Revista de Derecho

ISSN electrónico: 2145-9444.
ISSN impreso:1657-2416
Nº 13 julio-diciembre de 2010

Fecha de recepción: 26 de mayo de 2010
Fecha de aceptación: 1 de septiembre de 2010


ENSAYO TEÓRICO
THEORETICAL ESSAY

De la enseñanza de las humanidades en la educación básica

About teaching humanities in high school

PEDRO PABLO SERNA S.
DOCENTE DE FILOSOFÍA UNIVERSIDAD DEL NORTE, BARRANQUILLA, COLOMBIA. LICENCIADO EN FILOSOFÍA. (UNIVERSIDAD JAVERIANA) MAGISTER EN FILOSOFÍA (UNIVERSIDAD DEL VALLE) CANDIDATO A DOCTOR EN FILOSOFÍA (UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA). pserna@uninorte.edu.co

RESUMEN

Mucho se ha discutido sobre el decaimiento de la enseñanza de las humanidades y del poco peso que se les da a nivel institucional en los colegios de bachillerato y de paso en las universidades. Este artículo no pretende abordar y agotar todo el tema sino presentar un aporte a la reflexión necesaria sobre el tema desde el sentido y la función de las humanidades y la filosofía en el proceso formativo de los jóvenes de hoy. En este ejercicio no pretendo discutir sobre el supuesto desplazamiento que han sufrido las humanidades al ser reemplazadas por otras asignaturas más de corte “práctico” o “exacto”, como las matemáticas, por ejemplo, sino realzar la función de estas áreas en el papel esencial de la educación.

PALABRAS CLAVE: Educación, Lenguaje, humanidades, filosofía, identidad.


ABSTRACT

This paper is about the need for the humanities classes and of philosophy. I don’t want to discuss about what “humanities” is; or whether the mathematics class includes humanities, neither to exhaust the whole topic. The principal aim is to approach to the importance that humanities have in the basic education and in the formative process of today’s young men and women. I do not try to compare the humanities with other topics recognized as more practical or concrete, but to identify the role of these areas in the essential function of the education.

KEYWORDS: Education, Language, humanities, philosophy, identity.


INTRODUCCIÓN

Es de lamentar que en la mayoría de nuestras instituciones de educación básica de carácter privado, los docentes que imparten las asignaturas que constituyen el área de humanidades y las ciencias sociales son quienes menos salario tienen. Esto sumado a que en muchos colegios públicos, los docentes de la asignatura de filosofía, no están formados explícitamente para ello, sino en otras materias y contenido. En el departamento del Atlántico, Colombia, por ejemplo, cerca del 90% de los docentes de filosofía son licenciados en ciencias sociales. Desde hace muy poco se viene formando en filosofía a los nuevos docentes y cuentan con muy pocas posibilidades reales de acceder a estudios de especialización y maestría.

No digo esto con la intención de negar que la educación, en sí misma, constituye un ejercicio humanístico; independientemente de la intención de hacer de ella un quehacer productor de mano de obra cualificada para el sector productivo, porque la formación en otras áreas, que en los últimos tiempos se han considerado como conocimiento ""práctico" o "exacto", siempre estuvieron ligados a la esencia de la formación humanística como las matemáticas, la física, la geometría. La preocupación central en esos tiempos, con esta formación, no era brindar las herramientas para que se defendiera en una función determinada dentro de la sociedad; sino formar al ciudadano como una persona que interlocuta con todo un saber al que la humanidad ha llegado previamente. En este ejercicio este individuo se hace más humano.

La educación, por mucho tiempo, cumplió un papel muy importante en el mantenimiento de ciertos privilegios para una cerrada clase social.

La identificación de la educación con un carácter libertario se lo da Rousseau, cuando propone que la educación debe ayudar al ser humano a encontrar los caminos que le llevan a encontrar la libertad más cercana a la que se tenía en el estado de naturaleza y que por la vida en sociedad se ha venido perdiendo. Es el hombre que busca, en la ley establecida por el contrato social, unas mínimas condiciones que le permitan ser dueño de su propia historia. La educación posibilitaría, en esta visión roussoniana, un tipo de ciudadano que se apropie de la responsabilidad histórica del mundo, quitándosela de las manos a Dios y generando nuevas posibilidades de pensamiento al interior de los Estados. Esta es la realización de la esencia humana propiciada en la educación.

1. DE LA EDUCACIÓN Y EL LENGUAJE COMO ESENCIALES AL SER HUMANO

La educación, como tal, no es una acción inventada por los seres humanos. Es un ejercicio propio de su naturaleza. Nació con nosotros; es decir, es parte de nuestra naturaleza y la realizamos en la convivencia social, que se convierte en el espacio propicio para la enseñanza - aprendizaje; por ello lo central de acto educativo no son los contenidos, cuanto nuestra propia humanidad, que se realiza en el contacto con otros, de los cuales aprendemos y con los cuales le damos sentido a lo que somos nosotros mismos.

