ISSN Electronico 1794-8886
Volumen 30, septiembre-diciembre de 2016
DOI: http://dx.doi.org/10.14482/memor.30.9085

RESEÑAS

Gould, J. L. (2016). Desencuentros y desafíos: ensayos sobre la historia contemporánea centroamericana. San José: Centro de Investigaciones de América Central.

Por Jorge Barrientos Valverde

Profesor e investigador de la Universidad de Costa Rica en el campo de la Historia y la enseñanza de Estudios Sociales. Master en Historia de Centroamérica por la Universidad de Costa Rica. Licenciado en Estudios Sociales. Estudiante del Doctorado en Historia Global. Ha sido galardonado por la Universidad de Costa Rica en tres ocasiones como mejor promedio de su área de estudio: 2009, 2011, 2013. Sus áreas de estudio son la Historia Contemporánea Universal, Historia Política y de las ideologías, Enseñanza y didáctica de la Historia, Teoría y Pedagogía Crítica así como teoría marxista de la Historia. Costa Rica. Correo: jorgebarrient@ gmail.com

Señala Karl Marx que los seres humanos hacen su historia pero con condiciones que no han elegido. Es decir, los ciudadanos de un mundo capitalista buscan resolver los grandes problemas que enfrentamos y que nos afectan directamente, pero para ello debemos enfrentarnos a una serie de estructuras políticas, económicas, sociales y culturales que poseen un gran peso y por sobre las cuales las condiciones subjetivas, es decir, la organización política y los niveles de conciencia de clase, tienen una gran relevancia para poder confrontar la situación objetiva muchas veces avasallante. En esa dirección, la interpretación de la historia de Centroamérica pasa por una gran cantidad de dilemas dentro de los cuales el compromiso político, la ideología y el enfoque que se les dé a los hechos históricos pueden marcar grandes diferencias.

Bajo ese camino de gran compromiso político e intelectual, Jeffrey Gould nos presenta su libro Desencuentros y desafíos: ensayos sobre la historia contemporánea centroamericana, en el cual realiza un recorrido por algunos de los acontecimientos históricos más relevantes y polémicos de finales del siglo XIX y el siglo xx centroamericano, que toma en cuenta una gran variedad de temáticas que van desde los enfoques culturalistas de los problemas del mestizaje, hasta temas más políticos y sociales, como la represión durante las guerras en Centroamé-rica durante la década de 1980.

A partir de la historia de vida particular que mueve a Gould para estudiar historia de Centroamérica y bajo un compromiso político desde el pensamiento crítico y comprometido con los sectores subalternos, podemos analizar una serie de seis artículos que el autor reúne para este libro. El primero, titulado "Los indios de Matagalpa y el mito de la Nicaragua mestiza, 1880-1925", plantea la problemática de los mecanismos de dominación que ciertos grupos de poder, muy diversos, emplearon para poder constituir una identidad nicaragüense definida, por donde, a través del discurso ideológico y utilizando mecanismos de violencia simbólica, estos construyeron la idea de una Nicaragua mestiza, al mismo tiempo que lograban que las agrupaciones indígenas aceptaran su renuncia a mantener sus costumbres, tradiciones y prácticas cotidianas propias. De manera tal que surge el fenómeno del ladino, en medio de estas complejas relaciones sociales conflictivas, contradictorias y problemáticas, las cuales por momentos de tensión se tornaban violentas, o en coyunturas mantenían pasividades colectivas. Así es como en medio de una población mayoritariamente indígena, los esfuerzos institucionales hacían todo tipo de intentos por invisibilizar a aquella población, con el fin de que los "valores occidentales" de blanquitud, laboriosidad, higiene y progreso se impusieran sobre los imaginarios de aquella nación.

