Psicología desde el Caribe ISSN 0123-417X
e ISSN 2011-7485
No. 5, julio-diciembre 2000
Fecha de recepción: Noviembre de 2000

El declive del padre Una reflexión psicoanalítica

Karina García Méndez*

* Psicóloga, Universidad del Norte. Psicoanalista, miembro fundador del Círculo de Estudios Psicoanalíticos del Litoral Caribe. Docente del Minor en Psicología Clínica, Universidad del Norte; tutora Postgrado en Psicología Clínica, en la misma universidad. (e-mail: karinagl@yahoo.com)


Resumen

Actualmente se aprecia un aumento de síntomas denominados a veces como «de fin de milenio», tales como: las toxicomanías, la homosexualidad, el sufrimiento de la soledad y el apetito de éxito económico, social y estético, entre otros.

Esta situación nos lleva directamente a preguntarnos por el significado y las implicaciones de la misma, lo cual remite, según el psicoanálisis, al tema del declive del padre, lo que a su vez se refleja en nuestra época, en la que la figura del padre ha sido colocada en una posición desde la cual sigue ejerciendo su reinado pero sin gobernar.

El padre, en cuanto figura que representa la ley y coloca los límites, aparece minimizado. Esto ha generado profundas implicaciones y consecuencias psicológicas, las cuales serán analizadas en nuestro actual periódo histórico y cultural desde la perspectiva de Jacqes Lacan.

Palabras claves: Inteligencia, emoción, estructura biológica, cultura, aprendizaje, promedio académico.


Abstract

In the present time, we can notice an increase of the so called "end of millennium" symptoms, such as, drug addiction, homosexuality, loneliness feelings, and the economical, social and aesthetic success appetite.

This situation leads us to wonder about the meaning and implications of it. This refers, according to psychoanalysis, to father decline topic, which in turn is now reflected in that the father figure has been placed in a position in which he can still reign but he cannot rule.

The father, as a figure representing law and establishing limits, appears minimized. This has originated profound psychological implications and consequences, which will be analyzed in our present historical and cultural period from Jacques Lacan's perspective.

Key words: Intelligence, emotion, biological structure, culture, learning, grade point average.


Es de todos conocido el aumento de algunos síntomas; tanto es así que los hemos llamados «síntomas contemporáneos o de fin de milenio»: las toxicomanías, la homosexualidad, el sufrimiento de la soledad, las patologías de las migraciones, apetito de éxito económico, social y estético desarticulado de la causa ética que impulsa una vida humana, entre otros.

A la par de esto se escucha en el ambiente, y en particular en el psicoanalítico, el tema del declive del padre como relacionado con dichos síntomas. ¿Qué significa esto, qué implica y, por consiguiente, a qué nos llama?

En el mundo actual, el de la ciencia, se han caído los semblantes, los ideales. ¿Qué queda cuando nada de aquello que hacía creer, esperar o era soporte de ideales, de identificaciones, día a día se va derrumbando? En psicoanálisis hay una expresión que apunta a esto: «la inconsistencia del otro».

Para analizar lo que nos está sucediendo en esta época, permítanme hacer un recorte temporal desde la antigüedad hasta hoy, pero teniendo como hilo conductor la cuestión del padre. Este es un esbozo realizado por Silvia Amigo, psicoanalista de la EFBA, y la menciono porque hace una travesía histórica desde su perspectiva de analista.

La Antigüedad grecorromana marca esa época politeísta en la que la fuerza de cada deidad es contrabalanceada por la de las otras. No hay paz entre los dioses. El hombre antiguo está estructurado a la medida en que crea a sus dioses. La ley es ese equilibrio lábil, frágil, entre los detentores de la fuerza. No hay todavía reconocimiento claro de la potencia pacificadora de la ley misma, que debiera provenir de una fuente única.

La Edad Media nace con el triunfo a escala imperial del cristianismo. Se entroniza entonces una fuerza superior, única y altamente simbolizada, el Dios monoteísta, que opera demarcando una fuente única de legitimidad. Esa autoridad divina legitima también el poder temporal: el soberano lo es por voluntad de Dios Padre. Este imperio de Dios pacifica, a causa de la obediencia estable y acrítica que se establece respecto a él, al soberano detentor del poder y a los padres de la iglesia como únicos intérpretes autorizados.

