Memorias.Revista digital de historia y arqueologia desde el caribe colombiano

ISSN 1794-8886
N.° 19, enero - abril 2013


Libros, bibliotecas y lectores en el Bolívar Grande (Colombia) en el siglo XIX>1

Books, libraries, and readers in the Bolivar Grande (Colombia) in the XIX century

William Malkun Castillejo


Resumen

En este trabajo se rastrean los usos y las apropiaciones que de los libros hicieron los lectores del siglo XIX en el Bolívar Grande. También se identifica el empleo social y material de los libros y la construcción de las bibliotecas públicas. Las preguntas ¿cómo se leía?, ¿en qué condiciones? y ¿para qué se leía?, permitirán observar cuáles fueron los escenarios de lectura y los ámbitos en que los libros circularon. Para los propósitos del artículo, bibliotecas, textos escolares, libros y periódicos, son vistos como objetos culturales que permiten identificar rupturas y cambios en la sociedad en la cual se editaban y utilizaban. En este sentido, creo que revelan los usos que se le dieron, los espacios en que se movieron y desplegaron las prácticas y modalidades de lectura y, en general, el tipo de vínculos que establecieron lectores y no lectores con la cultura impresa.

Palabras claves: Bibliotecas, libros, lectores, imprenta, cultura y escuela.


Abstract

In this work, the uses and appropriations of the books that 19th-century readers did in the region of the Bolivar Grande, is traced. It also identified the social and material use of the books and the construction of public libraries. Questions about how were the books read?, under what circumstances were the books read?, and what were the books read for? will allow people to observe what the reading contexts were and the areas in which the books circulated. For the purposes of this article, libraries, textbooks, books, and newspapers are seen as cultural objects that allow people to identify breaks and changes in the society in which they were issued and used. In this sense, we consider it reveals the uses given to them, the spaces in which reading practices and procedures were moved and displayed and, in general, the type of links established by readers and non readers with print culture.

Key words: Libraries, books, readers, printing, culture and school.


Presentación

La historia de los libros, considerada también uno de los dominios mayores de la historia cultural, es en la práctica, la historia de diversas actividades humanas, donde sobresalen la lectura y la escritura. Estas se constituyen en un ejercicio a través del que se forjan opiniones y se vehiculan proyectos políticos, educativos y se difunden ideologías2. Todo esto convierte a los textos, en fuente obligada para construir una historia más confiable de la educación, la cultura y de los procesos intelectuales, porque toda sociedad diseña y pone en práctica una determinada idea del hombre, una concepción acerca de lo que desea que sus integrantes hagan de sus existencias. Esto se puede palpar tanto a nivel de los hombres anodinos como de los que sobresalen por riqueza, poder, rango y formación intelectual.

En el ámbito internacional, los historiadores franceses marcaron un hito en el desarrollo de este campo de estudio. Desde la publicación de L'Apparition du Livre de Lucien Fabre y Henri-Louis Martin, ofrecieron un modelo sobre cómo escribir la historia del libro, su comercio, sus formas y sus usos3. Así, se interesaron por aquellos que fabricaban y comerciaban libros: mercaderes, libreros, maestros impresores, obreros tipógrafos, prensistas y fundidores, estudiándolos como grupo e incidiendo en sus fortunas, alianzas, movilidad geográfica y social, conflictos, etc. Analizaron el desigual reparto del impreso en la sociedad, para lo cual compilaron información acerca de las bibliotecas en manos de diversos individuos y grupos sociales.

Hoy la historia del libro se ha constituido como una sólida corriente de investigación internacional, y si bien todavía los historiadores franceses se ubican entre los más activos e influyentes, el estudio del libro y la lectura en otras sociedades como Inglaterra, Estados Unidos, China, Argentina y México, por mencionar algunos casos, ha adquirido una dimensión muy importante.

La historia de la lectura y la circulación del libro en el plano de la cultura en Colombia y en especial del Caribe colombiano, es un campo de investigación que apenas empieza a despegar. Sobresalen los aportes hechos por los estudios de Renán Silva, Jaime Andrés Peralta, Diana Soto, Miguel Ángel Puig-Samper, Martina Bender y María Dolores González-Ripoll, Javier Ocampo López, Alba Patricia Cardona Zuluaga y Luis Alarcón4. Pero aún queda el saldo por las investigaciones que den luz sobre el proceso de circulación del libro y los lectores en esa República que se construyó en el siglo XIX.

En este artículo se rastrean los usos y las apropiaciones que de los libros hicieron los lectores del siglo XIX en el Bolívar Grande. También se identifica el empleo social y material de los libros y la construcción de las bibliotecas públicas. Las preguntas ¿cómo se leía?, ¿en qué condiciones? y ¿para qué se leía?, permitirán observar cuáles fueron los escenarios de lectura y los ámbitos en que los libros circularon. Para los propósitos del artículo, las bibliotecas, los textos escolares, libros y periódicos, son vistos como objetos culturales que permiten identificar rupturas y cambios en la sociedad en la cual se editaban y utilizaban. En este sentido, creo que revelan los usos que se le dieron, los espacios en que se movieron y desplegaron las prácticas y modalidades de lectura y, en general, el tipo de vínculos que establecieron lectores y no lectores con la cultura impresa.

La importancia de la imprenta en la difusión de la palabra escrita

La República supone mayor libertad y mayores garantías para la circulación de los libros y para exponer en círculos más abiertos posiciones ideológicas antes vedadas. La libertad política que trajo, la formación y los conflictos de los partidos y la difusión de la palabra impresa, convergieron con ciertas expectativas que habían construido diversas franjas de la población, las que comenzaron a expresarse de manera creciente en el espacio público. Círculos y tertulias, como espacios de sociabilidad, disertación y circulación de textos generados en la colonia por el movimiento ilustrado neogranadino, terminaron siendo espacios de sociabilidad política, a partir de su inicial experiencia intelectual común y de la apropiación de un conjunto de nuevos ideales y, que encontraron la forma de dar continuidad a esos principios de idealización y mantener el inicial sistema de relaciones a través de la correspondencia que por lo general se realizaron en forma clandestina. La recepción de las ideas progresista de las ciencias, las ideas utilitaristas, racionalistas y empiristas, conducían a la resolución de los problemas científicos, pero ninguna, en la mayoría de los casos, fue considerada para cuestionar inquietudes de orden espiritual, religioso y siempre fueron influenciados por los fuertes vínculos hacia la figura del monarca5.

Luego, bajo la República, ese anhelo fue canalizado a través de la lucha por la ciudadanía, por alcanzar la condición de iguales ante la ley, aspiración colectiva muy fuerte en sociedades que poseían un marcado componente esclavista en su constitución, pues allí donde hay conflictos por discriminación racial, el interés de la población está centrado en el anhelo de igualdad jurídica y política frente a la ley, alcanzar los derechos civiles y políticos. Los conflictos sociales y económicos, la mayoría de las veces, alcanzaban a expresarse por medio de la vida política que pretendió organizar la República y las diversas relaciones que se generaban en ella (la definición de la soberanía popular, la representación política, las relaciones entre el Estado central y la región, las relaciones Estado-partidos políticos e iglesia, las relaciones de jerarquía político-administrativa, los problemas internos de cada región y sus distintas poblaciones, los conflictos étnicos y viejos y nuevos conflictos sociales, entre otros).

Ese conjunto de relaciones, que tenían un alcance nacional, regional y local, trazaron las líneas gruesas centrales y colaterales de los temarios sobre los que se formaron opiniones de los sectores medios y parte de los bajos de la sociedad que disfrutaban el derecho de ciudadanía. Las continuas campañas electorales, la vinculación a redes de clientela política, mítines, desfiles, reuniones, pronunciamientos armados, organización de sociedades; la presencia de la política cotidiana en los carnavales por medio de comparsas, disfraces, letanías, canciones y chistes también ayudaban a que la política fuera un tema constante en la vida de los costeños.

