Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe

versión On-line ISSN 1794-8886
n.° VIII, enero-junio de 2008
Texto recibido: 12/08/07; Aprobación: 26/10/07


La caribeñidad como proyecto: identidad e integración en el siglo veintiuno

Emilio Pantojas García

Ph. D. University of Liverpool. Profesor de la Universidad de Puerto Rico e investigador del Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

[epantoj as@yahoo.com]


Resumen

¿Es posible hablar de una identidad nacional-regional caribeña? Partiendo de este interrogante, Emilio Pantojas analiza las posibilidades de integración del caribe en el siglo XXI. A lo largo del artículo, el autor explica por qué a pesar de la existencia de un "ethos caribeño" que tiene su expresión en la cultura, la estética y la narrativa, ésta "caribeñidad" no se traduce a los aspectos políticos y económicos como la conformación de una federación de Estados del Caribe o en una comunidad de naciones como la europea, debido a que los intereses políticos y económicos de las naciones —insulares cada vez son más distantes los unos de los otros.

Palabras claves: caribeñidad, identidad, integración federación, cultura, política.


Abstract

¿Is it possible to talk about a national-regional Caribbean identity? Using this question as a starting point, Emilio Pantojas analyses the possibilities of Caribbean integration in the XXI century. Along the article, the author explains a "Caribbean ethos" that expresses itself trough culture, aesthetics and narrative. This "ethos" whoever, doesn't translate into economical and political aspects such as the conformation of a Caribbean States federation or an commonwealth of nations such as the European due to the political and economical

interest of the insular-nations, every day more distant from each other.

Keywords: Caribbean , identity, integration, federation, culture, politics.


El Caribe es una federación emocional
Derek Walcott.

Las palabras de Derek Walcott que sirven de glosa a esta ponencia fueron pronunciadas en la feria del libro de Barranquilla de 2000, según me fue relatado. Estas pueden ser entendidas como una sentencia o como un reto. En cualquier caso nos obligan a preguntarnos si el proyecto de Confederación Antillana de los libertadores decimonánicos, Hostos, Martí, Luperán, o el de Federación Caribeña de los independentistas afroantillanos del Caribe angloparlante, Williams, Manley, Bird, ha sido relegado a las emociones que evocan el recuerdo. ¿Ha tronchado la globalización la viabilidad de un Caribe unificado? ¿Por qué seguimos hablando del Caribe y la caribeñidad en el siglo veintiuno; tiene ello sentido? ¿Debemos aceptar que la noción de Caribe describe una unidad geopolítica creada por las metrópolis y no una unidad socio-cultural definida endógenamente?

Estas son algunas de las interrogantes que queremos discutir. Advierto que se trata de una invitación a la reflexión informada por la historia y la sociología política, no de un estudio monográfico que producirá contestaciones definitivas. Mi intención es aclarar algunas interrogantes y producir otras nuevas o, al menos, replantear y sugerir nuevos modos de pensar las interrogantes sobre la caribeñidad.

¿Historia de un fracaso?

Desde la segunda mitad del siglo diecinueve se han planteado diversos proyectos de federación o integración del Caribe. Algunos respondían a la lógica de hacer más eficiente la administración colonial, otros de fortalecer proyectos independentistas y anticolonialistas.

La primera alusión a una federación de las Indias Occidentales se registra en 1860, mientras que los independentistas del Caribe hispano proponían la creación de una "Confederación Antillana" entre Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana desde 1867 (Lewis 1968, 343; Rama 1980, 18-19). La propuesta de "Confederación" evolucionó para incluir a Haití y Jamaica (como una federación de las antillas mayores). En 1882 se incluiría tambión a las posesiones británicas del Caribe en una propuesta al primer ministro inglés William Ewart Gladstone, cuya lógica política la dictaba el afán de detener los intentos norteamericanos de anexión de territorios caribeños (Rama 1980, 4, 68-74). A finales del siglo diecinueve y principios del veinte, la agresiva política norteamericana hacia el Caribe que culminó con la invasión norteamericana de 1898 a Cuba y Puerto Rico y las invasiones a Santo Domingo y Haití descarrilaron el proyecto de "Confederación" que no reaparecerá hasta después de la segunda guerra mundial y sólo en el Caribe angloparlante.