El individuo medieval incorpora como conciencia moral este Dios y se cierra el mundo mental de esa época en una fuerte culpa y sumisión. Este mundo ha de llamarse luego premoderno.

Sigue la Edad Moderna. Históricamente se fecha con el Renacimiento, con el descubrimiento de América, la reforma religiosa, el nacimiento del capitalismo, pero según el eje del padre que nos está sirviendo de hilo conductor, sería central el cogito cartesiano. Cogito ergo sum. Pienso (me apropio del verbo) y luego soy (me aseguro un ser de sujeto).

Este es el momento decisivo: la fuente del verbo pasa de Dios Padre al hombre, que puede hacer uso de ese verbo para asegurarse un ser, una subjetividad, el rasgo distintivo diferencial de la modernidad. El verbo, como atributo humano, es puesto a reflexionar sobre la historia, sobre el hombre mismo.

El verbo no es ya monopolizado por el Dios Padre. La razón se entroniza como producto del uso del verbo razonante por el sujeto. La Ilustración da comienzo a una tradición racionalista, anticlerical y culta. Las Luces iluminan el material que se debe estudiar. El sujeto de la conciencia es centro y eje de este mundo moderno.

Desafiado Dios, todo es posible.

Abolido el imperio de Dios Padre, ¿se ha acaso acabado con la necesidad de una fuente de legitimación para la acción humana? ¿No engendra una peligrosa eficacia en lo real el poderío del verbo transferido al hombre sin los límites de la ley? ¿Podemos creer superada en los tiempos modernos la necesidad de ubicar una causa de la vida del hombre, causa también de los sentidos de esta vida?

Este es un impasse de la modernidad.

El período del padre se ha desteñido y sacralizado; reina pero no gobierna. En su lugar se endiosa a la Razón y a la Ciencia. Al carecer del límite que regula la ley, esto conduce derechamente a la forclusión del sujeto.

¿En qué punto de esta trama ingresa el pensamiento de Freud?

Freud es hijo de una Viena de fin de siglo con un monarca, Francisco José, un padre vaciado de poder, casi pura imagen. En este clima aparece Sigmund Freud. El sujeto se descentra hacia el inconsciente. Sigue en pie la noción central de subjetividad, pero sobre otro eje. Y aquí aparece la formidable respuesta de Freud. El padre es reintegrado al discurso, ahora como marca en ese mismo discurso, como marca endopsíquica.

Freud trabaja en la localización discursiva de la ley en la cadena simbólica. El explicitará que esta ley opera en nombre del padre.

Morirá Francisco José, desaparecerá el Imperio Austrohúngaro, pero quedará esta marcación freudiana. Sólo que en Freud esta marca se sostiene en la figura edípica sustancializada que, como roca intraspasable, establece que no hay fin del análisis, sino obediencia estabilizada, aceptada y asumida a un padre.

Para Freud, el padre era no castrado, castrador; el deseo de Freud era paterno-centrado (mitos, Edipo, Tótem y Tabú, Moisés y el Monoteísmo).

Este impasse, atascamiento, seguirá por décadas hasta que llega Jacques Lacan. Freud de alguna manera destraba los impasses con los que la vacancia del padre abrumaba al sujeto moderno. Al intentar localizar en el discurso las señales del padre, el psicoanálisis reintegra la verdad al campo del saber, y reinstala la ética como límite a la satisfacción que la avanzada de lo simbólico promete a los apetitos humanos.

Prosigamos con el último momento de esta historia. El tiempo de Lacan. Preconiza el retorno a Freud, pero para ir más allá de éste.

En esta época, como venía diciendo, la figura del padre, de aquel que representa la ley y pone límites, experimenta un declive. Los grandes síntomas contemporáneos son muestra de los efectos de dicho declive. Lacan ha expresado: Lo que se expulsa en lo simbólico, retorna en lo real. Algo en torno al límite, al acotamiento del goce, no está siendo delimitado, y por consiguiente retorna en forma sintomática, en lo real del cuerpo. ¿Pensaríamos entonces que volver a los tiempos pasados, a la autoridad, a la monarquía, con un padre todopoderoso, sería la clave? Bien sabemos que no, por los efectos represivos que se padecieron en aquellos tiempos. ¿Entonces, hacia dónde proseguir? Es aquí donde quisiera introducir el tema del más allá del padre, en psicoanalísis, más allá del Edipo. Un poco para salir del impasse de la modernidad que proponía un traspaso de Dios al hombre, pero abrió la pregunta: ¿en manos de quién está el límite entonces?