Se agrega a esto las connotaciones culturales y sociales que la imprenta posee, debido a que la república, como modelo político moderno que supone una elaboración y transmisión de ideas, erigió a la lectoescritura (que seguía siendo de carácter elitista debido a su escasa cobertura) en una pasión para aquellos que tenían la fortuna de dominarla, así como en un propósito a alcanzar para algunos sectores de la población urbana. En efecto, la República inauguró el reino de la palabra y de la argumentación, construyendo dos escenarios para su desenvolvimiento: la plaza pública y la palabra impresa (libros, folletos, pasquines, periódicos, carteles murales, revistas, etc.). Estos escenarios connaturales a la política moderna a su vez transformaron las modernas formas de sociabilidad cultural y política (tertulias, clubes y partidos políticos, sociedades populares de corte jacobinas, asociaciones científicas, etc.), al lograr que perdieran el carácter de círculos de iniciados, ampliando sus esferas de influencias, aún entre sectores de iletrados. Por eso su consolidación se dio en el siglo XIX gracias a las condiciones de tolerancia cultural y política que la República originó6.

Es difícil conocer el número de aquella durante el siglo XIX en esta zona del país, pero de todas maneras aunque fue pequeño ello no niega su importancia debido a la significativa cantidad de periódicos (en su mayoría con vida efímera) publicados durante esa centuria. La prensa, mayoritariamente política y partidista, circuló en cantidades significativas aún en las poblaciones más insospechadas, y cuyo contenido versaba sobre la "cosa política" nacional, regional y local del partido o facción en la que militara su director y propietario; en la sola ciudad de Cartagena aparecieron 212 títulos, seguida por Barranquilla con 93, Santa Marta con 88, Riohacha con 22 y Mompox con 13 (sin incluir cantidades menores en otras poblaciones de esta región), número crecido, pues si excluimos a la capital de la República (en la que se editaron 880 títulos), en comparación con el resto de regiones del país los títulos de la costa representan el 53% del total nacional7. En su paso por Cartagena, Gosselman relata la importancia de la prensa en la ciudad señalando que: "Hasta estos momentos la libertad de prensa no conocía limites, por lo cual existían gran cantidad de hojas de periódicos, volantes menores, panfletos, etc., algunos tan encendidos en sus artículos que parecían compensar de una sola vez todo el duro silencio que les impusieron los españoles. Estas publicaciones zumbaban como mosquitos, picaban y luego desaparecían"8.

La publicación impresa reforzó el imaginario ilustrado que la acompañaba, resaltaba el papel de la educación y de la cultura en la realización del progreso, concebido como la materialización de lo racionalmente deseable (la conquista de la felicidad de la especie), aspiración que se contraponía al contexto cultural existente, en el que se veía la oscuridad, lo bárbaro, la ignorancia. Escritor e impresor se sentían cómplices en la actividad creativa y el primero invadía los espacios de la imprenta para observar, corregir los levantes y las impresiones, y de ese diálogo surgían afinidades y consideraciones, las que fueron descrita así: "Casi todos los escritores cartageneros han vivido entre chibaletes y rodillos. Los Calvos -Juan Antonio y Bartolomé-, los Royos -José Manuel y Cátulo-, Federico Núñez, Lázaro María Pérez y su hijo Joaquín María, Manuel C. Bello, Eusebio Hernández Torres, Camilo Delgado, Gabriel E. O'Byrne, Juan Coronel, Gustavo Maciá del Castillo y otros"9. De igual forma, por coexistir en el mismo espacio urbano, se presenta una relación simultánea entre autores y lectores en el proceso de producción, difusión de los escritos periódicos, donde el diálogo y discusión genera una red de intereses compartidos.

La imprenta multiplicó los ejemplares, las ediciones baratas, las traducciones y aseguró la difusión de los textos clásicos más allá de los medios restringidos que solían leerlos en la cultura manuscrita. Los testimonios resaltan que los tipógrafos tenían en alta estima a la educación, siendo los talleres centros de sociabilidad cultural y política en los que se difundían y discutían las lecturas que circulaban de mano en mano. Juan Coronel señala lo que debía al oficio de tipógrafo: "El oficio de cajista -bendito sea!- que ejercí por más de ocho años, fue el sabio preceptor de mi inteligencia. Y no le debo únicamente ese servicio: él es también la salvaguardia de mi decoro, porque... ningún poderoso ha visto humillada mi cerviz"10.

En la base de este imaginario se hallaba la creencia iluminista del progreso material y espiritual, y en la perfección del hombre merced al esfuerzo mancomunado del individuo y del Estado. Es decir, la educación era el vehículo esencial para lograr el mejoramiento de la persona y del grupo. Las lecturas de divulgadores de ideas de esta naturaleza como los textos de Lamartine, Víctor Hugo, Eugenio Sue y Samuel Smiles (la obra Ayúdate de este autor había sido traducida y publicada en Curazao en 1887 por el cartagenero Eduardo Gutiérrez de Piñeres), también contribuyeron a la formación de esta cultura. De alguna u otra manera a mediados de la centuria decimonónica, el modelo francés se idealizaba y los "ecos de la Marsellesa" y de la revolución europea de 1848 llegaban por estas latitudes, tal como se refleja en el periódico cartagenero La Democracia, fundado en 1849 y constituido en el vocero del liberalismo.

La trascendencia de la divulgación política de los catecismos de la independencia fue importante para la consolidación política del Estado nacional en el siglo XIX, razón por la cual es de enorme valor el establecimiento de imprentas que ayuden a la circulación en los medios académicos del conocimiento. La definición escolar de un repertorio canónico de las obras legítimas multiplicó la lectura por parte de lectores populares de obras transformadas en un patrimonio nacional. Aunque en su desarrollo se imitó los esfuerzos de otras naciones en esta materia, el manual y la colección dieron una forma institucional y editorial a un conjunto de obras y autores que identificaron la producción literaria nacional. Lo hicieron a partir de elecciones y exclusiones de textos que delimitaron un repertorio literario canónico para servir como "reflejo" de lo que era el "pueblo" de la nación, algunos ejemplos reflejan esta influencia: Rorhbacher, "catecismo del sentido común" (Popayán, 1832); Mariano del Campo Larraondo, "compendio de la doctrina cristiana en verso fácil" (Popayán, 1834); Rafael Vásquez "catecismo de moral" (Bogotá, 1832); Aymé, "catecismo de los fundamentos de la fe, para la instrucción de la juventud" (Bogotá, 1846); Cerbeleón Pinzón, "catecismo republicano" (Bogotá, 1865); Santiago Delgado "catecismo de urbanidad, civil y cristiano" (Caracas, 1838); Guillermo Michelena, "catecismo del verdadero republicano" (Caracas, 1851); Claudio Fleury "catecismo histórico" (Bogotá, 1844); Manuel José Mosquera "catecismo de la doctrina cristiana de Astete, Corregido y mejorado para uso de las parroquias de la arquidiócesis de Bogotá" (Bogotá, 1847)11. Pero este ideal de educar para la República necesitaba de una base real que representara la antítesis de la tradición hispánica. No solamente por elevar el placer o la felicidad al rango de principios éticos fundamentales, sino por representar los ideales de una clase media comerciante e industrial, pragmática y racionalista12.

