ISSN 1794-8886 |
ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN / RESEARCH ARTICLE
Los holandeses en el Caribe
Odette Yidi David
Pocos fueron los holandeses que llegaron a las costas del caribe colombiano. Es más, la mayoría de las aproximadamente 100 familias holandesas identificadas en Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Riohacha, Maicao y Sincelejo y registradas en el Consulado de Holanda en Barranquilla, vinieron a Colombia procedentes de Aruba y Curazao, las antiguas Antillas Neerlandesas. El grupo de inmigrantes holandeses fue muy reducido, e inclusive la mayoría de los primeros emigrados optó por regresar a su país de origen debido, principalmente y tal como afirma Peter Slagter miembro de la comunidad holandesa y cónsul de ese país por más de dos décadas en Barranquilla, al choque cultural. Otros factores como el inclemente clima tropical y las diferencias entre la idiosincrasia holandesa y caribeña también contribuyeron a que estos inmigrantes europeos decidieran retornar a Holanda. Irónicamente, ese sol y algarabía caribeña de mitad del siglo XX también enamoró a unos tantos, entre ellos, al padre de Peter, Jan Gerbrand Slagter.
Jan Gerbrand Slagter llegó a Colombia aproximadamente en el año 1935 como ejecutivo de la Curazao Trading Company. Cuenta Peter que el clima, el paisaje, las costumbres y las tradiciones caribeñas hicieron que su padre se enamorara de Barranquilla. La Barranquilla de los años treinta crecía a grandes pasos y se posicionaba como una importante urbe comercial en el Caribe. Ya para aquel entonces había un considerable grupo de inmigrantes de todas partes del mundo trabajando mano a mano con los locales para construir una pequeña gran metrópoli en la ribera del mar Caribe. Mientras tanto, vientos de guerra empezaban a acechar a Europa. En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial, trayendo graves e imaginadas consecuencias sociales, económicas y políticas para todo el mundo. Al poco tiempo del inicio de la guerra, Alemania invade Holanda, razón por la cual el gobierno neerlandés llama a sus expatriados a ayudar a defender militarmente a su patria.
El joven Jan es el único holandés en Colombia que voluntariamente responde al llamado de su país y regresa a ésta para luchar en el frente luego de recibir entrenamiento militar en Canadá. Él había sentido la obligación de luchar con sus connacionales en aquellos tiempos difíciles, y al llegar a Holanda, se une al Batallón de la Reina, en donde pasa por grandes dificultades propias de una gran guerra. Al término de ésta, y siendo testigo de la dificultad de llevar a cabo un día a día normal en Europa, Jan decide regresar a Colombia, tierra de oportunidades, con la mujer que había amado desde antes de emigrar: Aukje Mobach. En Colombia, la joven pareja tiene 8 hijos que al nacer causaron gran conmoción entre los locales debido a sus delicadas facciones, piel blanca y cabellos color oro. Peter recuerda la vez en que una de sus hermanas de tan sólo unos pocos meses de nacida, fue llevada sin permiso por la niñera a su pueblo, Usiacurí, para ser mostrada en la plaza debido a sus extrañas facciones: el color de su piel y de su cabello asombraban a todos.
Los holandeses habían empezado a emigrar principalmente en el período entre guerras y durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Una vez en Barranquilla, los que decidían quedarse pese a las diferencias culturales y climáticas, construían amistades con otros emigrados europeos, como los suecos y españoles. La madre de Peter, Aukje, fue una de las que luchó por adaptarse a su nueva vida en el Caribe. El clima y la marcada jerarquía social latina lograron impactarla, razón por la cual Aukje realizó varios viajes entre Holanda y Colombia, a diferencia de la mayoría de emigrados que decidían quedarse y que paulatinamente fueron perdiendo el contacto con su patria, lo que explica que hoy esta comunidad no conserve el idioma ni la comida típica holandesa.
Los holandeses tampoco consolidaron centros culturales patrios en Barranquilla como sí lo hicieron otras comunidades de emigrados. Esto se debe en parte al bajo número de familias que emigraron, la cantidad de matrimonios interraciales y el poco sentido de comunidad que existe entre ellos en comparación con otros inmigrantes como los árabes e italianos. Sin embargo, los holandeses dejaron y siguen dejando huellas indelebles en la historia económica, industrial y social de la región caribe. Por ejemplo, el sacerdote holandés radicado en Barranquilla desde 1977 y perteneciente a la orden de los Camilos, el padre Cirilo Swinne, ha desarrollado, con su espíritu emprendedor y caritativo, una importante obra social y pastoral que los locales llaman "milagrosa". De forma gustosa, decide quedarse en Barranquilla y dedicarse a ayudar los más pobres en las áreas de la salud y la educación mediante la construcción de orfanatos, asilos y colegios.
Por otra parte, Aukje Mobach, realizaba obras de caridad y se dedicaba a ayudar al padre Cirilo. También, ayudó a varias familias en Holanda que no podían tener hijos a adoptarlos en Colombia de manera legal a través del Bienestar Familia. Cuenta Peter que su madre logró tramitar la adopción de casi ocho bebes, los cuales vivían cerca de seis meses en su casa antes de que su madre los llevar a Holanda y los entregara a las familias que lo habían pedido.
Los holandeses que permanecieron en la costa caribe colombiana han contribuido enormemente al desarrollo comercial e industrial de la región, mientras que otros tantos han aportado en el área social en aras de mejorar la calidad de vida de miles de barranquilleros. Apellidos tales como De Hart, Van Houten, Slagter y Esbra, provenientes de Holanda, y Rodríguez, de la Rosa, Cortizos, de Castro y Charris, entre otros, oriundos de las ex Antillas, todavía existen hoy en el Caribe, y si bien a veces no se visibilizan como una comunidad bien definida, sin duda han sido y siguen siendo actores importantes del progreso de la región caribe.
Agradecemos la valiosa contribución de Peter Slagter a la Revista y su trabajo por conservar la memoria visual y documental de este grupo de inmigrantes
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