Aparece Lacan en el panorama mundial y de alguna manera separa el psicoanálisis de una teoría de la familia.

Marie-Helene Brousse, psicoanalista francesa, vino a Cali en mayo de 1999 y puntuó dos aspectos:

  • Más allá del Edipo a nivel epistemológico
  • Más allá del Edipo, que vendría siendo un más allá del padre.

Con Freud se produce un rescate de la figura paterna. «El punto no analizado del deseo de un analista es el punto de detención de su elaboración teórica». Sin embargo, aunque lo intuye, no puede avanzar más allá del padre, ya que su deseo giraba en torno a éste.

¿Cómo da Lacan ese paso más allá de Freud?

A nivel espistemológico hizo un esfuerzo para ir en el psicoanálisis del mito hacia la estructura, cómo transformar un mito en matema. Produce esa formalización en la que separa el Edipo del mito. Se trata de la metáfora paterna, es la formalización del complejo de Edipo que reduce la historia edípica freudiana a una relación expresada en letras:

Esta fórmula implica la desaparición de un término por medio de una sustitución. Se produce un efecto de sentido mediante esta desaparición significante. En la escritura de la metáfora paterna lo que se sustituye al significante DM es el significante NP y Falo. Tenemos así una estructura que ordena y organiza la relación del sujeto con el Otro. El complejo de Edipo es lo que permite a un sujeto inscribirse en el eje simbólico, tomar su lugar en la cadena simbólica de sucesión y así ordenar la dirección de su deseo, tanto del lado de la elección de objeto como del lado de la identificación subjetiva.

El padre es definido como una función, lo que implica una diferencia entre la función paterna y el padre de la realidad como padre imaginario. Tenemos una reducción del padre al nombre; hay que entender que aquí no se trata del padre viviente sino del padre muerto, de lo que se transmite. La función paterna es absolutamente equivalente a lo que se puede transmitir, transmisión que no es la de la vida sino la transmisión subjetiva de un deseo.

La madre es reducida a la función deseo. El deseo materno no es igual al cuidado materno (deseo de): Debajo del significante DM tenemos la X, que equivale a decir lo desconocido de este deseo materno, ya que antes de la sustitución del Deseo Materno por el Nombre-del-Padre ese deseo es totalmente enigmático para el sujeto.

El efecto de esta operación de sustitución es lo que ordena para un sujeto el Otro simbólico del lenguaje (A) con el significante del deseo que Lacan escribe como F, o sea, el falo. Lacan reduce el otro al orden simbólico y el deseo a su significación fálica, eso es lo que produce esta sustitución del deseo desconocido por el significante Nombre-del-Padre.

Gracias a esa operación se desea, y si se desea es porque a uno algo le falta. El declive de la figura paterna no permite asimilar esa falta, y entonces aparecen todas las ofertas de hoy en exceso para los deseos humanos y los sujetos sin tope alguno, con la ilusión de que todo es posible. Sin embargo, algo insiste; los síntomas contemporáneos son el mejor ejemplo de ello.

Lacan prosigue y se critica que no interpreta la función paterna en el psicoanálisis. Va a deslocalizar el psicoanálisis del lugar del padre hacia otro lugar más allá de éste. El más allá del Edipo ahora no es simplemente epistemológico sino que es un más allá del padre. Para ello hace una lectura estructuralista de los mitos freudianos del padre: Edipo, Tótem y Tabú, Moisés y el Monoteísmo. Concluye que estos mitos producen una equivalencia entre el padre y la condición de goce. Califica lo anterior como el sueño de Freud y toma distancia de ello.

• Primera consecuencia: el más allá del Edipo es la transformación del padre en una función lógica de excepción. Es otro paso más hacia una despsicologización del psicoanálisis.