Gracias a los préstamos populares y a la "biblioteca" compuestas por las colecciones donadas de obras clásicas, antiguas o recientes, los lectores populares, artesanos u obreros, compartieron los mismos textos que los miembros de las élites. Pero como lo muestran las autobiografías obreras leyeron estas obras canónicas en una manera intensiva basada en la repetición, la memorización y las copias a mano. Muy generalmente, los libros o libritos dirigidos al pueblo no tenían nada de popular en sí mismo sino que son textos cultos o compartidos que recibieron, en un momento dado de su trayectoria impresa, una nueva forma tipográfica, más barata y más accesible. Luego, no debe pensarse que los temas, imágenes y estereotipos que proponen los impresos publicados para el pueblo reflejan necesariamente sus maneras de pensar o hablar13. Los textos publicados, sin embargo, no consistían únicamente en obras especializadas, sino que incluían cartillas, cuyo fin era difundir entre el conjunto de la población los valores del patriotismo, la ciencia, la disciplina, el aseo y otros asociados con la ideología del progreso, no eran un lugar de encuentro en el que se exploraba la diversidad, sino un lugar de imposición de la unidad. No toda obra literaria se prestaba para dicha misión moralizadora y pedagógica, y las más de las veces, como es obvio, estas compilaciones dicen mucho menos sobre la nación y mucho más sobre la mentalidad y los cometidos políticos e ideológicos de los compiladores. La alfabetización creciente fue la base de esta campaña dirigida a "civilizar" las culturas populares urbanas y rurales, proceso que evidencia cómo las familias campesinas y artesanas, que accedieron a la instrucción pública promovida por los liberales, utilizaron sus nuevas destrezas culturales con fines muy distintos, sin duda, de los que tenía la intelectualidad positivista14.

Por otro lado, las nociones de moral impulsadas por el Estado sobre las relaciones entre prójimos como; el deber de amar a los padres, obedecerles ciegamente y socorrerlos si lo necesitan; los hermanos deben amarse mutuamente; los amigos deben ser honrados, prudentes, juiciosos, pacíficos y desinteresados. En el fondo se intenta que todas estas obligaciones morales se trasladen a la patria para la cual el niño debe estar dispuesto al mayor sacrificio, y el adulto pagar religiosamente los impuestos establecidos, a no perturbar el orden y tranquilidad pública y obedecer las leyes. Esto demuestra como el Estado y la Unión incorpora mucho de los elementos de la moral cristiana al código que deseaban transmitir a las futuras generaciones15. Debemos añadir también que las publicaciones periódicas se constituyen en espacios idóneos para ensayar las plumas, dibujando el imaginario nacional que, día a día, ganaba terreno en las páginas impresas, como bien lo argumenta Laura Suárez para el caso mejicano "los ideales de la nación los escribieron autores que permanecieron, a veces, en el anonimato. Sin embargo, debe decirse que el mundo de los autores se amplía, pero se presenta escaso"16.

La biblioteca pública y su papel de socialización del libro

La República mantuvo la idea del criollo Francisco Antonio Moreno y Escandón cuando en 1774 ordenó la apertura en Bogotá de una biblioteca pública con los libros que habían pertenecido a la expulsada Compañía de Jesús, la decisión de las autoridades virreinales se enmarcaba en un intenso debate acerca del papel de sacerdotes y laicos en la cultura colonial. En cierto modo, era una consecuencia lógica de la propuesta de tener una universidad pública: así como la docencia debía sustraerse al control de las órdenes religiosas, los libros debían estar al servicio de toda la sociedad, y no sólo de un grupo privilegiado de eruditos, y debían estimular el paso de una forma de enseñanza escolástica, centrada en el debate oral, a nuevos métodos de formación. Porque el mejor indicativo acerca de cómo una sociedad concibe al hombre es la posición que los intelectuales ocupan en ella, o para mejor decir, la concepción que tiene acerca de la creatividad del pensamiento.

El ejercicio de la actividad pensante requiere de condiciones de libertad, por tanto, la sociedad en que aquel se desenvuelve debe brindarle, tanto en las normas escritas y no escritas como de hecho, las prerrogativas para su libre desarrollo17. Estas condiciones naturales para el libre desenvolvimiento intelectual son las que empiezan a ser consideradas por los dirigentes políticos y miembros de la elite al contemplar la posibilidad de formar una biblioteca pública en la Ciudad de Cartagena.

En 1842 la señora Ana León viuda de Argumedo decide vender la biblioteca personal de su esposo -Agustín de Argumedo-, la cual tenía en su haber, entre otras, las obras de Say, Marchena, Vallejo, Capmany, Llorente, Delaure, Norvins, Adam, Constant, Russel, Montesquieu, Aignan, Bentham, Martens; estos textos fueron comprados por la Provincia de Cartagena para crear una biblioteca pública en la ciudad de Cartagena, pero a finales del mismo año el gobierno decide crear en su lugar la biblioteca de la actual Universidad de Cartagena. De igual forma, miembros de la elite cartagenera organizaron la Sociedad Bibliográfica con el fin de recoger donaciones en libros para la biblioteca del Colegio. El inventario publicado en la prensa oficial ofrece no sólo la lista de los propietarios que se desprenden de sus obras para obsequiarlas a la institución sino también —como apunta el historiador Alejandro Parada para el caso de Buenos Aires— el perfil de lecturas y preferencias librescas de la época18 y además, son autores que sirven de referencia para el ideario político nacional y garantizar el éxito en los asuntos públicos, según lo demuestran las experiencias foráneas. La presencia de esos y otros autores nos habla de un aprendizaje crítico y un florecimiento de la discusión en las esferas de sociabilidades públicas. En este sentido, las bibliotecas empiezan a ubicarse en los umbrales de la lectura, son la síntesis y el medio natural donde circulan los lectores y sus lecturas. Entre esos donantes se destacaron: Antonio Rodríguez Torices, 355 volúmenes; José P. Rodríguez de la Torre, 100; Francisco F. Porras, 43; Dionisio E. Vélez, 123; Calvo Hermanos, 50; Francisco T. Fernández, 82; Juan Manuel Grau, 41; Enrique P. De la Vega, 158; Miguel Diazgranados, 159; Pablo J. Sánchez, 110; Rafael Núñez, 1819. Este tipo de donaciones y compras de libros nos pueden llevar a un análisis por dos vías, la primera deja ver el auge de libros franceses y el predominio de la literatura de tipo política, las novelas, los libros de viajes y las obras de historia natural tendieron a imponerse masivamente sobre los clásicos en las bibliotecas particulares de la elite e indican además, una caída importante en la literatura religiosa. Y la segunda nos puede revelar la magnitud de las grandes cantidades de libros que contenían ideas condenadas por la iglesia y que fueron asequibles en el Caribe colombiano gracias a la acción del contrabando y posteriormente a la República. Muchos provenían directamente de Europa, donde eran corrientes y familiares, camuflados en el equipaje de comerciantes, pasajeros y funcionarios20.

Tabla 121

Tabla 2

Lo anterior, recrea los lugares privilegiados de los libros: las bibliotecas públicas y privadas, las librerías y los talleres tipográficos eran los escenarios naturales por donde empiezan a circular los libros. En el Caribe colombiano dada la condición portuaria de sus principales centros urbanos, por las limitaciones de las oportunidades ocupacionales y las actitudes sociales e institucionales frente a la creación intelectual, a lo largo de su historia colonial y republicana, las relaciones entre los intelectuales y el comercio fueron muy intensas, en vista de que el tráfico de objetos materiales también movilizaba libros e ideas. Para finales del período colonial el caso que más resalta es el de José Ignacio de Pombo, uno de los comerciantes más rico de la Nueva Granada y uno de sus hombres más ilustrado, que sirvió de enlace en Cartagena para la introducción de libros y suministro de informaciones a Mutis, lo que le permitió concebir la vía de un desarrollo democrático, basado en una reforma liberal y en el comercio libre con todas las naciones22.

