ISSN Electronico 2145—9444
ISSN Impreso 1657—2416
Volumen 27, julio — diciembre 2017
Fecha de recepción: 03 de febrero de 2016
Fecha de aceptación: 07 de diciembre de 2017
DOI: http://dx.doi.org/10.14482/zp.27.10978


ESTADO DE ARTE

STATE OF ART

Aproximaciones epistemológicas y conceptuales de la conducta prosocial*

Epistemological and conceptual approaches of the prosocial behavior

MARÍA CRISTINA CORREA DUQUE

Psicóloga. Formadora/Investigadora del Programa Nacional de Investigación en Desarrollo Humano desde la Primera Infancia y coordinadora del Proyecto Convidarte para la paz, pertenecientes al Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud CINDE—Universidad de Manizales, Colombia. mcorrea@cinde.org.co

* El presente artículo surge de la primera fase del proyecto “Promoción de competencias parentales para el desarrollo de conductas prosociales de niños y niñas de 4 a 7 años en el Eje cafetero, Antioquia y Montería” inscrito en el programa “Sentidos y prácticas políticas de niños, niñas y jóvenes en contextos de vulnerabilidad en el eje cafetero, Antioquia y Bogotá: un camino posible de consolidación de la democracia, la paz y la reconciliación mediante procesos de formación ciudadana”, en el que se presentan los avances obtenidos en el análisis crítico de la categoría Conducta Prosocial, dando cuenta de su desarrollo histórico, epistemológico y conceptual.


RESUMEN

Este artículo presenta una revisión del campo de la Conducta Prosocial y su incidencia en contextos de Infancia, a partir de aportes de investigaciones relacionadas con sus antecedentes históricos, conceptos básicos, modelos teórico—explicativos y la influencia de los procesos cognitivos y afectivos en la acción moral, aparte de otras variables que influyen en su aparición. Se considera que la Conducta Prosocial surge de una demanda social producto del aumento de manifestaciones agresivas y delincuenciales. Diversas investigaciones intentan dar respuesta a la pregunta por cómo el ser humano puede socializarse para llegar a ser un miembro positivo de su comunidad, concluyendo que la prosocialidad y la agresividad son extremos de una conducta modulada por procesos cognitivos y emocionales, en los que los estilos de crianza contribuyen a su desarrollo. Finalmente, asumir la prosocialidad como una herramienta para la prevención de las violencias, implica generar factores que incidan en su aparición.

Palabras claves: Conducta prosocial, Empatía, Razonamiento moral prosocial, Desarrollo cognitivo, Desarrollo afectivo, Estilos de crianza.


ABSTRACT

This article presents a field review of the Prosocial Behavior and its impact on childhood contexts from contributions of research related to its historical background, basic concepts, theoretical explanatory models and the influence of cognitive and affective processes in moral action , besides other variables that influence their appearance . It is considered that Prosocial Behavior arises from a social demand due to the increase of aggressive and criminal manifestations. Several researches attempt to answer the question of how human beings can be socialized to become a positive member of their communities, concluding that the prosocial and aggressive behavior are extremes of behavior modulated by cognitive and emotional processes in which parenting styles contributes to its development. Finally, assume prosociality as a tool for preventing violence, involves generating factors that influence its appearance.

Keywords: Prosocial behavior, Empathy, Prosocial moral reasoning, Cognitive development, Emotional development, Parenting styles.


INTRODUCCIÓN

El presente artículo ha sido elaborado a partir del análisis de investigaciones relacionadas con el campo de la Conducta Prosocial de niños y niñas. En este sentido, los resultados que aquí se presentan se soportan en una serie de documentos, entre los cuales se encuentran manuales para agentes educativos socializadores, provenientes de fuentes institucionales como el ICBF en asocio con el Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud CINDE—Universidad de Manizales, memorias de eventos académicos, libros, revistas académicas y bases de datos como Redalyc y Dialnet.

Se pretende identificar los principales intereses de las investigaciones en torno a la Conducta Prosocial a fin de ampliar y fortalecer los ejes temáticos que orienten el proceso de construcción de su Estado del Arte. Para tal efecto, se retoma la clasificación desarrollada por el Dr. Manuel Martí Vilar en su conferencia Bases Teóricas de la Prosocialidad (Martí Vilar, 2011), que retoma antecedentes históricos, conceptos básicos, modelos teórico—explicativos de la Conducta Prosocial, así como la influencia de los procesos cognitivos y afectivos en la acción moral y otras variables que influyen en la aparición de la prosocialidad.

Para ampliar cada uno de estos elementos, se retomaron alrededor de sesenta y cinco (65) referencias bibliográficas, las cuales permitieron ampliar cada una de las categorías contempladas en el presente artículo.

APROXIMACIÓN HISTÓRICA Y CONCEPTUAL DE LA CONDUCTA PROSOCIAL

Un primer elemento que surge como antecedente importante de la Conducta Prosocial corresponde a la utilización de categorías de clasificación sociométricas para la predicción de un ajuste sociocomportamental (Gresham & Elliott, 1987, citados en Plazas, Morón Cotes, Santiago, Sarmiento, Ariza López & Patiño, 2010, p.358), “las cuales fueron desarrolladas desde los años 30 por Moreno, quien comenzó con el continuo entre aceptación y repulsión de los pares (De Rosier & Thomas, 2003), y han evolucionado hasta incluir, hoy en día, medidas de preferencia e impacto social (Frederickson & Furnhan, 1998)” (Plazas et al., 2010, p.358). Sin embargo, sólo hasta los años 60, la Conducta Prosocial empieza a ser abordada de forma “aislada y parcial” (Martí Vilar, 2011, p.14). González Portal (citado en Molero, Candela & Cortés, 1999, p. 327) afirma que “es en los años sesenta cuando se inicia una línea de investigación sobre el comportamiento de ayuda en situaciones interpersonales”, hecho que puede ser atribuido a unas demandas sociales que surgen como producto de:

Una mayor sensibilidad ante la injusticia y el trato discriminatorio de mujeres, ancianos, homosexuales, niños con problemas físicos y jóvenes con problemas sociales, así como la existencia creciente de demostraciones crueles por parte del ser humano y del aumento de la delincuencia. (Molero et al., 1999, p.326).

Al respecto, se reconocen dos acontecimientos históricos que logran llamar la atención de los científicos, centrando su interés en empezar a investigar “de qué modo el ser humano puede socializarse para llegar a ser un miembro positivo de su comunidad” (Molero et al., 1999, p.326):

    La tragedia ocurrida en 1964 a Kitty Genovese en Nueva York (Martí Vilar, 2011), quién fue apuñalada cerca de su casa en el condado de Queens, mientras gritaba pidiendo auxilio sin que ninguno de los que la oyeron acudiera en su ayuda. Las circunstancias de su muerte y la falta de reacción de sus vecinos aparecieron en un artículo de prensa dos semanas después y provocaron la investigación en situaciones de emergencia, introduciendo el denominado “efecto del espectador” o bystander effect, en el que Darley y Latané (1968) mostraron “cómo la presencia de testigos pasivos en un incidente, hacía disminuir la probabilidad de una intervención individual por parte de alguno de ellos” (p. 327).