Desde el mismo momento en el que fue posible la comunicación (gestual, simbólica, verbal y otras tantas), fue posible la educación.

Ya Aristóteles hacía referencia al tema del lenguaje, dándole sentido y poder al habla que permite la subsistencia a las comunidades humanas:

Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra. La voz es indicación del dolor y del placer; por eso también la tienen otros animales. (...) En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. (Aristóteles,1 988:50).

En el ejercicio del lenguaje, el ser humano no sólo hace, sino que se hace; pero este hacerse sólo se realiza con otros; por ello es esencial para él comunicarse y en este comunicarse radica toda posibilidad de educación.

Agustín de Hipona en su obra De Magistro, sostiene una interesante conversación con adedodato: ag.: ¿Qué es lo que queremos hacer, en tu opinión, cuando hablamos? ad.: por lo que se me viene a las mientes en este momento, enseñar o aprender. ag.: Uno de esos fines lo comprendo claramente y estoy de acuerdo contigo: cuando hablamos queremos enseñar, es evidente. Pero ¿cómo se entiende eso de que queremos aprender? ad.: Pues, ¿cómo te parece que va a ser, más que preguntando? ag.: incluso entonces, a mi juicio, no queremos sino enseñar, pues déjame que te pregunte si interrogas por otro motivo que para enseñar lo que deseas saber a quién interrogas. ad.: Es cierto. (agustín, 2003)

La comunicación como ejercicio que realiza el acto educativo, no es una acción vacía. Es la que dice de lo bueno y lo malo y manifiesta las apreciaciones de la razón. Victoria Camps considera que

Pensar en los demás es también recuperar la riqueza y la nobleza del lenguaje. El lenguaje es lo que nos hace específicamente humanos, diferentes de los animales que no pueden hablar y que deben resolver sus diferencias con la fuerza o la astucia. El lenguaje nos permite entendernos y comunicarnos con cualquier persona por distinta que sea su cultura. El lenguaje es la medida de la humanidad. Cuando Yahvé crea a Adán y Eva y les ofrece el paraíso terrenal, les pide, antes de nada, que den nombres a los animales y a las plantas: es la forma de hacerlos suyos, de ponerles al servicio de la humanidad. Poner nombre a las cosas y tratar a las personas de igual a igual son las posibilidades que nos da el lenguaje. Por eso, filósofos como Habermas afirman que el único imperativo ético es el de la comunicación bien entendida. La comunicación que supera la atracción de un «nosotros» cerrado a las necesidades de los otros. (Camps, 1996: 86)

Charles Taylor, teórico canadiense, insiste en la importancia del lenguaje como elemento a ser interpretado, ya que cumple la función comunicadora y dadora de sentido. El lenguaje es el que plantea las diferencias, las preguntas, los deseos; que, antes del consenso, genera disenso, por mostrar la pluralidad, lo heterogéneo, que origina conflictos; y con ellos, el crecimiento de la cultura (Taylor, 2003).

El lenguaje concebido de esta manera es el que posibilita los acuerdos sobre unos mínimos morales que permitirían la convivencia de esquemas culturales, sociales o políticos distintos.

La palabra, exclusiva del hombre, trasciende el mero nivel de comunicación de las puras necesidades naturales, y alcanza su específica peculiaridad al posibilitar y nombrar las estimaciones morales y éticas. Es como si lo propio del lenguaje se cumpliera precisamente en esta dimensión valorativa, inaccesible a los meros animales, sólo dotados de voz, e incapaces por ello de elevarse a la altura de una auténtica relación lingüística y, por consiguiente, moral. (Rojas, 2000: 35-36)

El lenguaje entonces ocupa un lugar central en el ejercicio educativo, en el que la palabra es la condición fundamental del proceso. Lo que no se comunica no existe; porque lo que es el otro se manifiesta, se da y cuestiona por medio de la palabra.

Se intenta así poner de manifiesto que en el uso intersubjetivo del lenguaje, ya sea en la comunicación, el diálogo, la invocación, la argumentación, o en algún otro juego lingüístico, ya está vigente, secreta, pero insoslayablemente, una dimensión ética originaria, la cual no puede ser ya ni refutada ni olvidada, porque recurre insistente cada vez que abrimos la boca para articular, en el seno de una comunidad lingüística, la más mínima palabra con sentido (Rojas, 2000: 37).