Como lo demuestran sus escritos, Pombo fue probablemente el neogranadino que mejor conoció la literatura de la época. Ya en 1800 citaba a Adam Smith, y es evidente su familiaridad con los ilustrados españoles, como Ward, Campillo, Jovellanos, Campomanes y Floridablanca; de los franceses había leído a Necker y D'Alambert y norteamericanos como Jefferson y Gallatin23. Así mismo, miembros de familias prestantes atraídos por el estudio en una época en que se valoraba el conocimiento como señal de distinción, crecieron detrás de los mostradores de las casas comerciales en calidad de dependientes, contabilistas y administradores, y ahí entablaron intensas relaciones con los empleados de menor rango pero que también luchaban por granjearse la consideración social de los demás. Se creía firmemente que sólo a través de la cualificación la sociedad saldría de su oscurantismo cultural, de su atraso económico. También en 1882, Arturo Echeona organizó la primera biblioteca pública de Barranquilla, la que comenzó a ser respaldada por el Concejo Municipal en ese mismo año. Esta entidad, cuya duración fue corta, sólo contaba con 56 libros en su mayoría de literatura e historia (Eugenio Sue, Emilio Castelar, Lamartaine, Víctor Hugo y otros), lo que puede ser indicador de las reales posibilidades culturales de esta ciudad24.

La educación como forma de popularizar la lectoescritura

Las preocupaciones de las autoridades republicanas por la organización de un sistema de educación pública, hacen eco del imaginario social iluminista; cuestión que se correspondía con el interés de la elite criolla desde fines del periodo colonial, por la modernización de la enseñanza25. En efecto, durante su primer gobierno el general Francisco de Paula Santander (1819-1827) ordenó la organización de las escuelas de primeras letras, siguiendo el modelo del inglés Joseph Lancaster, para dar respuesta a la escasez de maestros; es decir, por medio de este modelo los alumnos más adelantados podían hacer las veces de instructores. Sin embargo, si bien la legislación introducía por primera vez la noción de instrucción elemental pública, no ordenaba que fuera gratuita ni garantizaba su funcionamiento por el Estado. A pesar de esto, se crearon diversos centros educativos en varias ciudades de la Nueva Granada. Así, por ejemplo, entre 1822 y 1836 se establecieron colegios y escuelas en Tunja, Ibagué, Medellín, Cali, Pamplona, Santa Marta, San Gil y Cartagena26. En esta última ciudad, en 1828, entró en funcionamiento la Universidad del Magdalena e istmo —actual Universidad de Cartagena-.

La política radical en la segunda mitad del siglo XIX en educación primaria -el establecimiento de escuelas, la formación de profesores, los métodos de enseñanza, la selección, impresión y distribución de textos escolares- en el Estado Soberano de Bolívar fue de muy difícil implantación y no sólo por la carencia o limitación de recursos estatales, sino, a nuestro juicio, muy principalmente por la desigualdad social y regional en la demanda por educación. En efecto, la escuela se encontró con una ruralidad profunda que no sólo esparcía la población en enormes extensiones territoriales, sino que presionaba allí donde se formaban las municipalidades o pueblos, al trabajo agrícola como la función más natural y útil que los padres asignaban a sus hijos27.

Además de las dificultades economicas, el peso de la tradición, reacia a que los niños asistieran a las escuelas, también influyó en esta situación desfavorable, que denotan la resistencia de los padres de extracción popular para que sus niños concurrieran a los colegios, lo que obligó a crear la policía de escuelas con el fin de sacar a los niños de sus casas para llevarlos a los colegios. Otra razón era que el padre terminaba perdiendo al hijo para las labores que requerían del concurso de toda la familia, aduciendo que una vez acababa los estudios primarios no podía continuar los secundarios y muchos menos los universitarios por inexistencia de instituciones y la carencia de recursos. Por ello, la referencia principal de los visitadores o evaluadores en torno a los padres de familia era la irregularidad con que enviaban a sus hijos a la escuela, pues los requerian en la vida doméstica para el acarreo de acua y leña, y en el trabajo productivo durante las épocas de coesechas y siembra28.

La promesa igualitaria del Estado liberal, de individuos iguales frente a la ley, presuponía una sociedad que había internalizado las destrezas y virtudes propias de la cultura escrita. La ciudadanía política la exigía legalmente y así lo establecieron las constituciones del período. Esa era su manifestación más visible, pero la centralidad de lo escrito en la formación de la sociedad liberal era más vasta: definía la frontera entre "la barbarie y el primer albor de la civilización" como lo expone Andrés Bello29. El discurso político y educativo de la época abunda en esta identificación entre civilización y cultura escrita, por oposición a la cultura oral identificada con la barbarie. La importancia de la cultura escrita se puede apreciar también en dos aspectos claves de la organización del Estado: la redacción de los documentos oficiales y las codificaciones civiles, y la misma burocratización requerida en los aparatos del Estado.

La literatura se presenta como un instrumento civilizador que sigue las doctrinas de Campbell, Blair, y Bello, que proponen el cultivo del lenguaje y del buen gusto para el desarrollo individual como social. Por ello, en las escuelas públicas se enseñaba dentro del plan de estudio la "escritura correcta i elegante", mostrando la influencia europea en la cultura urbana, y la creación de organizaciones e instituciones vinculadas con la ciencia y las "bellas letras". Sin embargo, desde mediados del siglo XIX José Eusebio Caro, fundador del conservatismo y padre de Miguel A. Caro, había expresado en carta dirigida al caudillo Julio Arboleda que la novela en general, y a las románticas y naturalistas en particular, como "perniciosas" para la formación de las almas virtuosas.

Para los partidarios del conservatismo, estrechamente ligados a la doctrina católica, la novela como expresión de la literatura moderna era producto de la ficción, de la libre creación del escritor, y en ello veían una manifestación del racionalismo secular o del irracionalismo de las pasiones que tanto detestaban. Como contrapartida, se declararon partidarios de la lírica y de las obras costumbristas que buscaban retratar la verdad, sin recurrir a los artificios de la ficción, idea ésta que también había sido rubricada por José María Samper en su etapa liberal. De esta apreciación devenía el considerar a la novela como algo "ofensivo y dañino" pues sembraba la duda y daba malos ejemplos30. Pero esto también tenía que ver con la cultura popular, pues las novelas y obras de teatro románticas de Víctor Hugo, muy leídas por algunos círculos artesanales y las novelas naturalistas de Eugenio Sue y otros de igual tendencia artística, resaltaban con sus personajes a todo aquello que se consideraba no merecedor de ser recreado artísticamente31. Los medios de imprenta hicieron que cambiara esa visión y ampliaron el público lector inaugurando un nuevo tipo de escena de lectura, gracias a tres fenómenos relacionados entre sí. Primero, la novela y la poesía se abrió a una recepción de lectores más amplia; segundo, su publicación y difusión estaba íntimamente relacionada con los periódicos, por lo que en consecuencia, y en tercer lugar, entraba al mercado de productos de consumo, que incluía cada vez más productos culturales, por eso no es extraño que se publicaran obras literarias a encargos y se inauguraran las librerías, como las de Juan B. Núñez en Cartagena32.

Por otro lado y, a pesar de que la segunda mitad del siglo XIX en cierta forma preconiza, además de las discusiones sobre proyectos de desarrollo económico o políticos-institucionales, maneras distintas de concebir al hombre en sus relaciones con la sociedad, las instituciones, el conocimiento y lo sagrado. En términos diferentes, ambos proyectos políticos —radical y regenerador— representaron, aunque de manera parcial y no sistemática, programas culturales encaminados a intentar generar una segunda naturaleza humana acorde con lo que conciben como la civilización o la sociedad deseable. Los ideales radicales, por ejemplo, de la dirigencia política bolivarense estaban dominados por dos convicciones, en primer lugar, consideraban que el sistema democrático republicano necesitaba de una ciudadanía educada capaz de defenderla y en segundo lugar, la instrucción pública tenía que ser una obligación del Estado y un derecho de los ciudadanos. Estas ideas se volvieron reiterativas en el discurso político local, a través de distintos escenarios y en diferentes medios.