    El coraje de George Valdez en una autopista de Los Ángeles (Martí Vilar, 2011), quien rescató a dos muchachas que habían sufrido un trágico accidente, tras cruzar cuatro carriles de autopista con tráfico que circulaba a una gran velocidad.

A partir de estos incidentes, comienza a evidenciarse una necesidad por parte de la sociedad en la que se generen “nuevas alternativas asistenciales que posibilitaran abordar con eficacia los problemas de conductas antisociales y la indiferencia social” (Martí Vilar, 2011, p.14). Este incremento en el interés por el tema, es el efecto que impulsa el inicio de una línea de investigación en la Conducta Prosocial, al considerarla como un camino efectivo para la reducción del comportamiento violento y la prevención de manifestaciones agresivas, lo que permitiría construir reciprocidad y solidaridad en la medida en que permite la apropiación de nuevas formas alternativas de interacción social entre las personas en los diversos ámbitos de socialización.

Según Martí Vilar (2011), “el concepto Conducta Prosocial ha surgido junto a otros términos más utilizados y que están relacionados entre sí, como por ejemplo, ayuda, cooperación, altruismo y empatía” (p.12). En este apartado se establece la relación entre la empatía y la Conducta Prosocial, como una condición fundamental para la aparición de esta última, además de establecer diferenciaciones entre prosocialidad y los comportamientos altruistas, de ayuda, cooperación y compasión.

La Empatía como precursor de la Conducta Prosocial

Maganto (1994) afirma que la conducta empática actúa como mediadora en cualquier Conducta Prosocial (Martí Vilar, 2011, p.12), debido a que “la empatía involucra no sólo la experiencia afectiva del estado emocional real o inferido de otra persona, sino además, algún reconocimiento y comprensión mínimos del estado emocional de otro” (Richaud de Minzi, 2009, p.188).

Al respecto, Richaud de Minzi (2009) señala la relación positiva entre la Conducta Prosocial y la empatía al mencionar esta última como uno de los antecedentes del razonamiento moral prosocial, un proceso precursor de la Conducta Prosocial, pues este razonamiento se refiere a la forma de solucionar dilemas sociales, que aparecen ante un problema o una necesidad de otra persona, y que implica “una respuesta de ayuda que entra en conflicto con las propias necesidades o deseos, en un contexto en el que el papel de las leyes, normas, dictados de las autoridades, prohibiciones y castigos, es mínimo” (Richaud de Minzi, 2009, p.188). En este sentido, la autora afirma que altos niveles de razonamiento prosocial involucran valores internalizados tendientes a beneficiar a los otros y a la sociedad y con motivos empáticos; mientras que bajos niveles de razonamiento moral prosocial, evidencian preocupaciones focalizadas en sí mismo y ganancias en la aprobación por parte de otras personas.

De manera que la empatía es definida como una reacción emocional producida por el estado afectivo del otro (Eisenberg, Carlo, Murphy & Van Court, 1995; Eisenberrg, Zhou & Koller, 2001; Holmgren, Eisenberg & Fabes, 1998) que implica la toma de perspectiva como la dimensión cognitiva que le permite al sujeto ponerse en el lugar de otro, y la simpatía o preocupación empática como dimensión afectiva que implica sentir con él (Richaud de Minzi, Lemos & Mesurado, 2011, p.332).

De acuerdo con lo anterior, Mestre, Samper y Frías (2004) consideran la empatía como “un factor de protección contra el desarrollo de la conducta antisocial” (Plazas et al., 2010, p.359), al evidenciar que los individuos empáticos son menos agresivos, pues cuentan con una mayor sensibilidad emocional, además de poseer la capacidad de comprender las consecuencias potencialmente negativas para él mismo y los otros, que se pueden derivar de un comportamiento agresivo (Richaud de Minzi, 2009).

Adicionalmente, se establece que cuando la empatía se asocia con las necesidades de los demás, favorece la aparición de actos altruistas (Bandura, 1987; Batson & Coke, 1981; Hoffman, 1987, 1989, 1990; citados en Richaud de Minzi et al, 2011, p.332), resaltando un factor de orden más motivacional, mientras que las conductas de ayuda y cooperación se determinan cómo variables que inciden en la aparición de la Conducta Prosocial. La compasión, por su parte, es la percepción cognitivo—emocional de la desdicha ajena y también se relaciona, según diversas investigaciones, con la Conducta Prosocial (Martí Vilar, 2011).

En este sentido, la empatía se convierte en un eje central al momento de abordar la Conducta Prosocial como categoría teórica, ya que al ayudar a las personas a entender los puntos de vista de los otros y animarlos a participar en la toma de decisión respecto a las conductas propias en los grupos que habita (familia, escuela, trabajo, etc.) podrán tener una mayor capacidad para identificar y expresar emociones (propias y en los demás), así como responder a ellas en forma constructiva. En esta medida, es posible construir reglas morales que permitan confiar en otros y aceptar su apoyo cuando se necesite, y, así mismo, saber cuándo disculparse porque se cometió un error, lo que permitirá resolver conflictos de una manera constructiva.

La Conducta Prosocial

Muchas definiciones coinciden en que la Conducta Prosocial está asociada con la conducta social positiva (Martí Vilar, 2011), al ser considerada como un factor de protección moderador de la agresividad y como una disposición que favorece la adaptación y las habilidades sociales (Caprara, Barbaranelli, Pastorelli, Bandura & Cimbrado, 2000; Carlo, Mestre, Samper, Tur & Armenta, 2010; Carlo, Raffaelli, Laible & Meyer, 1999).

Según Zumalabe (1994), la divergencia entre incluir o no aspectos motivacionales, abre la posibilidad de distinguir entre dos tipos de conductas sociales positivas: las conductas prosociales que suponen un beneficiomutuo para las partes implicadas, y las conductas prosociales que sólo benefician a una de las partes implicadas. En este sentido, se afirma que toda conducta altruista es prosocial, pero no toda Conducta Prosocial es necesariamente altruista. (Garaigordobil, 1994).

Por su parte, Martí Vilar (2011) complementa esta idea argumentando que a lo largo de la literatura psicológica, se clasifican dos tipos de definiciones: por un lado, las conductuales, que consideran semejantes el concepto de Conducta Prosocial y conducta altruista (Roche, 1998) y, por otro, las motivacionales, que utilizan la motivación para distinguir lo que sería la Conducta Prosocial y la conducta altruista, la cual incluye la motivación altruista, siendo la primera un deseo de favorecer al otro al margen de obtener el beneficio propio; mientras que la segunda habla de que, además del bien ajeno, se busca satisfacer el beneficio propio. Sin embargo, González Portal (1992) considera que en la definición de la Conducta Prosocial no se trata de determinar o no la motivación altruista, sino de considerar que toda Conducta Prosocial es una conducta social positiva.

