem.
31 Ibíd., p. 17.
32 Para mayor información consultar SURATTEAU (1975), p. 17-20.
33 La diferencia que aquí se establece entre «nación» y «nacionalidad» se refiere más a una relación de medio-fin, en el que la nación constituye el camino mediante el cual se cumplirá el objetivo del pueblo. La nacionalidad viene a ser una idea, e incluso un sentimiento, que encuentra su expresión en la nación.
34 La idea de Mazzini nos lleva a pensar en la concepción plural de nación, tal y como hoy se conoce.
35 En esta definición se mantiene una equivalencia entre los términos «nación» y «nacionalidad» y se empieza a dotar a este último de nuevos elementos que los diferenciará posteriormente.
36 RENÁN, E. (1957). Qué es una nación. Traducción y estudio preliminar de Rodrigo Fernández Carvajal. 2a ed. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1983, p. 38.
37 La alusión directa «sin grupos intermedios» nos remite a la necesidad de anular las identidades étnicas minoritarias a condición de ser parte de una nación.
38 RENÁN (1983), op. cit., p. 36-37.
39 «General», aquí se refire a la falta de precisión para definir los elementos que indican la existencia de la nación.
40 El resaltado no aparece en la cita original.
41 La idea de nacionalidad, así entendida, tiene estrecha relación con lo que se llamará identidad nacional. Deben existir unos elementos «objetivos» que formen la nacionalidad, que al hacerse conscientes en el grupo social, al tiempo que sus miembros se reconocen como poseedores de esos elementos, dan como resultado la identidad nacional.
42 SMITH (1997 [1991]), p. 46.
43 Ver SMITH (1997 [1991]), p. 66-67, para el análisis que hace de los diversos usos y significados del término «nacionalismo». Tesis doctoral. Facultad de Derecho. UAM, 1999.
44 No hay acuerdo respecto a la utilización del término «invento» (Kedourie, 1960) que asume que la nación surge de la nada, por voluntad de unos cuantos , y los que creen que es una creación o consecuencia de la modernidad (en palabras de Gellner (1997), por lo cual consideran que existen unas razones históricas, sociales y culturales que explican su aparición.
45 Gellner es un representante de esta postura. En está misma línea, pero diferenciándose en la explicación del fenómeno se encuentra Kedourie (1960).
46 Como representantes de este pensamiento se encuentran A. Smith (1960; 1983; 1991; 1995); Horch (1994) y Pérez Vejo (1999), entre otros.
47 GELLNER (1997 [1998]), p. 24.
48 Ibíd., p. 26-27.
49 Ibíd., p. 31.
50 Idem.
51 GELLNER (1997). Cap. 3.
52 Las ideas expresadas en este trabajo, con relación a la posición de los modernistas en el surgimiento del nacionalismo, siguen los planteamientos plasmados por Gellner en su obra de 1997. Este autor realiza una revisión histórica a través de la cual rastrea los orígenes del nacionalismo y hace un análisis muy interesante sobre las condiciones sociales, culturales e ideológicas que han favorecido el desarrollo del nacionalismo en la época moderna. Presenta una teoría bien articulada, y concluye con algunas ideas que, en total coherencia con sus planteamientos, constituyen posibles salidas al problema del nacionalismo.
53 En lo relacionado con esta postura seguiremos principalmente las ideas de Smith (1991). En los cap. 3 y 4 presenta las argumentaciones que le permiten explicar el nacionalismo enraizado en la matriz cultural de las socidades desde el siglo XVII.
54 SMITH (1997 [1991]), p. 65.
55 Ibíd., p. 46-67.
56 Ibíd., p. 67-68.
57 Consultar SMITH 1997 [1991], p. 67-71, para profundizar en la relación de ideología, lenguaje y símbolos que hace el nacionalismo.
58 Ibíd., p. 71.
59 SMITH (1997[1991]) se refiere a la necesidad de recurrir a conceptos generales de nación y nacionalismo, a pesar de reconocer características contextuales que particularizan a cada movimiento nacionalista. P. 72-73.
60 Ya hemos anotado que la nación plural puede considerarse como una nación civil, en la que el poder político se ha organizado de manera diferente.
61 SMITH (1997 [1991]) defiende la validez de la tipología de Kohn y señala sus ventajas para la comprensión del nacionalismo, al tiempo que reconoce las limitaciones de esta tipología.
62 GELLNER (1998). Cap. 8,9,10 y 11.
63 Ibíd., p. 128-129.
64 SMITH (1997), p. 68.
65 Ibíd., p. 68.
66 Sería importante reflexionar si «identidad nacional» en este sentido hace referencia al ser de una nación: hay una nación cuando hay estas características, más que el proceso psicológico de identificarse con ésta.
67 SMITH (1991), op. cit., p. 12.
68 PÉREZ VEJO, op. cit., p. 55. «Objetivista», en este sentido, hace referencia a la posibilidad de identificar rasgos diferentes en cada unidad cultural que conforman la identidad nacional.