Según Gordon K. Lewis (1968, 351), el proyecto de la Federación de las Indias Occidentales que se materializa en 1958 encuentra sus orígenes en la iniciativa de la Comisión del Caribe. En 1942 se creó la Comisión Anglo-Americana del Caribe para coordinar la política de los poderes coloniales durante la segunda guerra mundial. En 1946 ésta se convirtió en la Comisión del Caribe para incluir a Francia y Holanda y sirvió para forjar una visión regional de los problemas político-económicos del Caribe insular y para entrenar un grupo de cuadros caribeños que más adelante servirían como líderes de los gobiernos independientes y coloniales de la región (Taussig 1946, Williams 1955). Para Lewis, fue precisamente la percepción del proyecto de Federación de las Indias Occidentales como un instrumento de control metropolitano lo que llevó ésta a su eventual fracaso. Pero los elementos que conspiraban contra una Federación no eran puramente externos. En un relato periodéstico publicado como libro por la prensa del Barbados Advocate bajo el título The Agony of the Eight (La agonía de los ocho, Lewis s.f.), Sir Arthur Lewis relata las divisiones políticas y desconfianzas que existían entre los líderes caribeños como Norman Manley de Jamaica, Eric Williams de Trinidad y Vere Bird de Antigua. La incapacidad de estos líderes para ponerse de acuerdo y la apatía popular a la idea de la federación, impidieron que se constituyera una nueva Federación independiente de Gran Bretaña.1

Es interesante notar en retrospectiva que se trataba de una integración política porque económicamente las Indias Occidentales, las islas del Caribe, estaban económicamente integradas a una cadena de producción transnacional de producción agrícola cuyo eje era la producción de azúcar en sociedades organizadas en torno plantaciones. En palabras de C.L.R. James:

La historia de las Indias Occidentales está regida por dos factores, la plantación azucarera y la esclavitud negra. El hecho de que la mayoría de la población de Cuba nunca fuera esclava no afecta la identidad social subyacente. Donde quiera que existiera la plantación de azúcar y la esclavitud, éstas impusieron un patrón. Es un patrón original, no europeo, no africano, tampoco parte del continente americano, ni nativo [del Caribe] en sentido alguno sino Caribeño [West Indian], sui generis, sin paralelo en ninguna otra parte. (James 1963: 391-92, traducción del autor).

Pero la realidad descrita por James en 1963, que refleja el consenso de los estudiosos del Caribe, ha cambiado drésticamente desde la segunda posguerra. La economía de plantación ha desaparecido. El Caribe se ha transformado de plantaciones azucareras, a plataformas de ensamblaje y exportación manufactureras, a centro de entretenimiento turéstico; la región ha pasado de la plantación al resort (Pantojas García 2001, 2006). El fragmentado Caribe, salvo por las grandes excepciones de Haití y Cuba, sigue plenamente integrado a la economía mundial. Puede decirse que el Caribe nació del primer gran proyecto europeo de globalización y la lógica de sus transformaciones continúa siendo la de ésta. Los países del Caribe fueron y continían siendo eslabones en las cadenas o circuitos globales de producción e intercambio de las metrópolis; la región constituye un de eje estratógico para el capital transnacional. La pequeñez de las economías del Caribe, su importancia estratógica (económica, política y militar) y su formación histórica como extensión de Europa, las mantienen vinculadas y subordinadas a la lógica de sus metrópolis, aún en el siglo veintiuno.

Haití y Cuba han sido las únicas naciones que han tratado de romper ese vínculo. En palabra de James:

La revolución de Castro es del siglo veinte tanto como la de Toussaint es del siglo dieciocho. Pero a pesar de su distancia de más de un siglo y medio, ambas son caribeñas (West Indian). La gente que hizo ambas revoluciones, los problemas y los intentos de resolverlos son peculiarmente caribeñas (West Indian), producto de un origen peculiar y de una historia peculiar. Los caribeños (West Indians) tomaron conciencia de sí como pueblo en la revolución Haitiana. Cualquiera sea su destino final, la revolución cubana marca la etapa máxima [ultimate] de la búsqueda caribeña de una identidad nacional. En una serie dispersa de islas diversas [disparate] el proceso consiste de una serie de periodos descoordinados de inercia [drift] marcados por erupciones, saltos y catéstrofes. Pero el movimiento inherente [hacia la identidad nacional caribeña] es claro y fuerte. (James 1963: 391-92).