En cuanto a su aproximación conceptual, la conducta o comportamiento prosocial es aquella que es llevada a cabo voluntariamente con el fin de ayudar o beneficiar a otros (Holmgren, Eisenberg & Fabes, 1998; Pakaslahti, L., Karjalainen, A. & Keltikangas—Jarvinen, L., 2002; Roche Olivar, 1998), y está determinada por actos intencionales (Martí Vilar, 2011) dirigidos a llevar a cabo comportamientos tales como ayudar u ofrecer ayuda a otros(as), compartir, cooperar, trabajar en equipo, intercambiar lenguaje afectivo con otros(as), tomar en cuenta al otro(a) y retroalimentarlo(a) positivamente frente a lo que dice o hace (Ministerio de Protección Social, 2007).

De acuerdo con las investigaciones anteriormente mencionadas, se evidencia cómo la Prosocialidad se considera la vía más efectiva y eficaz “para reducir la violencia y la agresividad, y es muy apropiada para construir reciprocidad y solidaridad entre los seres humanos, en la medida en que permite la convivencia armónica entre las personas, grupos, colectividades y países” (Ministerio de Protección Social, 2007, p. 25). Además, en la prosocialidad se busca la apropiación de nuevos conocimientos, nuevas formas alternativas de interacción social y de convivencia que nutran los diversos ámbitos de socialización humana (Ministerio de Protección Social, 2007).

En general, es posible afirmar que la Conducta Prosocial es un concepto multidimensional, cuyos comportamientos voluntarios están asociados a una búsqueda de recompensas en las que ayudar, compartir, consolar, cuidar y empatizar no sólo beneficia al otro, sino que también beneficia a las personas que realizan dichos comportamientos pues, se ha demostrado en estudios e investigaciones que los niños y jóvenes prosociales muestran una mayor adaptación durante el desarrollo vital, no solo en la infancia y adolescencia, sino a través de toda la vida adulta hasta la ancianidad. Esto posiblemente porque existe menos riesgo de problemas externalizantes tales como comportamientos delictivos o conductas antisocialers, o de problemas internalizantes, como son aquellas expresiones de desajuste psicopatológico, como por ejemplo la depresión o ansiedad (Pastorelli, 2015).

MODELOS TEÓRICO—EXPLICATIVOS DE LA CONDUCTA PROSOCIAL

Según la clasificación elaborada por Martí Vilar (2011), existen diferentes perspectivas desde donde se intentan explicar las Conductas Prosociales:

Modelo Diacrónico

Este modelo intenta explicar teóricamente la Conducta Prosocial. De acuerdo con Martí Vilar (2011), “los sociobiólogos presentan y defienden tres hipótesis acerca de la explicación de un rasgo prosocial altruista dado”, al señalar cómo las personas manifiestan comportamientos de ayuda si sus genes o los de sus padres “consiguen algo biológicamente con ello, es decir, si esos genes incrementan su frecuencia en el acervo genético de la población de que se trata” (p.15). Esas tres hipótesis que pretenden explicar la aparición de conductas prosociales son:

La selección familiar

Se basa en conductas animales consideradas prosociales, en donde un hecho es beneficioso si incrementa las probabilidades de un individuo para sobrevivir, emparejarse y crear descendencia hasta la edad adulta. Así, las Conductas Prosociales altruistas sirven para aumentar la probabilidad de que los parientes próximos sobrevivan, a modo de selección natural. Según Wilson (1976), la conducta altruista se mantendrá por el código genético. Trivers (1971) expone el concepto Altruismo recíproco al explicar que una buena acción es útil porque es probable que después sea recíproca; mientras que Hill (1984) propone que existen Conductas Prosociales dirigidas al beneficio individual, puesto que un sujeto altruista que alcanza prestigio y aceptación, tendrá más probabilidades de sobrevivir y reproducirse.

La Perspectiva Psicoanalítica

Explica la naturaleza y origen de la Conducta Prosocial desde tres estructuras básicas de la personalidad:

    1. Ello: parte primitiva y más antigua (impulsos);

    2. Yo: parte organizada y racional, y

    3. Super—yo: estructura superior, que busca la perfección, la denominada moralidad.

Esta forma de entender la Conducta Prosocial presenta dos modelos explicativos de la misma:

    a. El Modelo restrictivo: Perspectiva clásica freudiana en la que el desarrollo individual resulta de la interacción entre una tendencia egoísta y una tendencia altruista. Los impulsos instintivos y la culpa determinan el pensamiento y la conducta, relacionando el control de impulsos con la Conducta Prosocial.

    b. El Modelo evolutivo: Perspectiva neofreudiana en la que el desarrollo moral es un proceso creativo que comienza en la infancia, y que continua en la adolescencia y la juventud. La maduración de la estructura del yo se acompaña de cambios en las orientaciones morales, los valores y las actitudes.

El Aprendizaje Social

Mussen y Eisenberg (1977) distinguen tres perspectivas siendo la que le sigue a la otra, cada vez más inclusiva que la anterior, en función de la explicación de la Conducta Prosocial:

    1. El Condicionamiento Operante: Según Gelfand (1975) y Grusec y Gredler (1980), las conductas prosociales son el resultado del refuerzo directo. En cambio, Maccoby defiende que, “las conductas de autosacrificio, ayuda o generosidad existen porque, inicialmente, fueron reforzadas por un agente externo hasta que el individuo ha aprendido a premiarse por estas acciones reforzadas” (Martí Vilar, 2011, p.16).

    2. La propuesta observacional: Según Eissenberg y Mussen (1989) la adquisición de conductas prosociales es facilitada por la observación e imitación de modelos conductuales.

    3. Los reguladores cognitivos: A diferencia de lo anterior, Bandura (1986) da más importancia a los factores cognitivos internos en la comprensión de la conducta. Para explicar la conducta moral, esta perspectiva considera el castigo, el refuerzo, el aprendizaje observacional y también las representaciones cognitivas y la autorregulación de los sujetos, basándose en las reglas y estándares internalizados en la infancia. En este sentido, se plantea un modelo de tres pasos para explicar el desarrollo prosocial: “en la infancia se priorizan las recompensas extrínsecas, en los niños más mayores las recompensas sociales que se median cognitivamente, y en la edad adulta se da más importancia a los valores prosociales interiorizados, que dan muestra de una mayor maduración moral” (Martí Vilar, 2011, p.17).

Modelos cognitivo—evolutivo

La segunda perspectiva que intenta explicar la Conducta Prosocial corresponde a los Modelos cognitivo—evolutivos, para los cuales, “la persona es un sujeto activo, a veces creativo, sobre su ambiente, de la misma forma que el ambiente actúa sobre la persona. La cognición y la racionalidad son básicas en el desarrollo moral” (Martí Vilar, 2011, p.17). Aquí el razonamiento moral y el razonamiento crítico son dos aspectos de gran relevancia para el despliegue de la conducta prosocial. Dentro de estos modelos tenemos el crecimiento socio—moral y el razonamiento crítico:

El crecimiento socio—moral

Piaget (1932) y Kohlberg (1975) propusieron estadios en el desarrollo del razonamiento y del juicio moral, aunque reconocen que la moralidad no siempre se corresponde con la conducta. Por su parte, Piaget propone tres fases: heteronomia, fase intermedia y autonomía en lo referente a la interiorización de las normas morales, mientras que Kohlberg defiende la existencia de tres niveles previos a la conducta moral, pero que son claves en su adquisición: nivel preconvencional, nivel convencional y nivel posconvencional.