Estos niveles de enajenación impuesta de los que habla Gould son algunos de los elementos que generaron gran conflicto social en regiones nicaragüenses como Matagalpa, donde ante las rebeliones indígenas en contra de la explotación y los abusos de las autoridades gubernamentales provocaron cientos de ejecuciones de indígenas, cuestión que las autoridades llamaban "la lucha de la civilización contra la barbarie" (Gould, 2016, p. 11), una frontal lucha contra la vagancia y la holgazanería. El ladino, por el contrario, era aquel sujeto que buscaba adoptar comportamientos y costumbres de los blancos con el fin de sentirse adaptado y aceptado en la sociedad. Tal mecanismo de ascenso social era propiciado desde los grupos de poder, representado así de manera simbólica y aceptado por las clases subalternas para sentirse menos discriminados y rechazados (Gallardo, 1993).

Los resultados de tales mecanismos de dominación generaron que la élite lograra imponer en el sentido común del poblador una idea básica e identitaria de que se vivía en una sociedad étnicamente homogénea (Gould, 2016, p. 39). Si desde los enfoques de Antonio Gramsci acerca de la hegemonía y los bloques hegemónicos entendemos que lograr hegemonía significa la capacidad de un cierto grupo particular de imponer su voluntad sobre los demás, no podemos olvidar que el arte de la dominación, además de esa etapa primera, radica en que ese mecanismo de poder y de dominación se imponga de manera tal que los sectores dominados no se sientan pisoteados, por el contrario, se sientan cómodos y hasta sean cómplices de su propia condición de subyugados. La vía principal para lograr tal cometido es la ideología y Gould reconoce ese elemento como un punto clave del entendimiento del mito del mestizaje (Gould, 2016, p. 41). De esa manera la élite ladina impuso tanto por medio de violencia simbólica como por medio de violencia física su propia versión de la historia para formar identidades comunes y, con ello, hacer sentir a estos grupos poblaciones como parte de un proyecto legítimo de Estado nacional.

En un segundo ensayo titulado "Dictadores indigenistas y los orígenes problemáticos de la democracia en Centroamérica", Gould se aproxima a las conflictivas relaciones sociales que se pueden desarrollar en una región centroamericana que posee una gran cantidad de diferencias sociales, étnicas, políticas y culturales. En esa dirección, Gould se aproxima al análisis de las posiciones ideológicas de las élites y de los grupos subalternos, además de sus acciones políticas concretas frente al difícil contexto de la crisis de 1929, cuando en la mayor parte de la región latinoamericana, y principalmente en Centroamérica, la respuesta de los Estados fue llevar al poder militares muy violentos que montaron estructuras dictatoriales en Nicaragua, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Para Gould, el conflicto armado de 1970 a 1991 tiene sus principales raíces en los acontecimientos violentos de la década de 1930, cuando se dieron los conocidos casos de la lucha de Augusto César Sandino contra la invasión de los Estados Unidos y el levantamiento campesino en El Salvador, encabezado por el Partido Comunista y su líder, Farabundo Martí.

Ante este panorama, la cuestión central que trata Gould es cómo poder construir Estados modernos y democracias sólidas ante tanto conflicto socioeconómico y, sobre todo, ante los variados hechos de violencia por parte del Estado, a través de dictaduras militares en contra de los movimientos sociales organizados. Es allí donde la mayor cuestión se debatía en torno a cómo incorporar en el proyecto modernista nacional a una población tan heterogénea y diversa para que el discurso de democracia tuviera legitimidad y validez (Gould, 2016, p. 64).

La cuestión por resolver se enfoca en el fenómeno de que los indígenas, a pesar de ser excluidos, marginados, reprimidos y hasta invisibilizados en las coyunturas de las décadas de 1930 y 1940, ante los discursos hegemónicos incluyentes de las élites ladinas se sintieron parte del sistema y empezaron a sentirse importantes para el régimen. Así es como se posicionaron de forma conservadora, pero sistémica, oportunista y en favor de los Gobiernos, a pesar de que en las prácticas socioeconómicas y políticas concretas y reales siguieran estando marginados del poder de las oligarquías, los terratenientes y los militares. De esa manera tal discurso de inclusión quedó en promesas y abstracciones, pero no fue más allá hacia realidades concretas que mejoraran las condiciones de vida de las comunidades autóctonas, ante ello lo que quedó fue un silencio cómplice de las víctimas y un discurso falaz de los victimarios.

