versión On-line ISSN 1794-8886
n.° 12, enero-julio de 2010


Sin azúcar no hay país. La industria azucarera y la economía cubana (1919-1939)

Antonio Santamaría García

Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, CSIC; Universidad de Sevilla, Diputación de Sevilla.

Sevilla, 2001. 624 pp., 24 x 17 cm., rústica cromada, prologo de Carlos D. Malamud, índices general, de cuadros, tablas y mapas y de materias, apéndice estadístico y bibliografía.

Si alguien se empeñase en restar algunos de sus muchos valores a esta obra del historiador español Antonio Santamaría, hay uno que jamás podrá sustraerle: la singularidad. La historiografía española sobre Cuba, aunque creciente y renovada, por razones bastante obvias ha circunscrito sus estudios al período colonial. Y cuando algún autor decide trascender la nítida frontera del "98", lo hace casi siempre para abordar la oleada migratoria hispana del primer tercio del siglo XX, un tema en que el vínculo histórico entre ambos países se hace más que evidente.

Sin azúcar no hay país se adentra en el período republicano de la historia cubana y escoge un asunto en el cual la conexión hispano-cubana resulta, en el mejor de los casos, muy tenue; el de la industria azucarera y su papel en la economía nacional. Su investigación abarca -con un breve antecedente- las dos décadas transcurridas entre la primera y la segunda guerras mundiales, selección en modo alguno fortuita, pues esta etapa constituye una de las transiciones fundamentales en la historia de la "primera industria", la que va del crecimiento extensivo a un relativo estancamiento, de la expansión exportadora a los mercados regulados, de la libre concurrencia al intervencionismo estatal.

Más allá de la reconstrucción del proceso económico, que el autor ejecuta con admirable minuciosidad, el propósito de esta obra es explicar los ajustes de la industria a la cambiante circunstancia, estableciendo no solo la manera en que estos se verifican sino los factores que determinaron las estrategias y conductas empresariales, todo lo cual sirve de sustento a una evaluación del significado de dichas transformaciones para el desenvolvimiento de la economía cubana. En tal sentido, esta obra viene a inscribirse en la ya nutrida bibliografía que durante las últimas décadas ha revisado los problemas del llamado "cambio estructural" de las economías latinoamericanas a raíz de la gran crisis de 1929.

Santamaría sienta las bases de su análisis con una presentación de conjunto del proceso de fabricación del azúcar y sus características en Cuba -indispensable para el lector no familiarizado-, así como con un resumen del desarrollo de la industria insular hasta los años de la I Guerra Mundial, cuestiones todas abordadas en el capítulo II, el cual es de hecho el primero después de una muy enjundiosa "Introducción". Los capítulos III a V estudian el primer ajuste coyuntural - "al alza"- de la industria, tras el catastrófico crac bancario de 1920. Su interés central es explicar la paradójica continuidad del crecimiento productivo cubano tras lo que pudiera apreciarse como un primer síntoma de saturación de los mercados, tendencia que el autor atribuye tanto a los intereses norteamericanos que en esos momentos consiguen el control del sector, como a la propia lógica de maduración del proceso inversionista llevado a cabo con la mayor premura durante los años de guerra. Tales criterios se fundamentan sólidamente en el examen de un amplio círculo de problemas que abarcan desde la propia naturaleza de la situación mercantil, hasta la coordinación del proceso productivo y la disponibilidad de recursos financieros. Las consecuencias de esa primera adaptación -y de la evolución del mercado azucarero internacional- impondrán a la industria la necesidad de un segundo ajuste, en este caso "a la baja", durante la década de 1930, fenómeno que constituye el eje explicativo de los capítulos VI y VII, en los cuales, además del examen de los cambios operados en los terrenos mercantil, financiero y productivo, cobran mayor espacio las consideraciones sobre factores de orden político y social. Tal ensanchamiento del espectro analítico, indispensable para explicar porque en el caso cubano la ratificación de la economía especializada -monoexportadora- constituyó la alternativa viable para afrontar la crisis, entrañaba riesgos indiscutibles dadas las notorias insuficiencias de la historiografía de apoyo.