El razonamiento crítico

J. B. King (1986) sugiere que existe un pensamiento “de las tres caras”:

    1. La Cara Empírica: fundamento de las ciencias físicas modernas, donde se esconde la importancia de las humanidades;

    2. El desarrollo adecuado del pensamiento Interpretativo: facilidad para el aprendizaje de las humanidades, para con ello evitar caer en percepciones estrechas y distorsionadas de las cosas y,

    3. El Pensamiento Evaluativo: en el que se trata de implicarse afectivamente pensando sobre el pensamiento.

Modelo Sincrónico

Intentan explicar las razones por las cuales las personas llevan a cabo o no Conductas Prosociales en diferentes situaciones.

Propuestas Normativas

Explican la Conducta Prosocial a partir del concepto de “norma”. Entre ellas tenemos:

    a. La responsabilidad social: Según Zumalabe (1994), “la norma de responsabilidad social debería hacer que los individuos ayudasen a quienes lo necesitan”. Sin embargo, Latané y Darley (1970) señalan que, aunque las normas suponen una disposición general hacia la Conducta Prosocial, no predicen la ocurrencia de la misma.

    b. Las normas personales específicas: Atribuyen la Conducta Prosocial a las reglas de conducta interiorizadas por cada individuo. Este modelo argumenta la existencia de pares de fuerzas contrapuestas entre los sentimientos de obligación moral para ayudar y las defensas de no ayuda explicadas a través de cuatro fases: fase de activación, construcción de una norma personal, evaluación de los costos, y la toma de la decisión. En este sentido, el modelo describe procesos como: la intensidad de la obligación moral, los sentimientos de obligación moral derivados de la estructura de las normas y los valores que posee el individuo, y la neutralización de la conducta de ayuda por la conveniencia de la realización de la misma.

    c. El proceso de decisión: Latané y Darley (1970) centraron su atención en la conducta de ayuda ante situaciones de emergencia imposibles de prever, y que exigen una acción inmediata. Los autores afirman que cuanto mayor es el número de personas que presencian una situación de emergencia, menor es la probabilidad de que estas actúen, debido a dos razones: la ambigüedad de la situación de emergencia y la difusión de responsabilidad.

La Activación Emocional

La activación emocional se considera como determinante para la aparición de Conducta Prosocial, que a su vez depende de las presiones de la situación externa. Dentro de esta corriente encontramos:

    d. Activación aversiva: Según Pilliavin, Rodin y Pilliavin (1969) y Pilliavin y Pilliavin (1972), el hecho de observar el malestar de otros crea un estado aversivo de malestar propio, que impulsa al observador, motivado de forma egoísta, a reducirlo. Los componentes del modelo son: la Activación (la interpretación de una emoción como negativa motivará a reducir esta activación, y si es positiva no se reduciría) y la Decisión (cálculo de costos y beneficios de la conducta de ayuda); en donde el observador puede abandonar la situación, ayudar (directa o indirectamente) a la víctima, o bien, reestructurar cognitivamente la situación.

    e. Activación empática: Al observar el malestar de los demás, la persona crea una activación emocional empática que deriva en una motivación altruista de querer aliviarlo, siendo las Conductas Prosociales, los comportamientos orientados a aligerar o reducir el malestar ajeno. En este modelo, los factores situacionales son claves en la manifestación de conductas de ayuda (Martí Vilar, 2011).

    f. Propuesta integradora: Defiende que la ayuda puede venir tanto de la empatía (motivación altruista) como de la ansiedad (motivación egoísta), dependiendo de las dificultades para a escapar de una situación de emergencia y de los costos de la ayuda (Martí Vilar, 2011).

La Orientación Prosocial

Staub (1974) predijo el éxito de la conducta de ayuda basándose en el factor orientación prosocial (atribución de causalidad, responsabilidad social, razonamiento moral y valores prosociales), que surge de las correlaciones significativas entre las puntuaciones factoriales de los sujetos entrevistados en su investigación, y las conductas de ayuda. Sin embargo, Wilson y Petruska (1984) resaltan la falta de modelos teórico—explicativos sobre los motivos que activen la Conducta Prosocial en las diferentes situaciones.

Modelos Diversos

Son otras propuestas explicativas que no caben en los tres modelos explicados anteriormente, que se pueden agrupar en tres corrientes:

Fisiología moral

Propone que la moral humana tiene la base en la evolución de la especie, ya que el aprendizaje moral se desarrolla durante el proceso educativo, estableciendo vínculos entre la potencialidad para las relaciones y las conductas sociales con los circuitos neurales que las hacen posibles en el cerebro humano (Hemming, 1991), ubicando la base neuroanatómica de la capacidad moral en el córtex frontal. En este sentido, se destaca la necesidad de introducir a los contenidos intelectuales, la educación en valores morales (Martí Vilar, 2011).

Modelo de los rasgos

Es internalista y afirma que hay individuos con disposiciones innatas o adquiridas que contribuyen a la conducta de ayuda. Al respecto, en investigaciones como las de Zumalabe se relacionan muchas variables de la personalidad y la Conducta Prosocial (Garaigordobil, 1994). Por su parte, Schwartz y Clausen (1970) ven que hay correlación entre la atribución interna de causalidad y la ayuda directa que se presta.

Modelos humanistas

Se fundamentan en posiciones filosóficas previas que han sostenido la existencia en el ser humano de un sentimiento natural, innato, no egoísta que se manifiesta en la conducta altruista, en la que se considera que el hombre se dirige a la actualización o autorrealización. La Conducta Prosocial o Conducta Social Positiva es considerada como una parte intrínseca del ser humano, a través de la cual el ayudar a otro es, indirectamente, una forma de ayudarse a sí mismo (Garaigordobil, 1994).

INFLUENCIA DE LOS PROCESOS COGNITIVOS Y AFECTIVOS EN LA ACCIÓN MORAL

Como se menciona en apartados anteriores, la empatía es considerada como uno de los antecedentes del razonamiento moral prosocial, un proceso precursor de la Conducta Prosocial, estableciéndose así una relación directa entre los problemas morales y la Conducta Prosocial, pues se ha demostrado que a mayor desarrollo cognitivo, mayor influencia en el desarrollo del razonamiento moral prosocial (Richaud de Minzi, 2009). Igualmente, se ha observado que el razonamiento internalizado se afianza a partir de los 12 años, estableciéndose una relación con la variable “Edad”, probablemente porque este proceso “implica un desarrollo cognitivo que garantice la presencia de una alta capacidad de abstracción” en los sujetos (Richaud de Minzi, 2009, p. 197).