• Segunda consecuencia: el padre no es la condición de goce. El padre existe de un lado y el goce de otro. La operación freudiana consistía en anudar en el Edipo el padre y el goce de una manera muy simple; si el Edipo es el hecho de decir que porque papá prohíbe a mamá, ésta se convierte en un objeto perdido, es únicamente la prohibición lo que produce este objeto, y si no hay prohibición este objeto no existe. La prohibición del incesto construye el objeto freudiano como perdido. Después de este avance de la enseñanza última de Lacan ya no es la prohibición la que asegura el goce del objeto perdido. No, el padre no tiene nada que ver, sino que es una estructura lógica la que organiza todo eso. No es la voluntad de un padre bueno o malo, es otra cosa. Tampoco es una función del nombre.

Hoy en día la caída de los ideales, de los semblantes, implica que ya no hay quien prohiba; sin embargo, los efectos devastadores siguen retornando. Quiero citar aquí a Gérard Pommier, psicoanalista francés, quien estuvo en Bogotá en 1996 y dijo:

El goce pulsional se encuentra con un fracaso porque es un goce parcial del cuerpo en el cual se trata de identificar el cuerpo entero con el falo; entonces, en ese sentido hay un fracaso, y hay un fracaso más grande: que de este lado el goce mismo resulta privativo, imposible. Por eso es que empieza uno a fantasear que se puede gozar a pesar de de la imposibilidad. El fantasma es el sujeto tal cual él es trabajado, agitado por su deseo de gozar de todas formas, de gozar a pesar de la dificultad, de gozar a pesar de la prohibición del goce. ¿Por qué? Dije que este goce incestuoso era imposible, es un goce imposible, pero en vez de soportar un goce imposible es mejor pensar que este goce está prohibido. El primer paso en la constitución del fantasma consiste en hacer pasar un imposible al estatuto de lo prohibido. Pueden ver la operación que hace el sujeto y que consiste en inventarse alguien que le prohibe algo imposible. ¿Alguien? ¿Quién? Un padre, por supuesto. Así, el sujeto va a inventarse un padre y a fantasear que este padre tiene la culpa si no hay manera de gozar tranquilamente. Hay una invención de un padre que todos los seres humanos producen de cualquier manera. Invención necesaria para remplazar lo imposible por lo prohibido.

Tercera consecuencia: El goce no está relacionado con el padre; el goce está relacionado con el discurso y el síntoma, por ser un efecto de todo discurso. El goce se relaciona con el síntoma en la medida que éste produce una relación donde no la hay.

Al decir «el discurso» me refiero al universo simbólico. Es por estructura que uno no lo puede todo, no es porque un padre se lo prohíba.

¿Para qué es necesario todo lo anterior? Para propiciar, al menos en un análisis, el tránsito por esa experiencia; es la experiencia de la castración. Lacan hace virar la castración del falo al objeto (A). En la teoría lacaniana, el objeto (A) es el tope, el límite al cual se llega, por eso se propone que hay un final de análisis. El objeto (A) tiene que ver con el vacío. Esta experiencia se vive en un análisis, es la oferta del psicoanálisis.

Lo real como tope se logra trabajosamente hacia el final de un análisis, en el que se «aprende» que todo no se puede, todo no se goza, todo no se acota, todo no se investiga, todo no se comprende, todo no se soluciona, yendo así más allá de la necesidad de que el padre se lo recuerde a uno a cada paso; eso es lo que llamo la desustancialización del padre.

Se trataría de servirse lo necesario y lo suficiente del padre primero para después ir más allá de él y reconocer lo imposible en las marcas individuales, rasgo unario, de cada sujeto.

Bibliografía

AMIGO, Silvia. «Veinte años después. La práctica del análisis y sus interrogantes hacia el fin de siglo». Artículo de PsiNET, 1999.

BROUSSE, Mari-Helene. Los 4 discursos y el otro de la modernidad. Cali, Letra, 2000.

POMMIER, Gérard. En qué sentido el psicoanálisis es revolucionario. Santa Fe de Bogotá, Aldabón, 1997.

SOLANO SUAREZ, Estela. Clínica psicoanalítica con niños en la enseñanaza de Jacques Lacan. Medellín, CEPAN, 1993.


Psicología desde el Caribe
Revista de psicología de la Universidad del Norte
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Universidad del Norte
Barranquilla (Colombia)
2013
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