Psicología desde el Caribe

ISSN 0123-417X
e ISSN 2011-7485
n.° XXI, enero-junio de 2008


Editorial

Las editoras de esta revista compartimos amistad y trabajo desde hace más de treinta años. Aun en esta diada se refleja nuestro interés por demostrar que, afecto y razón no solo pueden ir juntos, sino que deben ir de la mano en un sano balance que le imprima pasión y motivación a los argumentos, pero también vigor y regulación permanente a la desbordante fuerza de los deseos.

No por casualidad los griegos pensaban que se conocía con el corazón. Probablemente, para asegurarse de no ser aplastados por aquello que Luis Carlos Restrepo llama "las trampas de la razón". Como tampoco es casual que muchas veces digamos a nuestros amigos y a nuestras parejas: "sé que te quiero", en una tendencia incontenible de darle a los afectos el valor agregado de su comprensión y la posibilidad de hacer de ellos un acto de voluntad.

La biología, en su esencial y aplastante lenguaje cuajado de evidencias, nos muestra todo el tiempo que conocimiento y deseo son indisolubles. Sin embargo, resulta preocupante encontrar hoy posturas de la Psicología Cognoscitiva, y posiciones en el mundo laboral que, en palabras de Mario Carreteros (2005, p. 8), se sostienen "como gran parte de la tradición intelectual de Occidente enraizada en la cultura griega y el pensamiento judeo-cristiano, con excepciones importantes, en la idea de que el conocimiento humano comienza y termina en sí mismo, que el ser humano tiene como fin primero y último el propio conocimiento, y por tanto, que la elección del objeto a conocer y su vinculación con él es una cuestión baladí".

¿Cuál es la concepción de educación y de trabajo que reposa tras esta idea, que luego se activa en formas diversas de matar la motivación del estudiante y del empleado y se traduce en instituciones que divorcian la academia, de la administración y la productividad, de los procesos humanos y la realidad que los abraza? Si hay algo que caracteriza los periodos de cambio, es la fructífera oportunidad de reflexión que se suscita y la gama de contradicciones que surge en los debates. Estamos en uno de esos períodos: revolucionario, desestabilizante y perspectivista. Imposible moverse a ritmo fijo.

Los sistemas laboral y educativo se mecen entre antinomias que en Educación, puerta de la cultura (1997), Jerome Bruner define como "pares de grandes verdades que, si bien parecen ambas verdaderas, se contradicen" (p. 85). Los dos sistemas mencionados deben permitir que los seres humanos desarrollen al máximo sus capacidades, al tiempo que necesitan atender los fines económicos, políticos, etc., propios de las culturas que los cobijan, orientan y dan sentido.

La pregunta es, ¿cómo hacer la tarea de responder a las dos funciones que implica la antinomia citada, sin que la una excluya a la otra? Como dice Bruner (1997): "no hay manera de encajar la medida apropiada entre los dos lados de una antinomia... [...] Necesitamos realizar el potencial humano, pero necesitamos mantener la integridad y estabilidad de una cultura. Necesitamos reconocer el talento nativo diferenciado, pero necesitamos equipar a todo el mundo con las herramientas de la cultura. Necesitamos respetar el carácter único de las identidades y la experiencia local, pero no podemos seguir juntos como un pueblo, si el coste de la identidad local es una torre de Babel cultural" (p. 88). Como sigue afirmando el autor estadounidense, es difícil solucionar estas demandas a gran escala y con preceptos generales; hay que juzgarlas una a una.

¿Cómo podrían las universidades en general y la nuestra en particular, como entornos que integran educación y trabajo, garantizar la eficiencia de los seres humanos que la conforman, respetando el lugar propio de la identidad de cada subcultura que la constituye?

Las analogías de la orquesta y del equipo de futbol, nos parecen pertinentes para dar cuenta de la belleza que encierra la relación individuo-grupo, ser humano-cultura. La maravilla de una sinfónica se reconoce cuando, los armónicos sonidos de instrumentos diversos, logran acoplar sus aportes en pro de un todo musical exquisito que responde a una misma melodía, al tiempo que implica la posibilidad del reconocimiento del lenguaje de cada instrumento. No sería igual esa melodía, si todos los músicos tocaran el piano.

Cuando un deporte se juega en equipo, requiere un balance entre las habilidades y funciones de sus miembros que garantice el resultado esperado. Es necesario hacer goles, pero también evitar que los oponentes los hagan. Esto no sería posible si el equipo estuviera conformado por once delanteros. Hay que dejar que cada quien aporte lo suyo en el concierto común de los escenarios educativos y laborales, aquello que de mejor manera contribuye con el diálogo perfecto entre eficiencia y disfrute, entre la construcción de conocimiento y el deseo de aprender y de enseñar, entre la productividad y la motivación por el trabajo. En últimas, la idea subyacente en este discurso sigue siendo: afecto y razón, dos dimensiones no solo posibles juntas, sino necesariamente unidas.

Consuelo Angarita Arboleda
Kary Cabrera Doku

Editoras


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