En este sentido, Martí Vilar señala que la investigación de los modelos cognitivo—evolutivos argumentan que las personas evolucionan o crecen en el pensamiento moral, y que ese cambio va acompañado de un paso del ser egocéntrico a un ser centrado en los demás (Martí Vilar, 2011, p. 13), identificándose cinco niveles de razonamiento moral prosocial, que Richaud de Minzi ha clasificado –de menor a mayor— como: “Hedonista, Orientado a la necesidad, Orientado a la aprobación de otros, Estereotipado e Internalizado” (Richaud de Minzi, 2009, p. 189).

Desde esta perspectiva, la persona moral y prosocial es aquella que establece lo que es correcto moralmente, en el proceso de ir construyéndose a sí mismo, a medida que trata de adaptarse a un grupo o sociedad (Martí Vilar, 2011). Eisenberg soporta esta idea al señalar que la capacidad creciente del niño—a para sentir empatía hacia los demás, contribuye, en gran medida, a generar un razonamiento prosocial maduro y a desarrollar una preocupación desinteresada por lograr el bienestar de cualquiera que requiriera ayuda (Eisenberg & Miller, 1987; Eisenberg, Shell, Pasternack, Lennon, Beller, & Mathy, 1987).

De acuerdo con lo anterior, el desarrollo del razonamiento moral prosocial parece depender, en gran medida, del desarrollo cognitivo, ya que en las edades menores se dan razonamientos más primitivos como el hedonismo, o la orientación hacia las necesidades de los otros, mientras que es necesario haber alcanzado cierta capacidad de abstracción generalizada para poder desarrollar un razonamiento estereotipado, y una capacidad de abstracción más sofisticada para alcanzar el razonamiento moral internalizado. Sin embargo, los diferentes tipos de razonamiento no forman una estructura jerárquica, sino que es común que coexistan diferentes tipos de razonamiento más o menos primitivos (Eisenberg, Miller, Shell, McNalley & Shea, 1991), hecho que sugiere que la existencia de otras variables, como el desarrollo afectivo, podrían explicar los estancamientos evolutivos que, en ocasiones, presenta el razonamiento moral prosocial.

Al respecto, la teoría cognitivo—educativa planteada por Kohlberg (1969) y Piaget (1932) establece que, para el caso de los niños y las niñas el nivel de juicio moral sería intensificado con prácticas paternas de socialización que facilitan la toma de perspectiva y la construcción autónoma de reglas. Por su parte, en las investigaciones realizadas por Richaud de Minzi (2009), se retoma el postulado de la perspectiva cognitivista que plantea cómo la calidad de la relación que los padres establecen con los niños y las niñas afecta su desarrollo en función de la forma en que es percibido el comportamiento de sus padres. Es decir, la empatía que los hijos—as perciben de los padres y las madres está asociada con el desarrollo de su propio razonamiento moral prosocial, generando un impacto sobre el mismo.

Por lo tanto, factores de orden relacional como el no—autoritarismo y el estímulo a la autonomía por parte de los padres son muy importantes a la hora de desarrollar razonamiento moral prosocial desde una temprana edad (Richaud de Minzi, 2009). Son muchos los estudios desarrollados en relación con los efectos que tiene la conducta parental en el desarrollo social, emocional y cognitivo de los hijos. Particularmente, implementar prácticas de crianza no punitivas y no autoritarias, sino directivas y orientadas al apoyo, facilitan el desarrollo del razonamiento moral prosocial, ya que, según Richaud de Minzi (2009), un alto nivel de razonamiento moral prosocial tiende a implicar el desarrollo de valores internalizados y no únicamente una perspectiva orientada al otro. Con el aumento de la edad del niño—a, las prácticas paternas que facilitan el pensamiento y funcionamiento autónomo (las no autoritarias y no restrictivas), son altamente relevantes para un juicio moral prosocial maduro. (p. 197)

Es así como las prácticas maternas y paternas de crianza de los/las niños/as, orientadas al apoyo y directivas son muy importantes para facilitar el desarrollo del razonamiento moral prosocial, lo que se sustenta en hallazgos de investigaciones que argumentan cómo la toma de perspectiva y la preocupación empática de la madre y el padre son facilitadoras de formas de razonamiento moral más maduras en los niños y las niñas (Richaud de Minzi, 2009). Esto se ha evidenciado en niños en edad preescolar que superan el estadio hedonista y por ello tienen una mayor probabilidad de ayudar y compartir bienes valiosos con sus pares, que aquellos que todavía razonan en función de sus propios intereses (Eisenberg & Hand, 1979). Por otra parte, “las prácticas paternas basadas en el control punitivo, que no da oportunidad al niño de funcionar autónomamente, lo mismo que el malestar emocional como modelo parental de empatía, inhiben el desarrollo de un nivel superior de juicio moral” (Richaud de Minzi, 2009, p.197), aspecto que puede llegar a generar pobres relaciones con los iguales, que inciden en problemas de compulsividad y dificultades de aprendizaje (Zhu, Xu & Kong, 2000, citados en Plazas et al., 2010, p.359), las cuales podrán llegar a predecir un mal rendimiento académico en la escuela (Eshel, Sharabany & Barsade, 2003, citados en Plazas et al., 2010, p.359).

No obstante, la investigación empírica sobre la influencia de la conducta parental en el desarrollo de la empatía y la conducta prosocial durante la niñez tardía, es escasa (Calvo, González & Martorell, 2001; Fuentes, 1990; López, 1990, 1994; Mestre, Samper & Frías, 2002; Pakaslahti, Karjalainen & Keltikangas—Jarvinen, 2002) como para ofrecer un soporte teórico a esta idea.

En general, se afirma que los estilos de interacción parental y el modelado de las conductas empáticas por parte de los padres, son precursores que llevan al desarrollo de comportamientos prosociales en sus hijos—as, al establecerse una relación significativa entre la percepción que el—la niño—a tiene de la empatía de sus padres y el desarrollo de su propia empatía (Richaud de Minzi et al, 2011). En este sentido, Eisenberg y Fabes (1998) también encontraron que la Conducta Prosocial es el resultado de los estilos de crianza parental y los aspectos empáticos relacionados; por ejemplo, estos investigadores observaron que la calidez y aceptación parental facilita las acciones prosociales. Asimismo, otros estudios mostraron que algunas prácticas parentales, como la utilización de recompensas sociales, se relacionan positivamente con las conductas prosociales (Carlo, McGinley, Hayes, Batenhorst & Wilkinson, 2007).

Retomando la noción de empatía y su interacción con procesos cognitivos, Hoffman (1992) plantea que en la empatía están involucradas, al menos, tres habilidades y procesos cognitivos, y que junto a otras variables, explican la Conducta Prosocial. En primer lugar, la empatía requiere diferenciar entre uno mismo y el otro; en segundo lugar, requiere un proceso asociativo directo entre experiencias ajenas y experiencias pasadas de emoción similar, y por último, implica la habilidad cognitiva de asumir roles (Martí Vilar, 2011, p. 13). Lo anterior supone, entonces, que la empatía está influenciada, en gran medida, por experiencias tempranas producto de la relación interpersonal (Krevans & Gibbs, 1996) y que el medio a través del cual se configuran estos procesos cognitivos es precisamente en la interacción parental temprana, en donde la percepción de empatía parental (toma de perspectiva y preocupación empática) se asocia positivamente con la prosocialidad de los hijos.