69 En este sentido es útil la distinción que plantea Smith (1991). En la traducción castellana, 1997, p. 18-19.
70 Para mayor información sobre la identidad nacional como concepto subjetivo, Pérez Vejo (1999) ofrece obras de referencia de gran interés, p. 106.
71 En este sentido se expresa Pérez Vejo (1999), p. 12. Es importante señalar que al tener en cuenta este aspecto subjetivo no se niega que existan los aspectos objetivos en virtud de los cuales, también, se hace la construcción nacional.
72 En este sentido se expresan Smith (1991); Horch (1994); Gellner (1998); Pérez Vejo (1999).
73 PÉREZ VEJO, op. cit., p. 12-13. En este sentido también puede consultarse a Anderson, Comunidades imaginadas.
74 HORCH (1994), op cit., p. 47. Ver también Smith (1991). Cap. 2.
75 Ibíd. (1994), p. 57-58.
76 PÉREZ VEJO, op. cit., cfr. p. 17-18.
77 El proceso de socialización planteado por Pérez Vejo tiene relación con la fase A, de ilustración, en la construcción nacional, definida por Horch.
78 PÉREZ VEJO, op. cit., p. 20-21.
79 La invención de las naciones a partir de los estados ha sido señalada previamente. También Gellner (1997) se refiere a este planteamiento. Este analiza el surgimiento del nacionalismo vinculado al problema de la cultura y a lo que él llama el matrimonio Estado-Cultura. También Horch (1994) hace referencia a esta relación.
80 Para profundizar en las ventajas que tenía para los gobernantes ejercer esta coerción ideológica en caso de guerras, revisar Pérez Vejo (1999), p. 20-27.
81 En este sentido se expresan Suratteau (1975); Smith (1976); Horch (1994); Gellner (1998); Pérez Vejo (1999).
82 PÉREZ VEJO (1999), op. cit., p. 39.
83 GELLNER (1998) hace referencia a este proceso en las etapas de transición que explican la aparición del nacionalismo. P. 73-96.
84 SMITH, op. cit. (1991), p. 11.
85 RENÁN (1983), op. cit.
86 Algunos autores han señalado cómo la religión jugó un papel simbólico importante en la configuración de una cierta identidad nacional (como en el caso de España). Ver COLLEY, Linda. Britons: Forging the nation 1701-1837. New Haven, 1992, p. 18, citado por Pérez Vejo (1999), p. 32, y Kohn, Hans. The idea of nationalism. A study in its origins and background. Nueva York, 1969, citado por Pérez Vejo (1999), p. 33-34. Smith (1991) se refiere a la importancia de tener en cuenta las similitudes entre identidades religiosas y étnicas, ya que tienen origen en criterios culturales de clasificación similares, a menudo se solapan y afianzan mutuamente, y actuando juntas o por separado son capaces de movilizar y sustentar comunidades fuertes. P. 7.
87 En estas ideas se encuentran algunos de los argumentos de los que defienden que la nación hunde sus raíces en comunidades de siglos anteriores. En este sentido se expresa Smith (1991), quien señala los antecedentes premodernos de la nación y, por consiguiente, de la identidad nacional. Según él, estos antecedentes se encuentran en las comunidades étnicas. También se puede ver Horch (1994) y Pérez Vejo (1999).
88 HORCH (1994), op. cit., p. 52.
89 Ibíd., p. 52.
90 Ibíd., p. 53. Sin aludir a una explicación psicológica explícita, Gellner (1998) también sitúa el problema del nacionalismo en la necesidad del ser humano de una identificación que lo rescate de su anonimato y lo relacione con los otros miembros de la comunidad nacional de la que forma parte.
91 Ibíd., p. 53. Gellner en su obra póstuma (1997), traducida al castellano en 1998, hace una reseña histórica de la humanidad, analiza las características culturales y económicas que favorecían el surgimiento del nacionalismo, y señala las etapas de transición y las formas de identificación colectiva en cada una de ellas, y muestra cómo sólo en la modernidad la identidad nacional, promovida por el nacionalismo, se convierte en la manera de identificación, y el nacionalismo en la ideología que la sustenta. En este mismo sentido, ver Pérez Vejo (1999), p. 77-79.
92 HABERMAS, J. (1989). Identidades nacionales y postnacionales. Madrid. p. 89.
93 PÉREZ VEJO, op. cit., p. 37.
94 HORCH (1994), op. cit., p. 60.
95 PÉREZ VEJO (1999), op. cit., p. 14-15. En este sentido recordamos los planteamientos de Gellner (1998), cap. 3, 4 y 5, en los que señala que la nación es una forma de identificación en la sociedad moderna de una masa anónima que habita la ciudad y carece en ella de los valores comunitarios de solidaridad. La nación es el lazo que une a los sujetos y les da sentido de pertenencia dentro de una sociedad cosmopolita y anónima.
96 Consultar Smith (1991), Gellner (1998), Horch (1994).
97 GELLNER (1998), op. cit., p. 33.
98 CARR, E.H. «Nationalism and after». En: BLAS GUERRERO, A. (ed.). Nacionalismo e ideologías políticas contemporáneas, citado por Pérez Vejo (1999), p.44.
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