En un tercer ensayo que Gould titula "Camino a 'El Porvenir', violencia revolucionaria y contrarrevolucionaria en El Salvador y Nicaragua", se trata la problemática del recuerdo y el olvido ante los escenarios de la extrema violencia y represión que vivieron comunistas, campesinos e indígenas en El Salvador, suceso que le costó la vida a unos diez mil pobladores salvadoreños y que Gould intenta reconstruir desde la fuente secundaria, pero, sobre todo, desde la fuente primaria de la historia oral a partir de las entrevistas que realiza a los pobladores de las regiones afectadas (Gould, 2016, p. 71). El punto más complejo de la reconstrucción de los hechos que hace el autor es en torno al análisis comparativo que lleva a cabo con el caso nicaragüense durante la década de 1970. En ese sentido, toma en cuenta las causas de los conflictos en ambos casos (el desarrollo del proceso de rebelión en un caso y de revolución en el otro) y los mecanismos que utilizaron los grupos de poder y los sectores insurgentes.

Como en todo proceso revolucionario, se dieron conflictos en cada uno de los bandos, los cuales Gould advierte que fueron heterogéneos y contradictorios. Ese punto es clave para entender los grados de éxito y fracaso que tuvieron ambos procesos históricos estudiados. Si se toman en cuenta las condiciones objetivas y subjetivas de ambos hechos, tenemos que efectivamente a pesar de los conflictos internos, en el caso nicaragüense los niveles de conciencia social y de organización de lucha estaban mucho más desarrollados que en El Salvador de 1932, donde muchos indígenas, incluso sin querer, fueron vistos como parte de los movimientos insurgentes y por ello masacrados. Thompson plantea que la clase no puede existir ni ser parte concreta de la realidad sin la experiencia de clase que se construye a partir de los procesos educativos de formación política. Con lo que sin conciencia de clase, donde un grupo social logre autopercibirse como parte de un sector económico específico de la pirámide del sistema, la clase no puede existir, y sin ello tampoco la organización social revolucionaria (Thompson, 1977).

Lo complicado de estudiar la conciencia, los imaginarios, las ideologías y su relación con los procesos revolucionarios yace justamente en la capacidad que tiene el investigador para lograr adentrarse en la psicología social del sujeto histórico de la revolución. Y, en ese sentido, Gould advierte los problemas metodológicos que se presentan cuando se estudia la memoria para complementar la compresión de procesos revolucionarios, pues, cuando pasan décadas del conflicto, los miedos, los traumas, los temores, los prejuicios y los anhelos inconclusos siguen siendo parte del constructo subjetivo de quien habla en primera persona. Ello nos lleva al problema del estudio del recuerdo y el olvido. Cabe preguntarse ¿hasta qué punto quien recuerda quiere recordar procesos tan traumáticos? Y luego ¿de qué manera quien habla como fuente oral recuerda las cosas tal y como sucedieron realmente? Gould da unas primeras aproximaciones que incluso desarrolla más en su documental de 1932 Cicatriz de la memoria, óptimo complemento de este ensayo, en el cual él personalmente visita las zonas afectadas en aquel traumático suceso en El Salvador.

Justamente en su ensayo siguiente, Gould advierte sobre los problemas que se presentan a la hora de trabajar documentales históricos y la fuente oral: "El problema más difícil de resolver e inherente a esta tarea es cómo contextualizar, históricamente, los testimonios de los protagonistas sin desintegrar su valor intrínseco". Por ello, Gould plantea que el testimonio, como fuente oral de la historia, es solo una parte de la reconstrucción de los hechos y efectivamente debe complementarse con otras fuentes (Gould, 2016, p. 102). A partir de estos escenarios teórico-metodológicos, Gould desarrolla su documental La palabras en el bosque, el cual versa sobre las organizaciones populares insurrectas en El Salvador, que toma en cuenta principalmente las comunidades eclesiales de base y es una especie de segunda parte de lo sucedido en Cicatriz de la memoria.