Otros estudios han encontrado que la empatía de los niños y las niñas “está en gran parte explicada por los sentimientos empáticos que ellos perciben en sus padres” (Richaud de Minzi, 2009, p.188). Esto significa que “la percepción de parte de los niños de que sus padres los aceptan, respetan sus opiniones y están orgullosos de ellos, aumenta su seguridad, permitiéndoles explorar el ambiente y establecer relaciones positivas y altruistas con los demás” (Richaud de Minzi et al, 2011, p. 338).

Adicionalmente, “los/las niños/as que percibieron que sus padres eran capaces de entender los puntos de vista de los otros o imaginarse cómo se sienten, tienen un razonamiento menos hedonista u orientado hacia la propia satisfacción”, siendo capaces también de ponerse en el lugar del otro y deponer sus propios deseos (Richaud de Minzi, 2009, p. 195). Esto aspectos de la empatía del padre y la madre pueden llegar a facilitar una aceptación de pautas acerca de lo correcto o incorrecto sin mayor reflexión interna por parte de los/las niños/as (Richaud de Minzi, 2009).

En ese sentido, parecería que más allá de la propia empatía, es el modelado de las conductas empáticas de los padres percibidas por los hijos lo que incide en el desarrollo prosocial de los mismos, pues los niños cuyas experiencias emocionales tempranas no han proporcionado la base para un desarrollo emocional sano, pueden tener una capacidad limitada para la empatía (Perry, 1997). Esto quiere decir que si el niño se siente abandonado emocionalmente, no desarrollará sensibilidad para percibir las necesidades de los demás, ya que los modelos, valores, normas, roles y habilidades que se aprenden durante el período de la infancia, están relacionados con el manejo y resolución de conflictos en la familia y el aprendizaje de las habilidades sociales y adaptativas, de las conductas prosociales y de la regulación emocional que ésta le preporcione a los niños—as (Cuervo Martínez, 2010).

Al respecto, Shapiro (1997) sostiene la idea de que el desarrollo emocional de los niños afectados por la falta de atención familiar, es mucho más vulnerable ante situaciones estresantes por la falta de modelos adecuados para un desarrollo emocional sano.

OTRAS VARIABLES QUE INFLUYEN EN LAS CONDUCTAS PROSOCIALES

Martí Vilar propone una clasificación acerca de las variables que pueden influir en la aparición de la Conducta Prosocial. Desde un punto de vista cognitivo—evolutivo, plantea que “se puede construir una sociedad más prosocial sabiendo los factores que inciden en la aparición de conductas prosociales y, de esta forma, potenciarlos con el objeto de educar para la responsabilidad social” (Martí Vilar, 2011, p.19). Igualmente, otras investigaciones vienen soportando los elementos que este autor plantea, los cuales se explican a continuación.

Factores de personalidad como la sociabilidad, los rasgos de personalidad y el locus de control y la atribución de responsabilidad.

Según Rodríguez (2007), “es la familia la que le permite al niño desarrollar las bases de su personalidad”, pues es cada familia la que asume las pautas de crianza dependiendo de sus características, dinámica y factores contextuales, así como los recursos y apoyos, entre otros. En este sentido, los niños adquieren importantes habilidades cognitivas, comportamentales y sociales a través de las experiencias directas y vicarias con los padres.

Al ser la personalidad un patrón de actitudes, pensamientos, sentimientos y conductas que caracterizan a una persona, y que tiene una cierta persistencia y estabilidad a lo largo de su vida, se entiende que las relaciones que las personas establecen con sus pares evidencian aquellas condiciones sociales que impactaron su experiencia en la infancia, ya que estas relaciones permanecen inalteradas durante la adolescencia. Es así como los niños que fueron populares o rechazados durante la infancia, continúan siéndolo a lo largo de la adolescencia y hasta la adultez temprana (Zettergren, 2005).

En general, se ha encontrado que los niños populares son más prosociales y los niños rechazados menos prosociales respecto al promedio (De Bruyn & Van den Boom, 2005; Hayes, 2000; Wentzel & Caldwell, 1997), aunque en “el preescolar la aceptación no se relaciona con el comportamiento agresivo” (Ostroy & Keating, 2004).

Factores sociodemográficos como la edad y el sexo.

Con respecto a la edad, Sandoval (2006) encontró que su aumento podía estar relacionado con el aumento de la agresión física. Igualmente, plantea que “los síntomas de agresión directa e indirecta resultaron en menor riesgo de desarrollarse en los primeros años de edad, pero aumentaron rápidamente en los últimos años de la preadolescencia” (Sandoval, 2006, p. 37). Frente a esto, Richaud de Minzi, (2009) plantea que el afecto puede ser “una influencia más importante sobre el desarrollo prosocial en la infancia que en la adolescencia, puesto que los niños pequeños, debido a su dependencia y/o respeto a sus padres, son especialmente proclives a imitar la educación y valores prosociales exhibidos por los mismos” (Eisenberg et al., 1983; citados en Richaud de Minzi, 2009, p. 197).

Asimismo, el patrón de prácticas de crianza de los niños asociado con el juicio prosocial puede variar con la edad pues, según Richaud de Minzi (2009), al observar desinterés o negligencia, especialmente de la madre, se favorece el hedonismo y el razonamiento prosocial dirigido a los otros y desfavorece el razonamiento basado en el estereotipo, aspecto que presenta una mayor influencia en los niños menores. (p. 197). Sin embargo, Sandoval plantea en su investigación que variables como la hostilidad tienden a disminuir con la edad en ambos sexos y “el comportamiento de colaboración y liderazgo se mantuvo constante por edad” (Sandoval, 2006, p. 38).

En cuanto al género, muchas investigaciones han planteado que “la mujer es más empática que el varón y presenta un desarrollo emocional más avanzado” (Richaud de Minzi, 2009, p.195), ya que las mujeres poseen más razonamiento prosocial que los varones, el cual se basa en el afecto internalizado que se facilita por el afecto y compromiso del padre, aspecto que no ocurre frecuentemente con los varones (Richaud de Minzi, 2009). Es probable que este aspecto se dé en las mujeres porque su nivel de hedonismo baja conforme aumenta su edad (Richaud de Minzi, 2009); sin embargo, Sandoval (2006) resalta que aun cuando “la conducta prosocial es mayor en las niñas que en los niños, en el comportamiento agresivo indirecto se da lo contrario” (p. 35).

En este sentido, se encontró que “el género femenino tiende a ser más popular, mientras que el género masculino es más rechazado y excluido” (Plazas et al., 2010, p.357). Es probable que esto se deba, según la teoría evolutiva, a que “en situaciones sociales los hombres muestran mayores comportamientos de dominancia, mientras que las mujeres muestran mayores comportamientos de afiliación” (Luxen, 2005). Igualmente, se ha encontrado que, desde el preescolar, los varones muestran más tendencia a ser más agresivos y disruptivos que las niñas (Walker, 2005), característica que se mantiene en los comienzos de la adolescencia (Van Lier, Vitaro, Wanner, Vuijk & Crijnen, 2005).