Pero para materializar todo ese sistema educativo que caracteriza al periodo radical, se necesitó -por lo menos en el papel- dotaciones mínimas de textos, libros y manuales. En todos estos aspectos, es cierto, existen grandes atrasos en el proceso educativos. En esencia es un modelo basado en la comunicación oral, y en la utilización del texto escrito ante todo como apoyo para la memorización de los contenidos. El texto escrito es a veces elaborado por los estudiantes mismos, que siguen un dictado o toman apuntes para subsanar en parte el problema de la escasez de los libros, por lo menos así lo reflejan los diferentes informes que se produjeron en el periodo radical, en ese sentido se expresaban los señores Vicente García y Joaquín F. Vélez: "notamos que no estaban presente todos los alumnos internos, i habiendo preguntado la causa se nos contestó, que los que faltaban no tenían texto. Dispusimos que asistieran aunque fuera a oír las explicaciones orales i que procuraran que se aprendieran las lecciones en los libros de sus compañeros"33.

El manual escolar único implicaba la superposición del oído sobre los demás sentidos; quizás ello explique por qué en el Caribe colombiano se cuenta con el predominio de una cultura oral y por tanto la hegemonía que mantenía el sentido del oído sobre los demás, en especial sobre el de la vista, tan indispensable para que se desarrolle una cultura sustentada en la grafía, en los instrumentos institucionales que ello implica (escuelas, libros, etc.), de ahí que toda la pedagogía de gran parte del siglo XIX se basara en la lectura en voz alta y en dispositivos atávicos como la memorización, como una manera de aceptar el peso de esa tradición. De hecho, al decir de Roger Chartier son dos mundos completamente distintos los que están en conflicto: el mundo innovador y revolucionario que traen consigo los libros, y el mundo de una sociedad decimonónica ágrafa representada en el pensamiento del estudiante que escucha atento la lectura34.

Aunque muchos de los niños dejaban la escuela, habían adquirido suficiente dominio de la palabra impresa como para cumplir con las funciones que de ellos esperaba el Estado.

Tabla 335

Este modelo corresponde a los hábitos culturales de la sociedad que nunca llegó a ser una sociedad cuya cultura se basara en el libro: la lectura no es una necesidad vital del estudiante, y en el que por tanto, solo ciertos grupos reducidos desarrollan las habilidades ligadas a la lectura en forma amplia. Estos grupos, no sobra decirlo, están formados, salvo excepciones individuales, por quienes provienen de medios familiares en los que la práctica de la lectura es frecuente y donde existe la biblioteca familiar. De hecho, el uso de la biblioteca de la Universidad de Cartagena estuvo reducido a miembros de ésta pequeña comunidad académica, que poseían la capacidad para utilizarla de manera adecuada, es decir, para comprender textos complejos, comparar argumentaciones, entre otras. El mismo elemento de exigir a los estudiantes que ingresaban a la Universidad el requisito de leer en inglés o francés, hacía que el uso público de la biblioteca fuese cada vez más exclusivo, pues muchos de los títulos bibliográficos reportados en el inventario de biblioteca en 1878 estaban en esas lenguas (ver cuadro anterior).

Adicionalmente, debe destacarse que el aprendizaje de la lectura no puede ser independiente del de la escritura, que tampoco se aprende de manera adecuada en la escuela colombiana. Quienes aprenden a escribir lo hacen otra vez como consecuencia de factores no escolares, (con excepción de lo que ocurre en unos pocos colegios) y son una minoría de la población. Juan José Nieto, por ejemplo, no sólo se destacó en la política, sino también en el campo de la escritura, en 1839 publicó una Geografía de la provincia de Cartagena, y durante los años que pasó en Jamaica, escribió las novelas Rosina, Yngermina o la hija de Calamar (1844) y Los Moriscos (1845). No se sabe si Nieto tuvo una educación formal en sus primeros años, pero lo que resulta innegable es su pasión desde muy joven por la lectura y su avasalladora inclinación por la escritura. Él mismo, en la dedicatoria de la novela Yngermina, hizo pública confesión de esa especie de vicio que era para él el ejercicio de la escritura: "Hay ciertas inclinaciones en la vida de que no nos podemos desentender por más que quiéramos, y yo no sé cual sea el impulso que me arrastra a estar siempre escribiendo alguna cosa"36

En Barranquilla, la elite (social e intelectual) generó sus propias manifestaciones culturales en múltiples campos, sobresaliendo en lo esencial, en literatura y poesía. Desde la segunda mitad del siglo XIX se formaron tertulias, muchas veces agrupadas alrededor de personajes, que prolongaban esa oralidad casi innata de actores raizales, y que se encargaron de crear formas múltiples para que la palabra impresa adquiriera su encanto al ser hablada y para que se re-creara un universo que por su naturaleza exuberante y por sus adversidades sólo podía ser abarcado, comprendido y constituido a través de un mundo lúdico, del juego de la palabra. Por eso, las tertulias surgidas al amparo de las sombras de la tarde y en los sitios públicos, cumplieron un papel fundamental en las formas no instrumentales de difusión de la cultura37.

Después, los periódicos agregaron a su naturaleza meramente política la difusión literaria a través de la divulgación de la literatura de folletín y la publicación de poesía. Ya para finales del siglo XIX, varias agencias comerciales se encargaban de distribuir periódicos y revistas extranjeras, las que traían las nuevas influencias de la cultura europea y estadounidense, prevaleciendo la impronta cultural francesa. Además, la misma presencia de extranjeros cultos (caso de Carlos Hasselbrink38), fueron otorgándole a la ciudad ese ligero aire de cosmopolitismo cultural, comparativamente con otras ciudades del país, que despertaba la admiración de más de uno durante el último período finisecular. A comienzos del siglo XX se organizó un club cultural bajo el nombre de El Ateneo, que les permitió a los liberales de Barranquilla agruparse en tertulias literarias.

Los controles del pensamiento que establecieron los regeneradores no operaron mediante la represión directa. Sergio Paolo Solano sostiene que: "Los catálogos de la prensa decimonónica que reposa en las bibliotecas Nacional y Luís Ángel Arango, como también en la Hemeroteca de la Universidad de Antioquia, ponen de presente la existencia en la Costa de publicaciones periódicas consagradas a la literatura. De hecho, el ejercicio de la escritura artística no afrontaba los mismos problemas que el discurso político escrito, poseyendo un mayor margen de libertad"39.

Sin embargo, los controles no estuvieron ausentes y operaban en otros niveles: por medio de la exclusión, del señalamiento, del calificativo, especialmente contra las corrientes contrarias a las consideradas "sanas", lo que es una forma de ejercer el poder. No es casual que la mayoría de los mejores escritores decimonónicos hayan editados sus libros en el extranjero, que produjera y comercializara los textos, era expresión de una realidad mucho más profunda y agobiante. De ahí que la creación literaria, más que expresarse a través de revistas especializadas o libros, lo hiciera por medio de periódicos partidistas pues eran estos los que más atraían la atención en una sociedad muy politizada como era la bolivarense del siglo XIX.