A pesar del optimismo de James, la revolución de cubana y la haitiana experimentaron una hostilidad de parte de los gobiernos de las metrópolis y de las elites caribeñas tan intenso que desembocaron en el empobrecimiento y el aislamiento de ambas naciones. Los haitianos se desvincularon del mercado internacional de azúcar y optaron por la pequeña producción para la subsistencia. Los cubanos se salieron del circuito económico norteamericano y reorganizaron su economía y su sociedad sobre la base de la provisión de necesidades básicas por el estado.

Aunque se mantuvieron produciendo azúcar para el mercado internacional esta actividad se veía como un paso en la transición hacia una sociedad igualitaria y auto sustentable, si no semi autárquica. La ruptura de estas economías con sus metrópolis tuvo costos económicos y políticos importantes. Ambas se convirtieron en un "mal ejemplo" y fueron sometidas a presiones políticas (invasiones) y aislamiento económico dirigidos a demostrar la no viabilidad de cualquier régimen que se desvincule de los circuitos metropolitanos. Para las elites dominantes y las clases medias de la región, Haití y Cuba son ejemplo del alto costo que tiene para ellos construir una identidad Caribeña al margen de los circuitos de poder político-económico de éstas.

La realidad es que no obstante las metanarrativas del siglo diecinueve y veinte sobre la confederación antillana ésta no se materializó. Las dos grandes revoluciones sociales de la región no pudieron resolver los problemas de pobreza e inequidad de manera satisfactoria y confrontan problemas similares a las de los demás países caribeños (desempleo, emigración masiva, dependencia de remesas del exterior). Hemos transitado de la plantación al "resort", de la agricultura y la agroindustria a la postindustrialización periférica. La región sigue siendo un eslabón en la cadena global de producción y poder que se inicia y culmina en Europa y Estados Unidos (Cf. Pantojas García 2001, 2006). En el periodo posterior a la independencia de los países del Caribe se argumenta que los territorios no independientes como Puerto Rico, la Antillas Holandesas, los departamentos franceses y las colonias británicas son más privilegiados económicamente que los países independientes (Cf. de Johng y Kruijt 2005:7-10).

Ante este diagnéstico la pregunta que pretendemos discutir, no contestar definitivamente, es si en el siglo veintiuno es posible hablar de una identidad nacional-regional caribeña y si esa identidad nacional-regional podría ser la base para una federación o de una comunidad al estilo de la Comunicad Europea.

La caribeñidad en el siglo veintiuno

Cuando se examina un tema como la integración regional, lo usual es ponderar variables o parámetros económicos, comerciales, políticos, geográficos e institucionales que viabilizan u obstaculizan iniciativas o propuestas de integración. Muy pocas veces se consideran factores culturales e ideológicos. La idea de que sea necesario una identidad regional o una visión de mundo regional-un ethos caribeño-como uno de los componentes o variables necesarias para la integración económica es más una premisa que un tema importante de discusión. Se da por sentado que la coherencia geopolítica que define una región la dota de una identidad compartida, ya que no homogénea. Así hablamos de Europa y la Comunicad Europea como si esta fuera una unidad política, cultural y social no diferenciada.2 Tambión nos referimos al Asia y a su proyecto de integración regional como hecho factible dada su afinidad económica, política, cultural y social abstrayéndonos de profundas diferencias entre estas culturas, estados u naciones. Esto sin mencionar la diversidad de intereses nacionales y la desconfianza política que confrontan los países dentro de sus regiones, ni la xenofobia que permea las relaciones intraregionales.

En realidad los conceptos de Caribe y caribeñidad son problemáticos. La etimología del concepto nos remite a la conquista española del Archipiélago de las Antillas y a los pobladores que le resistieron con mayor tesón, los "indios Caribe". En un principio el Caribe se denominó como las Antillas, refirióndose a la mítica Antilia, isla fantasma (la isla de las siete ciudades) ligada a la mítica Atlantis. Eventualmente se conoció tambión como las Indias Occidentales por cuanto Cristóbal Colón asumió que había arribado a Cipango o la India (el reino del Gran Khan), fundamentándose en su teoría de llegar al oriente viajando por el occidente. Finalmente el mar de las Antillas se conocería como el mar Caribe o el mar de los Caribes, el grupo étnico que con más determinación y violencia resistió la colonización europea.