El autor se centra en la forma en que se organizaron las comunidades rurales más empobrecidas de aquel país de la mano de guerrilleros y sacerdotes radicalizados, principalmente a partir del enfoque de la teología de la liberación que se había difundido por toda América Latina desde la década de 1960 (Lowy, 1999).

La cuestión central es analizar la manera en que la organización y lucha armada se llevó a cabo con campesinos empobrecidos en el contexto económico y cultural, los cuales no necesariamente tenían formación política en marxismo, leninismo, maoísmo, o guerra de guerrillas ni mucho menos. Lo que los motivaba a la lucha armada eran las condiciones objetivas, es decir, el interés por defenderse de la represión del Estado a través del Ejército y los criminales escuadrones de la muerte, cuestión que Gould recalca de acuerdo con los testimonios recopilados (2016, p. 102). Este fenómeno acerca de cómo los sectores subalternos entraron en la lucha armada guerrillera sin tener una formación política clara, sólida, contundente, se puede observar en otras naciones, donde la guerrilla se convirtió en un espacio de defensa personal, de búsqueda de satisfacción de necesidades, como la educación básica, la salud y la tierra.

A partir de tener claros estos elementos sobre las condiciones subjetivas del sujeto revolucionario, Gould se adentra en los imaginarios de los sectores populares organizados, para poder analizar sus interpretaciones de los hechos: la represión militar, el Gobierno de turno, la revolución, el comunismo, la teología de la liberación, la lucha social, la justicia, el futuro, etc.

Asociado con el tema de la guerra civil en El Salvador, el autor se adentra en un estudio sobre la figura de Ignacio Ellacuría, para analizar su pensamiento político y su práctica política durante las décadas de 1970 y 1980. En ese sentido, el artículo busca visualizar la capacidad organizativa que los teólogos de la liberación pudieron llevar a cabo en las regiones más marginales de El Salvador, en la capacidad de poder entablar alianzas con los movimientos políticos de izquierda y sus brazos armados. Así es como plantea la problemática de los encuentros y desencuentros que en los movimientos sociales y populares se desarrollaron en la lucha contra la represión del Estado.

Torres Rivas (2011) señala que el fracaso de los movimientos guerrilleros en El Salvador y Guatemala radicó en varios factores, entre ellos, la incapacidad de engrosar sus filas militantes por parte de los pobladores más marginados y afectados por las estructuras imperantes, la violencia exagerada de los Estados, pero, sobre todo, la deslegitimidad que las guerrillas tuvieron a la hora de enfrentarse a Gobiernos constitucionales y no a viejas dictaduras deslegitimadas, como lo fue en Nicaragua o Cuba. Recordemos que, para fines de la década de 1980, en El Salvador gobernaba Napoleón Duarte y luego Alfredo Cristiani, ambos políticos conservadores, del ala derecha ideológica de aquella nación.