La prensa fue utilizada como medio de enseñanza y de difusión de las ideas y de los imaginarios, que reales o no, influyeron decisivamente en la construcción de un deber ser de la población en general. El papel impreso se convirtió en uno de los mecanismos más eficaces para transmitirle al ciudadano común y corriente la idea de progreso y de nación, que incluía la construcción de un hombre nuevo, el respeto a los símbolos patrios, la conducta, la moral, las buenas costumbres, y la defensa de la familia y de la patria como la gran madre que acogía a todos sus hijos. En otras palabras, la formación de los lectores se realizó siguiendo tres intereses a lo largo del periodo: convocar a la acción religiosa, a la acción política y a la creación de la opinión pública. Lo que induce a apoyar la idea, planteada por varios investigadores, que hablan de la fundación de la nación por la palabra40.

Conclusión

Los altos niveles de analfabetismo en el Caribe decimonónico no deben hacen olvidar la creciente presencia de los impresos efímeros, baratos, dentro de las capas populares, inclusive analfabetas. En el paisaje escrito urbano, por lo menos, la amplia circulación de los periódicos, carteles, folletines, etc., hacen de aquellos que no saben leer puedan entrar en la cultura de lo escrito como oyentes de las lecturas en voz alta hechas por quienes aprendieron a leer. Aún hoy, muchas personas se enteran de las noticias oyéndolas leer a un locutor de televisión o radio. En cualquier caso, a lo largo de la mayor parte de la historia, los libros han tenido más oyentes que lectores, donde han compartido la tradición oral en sus manifestaciones culturales. Tal como lo establece Chartier: "No debemos restringir el campo de los "lectores" únicamente a los alfabetizados. No debemos tampoco aislar los objetos impresos (libros, folletos, periódicos) de las otras formas de lo escrito: carteles impresos, inscripciones grabadas, escrituras pintadas. Se encuentran en las calles, los cementerios, los edificios públicos, las casas"41.

Es muy claro entonces que la forma de la lectura en silencio y en soledad no hizo desaparecer las prácticas que ligaban el texto y la voz de un amplio público que "leyó" los textos escuchándolos gracias a la mediación de las voces lectoras. Es esa oralidad la que, en buena medida, define culturalmente al Caribe colombiano, pues este elemento atávico sobrevivió a dos siglos de vida republicana, y la podemos identificar en las relaciones sociales y culturales de la región, y de esa manera además, se podía a través de la oralidad trascender de la limitación de la pobreza para tener acceso a los impresos que cada vez fueron más baratos.

José Ortiz Monasterio, estudiando el impacto de la lectura en la Méjico decimonónica, establece que es equivocado asociar lo oral con lo efímero, es decir, que el pensar común de que las palabras se las lleva el viento nos puede ocultar unas realidades que se transmiten en las voces lectoras. Lo decisivo aquí es "que las palabras tienen un sonido, que conservan en potencia en su forma escrita, el cual es un elemento fundamental de la literatura. La musicalidad del lenguaje sólo puede apreciarse debidamente cuando una obra se lee en voz alta. Por eso hablamos del "tono" en que algo está escrito"42.

La lectura, por último, ya fuese pública o privada, tenia con frecuencia fines muy concretos: fines tanto políticos como intelectuales. En muchos casos esa interpretación que el lector hace del texto era puesto en escena pública impidiendo la libertad de acción de una persona, es decir, que las interpretaciones bibliográficas sirvieron para alimentar los credos políticos ya que en los círculos, tertulias y la calle misma, entraban en interacción con los patrones más relevantes de las lecturas. Basta con observar los escritos de la prensa partidista decimonónica para darnos cuenta de la influencia de los libros en los escritores de los periódicos, influencia que después se traslada a los lectores y en efecto a los oyentes. Como dice la historiadora argentina Hilda Sábato, "la prensa se constituye en un pilar fundamental de la construcción de la Nación, puesto que a ella le correspondería representar a la vez que forjar la opinión pública"43. Además fue un instrumento que facilitó la tribuna política en Colombia y en muchos casos contribuyó a la polarización de la sociedad, algunos diarios en el país surgieron al calor de algún enfrentamiento partidista.

La educación pública concebida por un sector de las élites ilustradas como un paso decisivo para la civilización del pueblo, el instrumento para desarrollar el progreso material y la modernización de la sociedad, además, un camino seguro para lograr la unificación de la Nación. No hubiese sido posible, sin el mecanismo que utilizaron para la cualificación de los ciudadanos, los manuales y textos escolares adquieren la función de inculcar los principios morales y culturales de la sociedad; tienen la misión —como sostiene la historiadora Patricia Cardona— de "socializar políticamente, es decir, llevar a un escenario público que se hace masivo, los principios epistemológicos y deontológicos sobre los cuales se funda el Estado, para crear niveles amplios de legitimidad que posibiliten tanto el orden como el mantenimiento o perpetuación del sistema"44. En otras palabras, con el sistema educativo se asiste a un proceso generalizado de democratización, ya que la alfabetización masiva permite el acceso de nuevos sectores a la lectoescritura.


1 El territorio del Bolívar Grande comprendía los actuales departamentos del Atlántico, Sucre, Córdoba y Bolívar, y se extendía desde el margen occidental del río Magdalena hasta el golfo de Urabá, penetrando tierra adentro hasta las estribaciones septentrionales de las cordilleras central y oriental, a la altura de los actuales departamentos de Antioquia y Santander del Sur. Durante la colonia y hasta finales del decenio de 1850 se le conoció como la provincia de Cartagena, y bajo el régimen federal se llamó Estado de Bolívar y a partir de 1886 departamento de Bolívar. Entre 1905, 1954 Y 1966 quedó reducido al actual departamento de ese nombre, pues sufrió el desprendimiento de las tres primeras unidades político-administrativas mencionadas. Ver: Sergio Paolo Solano, Roicer Flórez y William Malkún. Ordenamiento Territorial y conflictos jurisdiccionales en el Bolívar Grande 1800-1886. En: Historia Caribe,No. 13. Barranquilla, 2008. P. 65-119.

2 En los últimos años se ha insistido en la necesidad historiar los textos escolares para construir una historia más confiable de la educación y de los procesos culturales. Luís Alarcón M. Manuales y textos escolares como fuente para la historia de la educación y la cultura en el Caribe colombiano. En: Historia, identidades, culturapopulary música tradicional en el Caribe colombiano. Universidad del Cesar. Valledupar, 2004. P. 175-186.

3 Roger Chartier. Roger. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Alianza Editorial. Madrid, 1993. P.14.

4 Renán Silva. Los ilustrados de la Nueva Granada, 1760-1880, genealogía de una comunidad de interpretación. Banco de la República-Fondo editorial Eafit. Medellín, 2002; Prensa y revolución a finales del siglo XVIII, contribución a un análisis de la formación de la ideología de independencia nacional. La Carreta Ed., Medellín, 2004; Jaime Andrés Peralta Los novatores, la cultura ilustrada y la prensa colonial en Nueva Granada 1750-1810. Universidad de Antioquía. Medellín, 2005; los trabajos editados por Diana Soto, Miguel Puig-Samper, Martina Bender y María González-Ripoll. Recepción y difusión de los textos ilustrados, intercambio científico entreEuropay América en la ilustración. Uptc-Rudecolombia-Colciencias. Tunja, 2003; Javier Ocampo López. El proceso ideológico de la emancipación. Universidad pedagógica y tecnológica de Colombia Uptc. Tunja, 1974. Estos autores indagan sobre la recepción del pensamiento ilustrado, analizan la adaptación de dichas ideologías al fusionarse con las tradiciones criollas. El trabajo de Alba P. Cardona. La nación de papel, textos escolares, lectura y política. Los Estados Unidos de Colombia, 1870-1876. Eafit. Medellín, 2007, brinda un análisis sobre la importancia de los textos, los autores y la concepción del autor como apóstol de la nación, el progreso y la civilización en la reforma educativa realizada por los radicales en 1870.