De tal suerte, al tratar este problema Santamaría se sumerge en aguas procelosas y, a nuestro juicio, no consigue mantenerse siempre a flote. Porque sustentar que la preservación del modelo monoexportador "fue la mejor alternativa de ajuste frente a la crisis" (p. 10; el subrayado es nuestro), equivale a introducir esta rigurosa investigación en el terreno especulativo. Y peor aún si para demostrarlo se apela a argumentos tan poco consistentes como que "en la segunda mitad de los años treinta Cuba consiguió exportar tanto azúcar como creían los hacendados, el gobierno y distintos analistas que era necesario para que su economía siguiera creciendo" (p. 389), criterio muy difícil de validar si se tiene en cuenta que la producción azucarera del quinquenio 1935-1939, cuyo promedio fue de solo 2,8 M de t. m., apenas superaba la obtenida en vísperas de la I Guerra Mundial -2,6 M en 1914 - mientras el valor medio de las exportaciones del dulce resultaba incluso algo inferior; todo ello frente a un incremento poblacional del 75%. El afán por mostrar la amplitud de respuestas a la "crisis estructural" en el contexto latinoamericano -probable origen de apreciación tan comprometida- no es óbice para que un poco más adelante el autor reconozca que el papel decisivo en la recuperación de la industria lo desempeñaría la "coyuntura excepcional" de la Segunda Guerra Mundial, o admita que la "mejor" alternativa de ajuste "tenía ya en sus orígenes ciertos defectos estructurales que se agravaron con el tiempo."

Si una u otra de las tesis de este libro pueden suscitar la discrepancia del lector -y en ello radica uno de los valores fundamentales de toda obra de pensamiento-, es precisamente por la capacidad que exhibe para articular respuestas argumentadas a los principales problemas de la situación que investiga. Tan afinada disposición interpretativa descansa sobre una base informativa de impresionante riqueza. La relación de fuentes, que abarca 90 páginas, es por sí sola una contribución sustancial a cualquier estudio sobre la materia; en ella se recoge, sin una sola ausencia significativa, toda la bibliografía de alguna relevancia temática, incluyendo además numerosos artículos de las principales revistas económicas cubanas. Mención aparte merece la información estadística, igualmente copiosa y en su mayor parte elaborada por el autor en más de 120 tablas que, ya sea en texto o como anexo, representa por si sola una aporte inestimable a la historiografía económica cubana. El análisis de esa información cuantitativa, valiéndose en ciertos momentos de recursos econométricos, ha desempeñado un papel primordial en la elaboración y argumentación de algunas de las tesis sustentadas en esta obra que, en su origen, fue una disertación doctoral.

Con su libro Santamaría no solo contribuye a iluminar una etapa importante y relativamente poco estudiada de nuestra historia económica, sino que también enriquece un género historiográfico que en el país ha tenido escasos cultivadores: la historia empresarial. Aunque su estudio del fenómeno azucarero se desarrolla a una escala macroeconómica, y en ese contexto resulta muy difícil detenerse a examinar con detalle los cambios que los ajustes coyunturales generan a escala de empresa, tan importante faceta del problema en modo alguno se descuida, como bien lo demuestra el capítulo VII que al evaluar las transformaciones en la industria tras la crisis de 1929, dedica amplio espacio al examen de las variaciones que registran en materia de propiedad, organización y financiamiento las compañías azucareras, particularmente las norteamericanas.

Existen, por tanto, razones más que sobradas para saludar la aparición de un libro que ha sido además objeto de una esmerada edición -aunque su formato resulte quizás más opulento que manipulable-, la cual ha preservado, felizmente, los importantes complementos informativos de la tesis original. Sin azúcar no hay país ocupará, sin duda, un lugar prominente tanto en la bibliografía económica de Cuba, como en historiografía azucarera mundial.

Oscar Zanetti Lecuona
Unión de Escritores y Artistas de Cuba


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