El ejercicio mismo del lenguaje nos permitiría asumir como su característica principal el ser éticos, porque al poseer lenguaje se posee capacidad moral. En este sentido el lenguaje ofrece las condiciones de posibilidad de la construcción de relaciones y con esta posibilidad humana se ofrecen las condiciones del consenso y del disenso; de la paz y del conflicto, de los acuerdos mínimos. Es la condición del pluralismo. Sin lenguaje no hay reconocimiento, sin reconocimiento, no hay educación.

La comunicación motiva, pero no obliga y el ser humano libre decide el tipo de respuesta que da a la interpelación. Este es el sentido de lo moral. En la inseguridad que genera el lenguaje al encontrarme con el rostro del otro me veo obligado a responder y la respuesta se constituye, en el momento privilegiado de la solidaridad. Puedo intentar hacerme ajeno a la realidad del otro; pero ese rostro ya se me mostró.

Toda moral tiene su comienzo en un ejercicio comunicativo. En la comprensión y el necesario reconocimiento del otro que me interpela y puede fortalecer mi identidad individual, me lleva, desde lo que él es y hace, a replantear mi propia vida.

Frente a la realidad que lo circunda y lo afecta, el hombre puede optar; pero la opción es solamente el final del camino que a la persona le toca recorrer; es así como tenemos que hablar primero de la vivencia de la realidad, la afección, la apropiación que constituye la muestra más concreta de la autoposesión humana. Esta especie de reconstrucción del individuo frente al rostro del otro es la que permite hablar de un "nosotros", que como primera persona del plural se constituye en el inicio de un ethos común y en la medida que nos asumimos como comunidad tendríamos que ocuparnos de las cuestiones acerca de cómo nos entendemos en tanto que miembros de una comunidad moral; acerca de cómo debemos orientar nuestra vida; de lo que sea lo mejor para nosotros a largo plazo y visto en conjunto. (Habermas, 1999: 56)

Ya Aristóteles nos proponía en la Metafísica, que todo hombre, por naturaleza, desea saber; por lo tanto, cuando hablamos, enseñamos a otro y a nosotros mismos; pero lo que se enseña es a hacerse plenamente humano.

2. UNA DIFERENCIA NECESARIA ENTRE EL PEDAGOGO Y EL INSTRUCTOR

Creo importante ahora diferenciar dos funciones específicas que se realizan en la educación, tal como la conocemos. Ya los griegos tenían muy definido que había unas personas concretas, los pedagogos, cuya tarea era formar al niño, pues convivía con él y lo formaba en los valores de la ciudad y se encargaba de su integridad moral. Éstos se diferenciaban de los maestros, quienes cumplían propiamente con la tarea educativa, instruyendo a los jóvenes en algunas áreas específicas del conocimiento que tenían como fin apropiarse de ciertas herramientas cognoscitivas que les permitirían algunas labores específicas como leer, escribir, sumar o producir algunos objetos.

Esta diferenciación es importante hacerla ya que la insistencia actual de algunos docentes y administrativos en la "utilidad" de ciertas asignaturas, supone a la educación como un ejercicio únicamente instructivo. De ahí la subvaloración de otras áreas del conocimiento y de asignaturas que inciden directamente en la formación de ciertos valores en los jóvenes estudiantes.

La actual desestructuración de ciertos modelos familiares que permitían el continuo acompañamiento de la madre no se ha sabido suplir por los colegios y ha sido cooptada esta función por espacios distintos como la televisión y el Internet que ofrecen mucha información, pero dispersa y sin criterios para ser bien administrada.

Esa falencia no se suple ni siquiera con las distintas asignaturas de las humanidades y la filosofía, pero permite a los estudiantes abrir ciertos horizontes dialógicos tan necesarios para el mundo de hoy.

Hoy, más que antes, hay una mayor comunicación entre la escuela y los padres de familia. Esta línea directa existente entre unos y otros permite manejar y aprovechar mejor los pocos espacios de tiempo que se tienen para lograr mayores niveles de formación entre los jóvenes. Para ello es necesario el respeto y que ninguna de las partes se desautorice frente al niño y al joven en ese proceso formativo. Lamentablemente en muchos casos hay ciertas críticas que se hacen de parte y parte delante de los formandos, generando así ciertas dudas sobre los valores que se imparten tanto en la casa como en la escuela. Quienes tenemos experiencia educativa en instituciones de formación básica sabemos mucho de ello al tener que enfrentar continuamente a padres de familia acusando a las instituciones educativas y a los docentes de "no servir para nada" en el proceso formativo de sus niños. Insisto, entonces, en la importancia de altos niveles de comunicación entre padres y escuela, debido a que no existe otra manera de suplir la necesidad del acompañamiento continuo en la formación de los estudiantes.