5 Renán Silva. Los ilustrados de la Nueva Granada... Op. Cit. P. 579; Para una buena aproximación a la influencia de la ilustración en la América colonial véase a: Mario Góngora. La ilustración, el despotismo ilustrado y las crisis ideológicas en las colonias. En: Historia de las ideas en América española y otros ensayos. Universidad de Antioquia. Medellín, 2003. P. 169; Frank Safford. El ideal de lo práctico, el desafío de formar una elite técnica y empresarial en Colombia. Universidad Nacional de Colombia-Ancora Editores. Bogotá, l989, P. 123-214; Hans-Joachin Koning. En el camino a la Nación. Banco de la República. Bogotá, 1994. P. 75 s.

6 Al mismo tiempo que partían los últimos miembros de la Compañía de Jesús, debió llegar a Cartagena José de Rioja, el tipógrafo de quien se tiene certeza de haber sido el primero que instaló su taller allí, pues en 1769 publicó una Novena a San Sebastián con ese pie de imprenta; aparte de esto, desconocemos todo acerca de Rioja: ¿de dónde vino? ¿qué otras producciones publicó? ¿por qué dejó el oficio? etc. Hay lugar para afirmar, sin embargo, que le habría vendido su taller a Antonio Espinosa de los Monteros. Véase a: Jorge Orlando Melo. Difusión de la palabra impresa: Origen y naturaleza de las imprentas Neogranadinas. http://goo.gl/906GQ Sobre la primera imprenta en Cartagena, la de Diego Espinosa de los Monteros ver: Toribio de Medina. La imprenta en Cartagena de Indias 1809-1820. Imp. Elzeviriana. Santiago de Chile, 1904. Otros autores son de la idea de que desde comienzos del siglo XVII en Cartagena hubo imprentas. Antonio del Real Torres. Biografía de Cartagena. Imp. Departamental. Extensión Cultural de Bolívar. Cartagena, 1948; y Eduardo Lemaitre. Historia general de Cartagena, tomo IV. Banco de la República. Bogotá, 1984. P. 401-420; Cuando se desató el movimiento independentista en esta ciudad se publicaron, tanto por los republicanos como por los realistas, los siguientes periódicos: El Argos Americano, Boletín de Cartagena, Boletín del Ejército Defensor de Cartagena, El Curioso, El Efímero de Cartagena, Gaceta Real de Cartagena de Indias, Gazeta de Cartagena de Indias, El Observador Colombiano y El Mensajero de Cartagena de Indias; Arturo Bermúdez B. Materiales para la historia de Santa Marta. Banco Central Hipotecario. Bogotá, 1981. P. 197 ss; también ver a: Luís Alarcón M. Imprentas y periódicos en Santa Marta durante el siglo XIX. En: Revista dominical El Heraldo. Barranquilla, octubre 18 de 1992; sobre la introducción de la prensa en Barranquilla, ver a; Cesar Mendoza y Martha Bohórquez. La prensa en Barranquilla a mediados del siglo XIX. En: Historia Caribe, N° 2, Barranquilla, Universidad del Atlántico, 1996.

7 Un sugestivo artículo sobre el desarrollo de la imprenta en el Caribe colombiano es el que nos presenta el historiador Sergio Paolo Solano. Imprentas, tipógrafos y estilos de vida en el Caribe colombiano 1850-1930. En: Palobra, palabra que obra, No. 9. Universidad de Cartagena. Cartagena, 2008. P. 126-145.

8 Carl August Gosselman. Viaje por Colombia 1825-1826. En: Orlando De Ávila y Lorena Guerrero. Cartagena vista por los viajeros sigloXVIII-XX. Biblioteca Bicentenario de la independencia de Cartagena de Indias. Cartagena, 2011. P. 137

9 Antonio Regino Blanco. En: Boletín historial, Nos 37-38, Cartagena, Academia de Historia de Cartagena, 1918, P. 169 citado por Sergio Paolo Solano, "Imprentas, tipógrafos…Op. Cit. P. 134.

10 Juan Coronel, Un peregrino. Dirección de Educación Pública de Bolívar. Cartagena, 1944; Otros sectores de menestrales reconocían el papel de la imprenta para garantizar su independencia y su dignidad de hombres libres. Archivo Histórico de Cartagena. El Artesano. Fondo de Miscelánea. Cartagena, febrero 1° de 1850.

11 Javier Ocampo López. Colombia en sus ideas. Tomo I. Fundación Universidad Central. Bogotá, 1998. P. 391.

12 Jaime Jaramillo Uribe. El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Editorial Temis. Bogotá, 1982. P. 32; Jorge Enrique González. Legitimidad y cultura, educación, cultura y política en los Estados Unidos de Colombia, 1863-1886. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2005. P. 22; Marcos Palacios, Frank Safford. Colombia país fragmentado, sociedad dividida. Norma. Bogotá, 2002. P. 290s.

13 Roger Chartier. Libros, lecturas y lectores en la edad moderna. Alianza Editorial. Madrid, 1993. P. 93-126; Erna Von der Walde. El cuadro de costumbres y el proyecto hispano-católico de unificación nacional en

Colombia. En: Arbor, Ciencia, Pensamiento y Cultura, No. 724, Madrid, 2007. Versión electrónica en: http://goo.gl/VpVAG

14 Así las cosas, es prudente plantear una legítima inquietud: si la imprenta tuvo cierto margen de posibilidades y libertades en sus impresiones en la república, ¿por qué sigue siendo tan alto el porcentaje de obras religiosas editadas en la república? Varias respuestas pueden ensayarse: las cartillas catequísticas, novenas y obras de similar naturaleza seguían teniendo un mercado estable, que las hacían fácilmente vendibles; eran trabajos de pequeñas dimensiones, con cierta frecuencia reimpresiones financiadas por curas, parroquias o cofradías, porque a diferencia de la Biblia, estos materiales sí tenían una lectura directa que permitía ser copiado para diversos niveles de enseñanza. La Biblia es quizás el libro sagrado de donde proviene el principio de tradición y de autoridad, también hay que tener presente que en las sociedades donde no surtió efectos la reforma protestante —que permite la traducción de libros religiosos a lenguas vernáculas o nacionales y la supresión de las jerarquías que mediaba entre el hombre y Dios-, se mantuvo el latín como lengua religiosa, se mantuvo las jerarquías religiosas, el monopolio de la palabra sagrada y popularizó el conocimiento religioso por medio de catecismo que reproducían formas escolásticas de pensamiento y no se desarrolló el pensamiento crítico. Véase a: Jean Francois Gilmont. Reformas protestantes y lecturas. En: Historia de la lectura en el mundo occidental. Ediciones Taurus. Madrid, 1998. P. 329-365; Dominique Julia. Lecturas y contrarreforma. En: Historia de la lectura en el mundo occidental. Op. Cit. P. 367-411; Roger Chartier. El mundo como representación. Gedisa. Madrid, 1996; Carmen Acosta Peñaloza. Las representaciones del libro, temas y problemas para una historia de la educación colombiana a mediados del siglo XIX. En: Historia Caribe, No. 10, Barranquilla, 2005. P. 38-40.

15 Anne Staples. La transición hacia una moral laica. En: Familia y educación en Iberoamérica. El Colegio de México. México, 1999. P. 137-152.

16 Laura Suárez De la Torre. Los Impresos: construcción de una comunidad cultural. México, 1800-1855. En: Revista Historias, No. 60. Revista de la dirección de estudios históricos del instituto nacional de Antropología e Historia. México, 2005. P. 85.

17 Sergio Paolo Solano. Política e intelectuales en el Caribe colombiano durante la Regeneración 1886-1899. En: IVSeminario internacional de estudios del Caribe. Memorias. Universidad de Cartagena-Universidad del Atlántico, 2000. P. 168.