El archipiélago del Caribe y las costas de los territorios continentales circundantes compartieron una historia marcada por las economías de plantación, la rivalidad comercial y política entre las potencias europeas y el sincretismo sociocultural de las tradiciones de las poblaciones indígenas, los esclavos africanos y los pobladores y regidores europeos como ha señalado Benítez Rojo (1989). Este sincretismo describe un fenómeno de "diferencias análogas" (Benítez Rojo 1997:12). La identidad caribeña "es un rizoma que se desplaza en varias direcciones e imprevistamente" produciendo un "complejo rítmico genuinamente caribeño" (Ibid. 11, 23). Esto es, la identidad cultural caribeña denota unas experiencias compartidas (esclavitud, economías de plantación, patrones de colonización) que se articulan de formas específicas en cada país o sociedad.3

Si en lo cultural y lo estético las diferencias análogas producen un complejo rítmico claramente identificable como caribeño, en lo económico y lo político la heterogeneidad se interpone a la síntesis. Los rasgos históricos compartidos que dan la impresión de que existe un ethos o carácter cultural caribeño distintivo, no permea la política y la economía regional. En este sentido, el Caribe, la caribeñidad y lo caribeño no constituyen un conjunto económico, político y social integrado.

Las revoluciones populares del siglo diecinueve y del veinte no produjeron la nueva sociedad caribeña. La agresión económico-política de las metrópolis fue efectiva y estranguló el potencial para una nueva sociedad. Las elites caribeñas, ocupadas con su "realidad nacional" asumieron una posición insularista frente a la región y subordinada frente a las metrópolis. Había mucho que perder si se seguía un camino fuera de los circuitos de producción y comercio metropolitanos. Asimismo, el conservadurismo de los exilados por las revoluciones, franceses de Haití en el siglo diecinueve y cubanos en el veinte, se convirtieron en actores políticos influyentes en contra de la revolución a través de la región.

Así llegamos al siglo veintiuno habiendo transitado de economías de plantación a periferias globales. El Caribe hoy está dominado por centros turésticos, resorts para la recreación y el ocio de las metrópolis. El arquitecto del proyecto de modernización que transformó a Puerto Rico de una economía dominada por el cultivo de caía a una dominada por la manufactura, Luís Muñoz Marín, sentenció en la década de los treinta que el problema económico de Puerto Rico ("el subdesarrollo") era producto de que la economía de la Isla se centraba en la producción para la exportación de productos de sobremesa (after-dinner crops): azúcar, café y tabaco. éste, ciertamente, era tambión el caso de la mayoría de las economías caribeñas durante la primera mitad del siglo XX. Siguiendo esta lógica podemos afirmar que en el siglo XXI las economías del Caribe insular dedican una porción cada vez mayor de sus recursos a la promoción de las industrias del ocio. El turismo y los servicios de entretenimiento ligados a éste constituyen un tipo peculiar de exportación. Una porción mayoritaria de los servicios y productos asociados a la "industria turéstica" son consumidos por residentes del extranjero que se transportan al "país exportador" para comprarlos con divisas extranjeras.

Mientras hasta mediados del siglo veinte los trabajadores caribeños producían azúcar y frutas para endulzar las comidas y bebidas del mundo desarrollado, hoy trabajan para endulzarles la vida alimentando fantasías recreativas en paraísos tropicales que no existieron, ni existen. En tanto que rol del caribe en la economía global ha pasado de la plantación al resort existe una apariencia de progreso y prosperidad. No obstante, su posición económica sigue siendo periférica. Las ventajas competitivas de la región todavía son su mano de obra barata, su clima y geografía tropical y su vinculación subordinada a los circuitos de capital de norteamericano y europeo. El Caribe es más barato y más "seguro" para los turistas norteamericanos que los centros turésticos del Mediterráneo y Asia. Si bien el crimen aumenta a pasos agigantados, la amenaza del terrorismo y las diferencias culturales son mínimas en este "Mediterráneo Americano". El Caribe, después de todo, es parte de la "civilización" europea o, como sugiere la promoción turéstica de Puerto Rico, una réplica en miniatura del viejo mundo dentro de la "seguridad" del territorio norteamericano. Por su parte los franceses se refieren a sus territorios del Caribe como la France tropicale.