De acuerdo con lo anterior, Plazas et al. (2010), demuestran cómo “las mujeres tienen mayor preferencia social en la primaria, pero la tendencia cambia en la universidad, donde los varones tienen mayor preferencia social y son más prosociales” (p.357). Así mismo, se resalta un aspecto importante del género masculino y es que los varones reconocen la diferencia y juzgan en los pares de su mismo sexo la preferencia de esas conductas que van en contra de las reglas (Zettergren, 2005). En este sentido, pese a que en otros estudios se haya determinado que los varones tienden a ser más antisociales (Van Lier et al., 2005; Walker, 2005; Zettergren, 2005), “esta variable tiende a disminuir a medida que avanza el Nivel Educativo, por tanto, es posible que corresponda a una tendencia del desarrollo” (Plazas et al., 2010, p. 357).

También se presentan diferencias de género respecto al tipo de agresividad. Por ejemplo, “los niños aplican mayor agresividad física y verbal (agresión directa) con sus pares, mientras que las niñas utilizan más una agresividad relacional (agresión indirecta), desde el mismo preescolar (Ostrov & Keating, 2004), manteniéndose la tendencia estable entre los 4 y 11 años (Vaillancourt, Brendgen, Boivin & Tremblay, 2003), y de igual forma, los varones reciben mayor victimización física y verbal, mientras que las niñas reciben mayor victimización indirecta (Owen, Daly & Slee, 2005)” (Plazas et al. 2010, p. 359).

Factores de socialización como la familia y el grupo de iguales

Según Rodríguez (citado en Cuervo Martínez, 2010), la familia constituye el primer contexto de socialización que posibilita la transmisión de normas, valores y modelos de comportamiento al—la niño—a, “permitiéndole interiorizar los elementos básicos de la cultura” (p. 115). En esta misma línea, identificar la influencia de los estilos y pautas de crianza que tienen los padres en el desarrollo socio—afectivo de sus hijos, se convierte en un aspecto relevante a la hora de analizar cambios e interacciones que se presentan en el contexto familiar, con relación a estas pautas y el impacto que tienen en el desarrollo socio—afectivo de la infancia (Cuervo Martínez, 2010), ya que “identificarse afectivamente con el otro, lleva a los/las niños/as a justificar la acción según lo que se debe hacer porque es bueno y no para satisfacer externamente a la autoridad” (Richaud de Minzi, 2009, p.195).

De acuerdo con lo anterior, la familia puede estimular la actividad empática compasiva, modelando la preocupación empática y utilizando formas de disciplina con orientación afectiva, que ayuden a los niños a entender los efectos perjudiciales de la angustia que pueden causar a otros (Barnett, 1987; Zahn—Waxler, Radke—Yarrow & King, 1979; Zahn—Waxler, Radke— Yarrow, Wagner & Chapman, 1992). Investigaciones realizadas por Richaud de Minzi (2009) sustentan esta idea al demostrar como niños en edad preescolar que superaban el estadio hedonista, manifestaban “mayor probabilidad de ayudar y compartir bienes valiosos con sus pares, que aquellos que todavía razonaban en función de sus propios intereses” (Eisenberg & Hand, 1979). De manera que, “cuando el niño percibe cuidado y afecto de parte de la madre y el padre, puede deponer sus propios deseos” (Richaud de Minzi, 2009, p. 196).

Sin embargo, “los conflictos que enfrentan los padres diariamente y el estrés experimentado, debido a funciones relacionadas con la crianza, pueden influir sobre las características de los hijos y su ajuste emocional” (Cuervo Martínez, 2010, p. 112). En sus investigaciones, Ramírez (2007) evidencia como los problemas comportamentales aumentan en la medida en que aumentan los conflictos matrimoniales y las prácticas de crianza inadecuadas (como control autoritario, énfasis en el logro y castigos físicos), y disminuyen las adecuadas (como expresión de afecto, guía razonada y disfrutar con el niño). Lo anterior adquiere especial relevancia en contextos de Primera Infancia, pues son los niños menores quienes presentan directamente más riesgo en cuanto al impacto de los conflictos y hostilidad abierta entre parejas (Sandoval, 2006, p. 39).

Volviendo al tema de “prácticas de crianza inadecuadas”, investigaciones realizadas por Richaud de Minzi (2009) evidencian que “el control patológico basado en el castigo o el aislamiento, tanto en el padre como en la madre, así como el desinterés por parte de la madre, desfavorecen el desarrollo de un razonamiento prosocial estereotipado” (p. 195). En este sentido, prácticas familiares conflictivas, como pautas disciplinarias duras, incongruentes o con falta de autoridad y un clima emocional frío e irascible, provocan niños que tienen mayor probabilidad de manifestar conductas antisociales (Retuerto & Mestre, 2005; Tur, Mestre & Del Barrio, 2004).

En general, estos hallazgos coinciden con el punto de vista de Eisenberg et al. (1983) en donde un modelo de adulto afectuoso educa la conducta de los niños en el sentido de que éstos lo imitan y son estimulados a entender los puntos de vista de los otros y a participar en la toma de decisión respecto a las conductas propias y del grupo (p. e., de la familia), siendo capaces de construir reglas morales que desarrollen estándares más internos que externos (Richaud de Minzi, 2009).

Por último, se hace necesario resaltar el papel que juegan las relaciones que se establecen con los pares durante la escolarización en el desarrollo de las competencias sociales, pues cuando el niño pasa de la dependencia total del hogar a este segundo sistema de socialización, las interacciones que establece con sus compañeros de estudio comienzan a influir en su comportamiento y, simultáneamente, su comportamiento influye en el de sus compañeros (Plazas et al. 2010). En este sentido, se confirma que las relaciones que se construyen con los compañeros de clase “influyen en el desarrollo de las conductas socialmente aceptables o no” (Plazas et al., 2010, p. 36) y “las valoraciones realizadas por los compañeros de clase resultan ser buenas predictoras de la evolución que seguirá el alumno” (Dorado—Mesa et al., 2001; citado por Plazas et al., 2010, p. 39).

Factores situacionales como la presencia de observadores y de modelos altruistas o factores del contexto cultural

Existen factores contextuales, sociales y personales, que inciden en el desarrollo de la conducta antisocial y la conducta de ayuda (Sandoval, 2006). De acuerdo con lo anterior, Plazas (et al., 2010) señala haber encontrado “un impacto del contexto escolar en la conducta prosocial de los escolares, indicando que alrededor del 7,3% de la variabilidad de la conducta prosocial en los escolares se explica por el contexto escolar” (p. 34). Asimismo, “variables como la tipología familiar (nuclear, extensa y por último, monoparental), el estrato socioeconómico (estrato 2) y percepción de rendimiento escolar (igual al promedio general), pueden incidir en el comportamiento del niño” (Plazas et al., 2010, p. 33). En cuanto al estrato socioeconómico, se destaca la posibilidad de que “en estratos socioeconómicos más altos, haya más apego y más organización entre padres e hijos, lo que fomente la prosocialidad” (Plazas et al., 2010, p.39). Por otra parte, la vulnerabilidad socioeconómica afecta la dinámica familiar incrementando los riesgos de maltrato y negligencia entre otras (Cuervo Martínez, 2010).