18 Alejandro E. Parada. Cuando los lectores nos susurran: libros, lecturas, bibliotecas, sociedad y prácticas editoriales en la Argentina. Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas. U.B.A. Buenos Aires, 2007. P. 229.

19 Biblioteca Bartolomé Calvo (en adelante B.B.C.). Sociedad Bibliográfica, lista de contribuyentes para la biblioteca pública, Semanario de la Provincia de Cartagena. Cartagena, noviembre 27 de 1842.

20 Rosario Márquez Macías. La actividad cultural en los puertos del Caribe en el siglo XVIII. El caso del comercio de libros. En: Ciudades portuarias en la gran cuenca del Caribe, Visión histórica. Ediciones Uninorte. Barranquilla. 2010. P. 37-73; Clara Palmiste. Aspecto de la circulación de libros entre Sevilla y América 1689-1740. En: Antonio Gutiérrez y María Laviana (coods). Estudios sobre América: siglo XVI-XX. AEA. Sevilla, 2005.

21 El listado de las obras se puede consultar en: B.B.C. "Biblioteca de venta en Cartagena", Semanario de la Provincia de Cartagena, Cartagena Agosto 14 de 1842; "Libros" Semanario de la Provincia de Cartagena, Cartagena, Agosto 16 de 1846.

22 Sergio Elías Ortiz (Comp.), Escritos de dos economistas coloniales. Banco de la República. Bogotá, 1954; la obra de Ramón Basterra sugiere también que las relaciones entre el comercio y los intelectuales eran intensas, eso les permitía movilizar libros e ideas. Véase a: Ramón Basterra. Los navios de la ilustración: Una empresa del siglo XVIII. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1970.

23 José Ignacio de Pombo. Comercio y contrabando en Cartagena de Indias. Procultura. Bogotá, 1986. prólogo de Jorge Orlando Melo.

24 Ver: "Memorial de Don Arturo Echeona, director de la Biblioteca Pública al Concejo Municipal", en: Archivo Consejo Municipal de Barranquilla (C.M.B.) libro de 1882. comisiones.

25 Jaime Jaramillo Uribe. El proceso de la educación en la república 1830-1886. En: Nueva Historia de Colombia. Vol 2. Ed Planeta. Bogotá, 1991. P. 223.

26 Aline Helg, La educación en Colombia, 1918-1957. Plaza y Janes. Bogotá, 2001. P. 224.

27 Para un mejor conocimiento de la educación en el Estado Soberano de Bolívar durante el periodo radical véase a: Willian Malkún Castillejo. Educación y política en el Estado Soberano de Bolívar 1857-1885. Universidad de Cartagena. Cartagena, 2013.

28 Milada Bazant. La disyuntiva entre la escuela y la cosecha; Entre las multas y los arrestos. El Estado de México de 1874 a 1910. En: Pilar Gonzalbo (coord.), Familia y educación en Iberoamérica. el Colegio de México. México, 1999.

29 Andrés Bello, Memoria correspondiente al curso de la instrucción pública en el quinquenio 1844-1848. En: Obras Completas, 26 tomos. La Casa de Bello. Caracas, 1982. Las referencias a los textos de Bello son tomados de: Sol Serrano e Iván Jaksic. El poder de las palabras: La iglesia y el Estado Liberal ante la difusión de la escritura en el Chile del siglo XX. En: Historia V. 33. Santiago, 2000. en: www.hist.puc.cl/historia/publi/ultimos.html

30 David Jiménez Panesso. Fin de siglo, decadencia y modernidad. Coed. Universidad Nacional-Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1996; Historia de la crítica literaria en Colombia. Coed. Universidad Nacional-Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1992. También consultar: Gilberto Gómez Ocampo. Entre María y La Vorágine: La literatura finisecular 1886-1903. Fondo Cultural Cafetero. Bogotá, 1988; Raymond Williams. Novela y Poder en Colombia 1844-1987. Tercer Mundo Eds. Bogotá, 1991.

31 Sergio P. Solano, Política e intelectuales... Op. Cit. P. 178.

32 Juan B. Núñez inauguro la librería en la casa de su padre ubicada en la Calle del antiguo Colegio, en ella se vendían las obras literarias Norteamericanas, inglesas y francesas. El listado se puede consultar en: A.H.C. Semanario de la Provincia de Cartagena, Cartagena, agosto 16 de 1846.

33 B.B.C., "Visita hecha al colejio del Estado". En: Gaceta de Bolívar, Cartagena, 24 de Julio de 1870.

34 Para una mayor profundización teórica sobre ello véase a: Roger Chartier, El orden de los libros: Autores, títulos y lectores en la Francia de los siglos XIV y XVIII. Gedisa. Barcelona, 1995; El mundo como representación, Madrid, Gedisa, 1996.

35 Biblioteca Nacional de Colombia (en adelante B.N.C.). "Biblioteca". Diario de Bolívar. Cartagena, 17, 20 y 22 de julio de 1878.

36 Juan José Nieto. Yngermina o la hija de Calamar, novela histórica, recuerdos de la conquista, 1533 a 1537, con una breve noticia de los usos, costumbres i religión del pueblo de Calamar. Imprenta de Rafael J. Córdova. Kingston Jamaica, 1844. Reeditado por La Gobernación del Departamento de Bolívar en 1998.

37 Rafael Marriaga, 10poetas del Atlántico. Ed. Arte. Barranquilla 1950. P. 11-21.

38 Todo indica que en su mayoría iban al extranjero a educarse aunque, y esto debe tenerse muy claro, la mayoría de ellos sólo adquiría un ligero barniz de la cultura europea, tal como los retrata, aunque cáusticamente, Emilio Bobadilla (Fray Candil) en su novela A fuego lento. Ed. Gobernación del Atlántico. Barranquilla, 1994, (1a ed.: 1902).

39 Sergio P. Solano, Política e Intelectuales... Op. Cit. P.177.

40 Véase los trabajos publicados por el Museo Nacional de Colombia en la VII Cátedra de Historia Ernesto Restrepo Tirado en especial el panel 1 integrado por Carmen Acosta. La palabra en la construcción de la nacionalidad; José Antonio Amaya. Prensa científica. Ciencia y prensa en Santafé en el siglo XVIII; Carolina Álzate, ¿Cosas de mujeres? Las publicaciones periódicas dedicadas al Bello Sexo y Jaime Jaramillo Uribe, Prensa política y cultura en el siglo XIX, en: Memorias de la VII cátedra anual de historia Ernesto Restrepo Tirado, Medios y Nación: Historia de los medios de comunicación en Colombia, Ministerio de Cultura, Convenio Andrés Bello, Museo Nacional de Colombia entre otros. Bogotá, 2003. P. 49-110.

41 Roger Chartier. Libros, lecturas y lectores... Op. Cit. P. 98; y también consultar el trabajo de: Renán Vega Cantor. Historia: Conocimiento y enseñanza, la cultura popular y la historia oral en el medio escolar. Ediciones Antropos. Bogotá, 1998. P. 171-220.

42 José Ortiz Monasterio. La resolución de la lectura durante el siglo XIX en México. En: Revista Historias, No. 60. Revista de la dirección de estudios históricos del instituto nacional de Antropología e Historia. México. 2005. P. 62.

43 Hilda Sábato. La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires 1862-1880. Editorial Suramericana. Buenos Aires 1998. P. 66.

44 Alba P. Cardona Z. La nación de papel; textos escolares, política y educación en el marco de reforma educativa de 1870. En: Co-herencia No 6, Vol. 4. Medellín, 2007. P. 90.


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Fondo de prensa microfilmada:

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Memorias
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Barranquilla (Colombia)
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