Sin embargo, estas democracias burguesas funcionaban con altos índices de violencia política y una gran cantidad de violación a los derechos humanos, dentro de lo cual se vieron afectados gran cantidad de ciudadanos salvadoreños no solo enfrentados a las atrocidades del Ejército oficial del Estado, sino principalmente a los anticomunistas escuadrones de la muerte. Es en medio de ese conflicto que la Iglesia católica alza la voz e inicia la defensa y organización de los movimientos populares desde las comunidades eclesiales de base, las cuales desempeñan un papel clave en la lucha armada contra la fuerte represión vivida. Dicha capacidad organizativa de los sectores cristianos, a través de las comunidades eclesiales de base, muchas veces se vio minada por los grupos más sectarios de la ultraizquierda salvadoreña y dio así desarrollo a lo que Gould llama los desencuentros. Para Ellacuría, las comunidades eclesiales de base y el papel de la Iglesia católica eran muy importantes para los movimientos revolucionarios de izquierda, en cuanto la religión era el vehículo para transmitir los ideales de la lucha social, porque a través de esta se prefiguraba la nueva sociedad (Gould, 2016, p. 121). Era esta herramienta, la Iglesia, parte del mecanismo por sobre el cual los líderes rebeldes podían invitar y sumar a más militantes en la lucha. Sin embargo, los sectores marxistas leninistas no aceptaron ni comprendieron tales perspectivas estratégicas y más bien las rechazaron (no supieron aprovechar el potencial de revolución que se podía motivar en las poblaciones rurales a través de la religión desde el enfoque de la teología de la liberación).

Gould apunta esos choques entre los grupos insurgentes, señalando que durante todo el siglo xx fue el leninismo el que dominó el entendimiento acerca de cómo las clases subalternas podían encontrar y comprender una conciencia que les permitiese observar mejor la realidad y sus estructuras de opresión para intentar transformarlas (Gould, 2016, p. 123). Sin embargo, en las izquierdas también vemos luchas por la hegemonía, por la búsqueda de imposición de ideas, posiciones, estrategias, y es allí donde se desarrollan los principales desencuentros. Estos desencuentros se visualizan como los intersticios entre ideología revolucionaria y clase social, donde persisten las posibilidades de la alienación o la emancipación (Gould lo llama la liberación) a través del alzamiento armado. Ante esto cabe la pregunta: ¿fueron esos desencuentros entre los grupos de izquierda la principal razón del fracaso del movimiento revolucionario en El Salvador? La respuesta es compleja, sin embargo, es un factor más que hay que tomar cuenta.

Su último escrito titulado "Solidaridad asediada: la izquierda latinoamericana, 1968", trata sobre el polémico año de 1968 y la coyuntura que arrastra hacia la década de 1970, cuando tal fecha marca un punto de inflexión en la historia del siglo xx y sobre todo en torno a los movimientos sociales y estudiantiles. Así es como, más allá de los acontecimientos más conocidos y estudiados (Mayo francés en París, la revolución antiestalinista en Praga, el movimiento hippie y el movimiento antirracista y por los derechos civiles en Estados Unidos) el autor profundiza en otras temáticas menos conocidas y analizadas en la región de América Latina, principalmente el caso de Uruguay, Brasil y México con el sonado suceso de la Masacre de Tlatelolco.

A partir de una discusión teórico-política en la que se definen las diferencias entre la izquierda radical y liberal, llamada "nueva izquierda", y los partidos comunistas prosoviéticos, "la izquierda tradicional", Gould lanza un estudio a fondo y muy bien logrado sobre los objetivos, las aspiraciones, los alcances y las limitaciones y contradicciones de estas agrupaciones jóvenes de la izquierda latinoamericana en un contexto marcado por acontecimientos muy efervescentes e intensos, alrededor de las discusiones políticas e ideológicas que hacia aquella época se estaba desarrollando (Gould, 2016, p. 147). Así es como en las universidades de la región el sueño de la revolución social, de la justicia social, de un mundo más humano, de ser una tesis y anhelo de la izquierda radicalizada, pasó a ser un objetivo de los muy diversos movimientos progresistas de diferentes tendencias, y en su mayoría provenientes de las clases medias urbanas.

En ese sentido, tal radicalización política del movimiento estudiantil e intelectual, encabezada por la nueva izquierda europea muy crítica del estalinismo soviético, encendió las alertas de las clases dominantes y conservadoras, las cuales reaccionaron con mayor dureza y represión sobre los sectores organizados citados, fuera cual fuera su orientación ideológica y programática. De esta manera se llevan a cabo las doctrinas de seguridad nacional, los movimientos ant comunistas en la represión y la propaganda contra las izquierdas y, sobre todo, una respuesta estatal muy violenta. Estas respuestas mezclaban cristianismo, tradiciones, patriotismo y conservadurismo (Gould, 2016, p. 151).