Es en este horizonte formativo en el que confirmo la importancia de las humanidades y de la filosofía en la formación del estudiante

3. LAS HUMANIDADES Y LA FILOSOFÍA EN LA FORMACIÓN

De las primeras cosas que se aprenden en nuestro proceso educativo es que ha habido mucho camino recorrido por la humanidad antes de nuestra existencia. Este hecho no sólo no disminuye la valoración que tenemos sobre nosotros mismos, sino que nos pone en el horizonte de la transmisión de todo un contenido cultural que nos va forjando como personas y como miembros de una comunidad humana que tiene unas costumbres y unos valores específicos. Es así como nos vamos haciendo y vamos puliendo nuestra identidad.

Al preguntarnos en qué consiste realmente la educación, podemos responder con la siguiente afirmación que hace Savater:

La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar, sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa y este momento reflexivo - el que con mayor nitidez marca nuestro salto evolutivo respecto a otras especies -exige constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes (Savater, 1997: 32).

Este ejercicio de metacognición nos permite pulir los medios que usamos nosotros para nuestro propio aprendizaje y a los maestros les permite cualificar constantemente su quehacer formativo. Lo que quiero resaltar es el aspecto humano de este hecho; porque afirmo que en la medida en que nos enfrentamos a los que somos y al sentido que tenemos de la historia y de la vida nos vamos apropiando de las herramientas que requerimos para mejorar la historia, la vida y el entorno, tanto el propio como el de los demás. Por ello la formación de los valores morales y ciudadanos se reconocen de mayor valía que la instrucción.

Esta mirada queda un poco obnubilada por el desarrollo científico y los avances instrumentales constatados, que desde la modernidad empiezan a invertir esta visión, porque el conocimiento práctico instrumental permitiría un mayor rendimiento laboral, lo que llevaría a una preponderancia de modelos educativos instructivos, cuya mirada afectaría principalmente a la educación superior y por ello las humanidades y la filosofía, en el ejercicio educativo, ocuparían un lugar secundario en nuestra sociedad.

Pero... en una sociedad como la nuestra, ¿cuál es el aporte que hace la enseñanza de las humanidades y la filosofía?

Hay una primera diferencia, que es fundamental a la hora de definir la enseñanza de las humanidades y que lo central no es el contenido, sino el modo como se enseña; no es el qué sino el cómo; porque la función central del profesor es dar el testimonio del saber y de la vida, que permitiría fomentar las pasiones intelectuales y el compromiso ciudadano, es decir, estimular a que los demás realicen sus hallazgos propios. Sumado a esto creo que las humanidades y la filosofía nos permiten acceder a un nivel universalista del conocimiento; es decir, nos abren los horizontes del saber y de un saber que se constituye en fundamentalmente dialógico; por ello quisiera decir con Savater que "la educación humanista consiste ante todo en fomentar e ilustrar el uso de la razón, esa capacidad que observa, abstrae, deduce, argumenta y concluye lógicamente" (Savater, 1997: 134).

El ejercicio pedagógico de las humanidades permite discutir, contradecir, pero principalmente argumentar adecuadamente, justificando lo que decimos; pero para ello es imprescindible aprender a escuchar a los otros.

Otro elemento central en esta propuesta es que a partir de la irreductibilidad del ser humano a cierta objetividad, elementos cuantitativos y exactos, nosotros debemos ser abordados como una totalidad; nos somos cifras, ni mecanismos precisos; parecemos más bien relatos ubicados históricamente.

Esta visión permitiría a las humanidades y a la filosofía formar ciudadanos más comprensivos y más respetuosos con todos aquellos que sienten y piensan distinto; es así que estas áreas nos permitirían un acercamiento crítico a todos los fundamentalismos, ya sean de corte religioso, político y económico.


Referencias

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Bedoya, J. I. (2008). Pedagogía ¿enseñar a pensar? Bogotá: Ecoe.

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Florez O., R. (1995). Hacia una pedagogía del conocimiento. Bogotá: McGraw-Hill.

García Morente, M. (1975). Escritos pedagógicos. Madrid: Espasa-Calpe.

García, G. (2000). Pedagogía y epistemología. Ensayos críticos. Bogotá: Kimpres.

Habermas, J. (1999). La inclusión del otro. Barcelona: Paidós.

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Savater, F. (1997). El valor de educar Barcelona: Ariel.

Taylor, C. (2003). El multiculturalismo y "la política del reconocimiento". Madrid: Fondo de Cultura Económica.

Vygotsky, L. (1995). Pensamiento y lenguaje. Buenos Aires: Fausto.

Werner, J. (1992). Paideia. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.


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