Henao, Ramírez & Ramírez (2007) plantean la importancia de la familia en la socialización y desarrollo durante la infancia. La combinación de costumbres y hábitos de crianza de los padres, la sensibilidad hacia las necesidades de su hijo, la aceptación de su individualidad; el afecto que se expresa y los mecanismos de control, son la base para regular el comportamiento de sus hijos.

En este sentido, la presencia del padre y la madre en el hogar se considera como un factor protector contra el comportamiento agresivo, además del acompañamiento acudiente—niño, hecho que se evidenció en la investigación de Dorado—Mesa et al. (2001), quienes expresan que “la armonía familiar actuaría como factor protector, aumentando el sentimiento de seguridad, ayudando a una mejor adaptación del niño y al desarrollo de las conductas prosociales” (Plazas et al., 2010, p.38).

Esto puede explicar la manifestación de conductas antisociales que se evidencia con mayor frecuencia en los varones, al relacionarlas con prácticas de crianza duras orientadas a este género, tal como lo han encontrado Retuerto y Mestre (2005) y Tur et al. (2004) (Sandoval, 2006, p. 367).

CONCLUSIONES

De acuerdo con la bibliografía revisada, es posible afirmar que el término de Conducta Prosocial emerge como categoría teórica a raíz de una demanda social que surge debido al aumento de manifestaciones agresivas y de delincuencia. Para el caso colombiano, se presentan unos altos índices de violencia cotidiana, la cual se presenta a través de la delincuencia común, debido a altos niveles de desempleo, drogadicción, narcotráfico y desplazamiento forzado, generado por el terrorismo, entre otros (Centro de Investigaciones Salud y Violencia, 1998; citado por Sandoval, 2006). Este aspecto es importante si se tiene en cuenta que la vulnerabilidad socieconómica incrementa el riesgo de maltrato y negligencia.

Al respecto, han surgido diversas investigaciones que intentan dar respuesta a la pregunta por el modo en el que el ser humano puede socializarse para llegar a ser un miembro positivo de su comunidad, con el propósito de generar nuevas alternativas que posibiliten abordar con eficacia los problemas de conducta antisociales e indiferencia social. Según las investigaciones revisadas, se puede concluir que el comportamiento prosocial y el comportamiento agresivo son extremos de una conducta modulada por procesos cognitivos y emocionales, en los que los estilos de crianza contribuyen a su desarrollo (Cuervo Martínez, 2010).

Asumir la prosocialidad como una herramienta para la prevención de las violencias y la agresividad, implica generar la apropiación de nuevos conocimientos, nuevas formas alternativas de interacción social y convivencia. Generar factores que inciden en su aparición implica, a nivel práctico, trabajar estrategias de intervención con los padres cuyas relaciones con estilos y prácticas de crianza que no favorecen el desarrollo socioafectivo durante la infancia (Cuervo Martínez, 2010), para concientizarlos acerca de la importancia de sus acciones como modelo para los niños y las niñas (Richaud de Minzi et al, 2011) y disminuir el estrés parental, pues se ha demostrado en diversas investigaciones que existe un menor riesgo de desarrollarse agresión directa en los primeros años.

Lo anterior supone la idea de asumir a la familia como el eje central para el desarrollo de la prosocialidad porque permite la interiorización de elementos básicos de la cultura a partir del proceso de crianza, tales como modelos, valores y normas que les permiten adquirir a los niños y niñas roles y habilidades para el manejo y resolución de conflictos, a partir del despliegue de habilidades cognitivas, afectivas y sociales a través de experiencias directas y vicarias con sus cuidadores. En este sentido, la presencia de prácticas de crianzas duras, incongruentes y con falta de autoridad, así como un clima emocional frio e irascible, favorecen la configuración de conductas antisociales, mientras que el no autoritarismo y el estímulo de la autonomía por parte de los padres modelan conductas empáticas que incide en el desarrollo de la prosocialidad de sus hijos—as.

De acuerdo con lo anterior, nuestro trabajo como profesionales de las ciencias sociales y humanas debe estar orientado a promover estrategias para la generación de pequeñas comunidades de reconocimiento en el afecto entre los diferentes miembros de la familia, orientadas al desarrollo de sentimientos de seguridad pues “quienes sienten satisfechas sus necesidades emocionales en una familia con vínculos seguros y afectuosos, estarán menos inquietos por sus propias preocupaciones y podrán interesarse y ser sensibles a las necesidades de los demás; al mismo tiempo, quienes crecen en un ambiente de amor, aceptación y afecto, tendrán un buen modelo que adoptar sobre cómo actuar con los demás” (Sánchez—Queija, Oliva y Parra, 2006).

Los aspectos anteriores son especialmente importantes durante la infancia, dado que el afecto tiene un mayor impacto en el desarrollo de la Conducta Prosocial en el ciclo de la Primera Infancia, pues la identificación afectiva que logra el—la niño—a con sus cuidadores en la infancia temprana, les permite justificar las acciones como correctas o incorrectas en función del vínculo que comparten con sus adultos significativos. Es así como se sugiere generar una mayor sensibilidad emocional a partir de formas de disciplina con orientación afectiva para establecer una armonía familiar como factor protector que aumenta el sentimiento de seguridad, generando una alta probabilidad de desarrollar conductas prosociales. Sin embargo, se ve la necesidad de realizar un mayor número de investigaciones de corte transversal que soporten estos hallazgos en la infancia tardía, juventud y edad adulta.

Otro elemento que se rescata es la importancia que tiene el impacto escolar en la promoción y desarrollo de la Conducta Prosocial, pues las relaciones que se construyen entre los diferentes actores de la comunidad educativa, potencian o limitan el desarrollo de conductas socialmente aceptables. En este sentido, el fortalecimiento de la solidaridad en el ámbito escolar juega un papel determinante en el desarrollo de la prosocialidad al ser un sentimiento que se genera a partir de la búsqueda del bien común sobre el individual, y que se concreta en la conformación de grupos que emprenden proyectos para lograr objetivos comunes a todos. Es así como ayudar a otros, se convierte en una forma de ayudarse a sí mismo debido a que garantiza la unión entre las personas y se convierte en un compromiso de carácter universal en la medida en que todos se ven involucrados, respetando sus derechos y deberes.

Por último, se sugiere articular al currículo escolar programas y/o proyectos que fortalezcan la educación emocional y los valores morales para garantizar el despliegue de esas habilidades cognitivas, afectivas y sociales que le permitirán a los niños y niñas el desarrollo de conductas prosociales y su permanencia en ciclos posteriores de su desarrollo vital.


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