Fue de esa forma que el asesinato de cientos de estudiantes en México, y de algunos pocos en Brasil y Uruguay, provocaron mayor radicalización de los grupos izquierdistas, que se organizaron en guerrillas rurales y urbanas realizando políticas de acción directa contra militares, empresarios y políticos, lo cual finalmente conllevó una alzada de violencia contra los estudiantes y las universidades sin precedentes. Fuese una izquierda prosoviética tradicional que leía a los marxistas ortodoxos rusos o fuera la nueva izquierda que se inspiraba en Marcuse, Foucault, Sartre o E. P. Thompson (Anderson, 1981), el punto es que ambos bandos de un mismo grupo alimentaron el espíritu de cambios social que se respiraba en la época, cada uno desde sus trincheras pero siempre enfocados en buscar relaciones sociales de producción más humanas, más solidarias y más justas enfrentando la reacción de las fuerzas imperialistas, conservadoras y elitistas, que en esa lucha por la hegemonía de la región y el mundo emplearon toda serie de métodos de los más violentos, inhumanos y sucios jamás antes vistos en la historia contemporánea de América Latina.

A modo de balance final, es importante recalcar que el trabajo intelectual de Jeffrey Gould, desde el enfoque del pensamiento crítico y la historia comprometida, es muy valioso en la actualidad, en un mundo rodeado de un ambiente social, político y económico de gran crisis e incertidumbre, de miedos, de vacíos, de inseguridades y de una gran ofensiva por parte de los grupos neoconservadores contra los "Estados de relativo bienestar", en busca de acabar con los movimientos sociales de izquierda y sus grandes conquistas: los derechos laborales, la educación y la salud de calidad, la dignidad en general. Es de admirar y resaltar que la obra de Gould no se limita al estudio de sus objetos de estudio desde la fuente secundaria o primaria sin relacionarse con los sujetos de estudio. Por el contrario, parte de su compromiso e interés político se evidencia en sus trabajos de campo en las zonas más peligrosas y conflicti-vas de Centroamérica, de lo cual no solo ha elaborado escritos de historia, sino que en el ámbito de la difusión y acción social ha desarrollado documentales para darle voz a los grupos marginados, a los sin voz, siguiendo las enseñanzas de la historia desde abajo o historia subalterna que nos muestra Eric Hobs-bawm o Ranajid Guha.

En ese sentido, Gould demuestra que la historia se puede desarrollar al lado de la gente, cercano a los grupos más vulnerables que se estudian; lanza una señal muy importante de que la construcción del conocimiento debe seguir estando encaminada a la incidencia social para aportar a la búsqueda de soluciones que mejoren las naciones que hoy en día habitamos.


Referencias

Anderson, P. (1981). Consideraciones sobre el marxismo occidental. México: Siglo XXI. Gallardo, H. (1993). Fenomenología del mestizo. San José: dei.

Gould, J. (2016). Desencuentros y desafíos: ensayos sobre la historia contemporánea centroamericana. San José: Centro de Investigaciones Históricas de América Central.

Jiménez, J. (2013). Mayo 68: un modelo para armar. San José: Arlekin.

Kaye, H. J. y Ruiz, J. C. (1989). Los historiadores marxistas británicos: un análisis introductorio. Zaragoza: Universidad de Zaragoza.

Lowy, M. (1999). Guerra de dioses: religión y política en América Latina. México: Siglo XXI.

Thompson, E. P. (1977). La formación histórica de la clase obrera. Barcelona: laia.

Torres Rivas, E. (2011). Revoluciones sin cambios revolucionarios. Guatemala: F&G.


Memorias
Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe Colombiano
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Universidad del Norte
Barranquilla (Colombia)
2015
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