A modo de conclusión

Esta reflexión sugiere que en el siglo veintiuno estamos más distantes de desarrollar una identidad caribeña que desemboque en un proyecto de integración que en los dos siglos anteriores. No obstante, como afirmó Derek Walcott, estamos unidos emocionalmente y reconocemos nuestra caribeñidad mutuamente. Compartimos unas experiencias, unas vivencias y unas visiones forjadas por "diferencias análogas". Nuestras religiones animistas, nuestras comidas enraizadas en la pobreza del esclavo (los sancochos que lo mezclan todo; los productos del coco, leche, aceite, dulces; las partes descartadas del cerdo, patas, costillas, intestinos), nuestra(s) másica(s) y bailes y nuestras narrativas, tienen una misma raíz que las identifica y las hace afines dentro de sus diferencias y especificidades.

Existe, pues, una méstica, un ethos, caribeño que carece de un proyecto político de caribeñidad. Aún en el caso más exitoso de unidad caribeña, CARICOM, que luego de 34 años de existencia se dirige a un mercado ínico, se restringe el movimiento de poblaciones entre las islas para evitar que los pobres de las islas menos desarrolladas emigren a las más desarrolladas. Las elites caribeñas son muy celosas de conservar su tajada de los beneficios de estar insertados en el circuito metropolitano de poder económico, político y social. A nivel de la cultura popular puede hablarse de una caribeñidad, a nivel de gobiernos y el estado-nación se reafirman los intereses nacionales sobre los regionales.

Curiosamente, las contradicciones de la globalización neoliberal han empujado a bloques dentro de la región hacia alternativas de integración. Pero éstas no han seguido lineamientos de regionales sino histórico-culturales y políticos. La República Dominicana ha integrado su mercado a los de Centroamérica, Venezuela se integra con Cuba, Bolivia y Nicaragua, mientras CARICOM consolida la integración del Caribe angloparlante. Integrados pero separados, ese parece ser el destino del Caribe: integrados por la cultura popular, separados por los intereses nacionales-insulares. La Caribeñidad en el siglo veintiuno, como los nacionalismos europeos, parece que se quedará al nivel del orgullo y la tradición socio-cultural, mientras que a nivel de las instituciones del estado se realinea (ése refragmenta?), de acuerdo a los circuitos metropolitanos de poder e influencia.


1 Ante este fracaso Jamaica y Trinidad negociaron por separado su independencia en 1962 y Barbados obtendría la suya en 1966. Las estructuras para la integración económica del Caribe han avanzado más en el Caribe angloparlante a pesar, de que la Asociación de Libre Comercio del Caribe (Caribbean Free Trade Association, CARIFTA), creada en 1968 y su sucesor, el Mercado Común del Caribe (CARICOM), creado en 1973, son posteriores al Mercado Común Centroamericano y a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), que datan de 1960 (Furtado 1973: 230, 236; Samuel 1993: 159). Siguiendo las recomendaciones del informe de la West Indian Comisión (1994), los jefes de estado del CARICOM iniciaron negociaciones en 2001 para convertirse en un mercado ínico. En enero de 2006 los líderes de CARICOM firmaron un acuerdo en Jamaica, para implantar el mercado y economía a no más tarde de 2008 removiendo las últimas restricciones al movimiento de capital, bienes y servicios entre sus estados miembros (CARICOM 2001, CARICOM, 2006).

2 El profesor Rafael Grasa, vicerrector y secretario general de la Universidad Autónoma de Barcelona señaló recientemente que el próximo paso de la integración europea es construir una sociedad civil que se identifique con los asuntos y la cultura europea. Existe un marco institucional fuerte pero a nivel popular no existe una identificación social y cultural europea, más allá de lo nacional y lo regional-nacional. El Estado Actual de la Integración Europea y de los Estudios Europeos. Conferencia inaugural del coloquio, La Unión Europea y el Gran Caribe, Facultad de Leyes, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 14 de marzo de 2007.

3 Así, por ejemplo, en Puerto Rico el ritmo afroantillano de bomba tiene cinco variantes (originalmente eran ocho), identificadas con distintas tradiciones como el toque o ritmo holandés y holandé, proveniente de esa región del Caribe y el belén, que probablemente viene de la tradición francesa donde se conoce como Belle (o belé). Taller-Conjunto Paracumbé <http://www.paracumbe.org/pages/bomba.html> (5/VII/07)


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